Essay
El castropadre de Cabrera Infante

El castropadre de Cabrera Infante

Dainerys Machado Vento

Castradura, castroenteritis, castrante… Alguna vez, alguien tendrá que embarcarse en un estudio muy serio y concienzudo sobre todos los nombres que el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante dio al dilatado “liderazgo” de Fidel Castro en Cuba.

El de Castro es el nombre más mencionado en Mea Cuba, el conocido libro de ensayos y textos periodísticos del autor, editado en México por Vuelta en 1993. La estadística se descubre gracias a un simplísimo análisis cuantitativo del índice onomástico, pero en realidad habita el espíritu del compendio desde las primeras páginas: “En el libro está mucho de lo dicho por mí hasta ahora acerca de mi país y de la política que le ha sido impuesta con crueldad nunca merecida”; “Hace poco cumplí sesenta y tres años. Unos meses antes Fidel Castro celebró (si se puede celebrar un entierro) treinta y tres años en el poder sin oposición”.

Un aliento similar, de críticas y pérdidas, atraviesa otras obras del escritor, especialmente las más significativas como La Habana para un infante difunto (1979) y Mapa dibujado por un espía (2013), publicada póstumamente. Sospecho que si su novela Tres tristes tigres (1967) escapa de este discursar explícito es, probablemente, por haber sido la última escrita cuando aún tenía vínculos con la isla. En todas las posteriores, Cabrera Infante y sus personajes miden constantemente sus vidas en el lapso de la política nacional, sus tiempos son los años que hace que viven en el exilio, el rastro del contacto perdido con esta o aquella persona.

Mal que pese decirlo, algunas de las decisiones editoriales tomadas por el escritor también giraron en torno a Fidel Castro. La de no ser publicado en Cuba es una de ellas. Y el 22 de abril de 1992, cuando firmaba el “Aviso” que serviría como preámbulo a Mea Cuba, comentaba: “He demorado, tal vez demasiado, la publicación en un libro de estos ensayos y artículos publicados en todas partes de 1968 hasta ahora. Sostenía la opinión de que su salida, junto con la caída de un régimen de oprobio, resultaría para mí una suerte de colofón político: no más banderas”. Por suerte no lo pensó más. De haber seguido esperando un cambio político y de no tomar la decisión de conmemorar con Mea Cuba los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a la isla, el libro sería aún un borrador empolvado en las gavetas de sus herederas.

Se sabe que Cabrera Infante había estado en el centro de la censura más radical que inició en la década de 1960. Era el director de Lunes de Revolución cuando los comisarios culturales decidieron cerrarlo en noviembre de 1961, con el pretexto de que no había papel para imprimir y a pesar de que era el suplemento cultural con más alcance en América Latina junto a Revolución, el periódico donde se incluía. Fue también el productor de la película PM, dirigida por su hermano Sabá Cabrera Infante y por Orlando Jiménez Leal. El documental fue suspendido de la cartelera cinematográfica la misma semana de su estreno. El escándalo ante la censura derivó en una serie de reuniones entre Fidel Castro y los intelectuales; reuniones donde Castro (des)pautó la política cultural del país con la famosa frase: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.

A pesar de tener, desde que salió de su país en 1965, la posibilidad de contar libremente la realidad que había dejado atrás; de hacer nacer de ella centenares de juegos de palabras que hoy identifican su obra, Cabrera Infante conocía bien las limitaciones que germinaban de su extendido exilio. Él se sabía, de alguna manera, un engendro de Fidel Castro y de la revolución cubana. Escribía sobre la “castradura” como se aborda un tema moral, su obra de ficción también crecía en una mirada vigilante a Cuba, y especialmente a La Habana, que había dejado atrás. Convirtió el lenguaje local en una lista interminable de sinónimos que abrían el cubaneo —o la cubanidad y sus localismos— a un lector internacional: “la ciudad hablaba otra lengua, la pobreza tenía otro lenguaje … aprendí que solar era una mera degradación de casa solariega, la palabra cortada, el edificio transformado en falansterio”, escribió en La Habana Para un infante difunto. Todo él y todo en él sonaba a su Cuba perdida.

El país le devolvió la obsesión, no precisamente en su mejor versión. Rafael Rojas asegura que el día que se iba a presentar Mea Cuba en la Casa de la Cultura de San Ángel, el evento recibió una amenaza de bomba que provocó su suspensión. Christopher Domínguez Michael ha rememorado también un escandaloso acto de repudio que se les hizo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2002 durante la presentación de un número especial de Letras Libres dedicado a la isla. En esa edición se incluía un texto del poeta y Premio Nobel de Literatura Derek Walcott, titulado “Cabrera Infante: el gran exiliado”.

Walcott decía entonces: “La colección autobiográfica de Cabrera Infante se llama Mea Cuba, sólo que Cuba no es suya, sino de Fidel Castro”. El martillazo a estas obcecadas relaciones entre el escritor y el político se la había dado Juan Goytisolo cuando, recién salido el libro, afirmó que, en él, “Cabrera Infante homenajea a su modo al dictador que, parafraseando a José Ángel Valente, lo desengendró: al padre real de todos los cubanos –ya sea en su sistema, el cementerio, la cárcel o el exilio–, como Franco lo fue de mis compatriotas hasta la fecha de su desaparición”. Fidel Castro era el padre que desengendraba a Guillermo Cabrera Infante, como a todos los escritores del exilio que hacían (y hacen) de su política un tema. No lo digo yo. Lo escribió Goytisolo en una de las primeras reseñas sobre Mea Cuba, publicada en abril de 1993 en la edición española de El País.

Detrás del dolor de Cabrera Infante por irse de Cuba (“La culpa es mucha y es ducha: por haber dejado mi tierra para ser un desterrado y al mismo tiempo, dejado atrás a los que iban en la misma nave, que yo ayudé a echar al mar sin saber que era al mal”); detrás también de la frase de Goytisolo sobre el vínculo de los intelectuales cubanos con la política, habita el reconocimiento de un hecho innegable: por décadas, ningún artista pudo marcar la agenda de debate sobre Cuba, ni desmarcarse de la sombra de Fidel Castro. El castropadre desengendrador de los exiliados alcanzó, en su ubicuidad, incluso al discurso literario y sobre la literatura. Para Goytisolo, el desenlace de tal aberración lucía muy claro:

Si la vida de una comunidad de exiliados –a la que Cabrera Infante pertenece desde otoño de 1965– se prolonga durante varias décadas, como en el caso de la rusa, española y cubana, los miembros de la misma oscilan de ordinario entre la visión de un futuro esperanzador, ilusorio como un espejismo, y la educación de un pasado ideal embebido de nostalgia (el presente es un mero pero interminable paréntesis).

El retorno es su horizonte único: como advirtió Alexandre Herzen, un exiliado demócrata ruso del siglo XIX, no hablan sino de él, únicamente piensan en él y remachan el tema sin tregua: “Cuando uno vuelve a ver a estas mismas personas o grupos al cabo de unos años, se queda suspenso: siempre las mismas disputas, los mismos reproches, las mismas palabras, todos son más viejos, huesudos y melancólicos, ¡pero su discurso es idéntico!”

Y aquí seguimos, con idénticos discursos de odio sobre el desarraigo, hablando del daño hecho por el castropadre de Cabrera Infante, que es el castropadre de todos los cubanos que así lo permitan. Los mismos reproches y sospechas nos ocupan, pero somos, efectivamente, más viejos y huesudos. Volverá a ganar el padre si dejamos que su castración lo sobreviva. Me niego a cualquier forma de patriarcado. Y esto sí lo digo yo.

Sin embargo, este largo paréntesis que es nuestro presente está ocupado otra vez por la esperanza. Parece ser una de las primeras veces en que, sin un Castro en el gobierno cubano, los intelectuales y artistas, la gente de a pie, ha comenzado a marcar la agenda política. En las calles de la isla se viven abiertos gestos de oposición al gobierno de Miguel Díaz Canel. El humor se hace eco de estas críticas circulando en fotos y memes que han llegado a hacer tanta presión que hace unos meses logaron bajar las tarifas de la electricidad y ahora que se legalizara la venta de ganado vacuno, por primera vez en décadas. Sí, fotos, memes y vacas conforman la santa trilogía de la política cubana actual. Decir que un chiste repetido hasta el cansancio en las redes sociales del siglo XXI tiene más poder para cambiar el oficialismo cubano de la que tuvo en su momento la magnífica literatura de Cabrera Infante es, como mínimo una ironía; pero es también un síntoma de los tiempos que corren, una señal del poder que tienen quienes viven en la isla y puede ser síntoma también de ¿un cambio?

El auge de medios de prensa independientes hechos dentro y fuera de Cuba con muy diferentes visiones sobre la realidad; la gestión de artivistas como Tania Brugueras, la visibilidad internacional de raperos como Maykel Osorbo, reverdecen nuestras viejas disputas. Pero sus agencias en el espacio artístico son pruebas irrefutables de que el fantasma del castropadre va muriendo en masa, como murió hace años físicamente. Goytisolo no dijo nada al respecto, pero ¿será esta muerte simbólica el esperado cierre del paréntesis cubano? ¿Terminará, por fin, el eterno exilio de Cabrera Infante?

 

Dainerys Machado Vento es autora del libro de cuentos Las noventa Habanas. Ha sido incluida en la revista Granta entre los mejores narradores jóvenes en español. Estudia su doctorado en Lenguas y Literatura Moderna en la Universidad de Miami. Es cubana.

 

 

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Posted: April 29, 2021 at 5:25 pm

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