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Deep fake: el summum de la mentira en la era de la posverdad
COLUMN/COLUMNA

Deep fake: el summum de la mentira en la era de la posverdad

Andrés Ortiz Moyano

“Oye, ¿has visto lo que se parece este tío a Schwarzenegger?”, me escribió un amigo por Whatsapp. Me remitió un corte del programa de Conan O’Brien en el que el invitado, el actor y comediante Bill Hader, imitaba al ex Governator con bastante precisión. Sin embargo, lo realmente llamativo era que, en efecto, lo que decía mi amigo era del todo cierto. “Madre mía, sí que se parece… De hecho, ES Schwarzenegger”, pensé. Yo ya había visto antes a Hader en la televisión y no recordaba en absoluto tan tremendo parecido. Y entonces me di cuenta…

Se puede encontrar el vídeo fácilmente en YouTube (pulse aquí), y si, al verlo, usted sigue creyendo que Bill y Arnie son gemelos, ya va siendo hora de que se familiarice con la tecnología deep fake (que podríamos traducir como «ultrafalso» o «profunda falsedad»). Se trata de una tecnología sumamente sencilla en uso y accesibilidad, que capta el rostro de una persona y lo inserta en el de otra, generando una asombrosa analogía de movimiento y palabra. ¿Se imaginan a Vladimir Putin declarando de viva voz una guerra con EEUU? ¿A Maduro asegurando que dimite porque Guaidó le parece mejor presidente? ¿A Messi confesando que es del Real Madrid desde pequeño y que su sueño es vestir de blanco? Les aseguro que ya pueden verlo.

El deep fake puede parecer tan abrumador como aterrador, más propio de un capítulo angustioso de la serie Black Mirror o de una novela de Huxley, pero lo cierto es que va a ser -ya lo es- el día a día. Porque, a pesar de su gravedad, los videos protagonizados por Putin, Obama, Terminator, o la versión falsa pornográfica de Scarlett Johansson, no dejan de ser frivolidades inocuas que, queremos pensar, serán siempre detectadas y rechazadas rápidamente. El problema real será cuando la amenaza se traslade del escenario macro al micro, y seamos usted, yo, sus hijos adolescentes, amigos y familiares, las víctimas de esta sublimación de la posverdad. Y no víctimas de avezados hackers, sino de cualquiera con la mala baba suficiente como para hacerle pasar un mal rato. El daño puede ser terrible.

Imagine que un día como cualquier otro recibe un correo electrónico o un mensaje por Whatsapp, Telegram, u otra red social. En ese mensaje, de remitente desconocido o falso, le aseguran que poseen un vídeo suyo practicando sexo con una menor. Si no paga unos cuantos miles, difundirán el vídeo entre sus conocidos y la Policía. Lo normal es que se asombre, primero, y después se aterre; incluso no es descabellado que acceda rápidamente al chantaje porque es incapaz de asumir lo que está viendo o cómo siquiera puede explicárselo a nadie; ni a su familia ni a sus amigos. Porque, efectivamente, el que sale en el vídeo es usted.

Ahora piense que es su hijo o hija adolescente quien recibe un vídeo similar, protagonizando una escena sexual o quizás consumiendo drogas duras. A lo mejor no hay chantaje, quizás sea un vídeo en posesión de un compañero de colegio o instituto que lo termina difundiendo en el centro para hacer una broma; de asqueroso gusto, eso sí. ¿Cómo reaccionaría? ¿Cuáles serían las consecuencias?

Recordemos los dolorosísimos casos de Verónica, la trabajadora de Iveco, o la italiana Tiziana Cantone. Ambas encontraron en el suicidio la única salida al infierno provocado por la difusión de vídeos íntimos en redes sociales. Si el robo y difusión de estos contenidos tienen ya unas consecuencias trágicas siendo reales, ¿cómo será el impacto de contenidos falsos, pero de impecable realismo, en usuarios con poco temple y escasa experiencia en el manejo tecnológico? Y es que con el deep fake, la pornovenganza no necesitará de lo auténtico para provocar las mismas consecuencias nefastas.

Y ante este panorama, ¿qué podemos hacer?

La tecnología deep fake sirve como botón de muestra de lo que nos queda por enfrentar como consumidores, usuarios o lectores, elijan ustedes el apelativo. La verdadera cuestión es que la tecnología no espera. Y aunque algunos todavía albergamos la pueril esperanza de que, de alguna manera que no sabemos explicar, el ritmo agotador de este exhausto mundo se tiene que rebajar para que, al menos momentáneamente, nos permita tener la ilusión de que asimos las bridas del caballo desbocado del cambio tecnológico, la realidad es que éste nos va a exigir ser, precisamente, mejores consumidores y usuarios. La tecnología es per se aséptica, siempre lo fue, siendo utilizada para el bien y para el mal según las intenciones del piloto, por lo que, no queda otra, en primer lugar debemos asumir nuestro importante y crítico papel en este panorama atosigante.

En segundo lugar, debemos exigir reformulaciones legales contantes ante el dinamismo y el desarrollo evolutivo de las nuevas tecnologías. Pero no nos hagamos ilusiones: la ley es normalmente reactiva, es decir, que lo normal es que tendrá que pagar un justo para que nos acerquemos siquiera a conseguir una mayor protección.

En tercer lugar, quizás una de las necesidades más urgentes de nuestro tiempo: la educación digital. Al igual que mis padres se esforzaban en explicarme que a partir de cierta hora no se veía la televisión por la noche, valga la analogía, debemos incluir la formación y la educación de consumo digital en nuestros hijos y jóvenes. No es de recibo la excusa de no entender la tecnología actual, bien por edad, bien por mera aversión, para eludir responsabilidades. Si por algo se decide el entorno digital actual es, precisamente, por una facilidad de uso extraordinaria que la hace apta para todas las edades. No comprender esto es fallar como padre, tutor o educador.

Si preparamos a nuestros hijos y jóvenes para los envites de la vida y para responder con honestidad y madurez a las muchas agresiones del camino, no queda otra opción que formarlos correctamente para enfrentarse a los mezquinos y cobardes que proliferan de forma anónima por internet.

Sin embargo, esta formación no debe ser exclusiva de los jóvenes, pues igual son los que menos esfuerzo requieran dada su naturaleza de nativos digitales. La celeridad de cambio nos obliga a todos a actualizarnos continuamente.

La última novedad que nos asusta es el deep fake, pero, como toda tecnología, no tardará en asumirse y en hacerse cotidiana. Incluso es muy probable que desaparezca y sea sustituida por otra propuesta más potente. Eso da igual. Es en el propio avance y progreso donde debemos responder con responsabilidad porque, les aseguro, nadie más lo va a hacer ni por usted, ni por sus hijos.

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista, #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

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Posted: June 26, 2019 at 9:09 pm

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