Isla partida de Daniela Tarazona
Alfredo Núñez Lanz
La novela es un género seductor, persuasivo, que despierta la expectativa común en los lectores de seguir una historia de principio a fin, pero también ha sido un laboratorio donde se experimenta con las posibilidades expresivas poniendo de relieve la materia siempre dúctil con la que se produce: el lenguaje. En épocas como la nuestra, donde la realidad es tan feroz que devora hasta los mundos imaginarios provocando que la literatura sea cada vez más discursiva, al servicio de toda clase de causas sociales, denuncias y banderas –la feminista, la anticrimen organizado, los inmigrantes, la ecológica y un largo etcétera– se agradece encontrar en las mesas de novedades novelas de imaginación donde haya una búsqueda estética, cuyo motor parta de lo íntimo sin caer en las modas de la autoficción. Y aplaudo a los editores que arriesgan sus capitales a favor de obras que no compiten a gritos apelando a la creciente indignación por culpa de nuestro injusto entorno.
La nueva novela de Daniela Tarazona, Isla partida (Almadía 2021) exige un lector con sensibilidad poética, dispuesto a perderse y dejar a un lado las expectativas de seguir una trama a la manera convencional. La premisa es sencilla: una mujer que padece un trastorno neurológico se desdobla y parte de ella decide emprender la huida a una isla imaginaria, remota, con la firme intención de morir; allí recuerda, en un estado de conciencia frágil, algunos pasajes de su niñez, así como de su angustioso presente y comparte las imágenes de su cerebro captadas por un electroencefalograma como evidencias irrefutables de su desajuste. “Ella” es la mujer que se va. En cambio, el personaje que narra en segunda persona se queda y ofrece una carta abierta a sí misma, que también conforma un mapa de su pasado y sus pérdidas –como el duelo por la muerte de su madre–. Este “tú” que en realidad es un yo hablándose a sí mismo trata de ordenarse, reconstruirse, a pesar de las constantes alucinaciones que padece. Si bien en este libro hay pocos asideros a los que podemos aferrarnos para comprender el sentido, su estructura fragmentaria no nos abandona a la intemperie: cada trozo de texto palpita por sí solo y resuena en su conjunto.
Isla partida nos ofrece dos ejes: el ensayístico y el poético. Gracias al primero podemos construir algunos rasgos de la protagonista, sus ideas nos son expuestas con un aire etéreo, propio de quien se dispersa en el libre flujo de la conciencia:
En el mundo conocido, vivir se ha vuelto una tarea insoportable. Los astrólogos han vaticinado, desde años atrás, que la humanidad atraviesa periodos oscuros y que serán prolongados en el tiempo. En esta época cualquier cosa está a la venta. Los pensamientos se negocian como productos. Las emociones son intercambiadas por dinero.
Sin dejar que las frases se comprometan en sólidos argumentos o siquiera en conjeturas, la prosa de Daniela Tarazona busca la evanescencia, la disolución gradual del yo en delirios, recuerdos, imágenes y trances. Lo mismo podemos leer el encuentro con un ovni que una sencilla anécdota familiar en forma de estampa. No hay orden ni continuidad, sólo pensamientos o escenas engarzadas con hilos tenues, casi imperceptibles, pero Tarazona ofrece una cohesión gracias a su sensibilidad poética:
Los recuerdos se dispersan. La imagen es: una gota de aceite cayendo en el agua. No puedes recoger lo que sucedió dentro de ti, los impulsos y la angustia fueron tan primitivos que reniegan del lenguaje, giran, huyen, se convierten en burbujas irrompibles, blindados como si fueran de acero.
Isla partida busca comunicar la experiencia de lo inenarrable, lo inasible, aquello que se experimenta y después no puede verbalizarse plenamente, pues nuestro precario lenguaje no alcanza a expresar esa emoción. Por ello se entrevé la angustia por darle un orden, progresión y sentido a lo que ocurre en la mente dividida a causa de un extraño tipo de epilepsia. El texto es la piedra de Sísifo, la bitácora de un fracaso por incorporar las piezas informes de un rompecabezas. Tarazona trata de poner en palabras las averías del cerebro que percibe una realidad también descompuesta. Y lo único que sostiene esta empresa es la fe, que por momentos se agota:
Pedirle a Dios. Hazme el favor, dices entre dientes, como si con esas tres palabras se escapara el sentido más vergonzoso de tu circunstancia: que la fuerza superior te haga el favor de salvarte porque tú, tantas veces, sientes que no puedes más. Una parte de tu pensamiento se dirige al abismo: nada tiene sentido, los humanos somos animales de mierda y vamos al final. Nos comeremos otra vez, los unos a los otros, hasta que no reste ni un hueso con un poco de carne.
El pasado y el presente también se conjugan propiciando la ilusión de un instante continuo, pasmoso y terrible. No hay movimiento, progresión, ni se vislumbra ese lugar sólido al que espera llegar el lector de novelas tras seguir las muchas peripecias de un héroe –o antihéroe– convencional. Lo que permanece en estas páginas es la pausa desdibujada de ciertos instantes recreados, como las fotografías que capturan el movimiento: se ve la figura barrida, fantasmagórica, casi un puro haz de luz: “El secreto es que las llamas consuman los documentos y las palabras y el orden de ellas para que las frases se extravíen hasta la eternidad trastocándose en cenizas”.
La imagen de la isla partida es una metáfora interesante del cerebro humano, ese órgano dividido en hemisferios tan inexpugnable como misterioso. En su materia sensible y sutil, pequeñas pulsaciones de energía propician la sinapsis y otras conexiones infinitas. “Allí está el mundo”, afirma la narradora, ese pequeño mundo que somos y que cuando falla, nos aleja de los demás. Por otro lado, una isla nos remite a la soledad, a la incomprensión, al exilio. Este libro, tan renuente a establecer vínculos con el common reader, nos recuerda el desarraigo existencial que cubrimos para transitar por la vida de manera menos angustiosa. Esta es una escritura al límite, que se dibuja sobre la arena de esa isla donde nos lleva Tarazona y donde debemos dejarnos conducir sin lógica ni linealidad, como cuando estamos ante un poema: entregándonos a su misterio.
Alfredo Núñez Lanz. Cofundador de Textofilia Ediciones. Es autor de los libros Soy un dinosaurio (Conaculta, 2013), Veneno de abeja (Secretaría de Cultura, 2016) y El pacto de la hoguera (Ediciones Era, 2017). Becario del Programa Jóvenes Creadores del FONCA 2014 y 2016. En 2018 obtuvo el “Premio nacional de narrativa histórica Ignacio Solares” para obra publicada por El pacto de la hoguera. Su Twiter es @NunezLanz
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Posted: November 15, 2021 at 10:04 pm