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CON MALICIA: UN ANTES Y UN DESPUÉS DE JOHNNY DEPP

CON MALICIA: UN ANTES Y UN DESPUÉS DE JOHNNY DEPP

Aurora Losada

“¿Alguien se ha preguntado qué vamos a hacer cuando termine este juicio?”

La pregunta jocosa, lanzada por uno de los millones de TikTokers que durante más de seis semanas comentaron puntualmente el juicio del actor Johnny Depp y de su ex mujer, la también actriz Amber Heard, aludía al síndrome de abstinencia que sentiríamos cuando el proceso llegara a su fin. Cientos de millones de espectadores dentro y fuera de Estados Unidos nos enganchamos, reconozcámoslo, con mezcla de fascinación y de espanto, a la transmisión nuestra de cada día.

La pregunta podía parecer cargada de frivolidad, como la concentración mediática en el juicio mientras el país sufría el azote bestial de nuevos tiroteos en escuelas y supermercados, como el show casi obsceno que se desarrollaba a diario en la sala, y como el espectáculo añadido que, de forma muy creativa, eso sí, se armaba en TikTok como colofón de cada sesión.

En realidad, la pregunta era premonitoria.

Qué vamos a hacer después de este juicio, ahora que ya sabemos el veredicto que marca un antes y un después, es la gran cuestión. Cómo nos vamos a comportar a partir de ahora en casos similares, o en cualquier caso que requiera, como manda el sistema democrático, un debido proceso antes de un castigo.  Yo extendería la pregunta más allá: qué van a hacer los agentes más influyentes en la cultura de la cancelación, medios y empresas, para tomar y ejercer sus decisiones con cautela y responsabilidad en vista de que muchos de ellos se precipitaron y resbalaron en su prisa por defenestrar a Depp que, hoy sabemos, fue difamado por su ex.

Este caso iba mucho más allá del litigio entre dos celebridades, uno más célebre que la otra. Había mucho más en juego que Johnny Depp vs Amber Heard y, como retrueque, Amber Heard vs Johnny Depp. Un veredicto que sólo a días de haber sido pronunciado se convirtió en épico por su trascendencia y polémico por su contenido, confirmó que no eran sólo las acusaciones entre particulares lo que se juzgaba sino, además, un sistema sociocultural dominante desde hace años que no cuestiona ni permite cuestionar, que impone la unidireccionalidad, exige pertenencia y lealtad a la tribu adecuada, facilita la acusación gratuita y practica la cancelación de gatillo fácil. Basta con ver la reacción ante el dictamen de la propia Heard, que durante el juicio no escatimó contradicciones, mentiras y hasta histrionismo, para entender que vivimos en una cultura en la que dependiendo del género de quien se sienta en el banquillo, las apuestas tienen resultado garantizado.

¿Cómo eliminar el engranaje que se pone en marcha cuando una sola palabra basta para que alguien veladamente acusado de hechos atroces sea inmediatamente vilipendiado, socialmente condenado, laboralmente castigado, aislado, y considerado un apestado? 

Este juicio, pero sobre todo el veredicto, son una oportunidad para reflexionar sobre este punto inquietante al que hemos arribado, en el que las viejas premisas de que la justicia debe ser igual para todos y de que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, parecen haber quedado fuera de moda.

Cuando  siete miembros de un jurado dictaminaron unánimemente que la actriz Amber Heard, ex esposa del actor Johnny Depp, difamó con malicia y alevosía al actor, y que debe pagarle 10 millones de dólares por daños y perjuicios, más otros cinco millones por su maldad, no estaba abriendo una caja de Pandora: estaba intentando cerrarla.

“Para que un jurado dictamine que hubo malicia y difamación en un caso como éste, realmente tiene que ser porque no creyeron nada y en algún punto incluso dejaron de escucharla”, le dijo a la cadena de televisión NBC uno de los abogados que analizaron el caso, en referencia a Heard.  Y es que, como ha señalado en alguna ocasión el analista legal Jeffrey Toobin, lo simple rara vez pierde ante una pretendida complejidad.

Como en una cebolla, en la historia de este juicio hay múltiples capas, y de todas ellas hemos tenido conocimiento, con todo lujo de detalle. Está la historia del matrimonio tóxico en el que ambos intercambiaban lindezas de toda índole, la historia de la casi incapacitante adicción al alcohol y a las drogas de Depp y del acompañamiento en el uso de drogas de Heard, la historia de los brotes histéricos de la actriz y de las huidas de él para evadir enfrentamientos, las tensiones creadas por la carrera artística absolutamente consagrada del uno y la carrera artística sin mayores glorias de la otra, la historia de los ciclos esquizofrénicos que combinaban gritos e insultos por parte de ambos con reconciliaciones desesperadas.

La letra escarlata

Pero, en el corazón de todas ellas, está la historia de la difamación. Y, sobre todo, de sus consecuencias, en una época en que llevar la letra escarlata de Abusador en la solapa supone un destierro del que es difícil volver.

De entrada, ese empeño de Depp de no dejarse arrollar por unas indirectas acusaciones en su contra, tiradas con pretendida inocencia al viento a través de un artículo de opinión de alcance internacional, y de no aceptar sin más el destino de exilio social y laboral al que eso le empujó, de pelear por darle al caso su debido proceso frente a la modalidad actual de condena social express, ya ha supuesto en sí una revolución. El veredicto no ha hecho más que apuntalarla.

Con su conclusión, el jurado apunta que Heard mintió en dos ocasiones. 

La primera, en su artículo de opinión en el Washington Post en 2018, titulado “Yo alcé mi voz contra la violencia sexual—y enfrenté la ira de nuestra cultura. Eso tiene que cambiar”, en el que se erigía como “representante de la violencia doméstica” y afirmaba que había sido testigo de cómo “las instituciones protegen a los hombres acusados de maltrato”.

La segunda, en sus declaraciones juradas durante el juicio, acompañadas de múltiples gazapos de su propio equipo legal, como por ejemplo la mención a una marca especifica de maquillaje que la actriz habría utilizado para cubrir sus moratones en 2017, cuando ese producto no existía en aquel momento.

Aunque Heard no nombraba al actor en su artículo, Depp concluyó que por el período de tiempo al que su ex mujer aludía, estaba claro a quién se refería. No sólo él. Según parece, también lo interpretaron así medios del mundo entero, Disney y sus ejecutivos, que no tardaron en parar un contrato para la sexta entrega de Los Piratas del Caribe, de cuya saga el actor es protagonista; Warner, que no tardó en hacerle saber al actor que lo retiraba de la saga de Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald;  y definitivamente, el diario británico The Sun, contra el que Depp perdió una demanda por libelo ante una corte británica tras haber aparecido en una portada con el título de “wife beater”.

Johnny Depp como el capitán Jack Sparrow en la saga de Los piratas del Caribe de Disney.

 

Sólo una empresa mantuvo su contrato con Depp: Dior. Quizá por tener sede en Francia, alejada tanto del epicentro de la crisis de imagen del actor como de la cultura de la cancelación propia de EEUU, la firma de alta costura jamás retiró los anuncios de su colonia Eau Sauvage de los que Depp es el protagonista y la cara de la marca desde 2015. Sin buscarlo ni esperarlo, Dior se vio envuelta, en pleno juicio, en un movimiento que alentaba a los defensores de Depp a salir en masa a comprar su colonia con el hashtag #thankyouDior, lo que aumentó sus ventas considerablemente, según el Wall Street Journal. Un guiño al gesto de la empresa de esperar y ver antes de disparar.

Imagen de Johnny Depp en el anuncio de Eau Sauvage de Dior Dior

 

Enfrentada con una acusación por difamación, uno hubiera podido pensar que una víctima de violencia doméstica—hasta el  artículo del Washington Post en 2018 Heard no había denunciado abuso sexual alguno—que había tenido el coraje para acusar públicamente a su maltratador en un diario de alcance internacional, y que acto seguido se presentó como representante de las mujeres maltratadas, habría continuado la batalla contra viento y marea para mantener una lucha a todas luces admirable.

Pero he aquí la primera contradicción extraña de Miss Heard: Ante la persistencia de su ex marido por llevar el caso ante los tribunales, decidió negar la mayor: No sólo el artículo no era sobre Depp, es que tampoco lo había escrito ella, aunque llevara su firma. Esta afirmación, en apariencia menor, como tantas otras a lo largo del juicio, acabó convirtiéndose en una de las varias auto-trampas con las que la actriz terminó tropezando, sobre todo en su segunda declaración casi al final del juicio, cuando ya no recordaba qué había dicho, cuándo, o se desdecía sobre las fechas en las que había colocado cada evento de maltrato.

Esa falta de solidez en unas acusaciones tan graves, alegremente difundidas y diseminadas, y las consecuencias profundas que ese gesto generó, es el epicentro de todas las otras historias de degradación de la pareja. Y, sobre todo, lo que llevó a Johnny Depp, como diríamos en buen lenguaje legionario, a morir por dios, a exponer y exhibir todas sus miserias personales, las de Heard, y las de ellos dos juntos de forma descarnada porque, como él mismo pronunció: “qué más puedo perder si ya lo perdí todo”.

En definitiva, alrededor del concepto de difamación en litigio, sobrevolaba en la sala del tribunal el propósito de una persona, independientemente de su género, de no permitir que otra, independientemente de su género, se erigiera en símbolo de la violencia doméstica y sexual a su costa.

Y ha sido a través de esa apuesta redoblada de Depp, claramente inesperada para Amber Heard y marcadora de un antes y un después en este tipo de casos, como las capas de la cebolla se fueron pelando hasta descubrir otras que desconocíamos: los maltratos físicos y psicológicos que Heard ejerció sobre él, las manipulaciones y las humillaciones que la actriz practicaba con frecuencia, el famoso regalito fecal que le dejó en la cama cuando Depp decidió abandonar la casa, el permanente clima de tensión provocado por sus pataletas, las peleas físicas que, según la propia Heard en varias grabaciones, ella provocaba para llamar la atención de Depp cuando éste rehuía el conflicto. “Tú me obligas a  hacerlo”, le dice ella en una conversación sobre por qué emplea la agresión física; una justificación común, sobrecogedora, y de manual, de los abusadores. Y, por supuesto, la conversación entre el actor y su médico en la que nos enteramos de que fue a consecuencia de una agresión de ella como el actor perdió parte de un dedo de su mano derecha.

No, Depp tampoco es un santo. Como quedó claro a lo largo de cada jugosa y deprimente sesión de ese juicio, tenía sus brotes de ira, destilaba bilis contra la que era entonces su mujer en comunicaciones electrónicas con amigos y colegas, y claramente terminó despreciando a Heard con toda su alma, al tiempo que no encontraba cómo alejarse de ella .

Desgastado por las drogas y el alcohol, como él mismo ha reconocido, haciendo gala de todas sus excentricidades, y luchando contra demonios propios, el actor puede caer bien o mal, gustar o disgustar, inspirar admiración o repudio, pero ni Heard ni su equipo legal han podido demostrar que sea el maltratador bestial de las historias que ella narró una y otra vez, de forma desordenada, teatral, caótica, sembrada de mentiras finalmente descubiertas en las últimas sesiones del juicio, con el fin de construir una historia que apuntalara los argumentos del famoso artículo del Washington Post.

El objetivo era demostrar, a toda costa que se dio un abuso de una envergadura tal, que el concepto de difamación quedaba aniquilado. El fallo en esta estrategia de la actriz fue la propia actriz, sin duda.

Cada uno es muy libre de opinar lo que quiera, suponer, intuir y especular como más le guste, pero la justicia no funciona a base de opiniones, funciona a base de hechos, y específicamente, a base de hechos demostrables.

Los tribunales paralelos de la calle, de la cola del Starbucks, de las redes sociales, y de los analistas mediáticos que viven en una cámara de eco no han tardado en rasgarse las vestiduras ante el veredicto, aunque sin atreverse a condenarlo porque ese extremo sería tanto como reconocer abiertamente que el debido proceso no sirve. Qué dilema: Por un lado, no poder criticar abiertamente la decisión de un jurado que dictamina con la autoridad que le confiere el sistema democrático—y con la presión, irónicamente, de fallar a favor de la mujer—y al mismo tiempo presentar ese veredicto como un retroceso, un atentado contra los logros sociales de los últimos años que, al parecer, incluyen que a toda costa la mujer debe ser víctima y el hombre maltratador.

Guerra de relaciones públicas

Tanto la ira descarnada contra la actriz, vertida de forma inmisericorde en las redes sociales, como la adoración e idolatría exageradas sobre la figura de Depp son extremos de unos instintos muy primarios que fueron aumentando a medida que la causa legal avanzaba. Los fans suelen aplicar una dicotomía radical del bien y el mal, y este caso era un cocktail molotov servido en bandeja para los dos bandos.

Dentro de esa guerra de relaciones públicas, y de lealtades y odios debidos, no cabe duda de que Depp ganó todas las batallas, mucho antes de que terminara el juicio. Pero si bien la extrema popularidad del uno y la extrema impopularidad de la otra jugaron un papel significativo incluso dentro de la sala, no es cierto que el juicio gravitara alrededor de ese elemento: lo hizo alrededor de lo que tanto Depp como Heard representaban.

Esta causa fue vista por una buena parte del país como una oportunidad largamente esperada de revertir las imposiciones de una cultura identitaria que promueve que cualquier acusación grave de una mujer a un hombre sea automáticamente considerada como verdadera e indiscutible, con consecuencias a menudo irreversibles.

Quizá por eso, de todas las grabaciones reveladas durante el juicio, una en particular se convirtió en emblemática. En ella, Amber Heard, al calor de una discusión pronuncia: “Puedes decirle a la gente que es una pelea justa, y ve lo que el juez y el jurado piensan. Diles, Johnny. Diles, Johnny Depp, yo, Johnny Depp, un hombre, soy víctima también de violencia doméstica… y ve cuánta gente te cree o se pone de tu lado”. Como le dijo el jefe del equipo legal de Depp, Ben Chew, al jurado, imagínense esa misma conversación al revés.

En el momento en que se hizo evidente que las versiones de Heard no cuadraban, los testigos la desmentían y hasta sus abogados cometían errores sospechosos, ese famoso hashtag #justiceforjohnnydepp empezó a ir más allá de la celebridad: era una expresión de deseo de justicia, punto; independientemente del género.

#MeToo sin #MeToo

Las teorías alrededor de por qué ese pobre y desorientado jurado se ha atrevido a equivocarse de forma tan fenomenal al dar la razón de forma contundente a Depp no escasean: desde la supuesta influencia que las redes sociales habrían tenido sobre los siete miembros—el veredicto fue unánime—hasta su incapacidad para creer a la desvalida Amber, pasando por un arsenal de pruebas supuestamente suprimidas por la juez que, en ese caso, sería corrupta y habría manipulado el juicio a favor del actor. Es decir, todo habría conspirado en contra de la “víctima” del primer al último momento.

Tampoco faltan los pronósticos sobre el desastre apocalíptico que ese veredicto nos traerá. Uno de ellos es el fin del #MeToo, lo que, de ser cierto, daría qué pensar sobre la solidez de un movimiento que comenzó años atrás y que consiguió cambiar con mucho acierto a veces, y a veces con muy poco, las reglas del juego. También está la premonición de que, a partir de ahora, cualquier víctima de violencia doméstica, mujer, naturalmente, se lo pensará dos veces antes de llevar su caso a los tribunales por temor a no ser creída. Detengámonos en ellos, son el fundamento de la negación de la difamación.

En primer lugar, como dejó claro Chew, éste es un caso de #MeToo sin #MeToo. Ninguna otra mujer aparte de Amber Heard salió a decir Me Too, o Yo También, fui maltratada, violada, humillada por Johnny Depp. Ninguna de las decenas de mujeres que compartieron vida con el actor, compañeras de reparto, y, esencialmente, ninguna otra mujer en el planeta, salió a denunciar una situación de esa índole. Más bien al contrario, todas salieron a apoyarle públicamente, incluyendo a la madre de sus dos hijos, Vanessa Paradis, la actriz Wynona Ryder, quien fue pareja de Depp durante años, muchas de las actrices que trabajaron con él, como Angelina Jolie y Penélope Cruz, y la fundamental, la modelo Kate Moss, que declaró a su favor  para desmentir contundentemente el comentario tirado como un dardo por Heard de un supuesto incidente en el que el actor habría tirado a la modelo escalera abajo.

No vayamos tan lejos. La misma organización MeToo, publicó un comunicado después del veredicto en el que calificó el juicio de “catástrofe tóxica y una de las mayores difamaciones contra el movimiento” además de haber estado lleno de “pretendidos maltratos, humillaciones y acusaciones”. Paralelamente, la actriz, aún presentándose como la cruzada universal contra la violencia doméstica, sacó su propio comunicado en el que afirmaba que con este veredicto se da un paso atrás en los derechos de las mujeres.

La fundadora de MeToo, Tarana Burke, lo dejó más claro: no se puede tener doble standard y celebrar cuando el jurado dictamina a favor de la presunta víctima pero rasgarse las vestiduras cuando decide que no hay tal, porque o todos los veredictos sirven, o no sirve ninguno.

Será imposible saber lo que pasó. Las contradicciones permanentes de la actriz, y su total negación de responsabilidad alguna en el desastre que era esa relación han hecho imposible saber si hay un poso de verdad en sus reclamos, si en alguna de las muchas peleas Depp la agredió como ella a él, si la intensidad insoportable de aquellos conflictos entre ambos derivó ocasionalmente en una violencia mutua, pero lo que sí sabemos es que Depp fue golpeado y maltratado.

Amber Heard, en una de las fotos que presentó como prueba de maltratos en el juicio.

También sabemos lo que no pasó. Y lo sabemos gracias a los testigos que desfilaron durante el juicio y corroboraron que jamás vieron ni las marcas espantosas de las palizas a las que ella aludía, ni los episodios de maltrato, ni las señales de un abuso presentado como sistémico y crónico, sino más bien todo lo contrario. Hablamos de policías, médicos, agentes artísticos, abogados de familia, empleados domésticos, e incluso amigas de la familia de ella.

Pero, sobre todo, sabemos lo que no pasó gracias a la propia Amber. Y esto lleva a la segunda gran premonición, según la cual las mujeres que sufren violencia doméstica y sexual preferirán quedarse calladas a partir de ahora. De ser así, habría qué preguntarse quién es responsable.

Son varias las mujeres que coinciden en señalar a la actriz, entre ellas la periodista Megyn Kelly y la ex juez y ex fiscal del estado de Nueva York Jeannine Pirro, además de grupos de supervivientes de violencia doméstica que han expresado su indignación con Heard en redes sociales por haber contribuido al descrédito de quienes realmente sufren abusos en pareja.

Kelly y Pirro saben de qué hablan. Las dos tienen experiencia con casos de abuso y violencia. La primera es ex presentadora de noticias de Fox en Estados Unidos, y fue parte de una demanda contra el anterior presidente del canal, Roger Ailes, por acoso sexual. Pirro, actualmente panelista también en Fox, fue  presidenta de la Comisión de Víctimas de Violencia Doméstica del estado de Nueva York hasta el 2005.

“Amber Heard mintió una y otra y otra y otra vez”, señala Kelly en su análisis del veredicto. Fue “su duplicidad” lo que le hizo perder este juicio.

Y aunque Heard se queja en su comunicado de que este veredicto es un paso atrás sobre “la idea de que la violencia contra las mujeres debe ser tomada en serio”, Kelly hace hincapié en que eso no es cierto. “Sus acusaciones de violencia doméstica fueron tomadas extremadamente en serio. Tuvo dos tribunales al mismo tiempo invirtiendo meses en esas acusaciones, declaró durante cuatro días en este juicio para contar su historia ante un tribunal. Su problema no fue el no ser tomada en serio: su problema es que sus mentiras la convirtieron en alguien imposible de creer. Ese es un problema que ella se creó, no necesariamente el de las mujeres que lleven su caso a juicio en el futuro”.

Pero, se pregunta Kelly, si llegara a ser así, “¿quién sería responsable de que eso sucediera? Ella. Ella le mostró al mundo que las acusaciones de abuso requieren un escrutinio cuidadoso y meticuloso porque las mujeres, a veces, mienten. Ella, definitivamente, lo hizo.”

La actriz aparentemente vivía sus días fotografiando y grabando en video cada detalle de la caída libre personal de Depp y del conflicto entre ambos , y así lo mostró al mundo durante el juicio: el actor tirado en un sofá pasado de rosca con un helado derretido sobre el pantalón, la ropa revuelta en el armario de ella producto de un ataque de ira de Depp, unas rayas de cocaína sobre una mesa supuestamente preparadas por él, y cómo olvidar el famoso video que ella intentó grabar clandestinamente y que muestra a un Depp borracho golpeando furiosamente unos armarios de cocina pero en el que jamás le pone un dedo encima. El mismo video que, en un golpe irónico del destino, terminó representando el paradigma de las mentiras de Heard cuando un ex empleado del website de entretenimiento TMZ declaró que sólo ella podría haber sido la fuente de la filtración a ese medio, lo que anteriormente la actriz había negado categóricamente en varias ocasiones bajo juramento.

La retahíla de material gráfico que demuestra la capacidad estratégica de Heard para documentar su caso, hace todavía más sorprendente que se detuviera en registrar cada pequeño detalle de una relación indeseable pero no los supuestos eventos brutales, como los golpes en la cara que el actor le habría propinado con puños adornados de gruesos anillos, las contusiones que habrían sido producto de sus cabezazos, los mechones que le habría arrancado al arrastrarla de los pelos, los célebres dos ojos morados, nariz rota y labio partido resultantes de una paliza que a todas luces habría dejado a la actriz con la cara destrozada pero que nadie percibió al día siguiente cuando apareció en el show de James Corden. Y, por supuesto, la más grave de todas: el supuesto caso de violación con una botella.

Nadie vio ninguna de estas señales que, sin duda, dada la brutalidad, tendrían que haber sido imposibles de ocultar, no existen registros de atención médica después de semejantes episodios de violencia, y en ninguno de esos casos Miss Heard tomó una foto que documentara las barbaridades a las que supuestamente estaba siendo sometida.

Este punto es fundamental, no sólo porque evidentemente tuvo un peso en la credibilidad de ella ante el jurado, sino porque muestra cómo Heard fue redoblando la apuesta frente a la espada de Damocles que, de caer de punta, le costaría varios millones de dólares, la pérdida de su reputación, y muy probablemente, su carrera. Lo que temió, se cumplió.

“Mintió sobre cuestiones inconsecuentes y sobre cosas muy significativas también”, señala Kelly en su análisis. “Y si bien podría haber aceptado su responsabilidad ante el jurado sobre estas cosas y decir, por ejemplo, ‘ok, sí, yo le pasé el video a TMZ, no estoy orgullosa de ello pero lo hice porque temí que él me destrozara si hubiera una guerra de relaciones públicas’, habría estado en una mucha mejor posición, pero no podía admitir nada que la expusiera como mentirosa y manipuladora: ésa era una verdad demasiado arriesgada para mostrársela al jurado, y sus intentos por esconderla sólo la hicieron más obvia”.

El momento del después

Las incongruencias y mentiras de la actriz se convirtieron en un ovillo que lejos de desenredarse fue creciendo y haciéndose más denso a medida que transcurría el juicio.

Comenzó el proceso judicial negando su autoría del famoso artículo, terminó reconociendo que fue ella quien lo escribió. Comenzó el proceso negando que el artículo girara alrededor de Depp, terminó proclamando que fue por su experiencia con Depp que decidió escribirlo. Declaró que había obtenido 7 millones de dólares de su acuerdo de divorcio con Johnny Depp, pero en realidad fueron 14. Aseguró que había donado los 7 millones a fundaciones de caridad, pero nunca lo hizo.

Afirmó que pegó a Depp por miedo a que tirara a su hermana por una escalera porque sabía que algo así le había sucedido a Kate Moss, y la modelo se encargó de desmentirla. Negó absolutamente haber defecado sobre la cama del actor pero en una conversación grabada reconocía que había sido una broma.

Todo lo anterior más las versiones encontradas sobre las supuestas palizas, los testimonios de testigos que refutaron muchos de sus relatos, las grabaciones reconociendo sus propios maltratos sobre el actor y las humillaciones verbales a carcajada limpia, en realidad no hicieron más que servir en bandeja el veredicto.

Ahora llegará el momento crítico del después: habrá que ver si los que cancelaron a Depp con la única razón y garantía de una difamadora se comerán ese mismo veredicto silenciosamente o tendrán el valor de rectificar públicamente.

 

Aurora Losada es periodista y comunicadora en Estados Unidos. Cursó sus estudios de posgrado en periodismo y relaciones internacionales en la Universidad de Columbia, en Nueva York.  Ha trabajado para medios como el Wall Street Journal, Houston Chronicle, la agencia de noticias Reuters, y estaciones de radio y TV afiliadas a NBC y NPR. No es fan de Johnny Depp. Su Twitter es @auroralosada

 

 

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Posted: June 13, 2022 at 9:14 pm

There are 3 comments for this article
  1. Anabelle da Silva at 3:36 pm

    Después de haber leído este increíblemente largo y extremadamente barroco artículo en el que la autora le da vueltas y mas vueltas a lo mismo, me permito no estar de acuerdo con sus conclusiones.
    Las mujeres maltratadas no denuncian a su agresor mayormente no por miedo a no ser creídas, sino por miedo al agresor y sus represalias (más agresiones, impedir que tenga contacto con los hijos, retiro de apoyo económico, etc). Los hombres maltratados, que son muchos, no denuncian a su agresora mayormente por las mismas razones (mas agresiones, impedir que tenga contacto con los hijos, pago de pensión, etc).
    El juicio de estos actores no fue mas que un circo en donde se sacaron al sol trapitos que se debieron haber lavado en casa. Depp no ganó dicho juicio por ser una víctima inocente ni mucho menos, lo ganó por tener un equipo de abogados mas astuto y con mas recursos que la fiscalía. Igual que con O J Simpson que ganó no por ser inocente, sino por tener más dinero para poder pagar mejores abogados.
    Este es el sistema judicial estadounidense, que de ninguna manera es infalible y mucho menos justo.

  2. Silvia Reyes Morales at 8:04 am

    Excelente análisis, objetivo, detallado y argumentado. Fuera de fanatismo. Era obvio quien tenía todos los razgos de maltratador, ella. Siempre he pensado que la actriz tiene un problema de conducta límite, psicológico. Hubiera esperado que en el veredicto se le recomendara visitar al psiquiatra.

  3. Margarita Lozada Mendez at 10:10 am

    Me gustó la forma en que escribe. Está relatoría, larga, si, describe casi la totalidad del juicio y desconozco de leyes y no soy psicóloga, pero si podía percibir la falsedad de Amber y celebro se hayan expuesto sus mentiras

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