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“Pequeñas memorias” de Fina García Marruz

“Pequeñas memorias” de Fina García Marruz

Adolfo Castañón

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 Al leer sus páginas tuve una sensación de frescura. Traen estas páginas un aire puro y transparente en su tersa escritura evocativa. Es como si se abriera una habitación que hubiese permanecido cerrada durante mucho tiempo y de la cual saliera una luz que es aire y es agua.

I. Publicadas por El Equilibrista y la Universidad Veracruzana en la colección Pértiga, llegan a mis manos por cortesía de Diego García Elio estas páginas escritas por la poeta cubana cuando tenía treinta y dos años. Escrito pero no publicado y sólo conocido fragmentariamente, éste es un libro póstumo, publicado a un año del fallecimiento de la límpida autora cubana, esposa de Cintio Vitier y amiga de Eliseo Diego.

Al leer sus páginas tuve una sensación de frescura. Traen estas páginas un aire puro y transparente en su tersa escritura evocativa. Es como si se abriera una habitación que hubiese permanecido cerrada durante mucho tiempo y de la cual saliera una luz que es aire y es agua. Se tocan los momentos iniciales en que florece una vocación poética, el descubrimiento de la amistad y de la fe religiosa. Se palpa como si fuese un tronco, la madera de que estaba hecho su mundo, y la autora logra transmitir en estas memorias hechas de minucias los rostros no sólo de su familia, de las dos ramas de su estirpe –los García Marruz y los Badía–, sino de sus amigos que serán como hermanos –Cintio Vitier y Eliseo Diego, Gastón Baquero–, pero sobre todo trae en su poética partitura el color y la fragancia, la vida y los episodios que rodearon la aparición en La Habana de Juan Ramón Jimenez y de su esposa.

El libro es una joya en la que fulgura la poesía. Campea por sus páginas la armonía y la inteligencia y en cada letra la incisiva mirada de esta observadora que nunca perdía de vista el hecho de que era ella la que estaba mirando.

Recorre estas páginas un fino estambre indeleble, el de una intensa experiencia religiosa que salta y sobresalta dotando a este cosmos escrito de una intensidad lírica a la vez mansa y deslumbrante. Parecerían escritas estas memorias por una autora española en el exilio. Tal vez Fina lo fue. Tal vez por eso se publican hasta ahora para afinar la voz de ésa que llega y se va “Como quien dice siempre”.

Las páginas de estas memorias escritas cuando la autora tenía treinta y dos años están fraguadas en un prístino idioma que hacía mucho no leíamos. Es un lujo mental el que se da ella y nos da con sus detalladas descripciones de la vida cotidiana en La Habana en esos años y un lujo poder recibir estas lecciones de vida y arte poética encerradas aquí.

 

II. Lo que está en juego en este libro misterioso y admirable es algo muy delicado: la conversión religiosa, los pasos o momentos que llevan a ella y que la preceden o auspician. No deja de tener sus riesgos hacer este enunciado. Riesgos personales. ¿El hecho de escribir sobre la conversión religiosa de un ser tan querido y admirado equivale a seguirlo por ese camino? ¿El hecho de leer estas líneas compromete al lector en ese sendero? ¿Hay alguna relación entre la calidad poética y la calidad ética que permita fortalecer la comprensión inteligente?

 

III. Pequeñas memorias de Fina García Marruz se divide en 12 capítulo, con una presentación de Josefina de Diego García Marruz. La edición se debe a Lourdes Cairo Montero. Esta obra de la “última de los origenistas” no es una casualidad. Se debe al tesón y a la dedicación de años de Josefina de Diego. Fefé, quien desde El reino del abuelo, presentado por Eliseo Alberto, hasta los recientes volúmenes Un rumor apenas. Conferencias sobre Eliseo Diego y Fina García Marruz (Ed. Extamuros, La Habana, 2019) y ¿Y ya no tocan valses de Strauss? (impreso por Ediciones Matanzas en 2019), ha venido reconstruyendo “orígenes adentro”, la vida literaria y las vidas familiares de los dos troncos que coinciden en su familia.

Las notas que acompañan el texto no son prescindibles, como tampoco lo son las 39 fotografías que iluminan este libro ya de por sí luminoso.

En mi caso personal, todo lo que concierne a Fina García Marruz está tocado por el misterio. A eso debo que Diego García Elío me haya encargado la antología de ensayos “Como el que dice siempre”, cuya edición y prólogo me valió que la autora me escribiera una hermosa carta manuscrita que edité pocos meses después de que ella falleciera.

Un último misterio: los dos libros arriba citados de Josefina de Diego, Fefé, me llegaron de Cuba el mismo día en que terminaba la lectura de este breviario de la vida feliz, de la verdadera vida, la vida realmente vivida, para citar a Marcel Proust.

 

IV. Nos dice la editora que Pequeñas memorias fue escrito por Fina a los 32 años. Corría el año de 1955. Tal vez una manera de situar al lector en relación con el texto comentado es invitarlo a releer los seis primeros poemas del libro Ánima viva, escritos en 1955:

 

1
Perdí el primero de estos cinco poemas, y no he querido
poner otro en su lugar o empezar por el segundo, como
un músico al que falla una nota de su instrumento no
hace por esto sonar otra sino que deja ahí un silencio.
Ese silencio, ese desgarrón en el principio, comienza
bien estos poemas. Los dedico al bueno y solitario
amigo Roberto Friol, transida alma cristiana. A él y
a los otros amigos que han de leerlo pido excusas por
haberle posado estos cuervos al receso pascual, a cuya
sombra ruego nos hallemos todos: su luz no nos expulse.

Navidad, 1955.

2
Sólo te doy desechos. A los otros
el júbilo, el instante, los deseos.
No hay nada para ti. Tocas la puerta
en vano. Nada hay. Es sólo el viento.

Delicado insinuar, no te he escuchado.
Otros bultos me alegran más. Extiendo
la mano en avaricia, torpe excúsome.
Tu huella, no tu paso, es mi alimento.

Necesario será sentir la muerte
cercando para el diálogo tremendo.
Cuando no puedas más, sítiame, espero.

Ya no podré escapar. Sed tuviste. Estoy pronta.
A ti el sudor postrero. Tú que amabas la tierna
cabeza de Juan, vivo, sobre tu joven pecho.

 

3
Siempre ese mismo son a tus oídos:
Perdóname, Señor. Siempre ese juego
de mi flaqueza y tu misericordia.
Harto debes estar, y tengo miedo.

¿Quién te vio en flor? ¿Cuántos te conocieron
desde su juventud? Entonces la sonrisa
fue para ti, la espera para ti,
y el rubor inocente, y el secreto.

Nos quieres en sazón, hombres, no niños,
y tu piedad buscamos solamente.

Ser consolados es lo que pedimos
de tanto errar, con la mano de amor
con que una madre alza el sollozante
hijo diciendo: si no es nada, si no.

 

4
Necesario es tu amparo y necesario
aún más tu desamparo. Lo sentiste
tú mismo ¿y yo lo hurto? Necesario
sentir nosotros lo que tú sentiste.

Desamparo, de Dios, silencio extremo.
Tuétano de los hombres, fuiste hundido.
Cerró la boca sobre ti el océano.
Conociste el espanto, un fuego frío.

Necesario será si ha sucedido.
Anegarse la boca para oírnos
al fin la voz, el cuerpo distraído.

Da tu lomo a la sal o estás perdido.
Sazónente las lágrimas o al cabo
desalado te irás al grueso abismo.

 

5
Lo sé, mas tiemblo. Quiero vivir mis horas.
Que nos dejes en paz ser casi nada.
Ese soplo, una flor, la paz lloviendo
sobre el pecho. ¿Es posible? Tú, pasa.

¿Quién se atrevió a querer lo que has querido
para nosotros tú? Con mucho menos
vivo harta, morir a medias fío,
y mis deseos hurtan mi deseo.

Mi vivir taso y tú quiéreslo entero.
Le basta a un rey lo que dejó el mendigo.
En mis palabras fúndome y son viento.

Sin mí tú no las quieres. Es mi aliento
mortal lo que me pides, no palabras.
Mi rostro vivo y no mi monumento.

1955

 

6
Ánima viva ¿quién podrá enseñarte
espanto que no hayas conocido?
Ardiendo, inerme, retemblando, en vilo,
en grupillos de indios, ignorante.

como pelota que azulea? ¡El vivo
aliento, una y mil veces negado!
Ahogada tu madera y bien ahogado
el puño indescriptible y su pedido.

¡Hora es que nadie oye, en que se alza
la víscera en el clavo, el dolor sobre el pecho!
¿Te humillará el sepulcro que te abaja

a la tiniebla, si como el Verbo has sido
viviente entre los muertos, sol del ciego,
en órdenes menores sumergido?

1955

V. Concluyo con uno de los momentos sobresalientes de estas memorias. Se refiere a su encuentro con el poeta español Juan Ramón Jiménez:

Ya casi al terminarse la noche alguien se me acercó. “Juan Ramón quiere verla”. “¿A mí?”, contesté ya temblando y sin saber a dónde me conducía. Me parecía que el piso se nublaba y sentí una sensación de “helor”, casi insoportable, por todo el cuerpo. Zenobia se adelantó. “Juan Ramón quiere conocer cosas suyas”. Yo balbuceé algo. “Llévennoslas al hotel”. Aproveché que alguien lo había detenido y hablaba con él para darle las gracias, prometer que se las llevaría y escabullirme lo antes posible.

Yo nunca había leído buenos poetas. El primero grande que conocía había llegado demasiado tarde, y las cosas que tenía escritas no respondían desgraciadamente todavía a su influencia. repito que solamente su bondad esencial aunque algo arista, la caridad “que todo lo cree”, como decía San Pablo, podía esperar algo bueno de aquellos falsos y desorientados borradores.

Algunos días después llevé los prometidos poemas, unos poemas cuyo recuerdo me llena todavía de vergüenza, aunque de una vergüenza que ha llegado a serme querida. El primer poema era sobre la primavera (es decir, sobre algo que nunca había visto ya que tenemos sólo un verano y un otoño) e imitaba las cosas de este estilo que uno puede leer en los libros de lectura para niños. A pesar de la alegría falsa que lo inundaba y de que era, desde cualquier punto de vista, detestable, Juan Ramón lo leyó con calma –aunque estoy segura de que había esperado otra cosa– y dijo como para otra persona que no estaba: “Está muy bien que se inventen palabras, ‘despétalo’”. Lo que no sabía es que yo creía sencillamente que era una palabra correcta, de manera que también le faltaba el único mérito que tenía. El siguiente era un romance sobre “el barrio” en que vivía, palabra que yo amaba por los tangos de Gardel, ya que nuestra casa estaba en una calle céntrica, y era tan triste, que me preguntó con paternal rudeza y con un acento que por primera vez me pareció andaluz: “¿Pero en qué calle vive usted, por Dios, hija?” Alguien respondió por mí la palabra “Neptuno” que oí como en un sueño. Y entonces, sorprendida, vi que se levantó, con el papel en alto, para recitar mis pobres versos en voz clara, imperiosa, precisa:

Y aunque estás sola, muy sola,
calle triste, barrio muerto,
tu tristeza no la saben
sino los que estamos dentro.

“Me gustaría conocer su casa”, me dijo después, por todo comentario.

A pesar de mi turbación, me podía dar cuenta de que el interés suyo de ir a mi casa no había sido motivado por el poema, ni siquiera por mí misma. Tuve la clara percepción de que se trataba, no de aquel movimiento por el cual nos interesa conocer el lugar en que vive alguien que ha suscitado nuestro interés momentáneo, sino que esperaba de esa visita aquel conocimiento ya por directo, real, ese insaciable alimento que siempre busca el poeta –el modo de vivir de alguien en una ciudad a la que no se piensa volver, los rostros anónimos y veraces, los colores imprevistos, unas palabras que se oyen al entrar–, realidades mucho más precisas para un artista que las que puede ofrecer el diálogo literario o la conversación culta.

Cuando me dijo esas tranquilas palabras, que más adelante repetiría algunas veces, sentí que me invadía el terror. Nada deseaba menos que el que fuera a mi casa. No es que me avergonzara de su relativa pobreza. Por el contrario, sentía muy bien que solamente una casa pobre podía ser albergue digno de él, ya que era el único que no pretendía merecerlo. Era más bien la calidad desdibujada, el algo inclasificable que tenía la casa, lo que intuía que no iba a gustarle.

VI. No resistí la tentación de poner en mis letras la transcripción de las prístinas entresacadas de las fulgurantes Pequeñas memorias de Fina García Marruz. Uno de los grandes libros de estos años.

 

Adolfo Castañón es poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa

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Posted: September 29, 2023 at 9:34 am

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