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EN AQUEL BALCÓN VACÍO: Tiempo de llorar de María Luisa Elío
COLUMN/COLUMNA

EN AQUEL BALCÓN VACÍO: Tiempo de llorar de María Luisa Elío

Tanya Huntington

Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa.

–”Romance somnámbulo”, Federico García Lorca

Como tema literario, las guerras suelen inspirar libros basados en las experiencias de los soldados que participan en sus batallas. El libro Cartucho, de Nellie Campobello, es una anomalía dentro de un campo de memorias y ficciones dominado por el punto de vista de hombres que presenciaron o participaron en la Revolución de 1910. Escribí mi tesis doctoral sobre El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán y puedo constatar que en sus páginas apenas se asoman esporádicas figuras femeninas, siempre secundarias. Cuando el propio Guzmán leyó por primera vez el manuscrito de Campobello, estaba consciente de que ella había logrado algo único: bajar la franja de la mirada literaria a la altura de una niña, cuya percepción de los villistas está filtrada a través de la memoria de la autora como mujer adulta.

Al abrir las páginas de Tiempo de llorar, me di cuenta de que estaba presenciando un fenómeno parecido: abundan los libros escritos por españoles desterrados – León Felipe, Max Aub, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Pedro Salinas y así sucesivamente. Como me comentó el otro día Diego, el hijo de María Luisa Elío, el republicano fue un exilio preponderantemente letrado. Y sin embargo, esta era la primera vez que yo había leído algo sobre la Guerra Civil escrito desde la perspectiva de una niña.

La niña protagonista de Cartucho no siente miedo. La niña protagonista de Tiempo de llorar, en cambio, no va a dejar nunca de sentirlo. Mientras que en el libro de Campobello, las viñetas de una infancia permeada por la violencia que ejercen los integrantes de la división del Norte forman cartuchos dentro de una canana literaria, en el caso de Tiempo de llorar, nos topamos con una estructura más fluida. Incluso la describiría como cuántica. Al centro de las corrientes y mareas que traza Elío hay un remanso, un balcón vacío donde una niña de siete años atestigua una escena que resulta ser una alegoría terriblemente precisa para la Guerra Civil: un hombre se desliza por los tejados, tratando de evadir a las guardias falangistas. Al ver su predicamento, por primera vez, ella siente nacer el miedo que la va a abrigar el resto de su vida. Acto seguido, una vecina comienza a gritar: delata al “rojo”, que es velozmente llevado por la corriente de la guerra hacia un destino trágico.

Los bildungsroman o novelas de formación suelen poner en una especie de escaparate el momento en que su autor llega a ser lo que es, es decir, cuando inicia su escritura. Uno de los recuerdos que rondan a María Luisa Elío es el de una niña que inscribe con una piedra dos nombres en el piso de ese fragmento de un hogar que está a punto de perder para siempre: Papá y Mamá, el marqués y la marquesa de Navarra, los dos pilares de su concepto juvenil de familia.

No solo la guerra en sí con sus fusiles y bombas sino el largo exilio se van a encargar de transformar a ambas figuras paternas en sombras: esa Mamá va a sufrir los estragos de recibir el reporte de la muerte de su marido no una, no dos, sino tres veces antes de enterarse que siempre sí había logrado sobrevivir y escaparse por la frontera. Aunque puede mantener a sus hijas a salvo, nunca va a asimilar la tremenda voltereta de la rueda de la fortuna que le tocó sufrir. En estas páginas, Elío describe el dolor de verla convertida al final en una mujer enferma, morfinómana. En cuando a ese Papá, quedará destrozado por los años de encierro escondiéndose de los falangistas seguidos por un arresto, una fuga y luego un campo de concentración en el sur de Francia. El pasaje en que María Luisa Elío describe el regreso de su padre es desgarrador:

Ninguna pensó que después de tres años de no andar había tenido que cruzar los Pirineos a pie. ¡Padre, padre!, pero ¿qué te han hecho? No tenía una sola uña en los dedos, sus pies totalmente morados y deformes, su delgadez era extrema y no hablaba, ¡no decía nada! Abundantes lágrimas le corrían por la cara. Sólo nos atrevíamos a hacerle un cariño o a darle de vez en cuando un beso. ¡Padre! Pero parecía que esto aún era peor: más lágrimas le corrían por la cara. Le sosteníamos los pies sin saber en dónde colocarlos. (57)

Ese es el exilio: no saber en dónde colocar los pies. El que había sido el segundo terrateniente mayor de Navarra estaba destinado a convertirse en el vigilante de una casa prestada en la Ciudad de México, donde el misterioso personaje que Elío bautiza como “Don” guarda y suministra las joyas que logró el gobierno de la República llevarse de España en el barco El Vite. Es como si sus progenitores de carne y hueso se hubieran convertido en fantasmas que perduraban, mientras que su personalidad, su carácter se habían desvanecido para siempre.

Como todos sabemos, el sueño de muchos exiliados de volver a España se fue apagando a lo largo de casi cuatro décadas de dictadura. Como indica la autora, “Y después el tiempo se hace distancia. cinco años después de la guerra, nueve años después de la guerra, quince años después de la guerra…” (100) En 1970, María Luisa Elío, una mujer madura y recién separada, decide volver a su país natal. Fiel a su formación como actriz, había ensayado ese regreso unos años antes con un filme experimental, En el balcón vacío, filmado en 1962 por su en aquel entonces marido Jomí García Ascot con la ayuda de amigos como Salvador Elizondo o Juan García Ponce. En la película, Elío plantea la semilla del sueño de volver a la casa donde había transcurrido su infancia. La imagina vacía, aunque la voz en off menciona que el baúl donde se escondía fue reemplazado por un estante entre otros nuevos muebles que estorban la memoria.

Elío vuelve a Pamplona de la mano de su hijo, Diego, quien tenía más o menos la misma edad en aquel entonces que ella cuando se vio obligada a partir tan tempestiva y brutalmente de su primer hogar. De inmediato, se percata de que varias de lo que ella suponía que eran manías personales, como no ponerle azúcar al café, son en realidad costumbres locales. Pero cada nueva experiencia le transporta inexorablemente a las esquirlas fragmentadas de su infancia, a una herida de guerra que permanece abierta: “(…) cómo me daba cuenta que lo único que duele del recuerdo es cuando no lo encontramos, cuando nos lo dan tal sólo a pedazos”. (37) Aun así, es capaz de disfrutar ciertos momentos: la primera vez que su hijo presencia la nieve, el reencuentro con la tía y su alfombra de tigre, o con la familia exuberante de su concuñada.

Mientras leía, pensé que el manejo de la autora de la temporalidad del texto principal, que abarca las memorias de este regreso, funcionaba como una especie control remoto que se echa para adelante y para atrás, revelando con cada traslado escenas ligeramente alteradas o nuevas. Luego pensé en una marea de tiempo que sube y baja, dejando capas superimpuestas en la orilla. Esta es, precisamente, la imagen que elige la filósofa de la ciencia Karen Barad para describir las aparentes paradojas de la ciencia cuántica: la posibilidad de que nuestros destinos se bifurcan y que, en algún otro oleaje, esa niña María Luisa no tuvo que abandonar a sus muñecas, pudo entregar aquel cigarrillo al preso que visitaba en el pueblo de Elizondo, no tuvo que ver a sus propios padres convertidos en cáscaras huecas. “Cuando vuelva a tener ocho años”, dice en la película la voz en off de la autora, como si tal cosa fuera posible. Como si lo que quisiera es fijar mejor la memoria, tener imágenes más nítidas de todo aquello, libres de las distorsiones que impone nuestra memoria, esa tabla de cera tan falible, tan poco certera.

 

*Esta columna corresponde a la presentación del libro en la Feria del Palacio de Minería de la Ciudad de México, la Fiesta del Libro y la Rosa de Morelia, y la Feria Internacional del Libro Universitario de Xalapa.-San Fermín Pamplona Navarra

 

Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

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Posted: May 4, 2023 at 7:22 pm

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