Essay
Los primos
COLUMN/COLUMNA

Los primos

Miriam Mabel Martínez

Hace unos años, durante la controversia por la política de nombres reales en Facebook, leí uno de los mejores post de mi vida feisbukera: “¿y ahora cómo me escondo de mis primas?” Más allá de la sincera carcajada que me arrancó, me despojó de la autocensura. Yo también, como muchos aunque no lo confiesen, quiero ocultarme de los primos, tíos, sobrinos y demás parentela. Quién no ha dicho “chin” cuando le aparece la solicitud de amistad de ese pariente chinche, buleador, chillón, criticón, conservador o misógino o fresa o libertino o indiscreto o impertinente o clasista o sencillamente tan distinto, que las mutuas diferencias nos han excluido de su día a día; hasta que, claro, el algoritmo nos reencuentra en la virtualidad. Yo muchas veces. ¿Cómo por qué mezclar mis varias vidas en mi perfil de FB? Suficiente tengo con las reuniones familiares que parecieran estar atrapadas en los prejuicios de un eterno loop en que cada integrante asume su rol del pasado. Helloooo soy la “chiquita” cincuentona que ya usa lentes progresivos como su mamá… Okaaaay.

Ese post me recordó el dicho “entre la familia y el sol, entre más lejos mejor”. Hasta entonces no había considerado camuflajearme bajo un seudónimo, quizá porque extrañamente cuando leo mi nombre en las redes sociales lo asumo un seudónimo en sí. Como si esa Miriam Mabel Martínez fuera otra yo, lo mismo me sucede cuando observo fotos que me recuerdan que el mundo alguna vez fue analógico. Siento que esa que veo es otra yo, una que fue y que dejó de ser al instante siguiente de un click que sonaba distinto. Un antes y un después del revelado. Unas yo acumulables que tampoco son las que habitan el FB ni las que transitan los caminos de los links (que, por cierto, no son como yo pensaba). Unas yo que no se limitan a usar el tablón de FB como si fuera un periódico mural ni como un hablar en voz alta.

Esas yo que deambulan por las rutas de la vida virtual unos días se parecen más a mí que otros. A veces leo los posts y creo que una de mis yo se reveló en un golpe de estado y es la que anda ahí a la deriva en un presente continuo que si de por sí ya es agotador, nomás de imaginar los escenarios posibles si se le agregaran las dinámicas familiares de la vida real, le alacian los pelos a todas mis yo homologadas por un nombre tan real como ficticio.

Exhibida en mi nombre, a partir de ese momento, me asustó la posibilidad no de ser perseguida sino encontrada. “Al rato nos van a pedir el curp”. Aún lo espero. Ya imagino mi foto de perfil enmarcada por una hilera de letritas y numeritos para ahora sí asumirme un usuario-cliente-inquilino-huésped-habitante-ciudadano-visitante más de la Matrix. Una foto que gracias al Photoshop exalte la felicidad y aplane –aún más– cualquier gesto ríspido anulando toda probabilidad de controversia. Una foto exhiba el optimismo hasta lo absurdo, que muestre que sí se puede, que reniegue de esa nariz arrugada de fuchi, de la lengua de fuera de guácala, del ceño fruncido. Una foto sin arrugas ni ojeras que no sabe del desencuentro. Una foto posada como lo exige la sobrevivencia social. Aquí no pasa nada. Estamos todos bien. Un retrato de un alguien que ha olvidado el NO. Un no que marca límites en tiempos líquidos, en los que el sí cruza sin pasaporte la frontera del no y viceversa. Yo prefiero una foto accidentada, de alguien afectado por el no. El accidente como prueba de vida. El no como un gesto de sobrevivencia.

¿Cómo conciliar los perfiles públicos con la intimidad de mis muchas yo? ¿Cómo no terminar encerrado en una cámara de ecos? ¿Cómo compartir en el desacuerdo? ¿Cómo negarse a repetir en esta otra vida virtual los patrones familiares?

A diario, cuando me aparece una larga lista de people you may know, me pregunto si alguna vez he dejado de esconderme. No sé. Aquel post de Taquito Jocoque me divirtió pero también me ha hecho reflexionar sobre las muchas vidas que arman una misma vida. Y no me refiero a las dobles vidas que ocultan, sino a las que se suceden una tras otra o traslapan completando lo que somos, exhibiendo que nuestro todo es tan grande que es imposible expresarlo todo el tiempo con todos. No somos los mismos en todos lados y por eso mismo no queremos a los mismos en todos lados. Cada afecto en su lugar. Y hay unos tan irracionales que no son propicios para las redes sociales. Hay otros cuyas narrativas tan intensas nublan cualquier post. Presentes que añoran tanto el pasado que impiden ver a la persona aquí y ahora. Quizá esta es una de las razón por la que se huye. O quizá porque sencillamente cambiamos. Y eso duele. Duele ver que esos seres entrañables con los que creciste son extraños, que no compartes más que la felicidad infantil del todo está por descubrirse, y que cada quién descubrió algo distinto. Duele porque el afecto está intacto en la imposibilidad del reencuentro.

¿En qué momento cambiamos? El desencuentro es tan sorprendente como el hallazgo. ¿Cuándo decidimos comenzar a huir? ¿Cuándo nuestros primos se convierten en extraños?

El 19 de enero pasado falleció mi primo mayor. Su muerte no se coló en el rubro de “exceso de mortalidad” que, de acuerdo con el INEGI, ha aumentado durante la pandemia. Su muerte entra en la estadística de la normalidad en de la categoría de “enfermedades del corazón”. Un infarto que está incluido en los males cardiacos, hoy desplazados por la COVID-19 al segundo puesto de causas de muerte entre los hombres. Su corazón se detuvo. Así de simple y mágico. Se detuvo y ya, más sencillo que borrar un post.

De pronto dejó de estar en algún otro lugar al mismo tiempo que yo estoy en otro. Yo estoy y él ya no está, apenas se asoma en algunas redes sociales de otros, de algunos otros parte de mi red y de otras. Está ahí, lo veo, pero no lo reconozco. Lo espío, sin embargo, el hombre de esas imágenes no corresponde al que yo recuerdo, son otros él que se parecen por no son mi él. Corresponden a su presente en el presente de otros, ajeno al mío. Un presente que ya no es, un pasado inmediato lleno de él y vacío de mí.

Nunca me escondí de él o quizá sí. Tal vez él también se escondió de mí, o no. ¿Si el algoritmo lo hubiera acercado le habría dado accept o reject? Nuestros presentes alguna vez sincrónicos se habían desfasado hace tiempo. Diacrónicos más no desconocidos, nos marginamos de nuestras redes sociales, quizá más por amor que por desencuentro. Quizá porque el presente nos obliga a desprendernos de esas otras vidas como en la que alguna vez tuve seis años y el veintidós. Otros él y otras yo que no existen en FB, que pertenecen a nuestras vidas analógicas, algunas fuera de foco, accidentadas como prueba de que alguna vez también fuimos esos otros.

 

Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016). Coordinó las antologías Oríllese a la izquierda Mujeres  (2019) y Mujeres. El mundo es nuestro (2021) ambas bajo el sello Universo de Libros. Forma parte del Colectivo Lana Desastre con el cual ha participado en “El Panal Monumental” (2017); un mural tejido para la Central de Abasto (2018); “Manta por la Sororidad” (2019) y “Data: Cambio Meta Tejido” (2019), entre otros. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: February 22, 2022 at 7:54 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *