El descarnado mundo de Han Kang
Gerardo Cárdenas
En un deleznable artículo publicado hace unos tres o cuatro meses por el New York Review of Books, el traductor y crítico británico Tim Parks atacó ferozmente la concesión del Premio Internacional Man Booker 2016 a la novela La vegetariana, de la escritora coreana Han Kang.
Aclaro para quien no lo sepa, que el Man Booker Internacional se creó en 2005 para galardonar la obra de autores cuyos trabajos se hubiesen escrito originalmente en inglés o que estuviesen disponibles en ese idioma. A partir de 2016, el premio se enfoca más a la traducción, por lo que La vegetariana tiene en realidad doble ganadora: su autora, y Deborah Smith, la traductora.
La bronca de Parks con el premio se centra en su duda en torno a si la obra de Kang es lo mejor que la literatura coreana puede ofrecer. Pregunta muy difícil de responder, porque muy pocos occidentales hablan o leen coreano. En el desarrollo de esa duda, Parks ataca con ferocidad tanto a la traducción, como a la propia autora, a quien con venenosa misoginia simplemente describe como “una mujer coreana de cuarenta y tantos años”.
Abro un paréntesis para preguntarme si Parks diría lo mismo en caso de haberse topado con una traducción de, pongamos por ejemplo, Jorge Luis Borges, que le hubiese generado dudas y si se hubiese referido al autor como “un anciano argentino ciego”. Probablemente no.
Los comentarios de Parks me sorprenden por varias razones: él mismo ha traducido al inglés a la escritora italiana Fleur Jaeggy, cuya temática no es muy distante de la de Kang; Kang no es una autora nueva que se tropezó inesperadamente con la buena suerte de una traducción al inglés: su trayectoria, si bien poco conocida en Occidente, incluye seis novelas y varias colecciones de cuentos; y las dudas de Parks sobre la validez de presentar la literatura coreana a través de Kang son improbables en ambos sentidos: él mismo es incapaz de saber si la traducción es buena o mala, o si hay mejores o peores opciones. Su argumento se vuelve indefensible; finalmente, si la traducción se limita a idiomas más reconocidos a fin de facilitar la labor de la crítica, estaremos inevitablemente cayendo en el absurdo. Quién sabe qué maravillas literarias pueden estarnos esperando en Malasia, Uganda o Tadjikistán, que no han sido traducidas a idiomas más accesibles.
Dejando de lado a Parks, yo también corro el riesgo de la indefensión pero por razones opuestas. No hablo ni leo coreano, y por tanto no sé si la traducción de Smith es buena.
Algo sí sé: que la lectura de La vegetariana me dejó tan estremecido que salté de inmediato a conseguir otro libro de Kang traducido al inglés, Actos humanos y que su lectura también me resultó maravillosa (Deborah Smith es igualmente la traductora). Me parece que La vegetariana ya ha sido traducida al español.
Resumo las partes centrales de ambos argumentos en un párrafo: en La vegetariana, una pesadilla lleva a una mujer, hasta entonces anodina, a negarse a comer carne en cualquiera de sus formas: las consecuencias de su decisión son devastadoras para su familia; el tema de Actos humanos es el levantamiento estudiantil en Corea del Sur en 1980, justo en el momento en que se empezaba a hablar del país como un “milagro asiático”.
Ambas novelas tienen como elemento común presentarnos mundos descarnados: en La vegetariana, todo parece ocurrir en los confines asfixiantes de pequeños departamentos. La soledad del individuo confinado a las anodinas cajas de la modernidad es aplastante. En ese encierro, la mente de los protagonistas se va pelando como el tapiz de las paredes en Barton Fink. En Actos humanos, en cambio, los espacios son más abiertos. Pero son espacios de muerte: las plazas donde los estudiantes son tiroteados, o donde se les rodea y captura para llevarlos a celdas de tortura o campos de exterminio.
En La vegetariana, es el cuerpo quien habla. El cuerpo de la mujer que renuncia a la carne; el de su hermana que va sumiéndose poco a poco en la desesperación; el cuerpo sexual de los hombres que las rodean.
En Actos humanos lo que tenemos es una multitud de voces: vivos y muertos hablan, mezclados en tiempos pasado y presente, en sueños rotos, en identidades perdidas por el terror, la persecución y la tortura. Los muertos no se liberan –quedan atrapados cerca de sus cuerpos, como fantasmas incapaces de alzar el vuelo a otras dimensiones porque el horror de lo vivido es intolerable.
La traducción de Smith no me dificultó la lectura de las novelas aunque, por supuesto, no tengo manera de cotejar las versiones en inglés con las originales. Sin embargo, la buena literatura se hace presente y evidente, sin importar el idioma. Entiendo la polémica de Parks con la mecánica del Premio Internacional Man Booker, pero rechazo profundamente su angosta visión sobre la traducción literaria y deploro su descalificación de Kang. Creo que ambas novelas –e imagino que el resto de la producción literaria de Kang– se defienden perfectamente por sí solas.
*Cover images by LEON NEAL AFP
Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, reside en Chicago. Es autor del volumen de relatos A veces llovía en Chicago (2011), del poemario En el país del silencio (2015) y de la obra de teatro Blind Spot (201), publicada por Literal Publishing. En 2015 obtuvo el premio Nuevas Voces de Repertorio Español. Es editor de la antología de relato breve en español de Estados Unidos Diáspora, de próxima publicación. Su poemario Silencio del tiempo fue publicado este año por Abismos Editorial. Twitter: @el gerrychicago
Posted: October 3, 2016 at 9:13 pm