Essay
Ensayo: kintsugi
COLUMN/COLUMNA

Ensayo: kintsugi

Sandra Lorenzano

Tuve mi propio 68. No fue el de París, ni el de Praga, ni el de Tlatelolco. No tuvo consignas, ni demandas, ni amor libre, ni barricadas. Tenía ocho años. Kintsugi. El relato se pierde en el camino de polvo dorado. Ahí están los silencios. Rasco. ¿No se trata de eso? ¿De sumergirse en los quiebres? Si hay que contar, contemos. “Si hay que ir, se va”, dicen en Canarias. Vamos, entonces.

Ocho años e invierno. Papá que no vuelve del hospital de Tigre donde trabaja en las mañanas. Estamos sentados a la mesa mamá, Pablo y yo. Papá no vuelve. Está preso. Pero todavía no lo sabemos. Alguien busca a mamá para contárselo. No se dice “preso”, aprendo. Se dice “A disposición del poder ejecutivo”. No. Tampoco se dice eso. No se dice nada. Afuera de casa se guarda silencio. Adentro se dice “Papá no está”. Le escribimos cartas. Le hacemos dibujos. No se nos ocurre preguntar qué hizo, por qué está en la cárcel. Hace mucho que sabemos que los buenos están presos y los malos en el gobierno. Papá es bueno. Mi abuelo también es bueno porque viene a atender el consultorio. Aunque no esté preso es bueno. Aunque haga llorar a mamá. “Ustedes no piensan en sus hijos”, le dice. “Si siguen así van a terminar todos muertos”. Tuvo más intuición que los treinta mil desaparecidos de los setenta, el abuelo. “Los van a matar a todos”, dice. Pablo y yo escribimos cartas. Sin saberlo estamos ensayando el futuro.

Pero mi 68 no fue sólo papá preso. Fue también aprender a callar. No digan nada en la escuela. No les digan nada a sus amigos. No lo comenten, decía mamá. ¿Ser bueno era un secreto? Por mucho que nos dijeran que no había hecho nada malo, me daba vergüenza. Me daba vergüenza callar o mentir; me daba vergüenza que estuviera en la comisaría.

Además, íbamos a tener un hermanito. ¿Y si el abuelo tenía razón y nos mataban a todos?

En el cuarto que compartíamos Pablo y yo, había ya una cunita blanca esperando al bebé. Pero no llegó. Mis padres volvieron del hospital sin ella. Esa nena chiquitita que habíamos visto en la incubadora se quedó para siempre en la “negra espalda del tiempo”. Fue mi primera ausencia. Nunca digo su nombre. Ni siquiera cuando conozco a alguien que se llama así.

Está enterrada en el cementerio de Tigre. NN.

Un ensayo de futuro.

Tampoco de esto había que hablar.

Tuve mi propio 68. Y lo odié.

 

Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.

 

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Posted: February 4, 2019 at 11:05 pm

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