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El FCE como símbolo de la cultura en México

El FCE como símbolo de la cultura en México

Carlos Maza

80 años: las batallas culturales del Fondo (Nieve de Chamoy, 2015), de Gerardo Ochoa Sandy

El Fondo de Cultura Económica es mucho más que una editorial: es un símbolo de la cultura en México que corre paralelo a la instauración del orden post revolucionario y –con sus altas y sus bajas, sus conflictos y rupturas– representa el desarrollo intelectual del país y su proyección hacia el exterior, especialmente en el marco latinoamericano. De ahí que hacer su historia no sea solamente una tarea de crónica institucional sino, más bien, la de generar un filtro privilegiado para entender el complejo movimiento de la cultura en y desde México. Esta es la tarea que ha completado el escritor y gestor cultural Gerardo Ochoa Sandy en su vasta investigación 80 años: las batallas culturales del Fondo.

El trabajo de Ochoa Sandy no es inaugural: lo precede una investigación publicada por el propio FCE en 1994 y revisada en 1996 ─a sesenta años de la fundación oficial de la editorial mexicana por excelencia─, de Víctor Díaz Arciniega: Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica, 1934-1996, en la que se plasma ese viaje en el tiempo desde sus orígenes hasta la gestión que encargó el trabajo, la del ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado. Sin embargo, 80 años. Las batallas del Fondo, está lejos de convertirse en una actualización de esa historia porque es más abarcador y sobre todo porque no es “oficial”. Publicado hace un año en edición digital (México: Nieve de Chamoy, 2014), el libro realiza una pormenorizada revisión de la historia de la editorial al cruzar la línea de su octogésimo aniversario, tamizando nuevamente los hitos de su recorrido en un tono crítico, ampliamente documentado y contextualizado desde una perspectiva multidisciplinaria y abarcadora que extiende los alcances de la historia del Fondo más allá de su recorrido institucional, hasta lo que simboliza para el tránsito completo de nuestra cultura. Esta metodología permite que la investigación se convierta en una iluminadora historia intelectual de México durante el siglo XX y el inicio del XXI, escrita con desenfado e ironía, a la manera de Carlos Monsiváis, a quien dedica el trabajo.

El punto de partida es la intención de desvelar y reinterpretar el papel que el FCE, del que estamos siempre tan orgullosos, ha jugado a lo largo de nuestra historia cultural, pero también la contradicción encerrada en el hecho de ser una institución del Estado que en coyunturas específicas de nuestra historia se yergue en contra o a pesar de sus intereses, o simplemente se transforma en el escenario donde los debates de la cultura tienen lugar. Dedica páginas memorables a revivir los vibrantes momentos en que José Vasconcelos impulsa a un joven Daniel Cosío Villegas a emprender ese épico viaje, cuando “el país olía a pólvora”, en los bordes mismos de la Revolución.

Ochoa pasa revista a los sucesos del iniciático Congreso Universitario de 1921 y narra con pericia de novelista satírico los avatares de la llegada al país de Arnaldo Orfila, desde una Argentina que ya era vanguardia de las ideas en el continente. Apoyadas en los testimonios del propio Orfila, esas páginas encaminan al lector, como en un flash-back, hacia los primeros antecedentes, donde se abren paso el Ateneo de la Juventud y la gestión que desde su espíritu emprendería Vasconcelos: “El Ateneo de la Juventud, el congreso estudiantil, el proyecto editorial de Vasconcelos, las direcciones de Extensión e Intercambio de la Universidad, la crítica de Novo al deterioro cultural, la tenacidad de Cosío Villegas, la apuesta de Orfila Reynal por México ─sintetiza Ochoa lo que ha analizado al detalle hasta aquí─, convergerían al final. La batalla apenas comenzaba”. Y comenzaba bajo el impulso de un Cosío Villegas ya independizado de Vasconcelos y seguro de que la más imperiosa necesidad del país era la de contar con economistas bien preparados: lógica que le da no solo sentido al proyecto sino también su nombre.

Si bien el índice del libro plantea un recorrido ordenado cronológicamente, las necesidades de la narración lo rompen de párrafo a párrafo, de cita en cita, de glosa en glosa. Los regresos y los saltos hacia adelante se suceden en un ritmo que convierte la lectura en una experiencia no solo formadora sino apasionante. Esta sintaxis se apoya en una claridad expositiva insólita en el mundo académico: en lugar de afanarse en el ordenamiento lineal, el autor incorpora en su tiempo discontinuo las fuentes mismas ─documentos, entrevistas, testimonios, memorias, ensayos y opiniones propias─, dando una representación sincrónica de los eventos de ocho décadas. Así como los sucesos del Centenario de la consumación de la Independencia que mandó a organizar Obregón se conocen en el libro antes que los de la fundación y la forma en que trabajaba esa tertulia que fue el Ateneo, Ochoa pasará la mirada atenta sobre el papel del exilio español en la fundación de la luminosa simbiosis que unió a la Casa de España, luego Colegio de México, con el Fondo.

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Ochoa revisa minuciosamente los encuentros y desencuentros posteriores a la gestión fundadora de Cosío Villegas, que quiere volver a dirigir el Fondo cuando Orfila ya ha implantado un estilo racional, productivo y funcional capaz de hacer crecer a la editorial por dentro y por fuera, incluyendo la consolidación de su presencia latinoamericana, que hace honor a aquel congreso de 1921. Las páginas dedicadas al periodo dirigido por Orfila abundan en la descripción de los nuevos procesos técnicos (la impresión, el papel), financieros (la distribución, el inventario, el financiamiento) y estratégicos (las colecciones, La Gaceta, el catálogo, la traducción) con los que la editorial debe hacer frente a su tarea de difusión, pero no olvidan a los personajes que protagonizaron su crecimiento ni a los libros que habrían de convertirse en clásicos: esos textos que han logrado que generaciones de investigadores y humanistas latinoamericanos reconozcan que su formación no habría sido posible sin los libros del Fondo.

Particularmente interesante es la revisión del momento que se convirtió en parteaguas de la historia del Fondo y de la vida cultural mexicana en el inicio del gobierno de Díaz Ordaz (1964-1965): el rechazo bajo presión del clásico La democracia en México de Pablo González Casanova, y la publicación del polémico Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis, a la que asistimos, por primera vez, conociendo los más olvidados pormenores de un proceso de censura y nacionalismo conservador y temeroso: “Los libros asociados a los dos problemas cruciales de México de aquella época, la democracia y la pobreza, cruzaban el umbral. El de la democracia, escrito por González Casanova, no contó con la aprobación de la Junta. El de la pobreza sí, y fue el pretexto para el golpe.” Ochoa sintetiza a Lewis y retrata el pasmo al que se enfrentó Orfila al tener que abandonar la editorial por presiones y pretextos no solo absurdos sino contrarios a la filosofía que había guiado al Fondo desde antes de su nacimiento.

80 años sigue adelante describiendo la forma en la que el proyecto hiberna tras el golpe de censura; cuenta cómo se recupera, si se recupera; entrega semblanzas de cada director, y avanza construyendo nuestro proceso intelectual con la editorial como columna vertebral pero sin olvidar a los hijos pródigos (Joaquín Mortiz, Era, Siglo XXI), la elitización que por momentos amenaza la imparcialidad de la misión, la suavización del proyecto humanista que se confunde con demasiadas colecciones y un trabajo no tan pulcro de las filiales en el extranjero. Reseña cuidadosamente los modelos más recientes que deben a una perspectiva más administrativa que académica la posibilidad de mantener a flote ese gigantesco buque y que se orientan poco a poco hacia la satisfacción de un mercado más que al cumplimiento de un deber intelectual.

Quizá se puedan reprochar al autor dos elementos que no hacen que el trabajo desmerezca, sino que muestran su carácter de un proceso inconcluso como lo es su materia. Por un lado, a partir de la gestión de Miguel de la Madrid, desde la que se cuenta con memorias y estados de resultados, evaluaciones cuantitativas y una apabullante acumulación de documentos, la narración se entrega en partes considerables a los números, que no pueden ser sintetizados, por las dificultades de incluir materiales infográficos en la edición digital, y terminan por hacer que el ritmo se pierda por momentos. Por otro lado, dado el papel tan relevante que han desempeñado las colecciones de ciencia y de literatura infantil y juvenil en la historia del Fondo, al grado de alcanzar las primeras posiciones en ventas y formar vanguardia en los nuevos mercados aparecidos a partir de la década de 1980 en toda América Latina, echamos en falta una cobertura más amplia de sus alcances y descubrimientos.

En su número de junio de 2015, la revista Letras Libres publicó un artículo del especialista español en edición y en el mundo del libro, José Antonio Millán (“Separados por un mismo idioma: El mercado del libro en español”, Letras Libres 198, junio de 2015), en el que hace un recuento a dos bandas ─la española y la latinoamericana─ de la historia del libro, y encuentra los desniveles que todos conocemos relacionados con el volumen de lo que los editores producen en España y América y la forma en que estos se consumen en uno y otro lado del Atlántico; una guerra de mercados que Ochoa ha venido documentando a lo largo del libro, a partir de la mirada crítica hacia la invasión española que desde tempranas fechas hacían Cosío Villegas y Orfila Reynal. En su recuento, Millán mira esta historia desde España, “descubre” para nosotros el desbalance y hace la crónica de los desencuentros de una industria que debería ser mucho más de lo que es porque cuenta con “un mercado teóricamente amplísimo”. Sin embargo, la mirada de Millán, que se pretende histórica y arranca a fines del siglo XIX, se detiene de repente en la década de 1920 para saltar desde ahí, sin más peldaños, hasta la actualidad. En 80 años, Ochoa nos recuerda la opinión de Ortega y Gasset, a quien Cosío Villegas se había acercado durante el proceso de nacimiento del Fondo con el fin de establecer algún tipo de relación que fuera benéfico para ambas orillas. Ortega respondió algo que se trasluce hoy en el descuidado reportaje que publica Letras Libres: “El día en que los latinoamericanos tuvieran que ver algo en la actividad editorial de España, la cultura de España y la de todos los países de habla española, se volvería una cena de negros”. La historia del Fondo habría de acallar tal perspectiva; 80 años. Las batallas del Fondo debería enviársele a Millán porque en este extraordinario libro está la materia que necesita para llenar su inmenso vacío.

Carlos Maza es sociólogo, editor y escritor. Fue director del Fondo de Cultura Económica en la sucursal de Lima, Perú. Es autor de Cuentos de mal dormir (Editorial San Marcos, Lima, 2012). Su Twitter es @calleneptuno


Posted: September 8, 2015 at 9:15 pm

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