Essay
Entre Butes y Orfeo, me quedo con el primero

Entre Butes y Orfeo, me quedo con el primero

Irma Gallo

Hace casi dos meses tomé una decisión que cambió mi vida de inmediato. Más adelante volveré a este asunto, muy personal, que sin embargo tiene que ver con el libro sobre el que escribo ahora: Butes, de Pascal Quignard (Sexto Piso, 2019); ya se verá porqué.

Debo empezar por decir, no sin algo de vergüenza, que no había leído nada de Quignard, aunque siempre había ejercido una atracción poderosa que dejé pasar. Lo más probable es que no estuviera lista para zambullirme en su lectura y, créanme, la elección de este verbo no es gratuita. Más adelante, también, verán porqué.

Pero a esa resistencia mía se impuso un hecho muy concreto: hace unos días llegó a mis manos un ejemplar de Butes. Lo observé detenidamente y la sencillez de la portada me atrapó: una imagen a blanco y negro de dos hombres, uno de pie y otro sentado, en una embarcación pequeña, apenas un sencillo bote de motor. Pequeños, los tres: los dos hombres y el bote, en medio de la inmensidad del mar.

Era mi hora de comida, ya casi el único momento del día que tengo para leer, así que me llevé el libro.

Siempre he detestado esas cursilerías de “me atrapó desde el principio”, o “era la lectura que estaba esperando”, o “el libro me eligió a mí”, pero en este caso debo confesar, no sin algo de pudor, que eso fue lo que me ocurrió.

El primer capítulo cuenta la historia de Butes, uno de los argonautas que no resiste el canto de las sirenas y salta al mar. Mientras Ulises se hace amarrar de pies y manos al mástil del barco, y Orfeo, con su cítara, “tapa” el sonido que enloquece a los hombres, Butes cede a su impulso. Escribe Quignard, citando a Apolonio:

“Nada a través de las olas que hierven. (…)

Butes nada con fuerza, hasta tal punto su corazón arde por escuchar, escribe Apolonio, las voces agudas de los pájaros con cabezas y senos de mujer que atraen su cuerpo tenso y húmedo”.

Aquí hago una pausa para subrayar que las sirenas de Apolonio, a cuyo canto se lanza Butes de cabeza, tienen cuerpo de pájaro, no de pez y, por lo tanto, vuelan. Detalle no menor para entender lo que a continuación describe Quignard, ya no Apolonio:

“Cipris lo arrancó de las olas (…)

Butes vuela en los brazos de Cipris. Está pegado a ella. La penetra. Cuando Cipris con Butes en sus brazos llega a la altura de la isla de Sicilia, lo arroja al mar. Lo instaura como el que se zambulle en el cabo Lilibeo. Butes es el Saltador”.

Así pues, Pascal Quignard contrapone a Orfeo con Butes, y lo lleva al terreno de la música, uno de sus temas de estudio favoritos:

“La música griega luego romana luego cristiana luego occidental se hizo cada vez más órfica y conjuradora. Se volvió extraordinariamente instrumental. La música occidental sacrificó el baile originario (…) Fue primero el abandono al trance y luego la renuncia a abandonar la fila de los remeros lo que autorizó su escritura”.

Es esa música, la que tiene miedo, al igual que el pensamiento filosófico, a los que, según el también autor de Pequeños tratados:

“La alta mar no les va. Tienen miedo de perderse, de zambullirse, de abandonar el grupo, de morir”.

En este punto de la lectura me pregunté: ¿y quién no tiene miedo de morir?, ¿no es acaso ese mismo instinto animal que empuja a Butes a arrojarse en pos del canto de Cipris lo que, paradójicamente, nos obliga a buscar la manera de sobrevivir? Le llaman “instinto de supervivencia”, y está grabado con fuego en nuestro ADN desde el principio de los tiempos. Instinto tan animal como su opuesto.

Solo unos pocos, los suicidas, terminan retándolo con éxito. Como mi amiga Laura, que no soportó envejecer en el mismo empleo, con las mismas condiciones de precariedad laboral.

Yo no soy valiente. Nunca lo he sido. Tan es así que pasé siete años con un hombre que ejercía violencia psicológica contra mí y contra mi hija por miedo a que ella “se quedara sin padre”. Muy tarde descubrí que el padre también podía ser yo. Y mal que bien (tal vez con más deficiencias que aciertos), lo he sido.

No, no soy valiente.

Permanecí en un mismo empleo durante casi 18 años. El mismo que mi amiga Laura. Siempre con miedo a moverme de ahí, porque ¿en qué otro lugar me iban a contratar?

No soy (creo) una persona ingrata. Fue un trabajo que me dio muchas satisfacciones, en donde me formé y crecí. Pero el sueldo era, debo decirlo, un insulto. Bueno, al principio no, pero al paso de los años, con las sucesivas inflaciones que son cosa común en mi país, mi poder adquisitivo se volvió casi nulo. Es decir, no me alcanzaba para lo básico.

Pero, como en el caso de la relación con el padre de mi hija, aquí también me senté, resignada, a esperar no sé qué. Tenía mucho miedo de quemarme, de saltar.

“La poetisa Safo se mató tirándose del peñasco de Santa Maura”.

Me llegó un ofrecimiento de trabajo. A pesar de lo atractivo que sonaba, lo dudé. ¿Qué tal si, por saltar del peñasco, me moría, como Safo?

En mi caso, morirme significaba quedarme sin los medios para mantenernos a mi hija y a mí.

Tenía miedo.

Pero lo hice.

Salté. A los 47 años de edad, salté.

Y al igual que cuando dejé al padre de mi hija, no me morí, como Safo, como mi amiga querida, que en junio cumple un año de haber dado su propio salto. Tengo su foto enmarcada, rodeada de plantas, o sea de vida. Y casi cada día le digo: “ya no estoy ahí, Lauris. Me atreví. Me fui”.

Después de leer a Pascal Quignard me doy cuenta de que en realidad solo “dije sí a la música de origen”.

“La música que está ahí antes de la música, la música que sabe `perderse` no tiene miedo del dolor”.

No sé qué va a pasar. Solo sé que este libro de Quignard llegó, como este ofrecimiento, cuando tenía que llegar. Y que cuando uno escucha ese llamado debe lanzarse de cabeza.

Así nomás.

 

*Imagen de portada de Parham Shahrjerdi

Irma Gallo es periodista y escritora . Colabora para Literal,  GatopardoEl GráficoRevista Cambio, y eventualmente para otros medios. Es autora de Profesión: mamá (Vergara, 2014), #yonomásdigo (B de Block, 2015) y Cuando el cielo se pinta de anaranjado. Ser mujer en México (UANL, 2016).

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Posted: June 10, 2019 at 9:05 pm

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