Essay
“Cicuta de tiempo”, de Beatriz Saavedra Gastelum

“Cicuta de tiempo”, de Beatriz Saavedra Gastelum

Adolfo Castañón

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I. Cuando en 1974 regresé a México de mi viaje iniciado un año antes a Francia, España, Italia, Grecia, Turquía e Israel, traje en la maleta, además de ropa sucia, algunos libros que había comprado allá o que me había llevado de aquí de paseo, como el Cicerone de Jakob Burckhardt o Le bain de Diane de Pierre Klossowski y un puñado de tarjetas postales. Una de ellas era la del Gladiador Borghese (tallado en Éfeso en el siglo I a.C. y firmada por Agasio de Éfeso) que había comprado en el Museo del Louvre. Esa tarjeta estuvo presidiendo mi escritorio durante muchos años, como si éste hubiese sido un altar y la imagen una de las figuras tutelares de esa religión personal que me fui armando a lo largo de los años para abrigar mis creencias e ideales… ¿Quién me diría que más de cuarenta y cinco años después la figura, para mí sagrada y por así decir dotada de poderes mágicos, regresaría a mi escritorio en la forma de un libro: Los dones de la tierra para el cual Beatriz Saavedra Gastélum me pediría unas líneas de saludo en forma de prólogo? No puedo ocultar que la coincidencia o encuentro me dejó más que pensativo, casi temblando. Sentí que la autora se había adentrado por otras vías y siguiendo acaso otros llamados al mismo “claro en el bosque”, para decirlo con María Zambrano. Dudé durante días antes de animarme a hacer esta confesión de fraternidad estética.

A Beatriz Saavedra Gastélum la conocí gracias a Alicia Reyes, a quien tantas cosas debo. Ella era una de las personas más asiduas y fieles a los cursos de literatura que daba Alicia en la Capilla Alfonsina, asistía al taller que ella daba los martes. Por otra parte, yo solía visitar entre semana ese santuario de las letras algunos días en la mañana con diversos pretextos editoriales o literarios. Alicia siempre me recibía con el corazón y los brazos abiertos y me invitaba a tomar un breve café caliente. Hablábamos desde luego de Alfonso Reyes, de su amor por Grecia, Francia, Alemania, la cultura del Mediterráneo, y desde luego las letras y la historia mexicanas. Hablábamos de Borges y de Pedro Henríquez Ureña, del General Bernardo Reyes, de Goethe, de Grecia y Roma. De tanto en tanto, se asomaba subiendo la escalera una joven de elegante perfil estatuario, y penetrante, incisiva, mirada que temblaba su sonrisa. Era Beatriz. Cuando Alicia se retiró y se fue a pasar sus últimos días a la casa de su hijo Philippe, en el sur de Francia, supe que Beatriz había sido una de las personas que la había ido a visitar allá. Ella fue en compañía de Alejandro Mejía. Fernando Corona la visitó más tarde. Al regreso, se hizo cargo del taller de creación literaria que animaba Alicia con la misma entrega y capacidad desplegadas por la nieta del escritor.

Los dones de la tierra. Gladiador Borghese es un paseo poético, una suerte de museo y de calzada de los misterios personales puesta en verso en donde se dialoga con la escultura en cuestión y, desde luego, con su sentido ético y atlético y amoroso más hondo. En sus páginas se puede descifrar también una sutil alusión a esos poemas del primer Alfonso Reyes, publicados en Monterrey, en 1905, la serie “La duda” dedicados al escultor Henri Cordier, cuyo apellido coincide con el del artista Nicolas Cordier, que en 1611 restauró la escultura del “Gladiador Borghese”. Ahora se sabe que no es un gladiador. Tal vez pueda ser el homérico Aquiles. El diálogo poético, el encuentro mental cuerpo a cuerpo con una escultura, es uno de los ritos de paso y de prueba de las letras clásicas, Beatriz Saavedra Gastélum ha sabido acudir dignamente a la cita para dejar al pie su ofrenda. Se lo debemos de agradecer.

 

II. El nombre de Beatriz Saavedra Gastélum trae resonancias al oído educado. Si Beatriz es el vocativo de la donna gentile que encuentra Dante en la Vita Nuova, Saavedra remite a la familia materna del autor del Quijote Miguel de Cervantes, mientras que Gastélum recuerda al amigo y editor de los escritores congregados en torno a la revista Contemporáneos, Bernardo J. Gastélum (1886-1981), que algún parentesco debe tener con la poeta nacida en Culiacán, Sinaloa. El apellido Saavedra parece ser de origen vasco, y significaría “casa o habitación de antaño”, “solar de abolengo”. Es autora de diversos poemarios: Sueño obscuro que somos (2004), Luz de otra sombra (2014), Engarzados o recursos del olvido (2016), Noche última (2016), Al filo de tu piel (2016), Presagio en el olvido (2017), Paginas fugitivas (2018), A la intemperie del tiempo (2019), Ciudad de gritos (2020), Ritual de espacio (2020), entre otros. Publicó un estudio sobre la Anatomía del erotismo en Griselda Álvarez (2018). A esto suma la responsabilidad de dirigir el taller de creación Literaria “Alicia Reyes” en la Capilla Alfonsina (INBAL) y la de ser la directora del centro de estudios sobre la mujer en la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG). Además, ha sido la codirectora de la Editorial Floricanto, entre otros quehaceres. Beatriz no quita el dedo del renglón del sentido que tiene el quehacer literario y poético en nuestros días, como lo muestra su serie de libros sobre La experiencia literaria I y II editados por la Capilla Alfonsina en 2019 y 2020. Beatriz me pidió que escribiese un prólogo para este libro, Los dones de la tierra, el jueves 17 de diciembre por la tarde. Leí el manuscrito de inmediato, y por las razones arriba expuestas me di cuenta de que no podía dejar de acompañar el libro con algunas páginas.[1]

 

III. Cicuta de tiempo es un poemario inscrito a la vez en la tradición clásica y en la romántica. A medida que lo iba leyendo recordé varias páginas de La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica del crítico italiano Mario Praz. El hilo conductor del poemario es el de los dioses, la otredad y la muerte, amén de las voces e imanes de la carne. Descifro en los poemas aparentemente tersos de Beatriz Saavedra Gastélum las huellas de un pacto fáustico de la autora con lo otro radicado en el pasado milenario. En ese sentido, es un libro que da cuenta de un cierto esfuerzo de recordación de otras vidas en esta.

Hace muchos años compré una postal del Gladiador Borghese, la célebre escultura en mármol, que se exhibe en el Museo del Louvre. Cuando Beatriz Saavedra me invitó a presentar su Cicuta de tiempo, me regaló una copia de esa misma postal que yo había comprado en París hacía muchos años. No dudé en aceptar.

 

IV. Cicuta de tiempo es una selección de los libros publicados por la autora, nacida en 1971, entre 2014 y 2023, en México, Argentina, Canadá y Grecia: los títulos sugieren ya una poética: Luz de otra sombra (2014), Al filo de tu piel (2016), Noche última (2016), Sueño oscuro que somos (2016), Engarzados o recursos del olvido (2016), A la intemperie del tiempo (2019, donde se encuentra el poema que da su título al libro), Páginas fugitivas (2019), Ritual de espacio (2020), Memoria de la muerte y sus mitologías (2020), Esa otra piel (2021), Bajo el aire de Éfeso (2021), Presagio en el olvido (2022), Inéditos (2023).

La composición “Cicuta de tiempo” podría ser considerada como el eje de este libro que es a la vez personal y reflexivo.

Dialogo con los muertos
para ver al otro lado como un ciego,
recorto la senda indescifrable
prisionera de mi cuerpo,
de esta sombra que me busca en la memoria.

De algún modo dispongo mi esqueleto
en el intrincado paso de imágenes y nombres,
pero sueño también
y me revelo
en la desmesura del instante,
en la cicuta del tiempo.

Bajo el sigilo de la acera
escucho el resonar de un diálogo involuntario,
la ociosa espera
para moverme en la vasta noche silente
y olvidar el sueño último,
el polvo de universo intolerable
que acumula el pasado,
esa luz que se apaga
trazando voces desde otra puerta.

Son las mismas caras,
rostros fugitivos comiendo el pan de otros
y en su sopor infinito
penetran mi infatigable desnudez
en transparencia.[2]

Tal vez inspirada en estos versos la escritora Elena Poniatowska haya saludado así el libro con el texto que va en la cuarta de forros.

¿El tiempo es un veneno o su paso regenera? ¿Cuál es la diferencia entre el yo que está en presencia del ser amado y el yo que no lo está? ¿Qué decir en un momento y otro, qué evocar o callar? Los poemas aquí reunidos abarcan una década de labor y observación literarias. En la obra de Beatriz Saavedra Gastélum las palabras tienen un poder expansivo. Sus versos pueden leerse como un análisis milimétrico del deseo, son un a puesta en escena donde el yo –esa voz que en este libro se presenta franca y sin miedo al escenario– se permite desdoblarse y pensarse en función de la realidad más próxima, pero también de la geografía y la cultura distantes. En Cicuta de tiempo la palabra es máscara, una reinvención.

La poesía de Beatriz Saavedra Gastélum es clara y concisa, en palabras breves consigue mostrarnos un universo vibrante de formas, su poesía es luminosa, delicada e intuitiva, todo parece florecer, no hay límites definidos sino una plenitud del lenguaje, el brillo del asombro en sus palabras es destello que brota del verbo en hecho puro para alumbrarnos con su luz recién nacida.

El eje de Cicuta de tiempo es el diálogo a la vez imposible y necesario con los muertos y, en un plano oblicuo, con la propia muerte, con la propia conciencia del tránsito. No es entonces extraño que Angelina Muñiz-Huberman aterrice su vuelo en la lectura de los dos últimos poemas de Beatriz: “Pasado propio” y “Yo no cambio esta desnudez”.

La serie de diálogos interrumpidos o entrecortados que pautan giran casi todos en torno a la muerte, el naufragio, el vacío, el final, la intemperie, los abismos del tiempo y del silencio, de los sueños, y delirios del peregrino que se sabe a la vez “látigo y rienda”. El espacio de la escritura y del poema mismo se da como una “cacería de ausencias” (p. 27), ausencias tanto de los recién fallecidos como de los ausentes de ayer y de anteayer, ausencias arqueológicas, en quienes curiosamente el rostro y el sentido que se omiten u olvidan del presente y del pasado inmediato aparecen como figuras claves, deslumbrantes en los dioses griegos, como en los cinco poemas de “Bajo el aire de Éfeso”, donde no sólo el espacio de las Esculturas de los Gladiadores, el de Borghese y el de Éfeso, sino también el ámbito desde donde se alza el canto amoroso del himno que campea por entre “Esa otra estirpe de Éfeso” (p. 197-208).

Hay en “Cicuta de tiempo” una orgánica unidad elocuente de un estilo y de una personalidad poética propias. Esa marca originaria si bien hace de los poemas de Beatriz Saavedra Gastélum creaciones singulares y acaso atemporales, es también un sello susceptible de ser comparado con otras escrituras, como las de las obras poéticas de Margarita Michelena, Rosario Castellanos y Elsa Cross, con quienes pienso que tiene alguna afinidad tanto como con las de Alfonso Reyes y Rubén Bonifaz Nuño. Mención aparte merecería Alicia Reyes, de quien Beatriz ha sido discípula, amiga, estudiosa y heredera, pues heredó justamente su lugar como tutora del Taller Literario fundado por Alicia Reyes que fue el espacio en el cual tuve la fortuna, hace años, de conocer a la joven Beatriz quien, por cierto, hay que reconocerlo, ya rompía corazones.

Notas

[1] Fragmentos del prólogo a Los dones de la tierra de B. S. G., en prensa.
[2] pp. 72-73.

 

Adolfo Castañón es poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa

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Posted: February 29, 2024 at 11:28 pm

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