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Septiembre, mes de la patria
COLUMN/COLUMNA

Septiembre, mes de la patria

Miriam Mabel Martinez

La primera vez que tuve insomnio tenía seis años. Mi debut como abanderada me mantuvo en vilo. Por primera vez sentí la voz de la guitarra mía al despertar la mañana. Y aquel lunes canté mi alegría a mi tierra mexicana, vestida con mi uniforme blanco impecable vi cómo se levanta en el mástil mi bandera como un sol entre céfiros y trinos. En ese momento no sabía que esos céfiros eran los que ondulaban mi bandera nacional, ni que los trinos eran las aves que nos acompañaban. Bueno, esa fue la historia que se fue construyendo en mi mente y que me llevó a encontrar en el paisaje mexicano el poder de aquel cántico marcial.

Crecí amando este país, disfrutando la neblina de las Cumbres de Maltrata durante los viajes en auto al pueblo de mi madre, donde al cruzar el río Papaloapan en panga me sentía eso del almo y sacro pendón que en nuestro anhelo. No sé por qué, pero para mí ese toque de bandera se volvía a escuchar durante los recorridos en carretera desde niña. Nada como aquel viaje con mis padres por la sierra hidalguense para entender por qué los volcanes, las praderas y flores son como talismanes del amor de mis amores. ¡Ay!, mi México lindo y querido se extendía por carreteras más allá de mi infantil “¿ya mero llegamos?”, y seguía ahí cuando me despertaba después de largas siestas arrulladas por las curvas, desde el asiento trasero veía cómo un rayo de luz, se eleva al cielo.

Soy cursi, lo sé. Lo sé porque lloré cuando visité el entierro donde hallaron a la Tlaltecuhtli y el arqueólogo Leonardo López Luján nos recibió con un: “Bienvenidos al año 13 conejo”; con la misma intensidad lloré cuando el paisaje alrededor del sitio arqueológico de Tecoaque me sobrecogió al sincronizarse con la música de Philip Glass de Koyaanisqatsi. Escribo la k y las aes vibran graves en mi interior. Estas vibraciones se expanden hasta las memorias de las largas manejadas en mi juventud rumbo a Marquelia imaginando a los jaguares en las marañas y los pájaros sobre el río, entendiendo por qué ese bello desafío (de la selva con la montaña) maravilla a todos sin nacionalidad y a mí se mete muy adentro en el templo de mi veneración, para recordarme lo que amo a este país. ¿Este enredijo me hará patriota? Tal vez.

O quizá sólo me hace una cursi que sigue saboreando el pozole y piensa en los siglos durante los cuales se ha preparado reinventándose a cada encuentro con otras culturas, desde que Hernán Cortés desembarcó en esa “nueva” tierra que llamó la Villa Rica de la Vera Cruz. Encuentros que han desarrollado una cocina Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que ejemplifica la biodiversidad y la curiosidad de sus pobladores, que inventivos y desparpajados hemos aprendido a enrollar todo en un taco, incluido el espagueti… o en mezclas tan eclécticas como la vestimenta de José José en su participación en el Festival OTI de 1970, tan disparatada como la pizza de chilaquiles, tan sabrosa como los ravioles con huitlacoche o atrevida como la lasaña de chicharrón. ¡Qué si no es nuestro taco al pastor inventado por algún pariente del Baisano Jalil o el sushi Tampico diseñado por un japonés resignado a ser “el chino” pa’los cuates o el choripán aderezado con un buen chile verde a mordidas, o, o, o…

¡Oh!, es lo que exclamo cuando degusto mis tlacoyitos de haba o las picadas que prepara mi tía jarocha y que me convidan de su Veracruz con su luna de plata y la negritud de mis antepasados que bailan ensortijados en mis chinos.

¡Oh!, repito cuando como un taquito de escamoles y recuerdo mi infancia corriendo por maizales en tiempo de cosecha en la campiña hidalguense durante las visitas a mis tíos Agustín y Ángela. O cuando me preparo unos frijolitos negros con epazote, ése que los veracruzanos le añaden a todo y que me invita a ser una etnóloga, a la que también juego cuando tejo y entiendo que mis movimientos corporales son los mismos que hacían mis abuelas y bisabuelas y sus abuelas y bisabuelas… hasta llegar al instante en el que –en un siglo que aún ignoro– una mujer inglesa le enseñó a una mexicana a sostener las agujas, a tensar el hilo para hacer un derecho y luego le mostró la lógica del revés. Una inglesa y no una española, porque las mexicanas sostenemos las agujas y movemos el estambre al in English y no en castellano. Un descubrimiento que me reveló lo tan maravilloso que son las mezclas, las combinaciones que han construido mi mexicanidad, ésa que se alimenta de imágenes blanco y negro de la Época de Oro del Cine Mexicano, con su Pedro Armendáriz, hijo de norteamericana, o con Miroslava, de origen checo, o con nuestro Campeón sin corona, David Silva, de madre italoamericana. Esa misma mexicanidad que se enorgullece del mural de Juan O’Gorman (de padre irlandés) y que comparto con mi amiga Claudia, de padre italiano, o Pablo, de madre romana, o Roxanna, de padre gringo, o Verena, cien por ciento alemana, o con mi propia sangre tan mezclada como lo sugiere mi estatura, mi color de piel y mis chinos, porque soy hija de rumbera y jarocha y un hombre que gustaba de deambular en un bosque de espejos que cuida un castillo.

Soy cursi y patriota, quizás, quizás, perhaps… y como a muchos se me exalta este sentimiento cuando recuerdo el lema de la UNAM: “Por mi raza hablará el espíritu”, o cuando camino por el vestíbulo del Museo Nacional de Antropología en época de lluvias sólo para escuchar la fuente del paraguas, antes de visitar la Sala de las Culturas de las Costas del Golfo, y luego subir a contemplar los biombos de Mathias Goeritz tan metidos en mí como el Teocalli de la Guerra Sagrada. Salgo con el alma hinchada nomás de leer: “En tanto permanezca el mundo, no acabará la fama y la gloria de México-Tenochtitlan”, para luego cruzar Paseo de la Reforma y sentir ese afecto que me hace seguir aquí peleando por país más justo, menos desigual, menos violento…

Cruzo hacia el Bosque de Chapultepec, añoro el gentío, el tren y la casa de los espejos, me reconforta saber que ahí siguen los baños de Moctezuma y el Castillo. También empiezo a extrañar lo que está y me duele lo que pronto no estará. La tristeza también es parte del paisaje mexicano, como lo es la lluvia torrencial que se desborda por las coladeras que ensucia y limpia simultáneamente a la CDMX. Una lluvia tan poderosa como las tormentas intensas que suenan en Coatepec y que hacia el sotavento enverdecen las montañas, desde donde bajan las aguas que hacen crecer el río. Recuerdo de niña ver el río de las mariposas crecido con tanto azoro como el me invadió cuando vi la Piedra de Sol, siguiendo los pasos de las hermanas Mercedes y Beatriz en la película Salón México por el hoy Museo Nacional de las Culturas del Mundo. ¡Qué belleza la fotografía de Gabriel Figueroa! Qué pinche violencia la que rodeaba a Merceditas y qué hermoso el rostro de Marga López, una actriz tan mexicana nacida en Argentina.

Me gusta la mexicanidad construida por tantas voces, herencias, afectos y sabores que inventa posibilidades, discusiones, encuentros, desencuentros, soledades, hallazgos y curiosidades, como que Patriotismo sea paralela a Revolución, y Benjamín Franklin empiece en Revolución y cruce Patriotismo e Insurgentes, recordándonos que los mexas y los gringos no somos vecinos tan distantes.

Mi patriotismo es más que una calle y no cabe en septiembre (“mes de la patria”), aunque este año está encerrado en el chat vecinal, donde las recetas de pozole y recomendaciones de chiles en nogada se mezclan con reclamos porque la fila de las tortas de chilaquil no guarda la sana distancia y cuando la guarda se extiende por todo Alfonso Reyes (“Así no AMLO, así no”), seguido de la felicitación porque se logró la demolición de los siete pisos extras del edificio de Baja California 370; para luego evidenciar, con foto incluida, a los vecinos que no usan correctamente el cubrebocas (aunque sean tricolor) y a quienes nos atrevemos a sentarnos en las mesas de los cafecitos que se han extendido –con permiso– un poco más para sobreponerse al impacto del Covid… Una conversación que deja los sabores patrios para hacer suyos los humores agrios y deambular por las redes sociales sin cubrebocas reclamando que las tormentas no cesan (“¡Cuántas más López, cuántas más!”), que a la economía está estancada, que las feminazis no se van de la CNDH, que los millenials dejan las bicis donde se les da la gana, que el “sr. Smith” permite que su perro mee en mi jardinera de la calle, que el uruguayo del restaurante habla muy alto y toma demasiado mate, que la francesa es muy creída, que detengan a los delincuentes juveniles que destruyen el parque con su patineta, que nos gobiernan un peladito y una farisea, pero que feliz Rosh Hashaná y los esperamos en la misa del domingo, ¡ah, porque México es libre y comunismo, anarquismo y socialismo es igual a vandalismo, y no olviden eso de amad unos a los otros, pero no a todos los otros porque no se nos vaya a colar un naco o una momia o un paisano o una encueratriz o un nini con dinero y sin dinero, o un vecino traicionero que compre en el tianguis y rompa el confinamiento mientras nosotros sí sabemos que quienes andan sin cubrebocas en la calle son asesinos en potencia; por ello, estoicos seguimos adentro lejos de esos homeless que insisten en estar en la calle tan estorbosos como los cables y esos árboles que tapan las luminarias y tiran hojas y ramas y son un peligro para la nación; porque nosotros somos demócratas y entendemos que ha llegado la hora de pelear, pero ¡Viva México! y hay que vestir a los perros con la playera del Tri, pero no el de Alex Lora (¡qué naco!), sino la verde de la selección para estar a tono con el mes y cambiemos nuestra foto de perfil por la bandera nacional, aunque sea de consuelo, porque este año no podremos ir a Las Vegas a dar el grito con Alex Fernández ni con nuestro Luismi, que no es mexicano, pero como decía Chavela Vargas: “los mexicanos nacemos donde nos da la gana”, y él le perdonamos todo por eso es nuestro Sol… y sigamos vomitando nuestros cánticos marciales que se enredan en el WhatsApp, porque todos tienen otros datos y hay que hacer lo correcto al estilo de Spike Lee.

¿Quiénes son esos vecinos sin rostro que pasan del compartir el clima a una fakenews sobre que la nuera venezolana de AMLO será la nueva secretaria de turismo?, seguido de un “y qué no hay mexicanos” y rematado por un “que sé cree este igualado” y el Salmo del día como colofón… Y que Dios nos bendiga y nos aleje de los que piensan distinto, y de los gritos que saltan del WhatsApp a la vida real y de la vida real al video viral, porque ahí en las redes la vida no es más sabrosa pero sí más intensa como solía ser en la vieja normalidad. Porque no tengo donde desahogarme y a mí nadie me dice nada (y mi palabra es la ley), porque entre vecinos podremos odiarnos pero no nos haremos daño, nomás a esos que nos discriminen, nos violenten y nos contradigan, porque para qué discutir algo que podemos arreglar a golpes… Porque somos puros mexicanos (¿o mexicanos puros?), por eso estoy dispuesta, si México lo quiere, que tenga que pelear, y me gusta que mi colonia sea cosmopolita; ¡ah!, pero que se abstengan de opinar esos que ni son de aquí ni de allá, do you undersand? Que les apliquen el 33 o se cambien de colonia, porque el que se lleva se aguanta y mi casa es tu casa hasta que te pida que te pases a retirar. Porque no vamos a permitir que nadie nos robe a nuestro México querido, porque no hay amigo al que yo sea tan devoto y tan fiel, y que harán para el grito, cómo festejarán a mi México del alma… Con el patriotismo aturdido apago mi celular, pero es insuficiente.

Mis vecinos están al grito de guerra, porque si más si osare un extraño enemigo profanar con su con su planta tu suelo, piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo un soldado en cada hijo te dio, entonces observo una disputa que promete viralizarse porque septiembre es el mes de la patria, nos hacen falta ladies y lords para desaburrirnos, porque no habrá fiestas ni pambazos ni tostadas ni nada.

Atravieso Baja California y trato de no imaginar los alcances de ese pleito, pero es demasiado tarde. Con la vista nublada me parece ver una nueva avenida: ¿Chovinismo? Mis pensamientos están tan enredados como los cables por los que deambulan las ardillas y se entrometen en la vida de los árboles.

Esta noche tendré insomnio, lo sé. Extraño la ingenuidad de aquel mi primer insomnio, mientras mis vecinos siguen con su cántico marcial.

 

Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (colección Sello Bermejo, Dirección General de Publicaciones de Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y  El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016).

 

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Posted: September 21, 2020 at 10:10 pm

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