Essay
CARTAS DE UNA CHAPERONA RADICAL
COLUMN/COLUMNA

CARTAS DE UNA CHAPERONA RADICAL

Tanya Huntington

• Este prólogo se publica como adelanto del nuevo título de Editorial Minerva, Andanzas por Alemania e Italia (1842-1843), de Mary W. Shelley, traducción y selección de Alejandro González Ormerod.

El inabarcable género de las crónicas de viaje suele ser colapsado por la crítica en un ente simplificado, cuyo propósito consiste en conducir al lector a distintos lugares a través de ese maravilloso artefacto de transporte virtual que es el libro impreso. Sin embargo, si lo examinamos detenidamente, se perfila con mayor contraste el juego variable de las intenciones –cumplidas e incumplidas– que se expresan a través de cada mirada ajena.

Como botón de muestra, el presente compendio de Andanzas, basado en las cartas escritas por Mary W. Shelley mientras fungía de chaperona de su hijo y sus amigos universitarios durante ese rito de paisaje conocido como el Grand Tour. La autora declara desde el principio y con todas sus letras que la originalidad no formará parte de este abanico de hojas: “No hay nada nuevo que pueda decir”. Lo cual no debe sorprendernos, dado que hasta el itinerario que siguieron en 1842-1843 era bastante sobado para los ingleses de aquel entonces, quienes estaban “obsesionados” con viajar —aunque eso no significa que hayan sido necesariamente buenos viajeros. De hecho, Shelley advierte que, por costumbre, “no brillan”, y que a menudo solo logran demostrar “lo falto que podía ser un viajero en inteligencia y portento”. Nos recuerda de paso que lo que exige un compatriota suyo, esté donde esté, no es nada atrevido ni exótico: pisos limpios, camas al estilo inglés, baños (que no bacinicas) y por supuesto té.

Entonces, ¿por qué se publica? Aunque afirma que su objetivo principal era ofrecer una “guía pionera” o “acompañante de viaje”, la razón de ser de este libro –que resultaría el último en la fila de sus obras completas– era tanto política como personal: política porque opina sobre temas vetados en Italia antes de que se independizara (de hecho, es considerado uno de las primeras instancias en que una mujer expresa opiniones radicales dentro de ese contexto); personal porque donó el avance entero de sesenta libras a un joven revolucionario exiliado, a quien había conocido en París y de quien estaba ostensiblemente enamorada. De no haber sido por Ferdinando Gatteschi quizás estas Andanzas habrían permanecido en su estado original, como cartas dirigidas en su mayor parte a su media hermana, Claire Clairmont. En última instancia, fue un gesto vano —el malagradecido Gatteschi intentaría chantajear a su benefactora un año después, en lo que acabaría siendo un incidente bastante vergonzoso para Shelley. En una aventura que recuerda “La carta robada” de Poe, recurrió no a un detective privado como Dupin, sino al notorio cabinet noir y su práctica autoritaria de abrir la correspondencia privada de aquellas personas consideradas políticamente peligrosas. En este caso de la vida real, serían varias las cartas comprometedoras que fueron recuperadas para luego ser quemadas.

Hay en estas Andanzas episodios que delatan la época histórica en la que viajaba, como por ejemplo el hecho de que una de las curas milagrosas –¡bañarse en aguas saturadas con metales pesados!– sería considerada tóxica hoy día. Hay otros que evocan con mayor detalle su coyuntura personal: la autora sigue presa del dolor que le causa la pérdida intempestiva de su marido, el poeta y filósofo Percy Bysshe Shelley, cuya muerte trágica ahogado en un accidente de navegación cumplió con todas las expectativas del romanticismo atormentado que enarbolaba. La autora debe lidiar también con la memoria de haber perdido a dos hijos en Italia cuando eran pequeños, ambos por enfermedades. Volver a Italia le remueve el pasado y funge a la vez como un peregrinaje que conlleva la esperanza de conjurar la depresión causada por tanta muerte. Además de ese dolor espiritual, se asoman dolores físicos: jaquecas que no logra aliviar en ningún spa –y que habrán sido provocados por el tumor cerebral que la mataría poco después, a sus cincuenta y tres años. Quiere curarse de todo, mente y cuerpo, en parte porque cree “con firmeza en los beneficios a la salud que resultan de un cambio frecuente de lugar”, en parte porque quiere “adornar” su hogar inglés con nuevos recuerdos a su regreso.

Lo cual me lleva a preguntarme si Italia no era, a fin de cuentas, el verdadero hogar matrimonial que había construido con su esposo, a pesar de que lo habitaron en calidad no solo de viajeros, sino de refugiados que huían de las reglas sociales de su época y de los escándalos que se iban sumando en su estela. Sin duda, la autora cree que el viaje es la mejor manera de conjurar tanto el pasado como el presente, dado que permite aprovechar el país al máximo y a la vez liberarse:

Cuando visitamos Italia nos volvemos lo
que a los italianos no se les permite ser:
gozantes de las bellezas de la naturaleza,
de la elegancia del arte, de las delicias
del clima, de las memorias del pasado,
de los placeres de la sociedad, todo sin
mayor preocupación.

Las mujeres locales no pueden entrar en un caffe, pero ella sí. Lo cual no quiere decir que la autora titubee ante la descripción del asco que da un pan manoseado por un mesero en Alemania, o de mofarse de una procesión real de antorchas que deja todo cubierto de hollín, o de notar cuando el paisaje va perdiendo toda su belleza, o de criticar la falta en Italia de bibliotecas circulantes. Habla sobre la magia, pero aclara que no cree en ella.

Aunque los viajeros somos falibles y caemos presos, tal y como Shelley reconoce, de estereotipos sobre los lugareños, de la dificultad de rascar más allá de la superficie o de llevar “falsas impresiones”, escribir sobre el viaje es quizás la única manera de pagar esa falta con nuestras experiencias y sobretodo, con nuestra empatía y el esfuerzo por contagiarla. Según la autora, “leemos para acumular pensamientos y conocimientos; viajar es leer un libro escrito por la mano del Creador, imparte una sabiduría más sublime que las palabras impresas del hombre”. A su vez, escribir sobre el viaje es la única manera de volver a impartir esa sabiduría, en lugar de dejarla olvidada en el camino.

Resulta curioso que estas Andanzas –como ocurre con demasiada frecuencia con los textos considerados menores de un autor célebre– no hayan sido traducido antes al español; una omisión que remedia Alejandro González Ormerod con esta versión, que se beneficia también de la fresca mirada del ilustrador Alberto García Grillasca y la cuidadosa edición de Santiago Hernández Zarauz. En lo personal, me resulta más curioso aún que Minerva Editorial haya restituido su interés literario a más de un siglo y medio de distancia. Me explico: para que fuera una referencia académica totalmente fidedigna, tendrían que haberse traducido todos los contenidos de los dos volúmenes que se publicaron originalmente. González Ormerod hace una selección que, aunque tal vez lo vuelva una cita bibliográfica incompleta para los doctos, encomienda estos Andanzas a los ojos de lectores no escolares, sino apasionados. Este libro apuesta, por lo tanto, al talento de Shelley, no a su estatus iconográfico como la madre de Frankenstein –algo que ella, sin duda, hubiera apreciado.

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: October 2, 2019 at 8:30 pm

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