Flashback
Joaquín Antonio Peñalosa

Joaquín Antonio Peñalosa

Adolfo Castañón

A Peñalosa no se le escapaba que la poesía tiene un origen humano. No extraña entonces que haya sido él uno de los pocos que se acercó a “La novia potosina de López Velarde”, como recuerda Gabriel Zaid. En un artículo publicado en El Sol de San Luis, Peñalosa transcribió las palabras de esa “María [que] se quedó para vestir santos hasta los ochenta años”.

I. En el calendario de efemérides de la Academia Mexicana de la Lengua se registra que el eminente poeta, sacerdote, investigador, editor, periodista, humanista y filántropo Joaquín Antonio Peñalosa Santillán nació en San Luis Potosí el 9 de enero de 1923 y falleció el 17 de noviembre de 1999. Sin embargo, en el texto “In memoriam”, escrito por el académico y sacerdote Gustavo Couttolenc (Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua, t. XXVIII, México, 2007, p. 41), se consigna que “en 1934 [a los trece años] en una hoja escrita para la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo”, daba la fecha de 1921. Se ha decidido respetar la fecha de 1923.

El poeta, prosista, sacerdote, catedrático, benefactor de la niñez, es uno de los más altos exponentes de la cultura literaria católica mexicana, como ha señalado Gabriel Zaid. Dio a la estampa 94 libros, incluidos una suma poética y numerosas antologías. Su Poesía reunida fue editada en 2019 por Juan Jesús Priego Rivera, María Verónica Carreón Urbina y Juan Pascual Gay. Una de sus selecciones fue prologada por Hugo Gutiérrez Vega en 1999, el año de su muerte, con el título Cantar de las cosas leves. Su poesía se inscribe en el arco que va de Virgilio y Horacio, Juan Ramón Jiménez, una de sus primeras lecturas, a Manuel José Othón y a los poetas como San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Fray Luis de Granada y Fray Luis de León, en español; en inglés, a Francis Thompson y Gilbert Keith Chesterton; mientras que en francés a Paul Claudel y Arthur Rimbaud. Él mismo consideraba que pertenecía a la generación de poetas potosinos de 1950 junto con Félix Daujare (1920-2011).

En 1977, en la encuesta realizada por Emmanuel Carballo para la revista Cuadernos de comunicación (núm. 24-25, junio-julio de 1977, p. 70) Peñalosa apuntó: “No se escribe al margen de la propia vida. Escribir es una forma de vivir, de autorrealizarse, de dar sentido y plenitud al hecho efímero y trascendente de ser hombre. Ser escritor y ser hombre no son dos líneas más o menos paralelas que a veces se tocan. Todo se funde en una síntesis esencial. Escribo, luego existo. Existo, luego escribo”.

 

II. Tuve la fortuna de conocer y tratar al sacerdote poeta y editor de las Obras completas de Manuel José Othón que hizo para la Colección Letras Mexicanas del FCE en dos volúmenes en 1997. Llamadas por teléfono y cartas, envíos de pruebas, comunicación con sus ayudantes, en particular con Álvaro Álvarez, antecedieron al primero de varios encuentros a lo largo de los años en San Luis Potosí, en su casa y en la casa-hogar fundada por él para albergar huérfanos. Yo sabía que en 1954, dos años después de mi nacimiento, él había publicado a los treinta y un años de edad la obra Francisco González Bocanegra, con el sello de la Imprenta Universitaria. La obra fue además presentada como tesis para obtener el grado de Maestro en Letras, especializado en Lengua y Literatura Española. El jurado estuvo presidido por don Julio Torri y Peñalosa obtuvo el grado con la Mención Magna cum Laude en 1955. Es y era el único estudio crítico serio de la vida de ese poeta mexicano del Siglo XIX cuyos versos se han sabido y saben de memoria generaciones de mexicanos desde que se decretó que el Himno Nacional Mexicano fuese el compuesto por el poeta y dramaturgo y publicado solemnemente en 1854. Peñalosa era por cierto sobrino suyo y conoció y trató a sus descendientes.

También sabía yo que Peñalosa había estudiado durante años al poeta potosino Manuel José Othón. No ignoraba tampoco que a su tarea poética propiamente dicha se sumaba una actividad periodística, crítica y como investigador, y que durante años fue uno de los más asiduos colaboradores de Ábside, la revista católica independiente que fue editada por los hermanos Gabriel y Alfonso Menéndez Plancarte. También sabía que había sido nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y que el 26 de agosto de 1955 Alberto María Carreño, Antonio Castro Leal y Alfonso Junco le escribieron una carta notificándole su nombramiento.

No sabía, en cambio, que en 1952, el año mismo de mi nacimiento, Peñalosa había editado dos importantes correspondencias: el Epistolario de Ipandro Acaico (seudónimo de Ignacio Montes de Oca y Obregón) que incluye trece cartas, éste con Don Marcelino Menéndez y Pelayo, seis con Juan Valera; y el epistolario de Joaquín Arcadio Pagaza, Clearco Meonio con el poeta y traductor Balbino Dávalos.

Cuando lo conocí en octubre de 1995, leí y releí la parte de su obra que tenía a la mano: Pájaros de la tarde. Canciones Litúrgicas, 1948, y Ejercicios para las bestezuelas de Dios, 1951. En recompensa me dedicó el libro Aguaseñora, que fue editado en 1992. Nos hicimos amigos. Me habló de su admiración por el padre y obispo Ignacio Montes de Oca, Ipandro Acaico, y me enseñó los libros que había logrado rescatar años después del saqueo e incendio de su biblioteca en los años de la Revolución. Mi simpatía por Peñalosa la suscitaba el ingenio y plasticidad de su inventiva poética, nunca exenta de elevación y de ironía y aun de humorismo. A ese talante pertenecen las risueñas páginas de Humor con agua bendita, 1977, y Menos humor con menos agua bendita, 1982.

De niño, acompañando a mi padre, yo había ido a la ciudad de Pinos en Zacatecas, de donde era oriundo el político, liberal y escritor mexicano don Luis de la Rosa, tan importante en el proceso de pacificación posterior a la invasión norteamericana de 1847. Se lo conté sin saber que él había vivido en su infancia en esa ciudad fantasmal que se quedó con la Iglesia principal a medio construir. Ese recuerdo fue el sello de la amistad. Yendo y viniendo por San Luis me comentó que había participado en el homenaje a Manuel José Othón en la sede de Donceles en la Academia un día que no recordaba bien —fue el 11 de julio de 1958— con Francisco Monterde y Alfonso Junco con su texto publicado en nuestras memorias “El idilio salvaje de Manuel José Othón”.

Llegó el momento en que los dos tomos de las obras del poeta, editadas por el FCE (en el primero, la poesía, y en el segundo, la narrativa y el teatro), se publicaron por fin. Desde luego, se presentaron en San Luis en la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Creo que fue en el patio central del edificio de gobierno. La ceremonia fue singular. Peñalosa pidió que se trasladara al patio el busto de Othón que estaba en otro edificio de la ciudad, probablemente en El hogar del niño. Cuando inició la presentación, Peñalosa dio lectura a una exaltada y emotiva carta dirigida al poeta encareciendo la edición recién impresa. Fue un momento memorable que para mí tuvo algo de ceremonia de despedida, pues sabía que sería muy difícil que volviera a ver al amigo del padre Rafael Montejano, al fino historiador literario que había tenido la sensibilidad y el tacto para entrevistar a la legendaria de Ramón López Velarde, de la misma manera que buscó a los descendientes de Francisco González Bocanegra para escribir su libro. Un joven investigador, Álvaro Álvarez, lo había ayudado a hacer la edición del tomo II, y gracias a él pude conocer detalles más personales de la vida del poeta y sacerdote. Pocos meses antes de que muriera Peñalosa, recibí en el FCE una breve carta en la que, con el pretexto de pedir algún informe editorial, me decía al final discretamente: “Castañón: ya está pegando el sol en las bardas”. Entendí que su muerte estaba próxima. Por eso, una vez que ésta llegó, saludé con emoción la antología preparada y prologada por Hugo Gutiérrez Vega, Cantar de las cosas leves, donde pude volver a leer el epígrafe de Juan Ramón Jiménez que está al inicio de Pájaros de la tarde: “Cantan, cantan, / ¿dónde cantan los pájaros que cantan?”

Me volví a encontrar con Peñalosa al preparar mi Arca de Guadalupe para Jus y consultar los cuatro volúmenes de Flor y canto de la poesía guadalupana (siglos XVII a XX) editado por él, y también hace poco me lo volví a encontrar citado y comentado en el libro de Gabriel Zaid Tres poetas católicos. Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Manuel Ponce, recién reeditado por Debolsillo, Penguin Random House, 2021, donde hay más de diez referencias a Peñalosa en el índice de nombres. A ese caudal erudito cabe añadir sus Alrededores de Sor Juana, que reproduce en facsímil “el libro de la fundación del convento de San Jerónimo en la Ciudad de México, donde vivió y murió Sor Juana” (Cf. Gustavo Couttolence, op. cit., p. 45). Hace unos meses, gracias a Carlos Ulises Mata, recibí la imponente Poesía reunida, de más de 1100 páginas, Caminando camina el manantío, editado por el Gobierno de San Luis, que me ha acompañado en estos días.

 

III. Caminando camina el manantío. Como dicen los editores, la frase proviene de un poema del autor titulado “Dicen que el hombre se parece al río”:

Caminando camina el manantío
trozo de espuma, corazón entero,
manadas de agua en aire de romero,
ser es dejar de ser en desafío (p. 546)

Las más de mil páginas del volumen trazan, desde luego, una suerte de autorretrato en clave poética del autor y de sus ideas, modos, conceptos, inspiraciones y perspectivas. No se puede leer sin emoción este libro de libros. Peñalosa se atreve a varias audacias: una, quizás la más importante, es la de hacer un “Cántico del castellano” (pp. 237-252). Se aventura, ni más ni menos, a dar en clave lírica lo que Antonio Alatorre hizo en su libro Los 1001 años del español. Peñalosa hace una historia de la lengua y a va salpicando con su peculiar forma de enunciación. En sus estrofas conviven el latín y los juglares, los frailes y la gramática, y campea en esos versos la voz del poeta vibrando para saludar a la lengua española:

Te habló Fray Luis de León en el tropel candoroso de sus odas sin arte y tan artísticas.

Te habló Fray Juan de la Cruz —“oh dichosa ventura”— y te hiciste misterio y escalofrío; y sentimos que la palabra humana puede traernos el arrobamiento de la divina.

Te habló Lope de Vega, el poeta que no contó sus versos, porque advirtió tu fecundidad bíblica, tú que tienes palabras como polvo de estrellas la noche y como renuevos verdes el patriarca Abrán.

Te habló Santa Teresa, tan mística y traviesa con tus voces, que te fue escribiendo con aquel desenfado que, al salir de su pluma, ya no eras idioma castellano sino celestial.

Y te habló para siempre Cervantes, en cuyo Quijote habló toda la humanidad; y fuiste por él, flor de sonrisa y melancolía en todos los labios. Ya eras necesario como el pan y como el agua. Ya las naciones tenían necesidad de aprenderte, porque tenían hambre y sed de tu belleza virginal y fecunda. (pp. 243-244)

Al hablar de la historia de la lengua, Peñalosa necesariamente tocará la historia de América y de México. Concluirá con una alabanza: “Loado seas, mi Señor, por tu siervo el castellano”. Como si fuese Saint John Perse, el poeta potosino lanza unos “Tractos para una biografía del mar”: “Mar bíblico”, “Mar griego”, “Mar romano”, “Mar español”, “Mar nuestro”. De éste último entresaco los siguientes versos:

Mar nuestro, mar de todos…

El poeta que te canta garantiza su verso —el mar es “vonfitura exquisita para los buenos poetas”—, oh Rimbaud que dijiste el dolor y la angustia del “Navío Ebrio”.

Cuando el músico imita tus sonoridades, hay algo de nuevo y de eterno en la cascada de tus notas, oh Debussy, inquieto y deslumbrante como las proas.

Y hasta los santos, en quienes la poesía humana se tornó sobrenatural, cantan y rezan en el rosario de concha de tu oleaje, oh Francisco de Asís que loaste a mi Señor por nuestra hermana el agua.

Mar nuestro, mar de todos…

Quién pudiera dormirse para siempre como flor de coral en tus abismos, para despertar en los de Dios. (pp. 279-280)

Uno de los libros más celebrados y traducido al inglés de Peñalosa es Ejercicios para las bestezuelas de Dios (1951). En el espacio de esa nueva Arca de Noé aparecen: mariposas, elefantes, peces, caracoles, hormigas y aun la silueta de un árbol. La estrategia de Peñalosa es singular, no habla sobre, sino desde, y así dirá: “Quisiera preguntarte, Dios, por qué me hiciste hormiga: pequeña, negra y fea, siendo tu hija” (p. 399). Esta estrategia también va a darse en la fauna que aparece en el siguiente libro Canciones para entretener la Nochebuena, ahí, tras la voz del poeta que evoca las circunstancias del nacimiento de Jesucristo, escucharemos de nuevo las voces de “la mula, el buey, el burrito y el gallo [que] dimos fe que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (p. 405). El recorrido que hace por la religión cristiana y por los usos y costumbres de la cultura católica es minucioso y casi serviría para armar una arqueología de las fiestas populares. A esta perspectiva franciscana de fraternidad con la fauna, se opondrá una vertiente irónica y crítica en el libro Museo de cera (1977). Ahí aparece, con toda su contundente presencia y ausencia, la ciudad contemporánea y sus personajes. Véase por ejemplo, el poema “Valium-5” o “Hermana televisión”:

 

Llegaste a casa con honores
entre una valla y papelillos picados
buscando el mejor sitio, pase usted primero
visita de cumplimiento, fuereña entrometida
se adueñó de la sala, aquí me quedo
cómo no, señorita de 23 pulgadas
el pavorreal, colores y graznidos
luego escogió habitación exclusiva
desplazando espejos y una tía con artritis
y eso fue ponerse a contar vidas ajenas
la muy lengua larga
vieja chismosa, enredosa, cuentista y orejera
y ahí nos tienes a todos
con los ojos cuadrados
conectados a tu gran pupila fría
lavadora de cerebros, su contaminante
perra sarnosa gruñendo en los rincones
desde que entraste nadie habla en esta casa
montón de sordomudos
hoja Gillette rasura y acaricia
cállate ya alcahueta, lideresa falsaria
ay, hermana televisión
resplandeces y cantas
pego el caracol al oído y todo el mar palpita
una estrella me estalla entre los dedos
soy yo y los otros, estamos juntos todos
cosmonautas en tierra
en el bolsillo guardo el universo. (pp. 501-502)

 

El aire actual de este poema no es una casualidad. Peñalosa fue amigo del poeta católico nicaragüense Pablo Antonio Cuadra (1912-2002). Esa amistad dio como fruto una correspondencia que se encuentra aún inédita, pero quien haya leído al centroamericano sabrá cuántas afinidades tiene su obra con la del poeta nacido en San Luis Potosí.

No podía no hablar Peñalosa de la muerte y de la experiencia de la finitud. Algunos de sus poemas más intensos tienen que ver con esta vertiente. La caudalosa obra poética de Peñalosa se abre como una fiesta de formas en la que aparecen himnos y pastorelas, sátiras y coloquios, oraciones y letanías, plegarias y formas diversas de enmarcar con la palabra al silencio.

 

IV. No puede soslayarse la presencia de Joaquín Antonio Peñalosa en las letras mexicanas: hizo la edición más rigurosa de la obra del poeta Manuel José Othón, escribió la única biografía de Francisco González Bocanegra (1824-1861), autor del Himno Nacional, muerto precozmente. Por cierto, lo repito, no se tiene presente para nada que el único poema que se saben y han sabido los mexicanos a lo largo de varias generaciones es ese poema heroico escrito por el poeta de quien Peñalosa fue, por cierto, sobrino. Y no sólo lo fue, sino que asumió esa condición hasta hacer una recopilación de su obra e ir en busca de sus sobrevivientes, a quienes encontró, como muestran las fotos de la primera, segunda, tercera y cuarta generación de la familia. A Peñalosa no se le escapaba que la poesía tiene un origen humano. No extraña entonces que haya sido él uno de los pocos que se acercó a “La novia potosina de López Velarde”, como recuerda Gabriel Zaid. En un artículo publicado en El Sol de San Luis, Peñalosa transcribió las palabras de esa “María [que] se quedó para vestir santos hasta los ochenta años”.[1] Mucho debe la cultura de México a la revista Ábside de la cual fue un pilar Joaquín Antonio Peñalosa. Mucho le debemos a él, va en prenda este saludo en el centenario de su nacimiento.

 

Nota

[1] Gabriel Zaid, Tres poetas católicos, México, Penguin Random House, De bolsillo, 2021, p. 166.

 

Adolfo Castañón es poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: November 30, 2022 at 9:46 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *