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Hablar de lo indecible

Hablar de lo indecible

Martha Bátiz

Durante las últimas semanas he tenido el privilegio de participar en talleres organizados por brillantes escritoras para hablar acerca de las circunstancias en las que vivimos y realizamos nuestro trabajo, y compartir experiencias relacionadas con nuestra maternidad, temores, conflictos internos y externos, así como los prejuicios, estereotipos y dificultades a los que nos enfrentamos. El primero de estos talleres se titula Pequeñas labores, a cargo de Isabel Zapata; el segundo, Escribir es un lugar, con Laia Jufresa. En medio de eso, me anoté para participar en las Jornadas de Argüende Online 2020, organizadas por Escritoras y cuidados, cuyo objetivo es “analizar nuestras preocupaciones, aprendizajes y necesidades como escritoras en torno a las condiciones materiales de la escritura.” La moderadora de esta reunión, Alejandra Eme Vázquez, es gestora también de la iniciativa Pensar lo doméstico, que invita a todas las mujeres, sean escritoras o no, a hablar de lo que no siempre se dice acerca de ese mundo privado que pulimos al máximo cuando hay visitas, porque tenemos muy bien aprendido eso de que la casa, nuestra imagen y todo alrededor debe lucir perfecto y en armonía. La cereza de mi fabuloso pastel literario-pandémico-feminista es el curso Dos niños se pierden en el bosque, a cargo de María Fernanda Ampuero.

Al ver en mi agenda el atracón de ideas e inspiración al que me abalancé sin dudas ni pudor —en medio de mis propias obligaciones como profesora a cargo de varios cursos de diversas disciplinas académicas en tres universidades de Toronto, por no hablar de mi condición inescapable de madre y ama de casa—, me doy cuenta de que esta hambre que tengo de establecer lazos con otras mujeres que no conciben la vida sin escribir y, como yo, se enfrentan a una interminable carrera de obstáculos para dedicarse a su obra, es resultado de años de contención. La contención es la acción de contener frenar el movimiento de un cuerpo. Tras compartir estas valiosas horas con tantas mujeres cuyas vidas, maternidades y carreras están en distintas etapas de desarrollo, me quedó claro que la contención ha sido nuestro deporte involuntario compartido. Todas hemos frenado nuestros impulsos, deseos, necesidades e inquietudes por circunstancias fuera de nuestro control pero directamente relacionadas con nuestra condición femenina; todas hemos sufrido de distintos niveles de abuso o violencia por parte de figuras de autoridad masculinas en las que alguna vez confiamos; todas nos hemos sentido impostoras, insuficientes, derrotadas; todas hemos querido decir mil y una cosas pero nos hemos callado. Porque nos educaron para agradar, para no incomodar; para ser gentiles y amables y sonreír, como la Marquesa de Merteuil, mientras nos atravesamos la mano con un tenedor. 

Al analizar este descubrimiento (porque para mí eso ha sido este proceso), al ver la cantidad de talleres que han surgido en línea precisamente para brindar un espacio seguro para hablar sobre nuestras preocupaciones, pero también compartir lecturas y escribir; al considerar el boom de escritoras que están hablando abiertamente y sin temores sobre la dificultad y el peligro que entraña ser mujer en América Latina, no puedo evitar pensar que, tal vez, estamos atravesando por un momento histórico similar al que gestó el gótico femenino en el siglo XIX.

Es necesario hacer aquí un paréntesis para hablar sobre el gótico literario, a fin de explicarme mejor. La narrativa gótica surgió en Inglaterra hacia finales de 1760 y tuvo, de inmediato, una enorme popularidad. ¿Por qué? Porque habla sobre fantasmas y violencia, y no solo no esquiva el horror ni la sangre sino que los magnifica. La topografía literaria que comparten los textos góticos va desde paisajes desolados, oscuros y agrestes, calabozos, casas o castillos encantados y pasajes secretos, hasta maldiciones milenarias, apariciones monstruosas, tiranos malévolos, brujas, poderes demoniacos, y todo aquello que sea sobrenatural, hiele la sangre y provoque terror.

En un inicio, las novelas góticas buscaban, por ejemplo, alertar a los lectores ingleses sobre los peligros del catolicismo (varias tramas incluyen a monjes o sacerdotes sádicos, o que habían hecho pactos con el diablo, como The Monk de Matthew Gregory Lewis, y se describían en detalle las procesiones, juicios y ejecuciones realizadas por la Inquisición, como Melmoth the Wanderer, de Charles Maturin, todo a fin de dejar en claro que esta religión estaba muy lejos de ser tan bondadosa como alegaba). Pronto, sin embargo, lo gótico en la literatura dejó de ser un simple antídoto contra el neoclasicismo o una herramienta para mantener la separación entre la Iglesia Anglicana y el Vaticano, y cruzó fronteras desde Inglaterra hacia el resto de Europa y Estados Unidos (teniendo en Edgar Allan Poe y Nathaniel Hawthorne a sus mejores expositores) para convertirse en la escritura del exceso, de la transgresión y la amenaza.

Es en las novelas góticas donde se expresan mejor los miedos de la sociedad (y por eso este estilo se trasladó con tanta facilidad al cine). Por ejemplo, a finales del siglo XIX, los rápidos avances científicos invitaban a cuestionar las consecuencias de los experimentos, lo cual se refleja muy bien en textos como Frankenstein, de Mary Shelley, y Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. La novela gótica por excelencia, sin embargo, es Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë, y el personaje de Heathcliff su principal embajador. 

El siglo XX fue el caldo de cultivo idóneo para todo lo gótico: le abrió las puertas hacia el cine (¿cuántas versiones de Drácula se han filmado hasta hoy?) y hacia la televisión, y le ayudó a evolucionar y descubrir cuál es la mayor fuente de temor posible para el hombre. ¿La respuesta? Después de la Segunda Guerra Mundial, está clarísima: la mayor fuente de temor para el hombre es el hombre mismo. Ya no es necesario ser un monstruo, literalmente, para asustar. Una persona común y corriente, de apariencia incluso inofensiva, puede ser aterradora (como Norman Bates en Psycho, de Hitchcock). A lo largo del tiempo, ha sido a través del gótico que la sociedad, en particular la estadounidense (que tanta influencia ha tenido en el mundo entero) ha purgado sus miedos: en los años setenta, ante la ola de sectas religiosas, surgió El Exorcista; en los ochenta, ante el reino de la televisión y su “mala influencia” sobre la niñez, Poltergeist; en los noventa, ante el descubrimiento de la manipulación genética, Gattaca, y así sucesivamente (la ciencia ficción ha marchado de la mano con el gótico desde Frankenstein).

El gótico literario también nació como respuesta a inquietudes relacionadas con el auge del capitalismo, ya que sus modos de organización producen una sociedad en la que el hombre es depredador del hombre. En las sociedades donde la división de clases es más extrema, la enajenación y corrupción, tan presentes en las tramas góticas, tienden a ser más intensas. Es por eso, por ejemplo, que el gótico literario encontró un hogar natural en el sur de los Estados Unidos, donde la esclavitud, la segregación, el racismo y la desigualdad crearon escenarios de franco terror que han sido una fuente inagotable de posibilidades para novelistas y cineastas.

Desde el siglo XIX, las mujeres —para volver al punto original de este artículo— han sido autoras populares e influyentes de textos góticos, así como sus devotas lectoras. La fórmula de la heroína atrapada en la casa de su amo, por ejemplo, se ha repetido con diversas variantes, desde Jane Eyre, de Charlotte Brontë, hasta Rebecca, de Daphne du Maurier. En el mundo del gótico literario (y cinematográfico), la casa en la que la mujer está presa es la del patriarcado y sus instituciones: el matrimonio, el convento, el manicomio. Y para escapar de este confinamiento, la protagonista está dispuesta a arriesgar la vida, o pierde la cordura (como en el emblemático cuento El papel tapiz amarillo, de Charlotte Perkins).

Es lógico que las escritoras decimonónicas inglesas se hubieran decantado hacia el gótico literario cuando se les concedió la libertad de publicar, una entre las pocas libertades conquistadas por ellas en aquella época (ya no era obligatorio casarse, podían trabajar como maestras o enfermeras para ganarse el sustento, o escribir). La gran Toni Morrison, ganadora del Premio Nobel en 1993 y autora de Beloved, una de las mejores novelas góticas del siglo XX, dijo que la función de este tipo de literatura es “hablar de lo indecible” (“to speak the unspeakable”). Por eso, tanto las [buenas] novelas y cuentos góticos como las [buenas] películas de terror, no dejan casi nada a la imaginación: porque existe una necesidad de decir, y mostrar, el horror y la violencia como no se han dicho ni mostrado antes, en toda su brutalidad. 

En su libro On Violence, Hannah Arendt dice que la primera lección de la civilización es la obediencia. El deseo de poder y el deseo de sumisión están interconectados y, para que la sociedad pueda funcionar, la obediencia debe ya no dirigirse hacia los hombres sino a las leyes que gobiernan la nación. Siguiendo este precepto, queda claro que las mujeres han estado sometidas a una obediencia doble: primero hacia los hombres de su familia (el padre, el marido, el hermano) y luego hacia el Estado (que le concede o coarta libertades). Arendt agrega que una forma extrema de poder es “todos contra uno” (por ejemplo, un linchamiento, o la quema de una bruja), mientras que una extrema forma de violencia es “uno contra todos” (por ejemplo, una dictadura, o un gobierno cuyo líder es misógino). Y esto me lleva, por fin, de vuelta al principio, al boom de escritoras latinoamericanas que están creando novelas y cuentos góticos de gran calidad, y a la necesidad que tantas mujeres estamos sintiendo ahora mismo de decir —primero de forma verbal y luego por escrito—, lo que antes nunca nos hubiéramos atrevido.

Tras sufrir décadas (en realidad son siglos, pero dejémoslo en décadas) de violencia doméstica, profesional, racial y sexual; tras décadas de ver nuestra libertad reproductiva controlada por fuerzas ajenas a nuestro alcance y voluntad, a fin de tener los hijos que Dios nos mande o los que los violadores nos otorguen en vez de los que queramos criar; tras décadas de sufrir bajo el yugo de las imposibles expectativas que se nos imponen (ser madres, esposas, ejecutivas y amas de casa perfectas, además de tener “buena presentación”, como tantos empleos lo requieren aunque ya no se especifique por escrito), ha llegado la hora de unirnos para, primero, infundirnos ánimos y, luego, gritarle al mundo lo que pensamos de él, como lo hicieron las mujeres que nos abrieron el camino en la Inglaterra de mil ochocientos.

En el curso de Isabel Zapata hablamos con toda honestidad sobre los retos de ser madre y escritora, leímos libros provocadores y fascinantes, y nos acompañamos en un viaje interior para enfrentar y apaciguar a nuestras más crueles jueces: nosotras mismas. En el de Laia Jufresa, estamos aprendiendo a darle su importancia y crearle su espacio a esta labor que nos une, la escritura, para que no quede aplastada bajo el peso de nuestros (tantos otros) deberes cotidianos. En la Jornada de Argüende, abordamos el tema no solo de la imposibilidad de vivir de la escritura (algo que no es nuevo, por supuesto), sino de la necesidad de crear espacios donde nuestro esfuerzo y trabajo sean remunerados justamente. Todo esto es urgente y necesario. Es urgente y necesario porque se espera de la mujer que sea ama de casa desinteresadamente y, ya que se trata de su casa, el trabajo doméstico se asume como parte de sus obligaciones y no como un esfuerzo que se valore y remunere (lo cual deriva en que muchas mujeres que se dedican al cuidado del hogar e hijos, quedan desprotegidas cuando el marido decide divorciarse, porque “él pagó la casa mientras ella no hacía nada”). Porque se espera que la mujer sea siempre una madre sonriente, dispuesta a dedicarle cada minuto de sus días y sus noches a los hijos, sin perder la paciencia, sin mostrar que se siente cansada, triste o fastidiada, ya que ella eligió embarazarse (aunque no siempre es este el caso) y ahora “se chinga”. Porque se espera que la mujer trabaje igual que un hombre pero por un sueldo menor (y que agradezca que le dieron el trabajo, y no se embarace porque eso va a detener, si no es que a frustrar por completo, cualquier posibilidad de ascenso laboral). Porque se espera que las madres solteras “puedan con todo” porque son “super héroes”, pero no hay redes reales de apoyo que les permitan criar a sus hijos sin sentirse profundamente solas y agotadas, amén de juzgadas en muchos casos. Porque se espera que la mujer esté siempre dispuesta a satisfacer sexualmente a su hombre, y a aguantarse si provocó la atención indeseada de algún individuo por la calle (para qué se viste así, para qué está sola, para qué anda por estos lugares, algo habrá hecho para que la violaran, la golpearan, la desaparecieran, la mataran, se lo buscó). Porque se espera que si a la mujer le desaparecen o le asesinan a un hijo o hija se quede en su casa llorando sin molestar a nadie (y luego lo supere rapidito, por favor, porque ya chole, ya estamos en otro canal, ya pasaron un año o dos o tres, ya debería olvidarse del tema, y eso de salir a protestar, a exigir seguridad, respuestas y justicia y dañar monumentos es de gente incivilizada en un civilizadísimo país [y continente] donde da la casualidad que todos los días las mujeres son asesinadas, desaparecidas, violadas, insultadas y un sinfín de civilizados etcéteras). Y luego nos dicen “feminazis” y resulta que las malas somos nosotras.

Ojalá que se sigan creando talleres y espacios donde las mujeres podamos continuar forjando vínculos que nos ayuden a ejercer mejor nuestra labor, no solo como escritoras sino como seres humanos. Para mí ha sido un privilegio participar en estos procesos y entrar en contacto con tantas mujeres llenas de sensibilidad y talento. Vamos juntas de la mano por la casa de los sustos. Es muy pronto para decirlo con certeza, pero intuyo que todas estas iniciativas que se están gestando, están haciendo historia. Por nuestros lazos hablarán los libros (y no, no todos serán góticos, pero sí dirán la verdad, aunque duela). 

Hoy, muchas escritoras en México (y en otros países latinoamericanos) escriben sobre los horrores que nos rodean. Sobre el abuso sexual a manos de miembros de la familia o de la Iglesia, la violencia doméstica, la violencia obstétrica, la violencia de Estado, las violaciones a nuestros derechos humanos, la falta de justicia, la indiferencia de la sociedad y los gobiernos cuya obligación, se supone, es protegernos (el chiste se cuenta solo). Ahí están Nuestra parte de noche (y casi todo el resto de su obra) de Mariana Enríquez; Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero; Casas vacías, de Brenda Navarro; El monstruo pentápodo, de Liliana Blum; Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, y muchas otras valiosas obras que no me alcanza el espacio para nombrar aquí pero que son también lecturas indispensables, puesto que han ido tejiendo la soga del gótico latinoamericano al hablar de lo indecible y mostrar nuestra realidad al desnudo. Una realidad de terror absoluto que ningún gobierno, por más que se empeñe por sumir a la gente en la ignorancia, y le quite recursos al área de cultura, por más que niegue los feminicidios y censure a escritores e intelectuales, puede seguir ocultando.       

  

Martha Bátiz es escritora y ha ganado varios premios internacionales, entre ellos el Miguel de Unamuno de Salamanca, España, por su cuento La primera taza de café. Su primera colección de cuentos se titula A todos los voy a matar (Ed. Castillo, 2000); ha publicado la novela Boca de lobo, que fue premiada en el certamen internacional Casa de Teatro de Santo Domingo, y publicada bajo el sello de León Jimenes. Posteriormente fue publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura (2008) junto con una versión al inglés bajo el sello de Exile Editions (2009). Martha es doctora el literatura latinoamericana, traductora profesional y fundadora del programa de escritura creativa en español que se ofrece en la Universidad de Toronto. Su Twitter @mbatiz

 

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Posted: October 11, 2020 at 8:56 pm

There are 2 comments for this article
  1. Nora Stalker at 12:22 pm

    Soy licenciada en Literatura en Argentina y me gustaría y me gustaría asistir a los talleres y conocerlos un poco mas. Saludos!!

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