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Extinción o esperanza

Extinción o esperanza

Adriana Díaz Enciso

Llaman la atención los banderines en vivos colores, todos replicando el logo, tajante como la primera palabra del movimiento: “Extinction”. Otros, amarillos, muestran a una abeja en su celda. Juntos hacen de Parliament Square un campo colorido. Son los estandartes de un nuevo tipo de guerreros, herederos del activismo de largas décadas, a la vez que creadores de una revuelta animada por el desasosiego y edificada con la complejidad, diversidad y eficacia mediática del siglo XXI.

Tras las dos semanas de desobediencia civil con que Extinction Rebellion tomó Londres y otras ciudades inglesas (con eco en otros países, México incluido), durante el pasado mes de abril, es difícil creer que el movimiento tiene apenas un año de establecido. Los activistas fueron en esos quince días una presencia imposible de ignorar, cerrando las calles en cuatro puntos estratégicos de Londres y convirtiéndolas en escenario de festivales callejeros fundados con luto y resistencia. En ese breve tiempo XR (la abreviación de su nombre), en modesta medida, quizá cambió el mundo. “El mundo”, por supuesto, nunca es uno solo, y lo que en un país parece rotundo, en otros puede antojarse lejano. Sin embargo, la declaración del Parlamento británico de una emergencia de cambio climático (consecuencia directa de las protestas de XR, y una de sus tres exigencias inmediatas) ha hecho por primera vez del tema de la destrucción ambiental un protagonista indiscutible, acallando por un rato incluso las cada vez más bizantinas discusiones sobre Brexit, y sentando un precedente internacional que ya tiene seguidores.

Los primeros actos de protesta masiva de XR en noviembre de 2018 evidenciaron un proceso de prueba y error, y aunque causaron su impacto, en la conciencia nacional no se diferenciaban mucho de otras protestas masivas. Es decir, tristemente, que no parecía que fueran a lograr resultados concretos. (Todavía no olvidamos el trauma de aquella manifestación de un millón de personas en las calles de Londres, un helado día de febrero de 2003, para detener la invasión de Iraq. Estábamos seguros de que esa voz no podría ser ignorada. Pero lo fue, ¡y de qué manera!) ¿Qué fue lo que hizo de XR, cinco meses después de esas primeras acciones, un movimiento de tanta fuerza?

No haré en este espacio el análisis de un vasto y complejo movimiento que crece a ritmo acelerado. Compartiré apenas algunas imágenes y reflexiones sobre lo que fue habitar la ciudad con ellos entre el 15 y el 29 de abril pasado, centrándome en dos elementos distintivos. Por un lado, el incuestionable compromiso con la protesta no violenta de este colectivo inmenso y, por el otro, la extrema juventud de un gran número de los manifestantes, incluyendo adolescentes y niños.

La práctica de la confrontación no violenta en XR no es una cualidad espontánea, sino el fruto de un profundo trabajo de reflexión y disciplina. No siempre habrá sido fácil conservar la calma, entre gente exasperada o furiosa por el bloqueo en varias de las zonas más transitadas de Londres (Westminster, Marble Arch, Oxford Circus, el Puente de Waterloo), aun si muchos de los automovilistas se mostraban pacientes por el simple motivo de que estaban de acuerdo con la necesidad de las protestas. Asimismo, la tensión tanto para manifestantes como para los elementos policiacos exigía mesura de las dos partes. Aunque había policías también de acuerdo en esencia con el movimiento, algunos hablaron sobre el difícil equilibrio entre respetar el derecho a la protesta y vigilar actos realizados por individuos que claramente no querían confrontación alguna, pero que estaban violando la ley. Los arrestos fueron miles, y aunque en su mayor parte la interacción entre manifestantes y autoridades fue una de ejemplar civilidad, hubo momentos espinosos –como la agresiva intervención policiaca cuando los manifestantes empezaron a cavar una fosa en Parliament Square para enterrar el ataúd negro que simbolizaba a nuestro planeta. No hubo reacciones violentas por parte de XR; nada más seguían cavando. Esta incorporación del duelo es un elemento clave en la disciplina del movimiento: la acción con la clara conciencia de que estamos al borde de la aniquilación del futuro de la vida en la tierra o, al menos, de un futuro que no sea brutalmente hostil a esa vida.

Es aquí donde la presencia de los niños y adolescentes adquiere significado. Han sido muchos los niños que, bajo el lema de XR, han hecho huelga en sus escuelas para unirse a las manifestaciones, siguiendo el ejemplo de Greta Thunberg, la adolescente sueca que se ha convertido en una afamada vocera en la lucha por detener el cambio climático. Al igual que los automovilistas atascados y la policía, los profesores de estos niños se encontraron ante un dilema ético: ¿cómo ejercer su autoridad para que los niños permanecieran en las escuelas, estudiando, que es lo suyo, cuando muchos de los maestros mismos apoyaban las protestas y encontraban sus razones inobjetables?

En el cuestionamiento individual a que nos obliga un movimiento de estas dimensiones, comprometido férreamente con el principio de desobediencia civil pacífica, es donde yace una de las mayores fuerzas de Extinction Rebellion. Para muchos de nosotros era un gozo visitar los puntos de la ciudad tomados por los manifestantes, convertidos en áreas peatonales animadas por la gentileza y la solidaridad. Daba gusto andar por la calle y oír a lo lejos los tambores, para ver luego aparecer una columna, con su música y sus estandartes, forzando a los ciudadanos a una lentitud que nos permitiera aquilatar el significado de lo que veíamos. Hubo también memorables performances, incluyendo a la troupe de The Invisible Circus (figuras de rostros fantasmales vestidas de escarlata, símbolo de la sangre del planeta), cuya grave teatralidad dio a las protestas una dimensión de hondura y belleza con un fuerte impacto emotivo. No obstante, para todos, en mayor o menor medida, con consecuencias no siempre favorables, las manifestaciones significaron una alteración de la rutina, un cuestionamiento personal sobre nuestra forma de vivir y la respuesta que nos exige la evidencia de la destrucción que hemos infligido al único mundo que tenemos.

De ahí la presencia infantil y juvenil: nuevas generaciones que tienen miedo, que saben que el futuro, para ellos, puede ser uno de catástrofe climática, hambruna y extinción de vida en la tierra sin precedentes. Escuchar a una niña de diez años decir con la voz firme, de espaldas al Parlamento (el Big Ben aún cubierto por las lonas y andamios de su prolongada restauración), que está hablando de su futuro, del futuro de todos los niños del planeta, y que los adultos no estamos escuchando, no es nada más una escena conmovedora: despierta también pesar, aturdimiento, vergüenza. 

Días más tarde Greta Thunberg compartiría el escenario en Marble Arch con el octogenario Phil Kingston, quien ha sido ya arrestado varias veces, y fue uno de los activistas que treparon hasta el techo de un tren del metro en Canary Wharf, interrumpiendo el servicio durante horas. Tendiendo ese arco generacional, Thunberg y Kingston hablaron ante miles de personas del debate imperativo, y sin embargo mayoritariamente ignorado, sobre la relación entre el sistema económico global imperante y la destrucción de la tierra. Durante la tarde de ese domingo se repitió la alternancia de oradores, música, teatro, en un entorno de convivencia pacífica que reflejaba el alto grado de madurez y responsabilidad alcanzado por estos activistas. Otra vez se repartió comida a los asistentes de manera gratuita; el sentido de colectividad creado por ese simple acto de generosidad se convertía así en el mensaje, en palpable significado, y prueba de que es posible vivir de otra manera, compartir la tierra que habitamos con otras prioridades. Los platos no eran desechables: se regresaban a un puesto donde eran lavados por voluntarios, y nunca se ha visto manifestación más pulcra. Al levantar cada campamento, los manifestantes hacían una meticulosa labor de limpieza.

¿Qué nos dice todo esto? ¿O qué entender, por ejemplo, de la gente que vivió en los árboles durante ocho días frente al Parlamento, sus hamacas colgadas a alturas vertiginosas, para llamar la atención sobre la inacción gubernamental ante la emergencia climática?

Durante esas semanas intensas, varias veces oí el comentario: “los hippies de siempre”. Y sí, sin duda se veía gente que podría obedecer a esa descripción. Pero el comentario revela ceguera y pereza intelectual. Las acciones de XR han sido de una pluralidad pocas veces vista, y se siguen ramificando (seguidas, por ejemplo, por una manifestación de niños y madres de familia por las calles de varias ciudades del mundo un mes después). Sí, la música estuvo siempre presente, y la atmósfera de paz y empatía posibles en la colectividad entre extraños es uno de sus más importantes legados, pero las acciones de XR han estado también animadas por una gravedad nueva en el panorama del activismo. “Más allá de la política” es uno de sus lemas. No se puede hablar ya de una lucha por ningún tipo de poder, cuando de lo que se trata es de asegurar nuestra supervivencia como especie.

Entre las particularidades del discurso de XR está la ausencia de triunfalismo. Aquí, nada de “¡Venceremos!”. El panorama es lúgubre: según reportes de la ONU, tenemos 11 años para meter freno, dar reversa y prevenir una catástrofe climática total. Ese temor y ese duelo, sobriamente asimilados, sin esquivar el dolor, han hecho de las protestas también un ejercicio reflexivo.

Una tarde, viendo a un grupo de adolescentes bailar junto al Puente del Parlamento cerrado al tránsito (la policía aún reacia a iniciar los arrestos), reconocí la instintiva inclinación por la fiesta, la belleza, la timidez de la inexperiencia de esa edad, y había también el placer y el abandono de bailar en la calle en un día de excepción. Era una escena hermosa, pero triste también. Un jovencito llevaba una pancarta en la que se leía “Debería estarme rebelando contra mis padres”. Y es verdad. Estos jóvenes no deberían tener motivos para exigirles a gobiernos, industrias y corporaciones que no les arrebaten su futuro. Estos jóvenes no saben si su lucha llegará a buen puerto. Por un momento pensé en aquella escena del Nosferatu de Herzog, de un último festín entre las ratas, en la ciudad ya diezmada por la peste. Pero no es un paralelo exacto. No hay nihilismo en XR, sino una aceptación directa de la realidad, reacia a la parálisis.

La conversación actual sobre el desastre ecológico establece la muy real posibilidad de la catástrofe como el dilema existencial de nuestros tiempos. Son innumerables los individuos y colectividades que contribuyen a este diálogo para tratar de entender, imaginar, proponer qué se hace tan cerca del final. O, al menos, tan cerca de un final: el del mundo y nuestra civilización como los conocemos. En el Reino Unido pienso no solo en XR, sino también en las penetrantes reflexiones compartidas en Climate Cultures (https://climatecultures.net/), o las que nacen en el seno de The Dark Mountain Project (https://dark-mountain.net/). A diferencia de lo que sucede en las luchas de poder de cualquier signo, en esta conversación se está alcanzando un punto de lucidez comparable al que se experimenta en la cercanía de la muerte. Y claro, no es para menos. Esa lucidez lleva su propia belleza, y el diálogo que de ella nace es sumamente creativo. ¿Sombrío? Sí, pero también radicalmente solidario.

Ser testigo de estas acciones y de este diálogo despierta una forma nueva de esperanza. Esa tarde de domingo en Marble Arch, cobijada en el espíritu de comunidad de Extinction Rebellion, me di cuenta de que, aún si no logramos detener el cataclismo, aún si nuestra experiencia colectiva de ser humanos en este mundo termina de la peor manera posible, esta lucha vale la pena. Si lo que toca es irnos, aún podemos irnos honrando el mundo y honrando nuestra humanidad, sabiéndolos unidos de manera indisoluble. Ésta, creo, es una buena descripción de la valentía.

 

Adriana Díaz-Enciso es poeta, narradora y traductora. Ha publicado las novelas La sedPuente del cielo y Odio, los libros de relatos Cuentos de fantasmas y otras mentiras y Con tu corazón y otros cuentos, y seis libros de poesía (Pronunciación del deseoSombra abiertaHacia la luzEstacionesUna rosa y NieveAgua). Es también autora de la novela aún inédita Ciudad doliente de Dios, inspirada en los Poemas Proféticos de William Blake.

 

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Posted: June 12, 2019 at 9:00 pm

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