Cruce de ideas
Alonso Rabí do Carmo
Título: Cruce de Fronteras
Autor: Eduardo González Viaña
Editorial: Axiara Editions/ SubUrbano
Año: 2013
“Según algunas mitologías, cuando el héroe se pierde en el bosque o en el laberinto, algo trascendente ocurre dentro de él. Al salir, está intacto, pero ya no es el mismo. ¿Le ocurre esto al escritor latinoamericano que viene a vivir en los Estados Unidos? Es muy probable que el acento o acaso el espíritu de su lenguaje hayan cambiado”. Con esta sugerente pregunta, que podría tener también un sentido alegórico, el escritor peruano Eduardo González Viaña da inicio al prólogo de Cruce de fronteras, una antología de escritores iberoamericanos que radican y escriben en Estados Unidos.
Esas líneas iniciales resultan altamente significativas, en la medida en que nos proponen dos cambios ocurridos a partir del hecho de ser escritor e inmigrante: el primero, más obvio, es el cambio territorial: el escritor se enfrenta a una nueva geografía, en muchos casos desconocida; el segundo, más sutil y menos inmediato, tiene que ver con la esfera de la subjetividad, la percepción y el impacto que sufre la escritura ante una experiencia que González Viaña vincula, no sin razón, a la de un héroe mítico.
Ser inmigrante, depende del cristal con que se mire, puede ser una maldición, una prueba de fuego, una tabla de salvación o, sin más preámbulos, una aventura, una nueva dimensión de la experiencia que se abre a un nuevo territorio, una experiencia que en sus primeros días hace que uno, al modo de los ciegos, utilice el bastón de su imaginación y el lazarillo de su conciencia para reconocer y hacer suya esa geografía en la que, después de la extrañeza inicial, se puede recobrar cierta familiaridad. O no. Y sentirse siempre y para siempre un extraño, alguien ajeno, suspendido en los predios de su memoria.
Cualquiera sea la situación entre las descritas, lo innegable es que la vivencia migratoria produce en sus protagonistas un cambio profundo. Algunas veces ese cambio y ese cúmulo de sensaciones no llegan a ser conocidas ni plasmadas en un texto: no todo inmigrante es un escritor, acaso no todos tienen tiempo de pensar en la utilidad de reflexionar sobre su condición, quizá este es un terreno en el que unos cuantos pueden sembrar ideas y reflexiones, además de dar rienda suelta a su sensibilidad de habitante de un exilio que, buscado o no, tiene como consecuencia la transformación de su inteligencia del mundo.
En los últimos años se han establecido en Estados Unidos dos nuevos campos narrativos y de reflexión crítica: uno conformado por un corpus de textos que pertenece a escritores nacidos en este país, de padres o abuelos hispanohablantes, o llegados a él desde muy niños, habiendo tenido acceso a una educación formal en inglés. Aquí se ubican autores tan disímiles como Julia Álvarez, Domingo Martínez o Sandra Cisneros. Este primer grupo, hay que notarlo, no enfatiza tanto la condición de inmigrante como sí la del sujeto bicultural, no necesariamente bilingüe, mostrado en una relación no resuelta entre sus orígenes y ancestros y los pormenores de su presente.
El segundo campo es integrado por escritores que ostentan, la mayoría de ellos, la condición de inmigrantes –muchos pertenecientes al sector académico y algunos bilingües en materia oral y escrita– que desarrollan obras tanto en el ámbito de la ficción cuanto en el de la crítica. Se trata, propiamente hablando, de exiliados ya no por razón política sino profesional o familiar, no por circunstancias de persecución sino de vocación, sino precisamente por posibilidad de su realización.
La antología que ha elaborado el escritor peruano Eduardo González Viaña –de acertadísimo título– reúne a un significativo grupo de escritores iberoamericanos que pertenecen a esta segunda vertiente, ubicada en lo que podríamos llamar ahora la tradición narrativa de la inmigración. Campo fértil –con un corpus bastante extenso a pesar de su relativa juventud– que empieza a concitar cada vez mayor atención de la crítica.
Las motivaciones, los temas, las preocupaciones que exhiben estos textos son diversos, pero están marcados por la memoria y la experiencia y, especialmente, por un sugerente contraste entre los vericuetos de una cotidianidad en un espacio extraño o nuevo y la evocación de ese otro territorio, de la patria originaria que luego de trasponerse la frontera se hace difícil de asir, se superpone y se “cruza” con otras imágenes y vivencias que enriquecen la experiencia migrante y enrarecen, en el mejor sentido, la noción de identidad.
La reunión incluye a varios escritores ya consagrados, como Ariel Dorfman, Sergio Chefjec, Antonio Muñoz Molina, Eduardo Halfon, Julio Ortega o el propio González Viaña, por citar algunos nombres. Destacan también autores más jóvenes pero de notoriedad creciente, como Edmundo Paz Soldán y Daniel Alarcón, entre otros. Y es también significativa la presencia de escritoras como Gioconda Belli, Marjorie Agosín, Giannina Braschi, Teresa Dovalpage, Gisela Heffes, Ana Merino y Rose Mary Salum. En suma, Cruce de fronteras presenta no solamente una muestra de diversidad estilística y formal, sino también, un punto de partida para el estudio de un canon que, pese a estar en formación, ya tiene frutos de indudable interés.
Posted: April 22, 2014 at 3:27 pm