Essay
Cinco de bastos

Cinco de bastos

Malva Flores

con Milenka

Antes de que mi abuelo construyera la casa, el pozo, la alberca y, en fin, antes de que el Vergel estuviera terminado, en una pequeña casa de madera prefabricada que mi mamá compró y que levantó en el mismo terreno, se reunía toda la familia después de la comida para que mi abuela materna echara las cartas —la baraja española—, con el propósito de atisbar el futuro de su prole.

Su imagen, siempre envuelta en algún remedo de bata, y el olor de la comida que generalmente incluía algún guiso con aceitunas y alcaparras, se han quedado grabados en mi cabeza para siempre. Ella se sentaba rodeada de sus hijos y sus nietos, aunque a los más chicos nos echaban lejos de la mesa para que no escucháramos el porvenir. Imagino que incluso un día antes de su muerte se habrá echado las cartas ella misma. Por eso, porque sabía, no le habló a nadie y nada se pudo hacer para salvarla: murió de una hemorragia interna fulminante un 14 de febrero.

En aquella época yo me sentaba en un viejo sofá-cama a cuadros rojos y amarillos que había pertenecido a alguno de mis tíos y que era parte de las contribuciones de toda la familia para amueblar la casa. Desde esa atemorizada distancia observaba el ritual de la baraja.

Con el mazo sobre la mesa, mi abuela pedía que le trajeran un pequeño frasco, alguna vez recipiente de cualquier medicina. Con la mano derecha sacaba un cigarro mentolado de la cajetilla. Con el pulgar y el índice sostenía el filtro y lo golpeaba varias veces contra la mesa, para asentar el tabaco. Después abría el pequeño frasco y de su interior extraía tres gotas de coñac que vertía en el filtro del cigarro. Lo encendía, daba una larga fumada y luego tomaba el mazo. Nuevamente con el índice y el pulgar iba separando del mazo dos barajas, la primera y la última, y las reunía en un nuevo haz. Una vez concluida esa operación, se lo daba a la persona que escucharía la lectura. A su vez, ésta barajaba las cartas tres veces repitiendo mentalmente “por mí y por lo que me espera”. Al terminar colocaba el mazo en el centro. Mi abuela lo dividía en dos, los colocaba en cruz y con la mano de alguno de sus hijos sobre las cartas, le hacía repetir la misma frase, ahora en voz alta. Después de hacer una pausa, empezaba a repartir las cartas, en líneas de siete.

Todo eso me daba miedo, pero lo más aterrador ocurría cuando en la mano de mi abuela hacía su aparición el cinco de bastos que, en alguna combinación con otra carta que no recuerdo, implicaba que con su increíble voz infantil, dijera en tono admonitorio: “De improviso…” Desde ese momento —y siete cartas después—, se venía la cascada de desastres: “el rey de oros” (siete cartas) “en la casa” (siete cartas) “a la mesa” (siete cartas) “con la morena de copas”… Después, con seguridad surgían las espadas que significaban lágrimas o tristeza o algo terrible. No lo recuerdo muy bien. Yo estaba lejos, en el sillón, pero desde entonces hasta hoy cualquier cosa que ocurra “de improviso” me provoca un agudo dolor de estómago y el encuentro con lo inesperado es la peor de mis calamidades.

Hace unos días leí la columna de Rafael Pérez Gay  donde narra algunas de las vicisitudes de su niñez durante unas vacaciones en El Casino de la Selva, hotel al que mi padre alguna vez nos llevó y que estaba, como el Vergel, en el estado de Morelos. Un late late, como el que me sostenía casi sin respirar en mi sillón a cuadros, se fue apoderando de mí durante la breve lectura. Los personajes, unidos en uno solo, eran yo misma, de niña, padeciendo el calor, aborreciendo los fines de semana o las vacaciones, los aterradores alacranes, la inminencia de la catástrofe que mi abuela proclamaba siempre como si fuera vocera del Apocalipsis.

No he dicho, por cierto, que la construcción de aquellas casas no tenía un fin recreativo: se trataba de contar con un refugio para que la familia se salvara de la debacle que ocurriría en el Juicio Final, según había pronosticado mi abuela 15 años antes. Obviamente, su vaticinio falló, pero estaba calculado (y tengo muchos testigos que pueden avalarlo) para el 21 de septiembre de 1985. Cuando el 19 ocurrió el terremoto y mientras junto con toda mi familia me dirigía hacia el refugio, pensé que sería el último de los estragos de un cinco de bastos aparecido muchos años atrás.

Al leer el texto de Pérez Gay, todas aquellas cosas que he querido olvidar, regresaron “de improviso”. Como un golpe de calor, como un golpe del tiempo. Empecé a temblar, pero entonces comprendí que el cinco de bastos era también un modo oculto de la literatura: aquella carta que aparece de pronto, nos convierte en el otro y en cierta forma nos dice que no estamos tan solos. Sé que esta ingenuidad haría palidecer a los profundos y especializados estudiosos de la literatura. La empatía, esa vieja polvosa, ya no llama la atención de nadie en las aulas, como no sea para incluso refutarla con vagas nomenclaturas y altísimas teorías que no tienen nada que ver con esos sentimientos primarios. Es un hecho que la empatía está pasada de moda y pude constarlo hace poco cuando en un examen profesional un estudiante cometió el error de mencionarla. Los jurados le cayeron con picahielo. “El dolor que nos produce el dolor ajeno, ¿no es empatía?”, se defendió el atribulado muchacho. Le dijeron que las ideas sobre la empatía habían cambiado mucho. ¿Y el dolor?, me pregunté en silencio.

De ahora en adelante, tendré más cuidado antes de condenar al cinco de bastos. Como él mismo, de improviso, encontré en la literatura su extraordinaria función.

malva floresMalva Flores es poeta y ensayista. Sus libros más recientes son La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Ensayo; Literal Publishing/ Conaculta, 2014) y Galápagos (Poesía; Era, 2016). Es columnista de Literal. Twitter: @malvafg

© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: August 29, 2016 at 9:23 pm

There are 2 comments for this article

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *