Essay
Fez. Dos miradas.
COLUMN/COLUMNA

Fez. Dos miradas.

Gabriela Polit Dueñas

Cóncavo

Desde hace ya algunos meses, sino años, el aire frío y la contaminación hacen que llore. No que me lagrimeen los ojos. No. Lloro como si estuviera sufriendo; voy por la calle moqueando, con kleenex en mano; la gente me mira con temor, pena o simplemente, evita mirarme. Soy una mujer llorando. Cuando llegamos al moderno aeropuerto de Fez parecía que el irritante llanto se había olvidado de mí, pero apenas el taxista se detuvo y el hombre con la carretilla se acercó para conducirnos al hotel en la Medina, volví a llorar.

Convexo

Lo que se conoce como villa, villa miseria, favela, comuna, chabola –dice el sociólogo– no es producto de asentamientos organizados en los que los vecinos se distribuyen terrenos y marcan un trazo urbano con delimitación de espacios donde existen calles y esquinas. Las villas son viviendas improvisadas que se construyen a medida que las personas llegan del interior de su país. Primero llega una familia, luego primos, hermanos, cuñados, amigos. Las construcciones se hacen por acumulación, es decir, se construye a medida que se necesita y se lo hace de acuerdo a la posibilidad económica. La villa crece añadiendo una pared y un techo, una pared y otro techo; cuando el espacio es acotado por un terreno montañoso (Río, Quito, Medellín) o está en un terreno bajo y húmedo donde es necesario hacer rellenos, (zonas del Gran Buenos Aires, Guayaquil), las construcciones van hacia arriba, como se pueda y con la esperanza de que habrá dinero para más.

Cóncavo

Las paredes milenarias de las construcciones en la Medina son inclinadas. La mayoría no tiene ventanas. Para evitar que las mujeres pudieran mirar afuera, me explica Omar. Por eso es que la belleza de muchas de esas construcciones está en el interior. Por fuera no se distingue una mansión (Riad) de un tugurio. La casa del rico y la del pobre colindan y se ven iguales. Las calles de la Medina son corredores cercados por paredes altas que guardan el adentro del afuera. Cada barrio tiene tres elementos: una mezquita, una panadería y un bebedero de agua. A la gran Medina la cerca un enorme muro, característica de toda ciudad Medieval que se resguardaba del peligro del afuera.

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En la villa no hay calles. Esa manera de crecer por añadidura ha dejado entre una casa y otra, pasillos en los que a veces no pueden pasar tres personas al mismo tiempo. Eso –explica el sociólogo– cambió también el trazo original de los asentamientos por el tema de la inseguridad. Los dueños de casas que alguna vez tuvieron un pequeño patio al frente, construyeron paredes altas que los protegieran del afuera. Esto, a su vez, genera más inseguridad, porque los estrechos pasillos por los que se camina están al resguardo de cualquier mirada. Los transeúntes quedan a merced de atracadores y ladrones, sin nadie que los proteja.

La gran pared que suele erigirse al borde de la villa es para quitarla de la vista de las zonas caras de la ciudad. La pared es una manera de invisibilizarla. Los ricos amurallan a la villa porque ahí viven las personas que consideran son una amenaza para su seguridad.

Cóncavo

En la Medina viven casi medio millón de personas. En los pasillos se ven madres que llevan a su prole a la escuela; mujeres que salen a hacer la compra; hombres jóvenes que van en grupos buscando ayudar a los turistas; turistas que compran, consumen, caminan boqueabiertos llevando sus enormes cámaras fotográficas colgadas del cuello. Están, además, los artesanos, los carniceros, los transportistas llevando aguas, mercadería, basura, bidones de gas, de agua y caminan a paso recio, haciendo a un lado a los peatones. La Medina es un laberinto y sería arriesgado intentar recorrer sus pasillos (hay 9000 calles, muchas sin salida) con la única ayuda de un mapa de Google. El eminente sentido de alerta que se tiene al recorrer cualquier ciudad latinoamericana, está despierto. Sin embargo, no hay crímenes. Omar explica que ahí dentro hay cientos de policías encubiertos. Eso lo sabe todo el mundo, lo que permite que un turista lleve su potente máquina fotográfica sin sentirse amenazado.

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En las villas no entran los policías para prevenir la inseguridad. Los policías extorsionan, atacan, son una amenaza.

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Gran parte de la Medina está sobre un río, donde van a parar las aguas servidas. Las dos calles principales son adoquinadas y los estantes de los comerciantes tienen modernas puertas de madera. Al meterse por el laberinto de los corredores hay un olor pungente, suciedad y muchos gatos. Caminar por la ciudad del pasado –las partes más antiguas de la Medina datan del siglo 8– es un recorrido por los márgenes de la ciudad moderna.  La Medina es una construcción previa a la existencia del Estado. La villa crece por falta de un Estado.

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Cuenta el sociólogo que históricamente, una de las fuentes de mayor contaminación en el Riachuelo (Gran Buenos Aires) eran las curtiembres adyacentes a las villas. Los químicos que se usan para limpiar la piel de los animales, suavizarla y sacarle los pelos son muy fuertes y todos iban a parar al Riachuelo. En la Medina hay curtiembres antiguas, la más grande y visitada es la de Chouwara. Al entrar te dan un ramillete de menta para que lo acerques a la nariz y amortigües el olor al estiércol de paloma. Esa fuente natural de amoníaco se usa para limpiar el cuero. Desde una terraza se ven las tinajas de colores, todos de extractos naturales, con los que se tiñe el cuero. Esa foto es la clásica postal de la visita a la Medina.

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En Medellín existe un tour guiado a la Comuna 13, una de las más violentas de la ciudad, sobre todo en los años que siguieron la muerte de Pablo Escobar. La ubicación de la Comuna 13 la hace un territorio en disputa para el trasiego de la droga. Sería peligroso recorrer el laberinto de sus calles con la única ayuda de un mapa de Google. Los muchachos que dirigen el tour cuentan la épica de sus héroes, todos asesinados en las diferentes guerras locales y cuyas hazañas están pintadas en los enormes grafitis que cubren las paredes de la comuna. Al final, llegas a un lugar donde artesanos locales venden sus productos, y para que se cumpla tu sueño, te llevan a una pared donde puedes pintar tu nombre con un spray y hacer tu propio grafiti. El tour es, sobra decirlo, una puesta en escena para los visitantes, una recreación de la propia vida, con el dramatismo y la exageración necesarios para hacerla parecer ‘más auténtica’. Una trampa en la que tanto locales como turistas decidimos creer y sellamos esa creencia con un pacto no hablado. Cuando visitamos lugares distintos a los que nosotros habitamos, lo hacemos impostando algo que no somos, conscientes de que la gente que visitamos tampoco es del todo lo que muestra. Cuando somos nosotros los observados, también nos mostramos como lo que se espera de nosotros.

La visita a la curtiembre termina en una tienda enorme donde te venden los cueros. En las farmacias locales donde te explican las propiedades de las medicinas tradicionales, los ungüentos, las especies, te quieren vender. Vas al lugar donde se tiñe la lana y donde está un telar enorme con un joven ejercitando su sincronización frente al telar y luego te muestran las telas que puedes comprar. En México, nos dice el tejedor, con el agave se hace tequila, aquí hacemos seda con su fibra. Ves a hombres trabajando el metal, y te llevan a la tienda de lámparas labradas; ves a hombres tejer alfombras, y te llevan al palacete donde te quieren vender alfombras. No sabes cuántos de esos hombres y mujeres que están ocupados en sus oficios reproducen una vida que poco ha cambiado desde la edad media, y cuántos lo hacen para que sea el anzuelo para la venta. En la puesta en escena está también la posibilidad de sobrevivencia. Nada hay nada más auténtico que eso.

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En 1981 la Unesco la declara a la Medina de Fez, Patrimonio Cultural de la Humanidad. La reparación de las casas más antiguas, es carísima. Se tiene que restaurar siguiendo el código de construcción que tenga los tres elementos –azulejo, yeso labrado, madera–. La casa donde vivía Omar y su familia desde tiempos inmemoriales se derrumbó. No tuvieron dinero para restaurarla. El estado no reconoció la pérdida, puesto que nunca hubo un documento de propiedad.

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A la mañana, al abrir la celosía y mirar la belleza del patio de esa construcción milenaria, escuchar la oración –lamento y plegaria a la vez– con la que los musulmanes dan inicio al día, como miles y miles de personas antes que yo, imaginé que vivía una historia de Las mil y una noches. Doblegada ante el peso de esa cultura riquísima en la existen tantos extremos y en la que reconocí tanto de la mía, libré una batalla contra mi propia mirada simple, con esa forma de orientalismo burdo, pero me fue imposible.

Cóncavo

Salimos de las rutas guiadas y fuimos a la Mellah, el barrio judío. Un hombre se nos acerca y ofrece guiarnos hasta la sinagoga. Le decimos que no, que estamos bien. Insiste y nos sigue; volvemos a decir que no, que gracias. Insiste. Le agradezco otra vez y le digo cortésmente que queremos caminar solos. No somos ladrones, me grita. Los marroquís somos buenas personas, gente de paz. Los ecuatorianos también, quise responderle, pero su cara de susto me detuvo. Luego dice algo enfadado, No te pongas a llorar así, no voy a hacerles daño.

Gabriela Polit Dueñas es escritora y la autora del libro de cuentos  Amsterdam Avenue (Dislocados, 2017). Como investigadora, publicó por Beatriz Viterbo Editora. Trabajó con María Helena Rueda en un volumen titulado Meanings of Violence in Contemporary Latin America (Palgrave-MacMillan, 2011), y Narrating Narcos, Culiacán and Medellín por la universidad de Pittsburgh. Es profesora de la Universidad de Austin. Su Twitter es @polit_gabriela

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Posted: April 10, 2023 at 9:14 pm

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