Declaración de intenciones
Michelle Roche Rodríguez
Palabra de honor. Hombre de palabra. Hombre de letras. Hombre público. La tradición literaria proclama la génesis de América Latina como el ensayo de un puñado de intelectuales que se convirtieron en hombres «de Estado» al imaginar, incluso en sus obras de ficción, el futuro ideal para sus países; así establecían, por un lado, la legitimidad de las naciones emergentes y, por el otro, un lugar de poder para ellos en el aparato político y burocrático que estaba formándose. Las escritoras tuvieron un destino diferente. A ellas no se las consideraba «mujeres de Estado» ni siquiera cuando en sus ensayos o artículos de periódicos y revistas discutían asuntos cruciales para las sociedades emergentes, como era la necesidad de educación universal. Empecinados en que para el «bello sexo» el oficio de la literatura no podía ser más que puro divertimento, sus coetáneos de género masculino no buscaban ideales nacionales en sus obras ni se interesaron mucho en la discusión de sus ideas políticas, mucho menos si estas venían en forma de novelas o cuentos.
La situación es muy diferente un siglo después de la formación de los estados nacionales en la región. Al menos dos realidades dan cuenta de tal cambio. La primera es la considerable presencia en el espacio público de mujeres profesionales, aunque en estos tiempos el perfil intelectual rara vez venga unido a las ambiciones políticas, como sí estaba en el pasado. Esta presencia femenina es aún más numerosa que la media en las carreras humanistas, lo cual ha contribuido a la apertura dentro del estamento cultural de zonas de influencia del género, principalmente, en la literatura y las artes plásticas o, en menor medida, la música. En realidad, esto ha ocurrido con dificultades, al menos en las letras —que es el asunto aquí en discusión—, razón por la cual una generación tras otra de autoras ha debido enfrentarse a mitos diseñados por el patriarcado para marginar sus aportes culturales. Aún hacia la primera mitad del siglo XX, cuando comenzaban a abundar en las librerías obras escritas por mujeres, desde la opinión pública se las condenaba por referirse a ciertos temas —como la política— que se creían propios de los hombres. Sin embargo, cuando se ocupaban de temas supuestamente «femeninos», como la cocina, la familia o el boudoir la paradoja es que se las consideraba escritoras de menor categoría que sus pares masculinos. La verdad es que, si bien se encuentra en vías de extinción, el hombre de letras aún se mantiene aunque sea solo como una figura aspiracional dentro del estamento literario.
A esta situación se debe añadir la forma como la volatilidad del mundo digital imperante determina la producción contemporánea de cultura, feminizándola. La española Remedios Zafra se refiere a esto en el libro que ganó en 2017 el Premio Anagrama de Ensayo, El entusiasmo: Precariedad y trabajo creativo en la era digital. El «entusiasmo» al que alude es una condición del trabajador cultural hiperconectado de estos tiempos que termina convirtiéndose, a costa de su propia precariedad, en la espina dorsal del sistema neoliberal a través de las redes sociales. «El entusiasmo sostiene el aparato productivo, el plazo de entrega y tantas noches sin dormir, los procesos de evaluación permanentes, una vida competitiva, el agotamiento travestido, convirtiéndose en motor para la cultura y la precariedad de muchos que buscan vivir de la investigación y la creatividad en trabajos culturales o académicos», escribe Zafra, para quien esta situación es peor en las mujeres sobre quienes también cae todo el trabajo de cuidados en la familia y con frecuencia están peores pagadas que los hombres.
La segunda realidad que da cuenta de los cambios entre las centurias y atañen a la condición femenina en la «ciudad letrada» —para hacer alusión al célebre libro de Ángel Rama— también es consecuencia de que las mujeres ahora tengamos más oportunidades que antes para entrar en la universidad, muchas incluso con la opción de completar estudios de postgrado; en ninguna generación como la actual hay tantas con estudios de doctorado, por cierto. Esto no solo determina la producción literaria sino las maneras como se reciben nuestras obras —a partir de ahora, debo declarar mi condición múltiple de mujer, escritora y académica, como digna hija de mi siglo—. Una importante consecuencia de todo esto ha sido que muchas nos hemos ocupado de rescatar las obras escritas por nuestras abuelas y tatarabuelas, con el objeto de comparar sus ideas con las vigentes durante sus épocas. A través de este trabajo, el feminismo contemporáneo ha puesto en boga denominaciones como «mujeres de letras» que comienzan a hacer visible el trabajo de las autoras desde el siglo XIX, momento desde el cual nuestra presencia en el quehacer cultural es innegable. El resultado de tanto trabajo ha sido algo más que la reformulación del canon: su casi completa impugnación.
Una autora interesada en tal impugnación es la mexicana Cristina Rivera Garza. En uno de los capítulos de su libro Los muertos indóciles: Necroescritura y desapropiación publicado primero en 2013, en su país y en España, en el año 2021, ella se vale de la explicación del crítico literario estadounidense John Guillory para argumentar que la escritura que consideramos «literaria» no es sinónimo de buena escritura, ni siquiera de escritura de buena calidad, sino que esta es una etiqueta puesta sobre cierta forma de escritura publicada tradicionalmente en el formato papel, usualmente en forma de libros, y que se constituyó en el elemento hegemónico para la transformación de cánones a lo largo del período moderno.
¿Teníamos las escritoras y las académicas que acabar con el canon y darle una patada al edificio de la tradición para abrirnos un lugar en la literatura? No lo sé, pero vale la pena discutirlo.
El nombre de la columna, «Mujeres de palabra», da cuenta de mi interés en los temas mencionados hasta aquí. Hablo en plural, de «mujeres», y no en singular porque huyo de los esencialismos de género y creo que estas son discusiones que debemos tener todas y todos, como los seres humanos que somos, a la vez determinados por nuestra capacidad para razonar —la condición sapiens de nuestra especie— y por nuestra necesidad de vivir en sociedad. El singular en el sustantivo «palabra» alude, por supuesto, a un juego con la frase «hombre de palabra». Me interesa desmontar la idea de los «hombres de palabra» que, por un lado se equipara a otras denominaciones que discriminan en función del género como «hombres de letras» y «hombres de ideas» y, por el otro, se identifica con la noción de honor y en consecuencia a la supuesta superioridad moral del género masculino.
Reflexiono constantemente acerca de las obras literarias escritas por mujeres y las condiciones en que se produjeron, pues considero esta una manera realista de pensar en mis posibilidades artísticas. Me propongo escribir sobre eso en este espacio abierto por Literal Latin American Voices. Hablaré de los libros de mis contemporáneas y de nuestras antecesoras en esta profesión de fe que es la escritura, al tiempo que cuestionaré las maneras en que la cultura vigente hace visible o no nuestro trabajo. Tales cuestionamientos permiten concebir un punto de partida para mis obras de ficción, ensayo o periodismo. Se trata, por supuesto, de tejer la vieja red de relaciones que nos ha permitido desde tiempos inmemoriales sobrevivir a la cultura patriarcal. Es articular pensamientos propios a través de la acción de tejer una red de mujeres de palabra.
*Imagen: América Invertida, Joaquín Torres-García, 1943.
Michelle Roche Rodríguez (Caracas, 1979) es narradora, crítica literaria y periodista. Ha publicado Álbum de familia: Conversaciones sobre identidad y cultura en Venezuela (2013), Madre mía que estás en el mito (2016), la colección de cuentos Gente decente (2017, Premio de Narrativa Francisco Ayala) y Malasangre (2020). Colabora con varias revistas literarias españolas y medios culturales venezolanos. Trabajó en el diario El Nacional, fue profesora en la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello y fundó Colofón Revista Literaria en 2014. Reside en Madrid desde 2015. Su página web es www.michellerocherodriguez.com.
Fotografía © Emilio Kabchi.
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Posted: January 25, 2023 at 8:19 pm