Art
Kinderwunsch (niños y deseo)

Kinderwunsch (niños y deseo)

Ana Casas Broda

El desarrollo de Kinderwunsch comprende un largo periodo de tiempo y la selección que aquí presento es una pequeña parte del proyecto. A lo largo del último año también he estado escribiendo textos que acompañan a las imágenes construyendo una narración que aborda otra esfera de la experiencia de la maternidad. Kinderwunsch explora la complejidad de la experiencia de la maternidad y de la relación entre mis dos hijos y yo. Su columna vertebral es este tejido en constante cambio de las relaciones entre nosotros en el proceso de convertirme en madre y de la construcción de la identidad de ellos. Como en mis trabajos anteriores, el cuerpo y la casa son ejes fundamentales del proyecto. En un principio, deseaba vivir profundamente la experiencia de un embarazo. Pasé cinco años sometiéndome a tratamientos de fertilidad. Cuando nació Martín, mi primer hijo, tenía treinta y ocho años. Me sumergí por completo en esa vivencia y dejé de fotografiar. Ya muy cerca de sus tres años retomé las fotos. Desde entonces no he parado de fotografiar.

 


El deseo de tener un hijo, un embarazo. Habitar un cuerpo ajeno, perfecto. Parir, los pechos llenos de leche, el delirio de los primeros meses, un espacio atemporal, sin forma, día y noche se suceden sin divisiones. El placer de ese pequeño cuerpo pegado al mío, a mi pecho, amamantar cada tres horas, dormitar, delirar, el agotamiento. Un cuerpo que se alimenta de mí. Tantas emociones intensas, contradictorias, sorprendentes. Y en algún momento, un deslizamiento a otra escena, un movimiento imperceptible, radical.

Insomnio, pensamientos circulares. De pronto me encuentro en un paraje que me aterra. Un tránsito lento y tortuoso por un túnel oscuro. Mi cuerpo me urge a entrar, a escuchar. Los recuerdos que se agolpan en el cuerpo. Me quedo quieta, escuchando la voz que habla en mi cabeza. Alerta. Replegada hacia adentro, ensimismada, suspendida entre dos tiempos. Miedo a moverme, cualquier movimiento puede provocar un derrumbe, dejar salir monstruos insospechados, aterradores. Mi miedo de niña. El miedo a lo de adentro.

Los juegos, el cariño, el contacto, las fotos me devuelven al presente por un rato. Sensaciones intensas, placenteras que lo dominan todo. Y a la vez, son mis niños los que me convocan a esa otra escena. Borré casi todos los recuerdos de mi infancia. Los que quedan están anclados a las fotos de mi abuela. El deseo de tener hijos. Recuperar el deseo de la niña de las fotos. La intensidad del afecto, la pasión, la depresión.

El deseo como recorrido hacia adentro y hacia fuera a la vez. Un proceso vital.

* * *

Soñé que me había puesto el cuerpo muerto de mi abuela, sus pechos, su torso. Ese cuerpo me guiaba en la oscuridad a un closet oscuro, a un rincón donde ella había guardado lo que quería mantener en secreto de mi madre. Era una cajita con unas cápsulas. Yo quería mi cuerpo de antes. El suyo estaba frío.

* * *
Tenía treinta y cuatro años la primera vez que hice una prueba de embarazo. Cuando mi abuela tuvo un derrame cerebral, Val y yo pasamos unos meses con ella en Viena. En un viaje tuve una menstruación larga y rara. Compramos una prueba en la farmacia y dio positivo.

En el laboratorio me sacaron sangre. Al volver a casa, empecé a sangrar mucho. Por la tarde nos dieron los resultados, eran positivos.

Hice cita con Leticia. El segundo bebé de Maya nació con ella. Me contó que fue parto natural, en casa, y la doctora pasó dos días con ellos, hasta que el bebé nació. Tomaban tequila para relajarse y cuando el bebé salió, la animó a sacarlo con sus propias manos. Le pedí que me ayudara a quedar embarazada. Siempre dijo: “Es cosa de relajarse”.

Volvimos a Viena a cuidar a Omama en el asilo durante ocho meses. Fuimos al Dr. Fischl. Hacía ultrasonidos en una salita donde entraba y salía gente. Tuve dos retrasos, el último de dos semanas. Val volvió a México y pensé que me quedaría sola en Viena hasta el tercer mes para evitar riesgos. Recorté de la guía de TV la foto de un bebé recién nacido y la pegué sobre mi cama. La prueba nunca dio positivo y después de dos semanas tuve un sangrado muy doloroso. Volví a México. Val y yo peleábamos.

Isabel me recomendó al Dr. Von Lichtenberg. Tenía un consultorio lleno de helechos en una calle agradable cerca de casa. Es de origen húngaro y cojea. “En estos tiempos es casi imposible que una mujer no se embarace”, dijo. Hizo un ultrasonido y explicó que estaba ovulando.

Fui a casa y llamé a Val, lo convencí de venir y tuvimos sexo.

* * *

El 31 de diciembre tenía un retraso de cuatro días. “Tienes que abortar porque tienes toxoplasmosis. Desháganse de sus dos gatos”, nos dijo Lichtenberg. Y después de hacer un examen de orina: “No estasembarazada, pero así es mejor, te da tiempo de bajar de peso antes de embarazarte”. Me dio unos medicamentos muy fuertes contra la toxoplasmosis. Viajé a Viena y en una farmacia dijeron que esa medicina podía dañar la médula ósea. Dejé de tomarla.

Al volver a México fuimos con el Dr. Cesarman, que atendía en una torre de médicos en Las Lomas. Hacía bromas sobre su novia suiza. Me mandó dos pisos más abajo al Dr. Biaggi, un infectólogo de unos sesenta años. Hablaba de mí en tercera persona y sólo se dirigía a Val.

Me recetó medicamentos contra la toxoplasmosis por seis meses. Cuando le pregunté por los efectos secundarios, dijo que no me los diría para que no inventara mis síntomas. También dijo que no podíamos comer fuera de casa y nos prohibió todo alimento no conocido. Tomé esas pastillas por seis meses y me sentía pésimo.
Cada mes la espera, el miedo a ir al baño por ver la mancha de sangre, los pensamientos obsesivos. Fuimos a un médico general y a dos ginecólogos a preguntar si realmente tenía toxoplasmosis. Cuando escuchaban el nombre de Biaggi, la expresión de los doctores cambiaba inmediatamente: “Era mi profesor en la UNAM, siga con el tratamiento”.

Al mismo tiempo, iba con el acupunturista, a la masajista que me daba tratamientos de polaridad.

* * *

Un día me animé a ir sola al Instituto Nacional de Perinatología. Pedí informes en la recepción. La enfermera preguntó mi edad: “36 años”, respondí. “Uy, ¿ya para qué?”, dijo. Explicó que tratan por infertilidad hasta los 35 y sólo reciben embarazadas después de esa edad, porque son embarazos de alto riesgo. Subí a la torre de investigación. No recuerdo cómo lo logré, pero me atendió el jefe de infectología, un gordito amable que me hizo pasar a su consultorio y se quedó conmigo hasta las cuatro de la tarde. Dijo: “No tienes toxoplasmosis, solo anticuerpos”.

Lloré. También dijo que Biaggi estaba muy atrasado en su información. Me pidió que le enseñara el pubis, y me preguntó por mis parejas sexuales para explicarme cómo se propaga el sida.

Cuando me fui, el edificio ya estaba vacío. Me acompañó hasta la salida y se despidió de beso.
Luego fuimos con la doctora Cecilia Calderón. Atendía en un consultorio chiquito y sencillo en un eje vial. Era bajita y muy seria. Nos hizo muchas pruebas y dijo que éramos candidatos a una inseminación artificial.
Una amiga nos recomendó al Dr. Kabli, quien atendía en un consultorio muy elegante del Hospital Ángeles de Interlomas. Tenía libros sobre la mujer judía en el arte sobre las mesas de la sala de espera.

“Le propongo una serie de seis inseminaciones, pero no le haré una laparoscopía, porque si encuentro algo, a su edad ya no podría arreglarlo”, dijo. Tenía 37 años. Al pagar pedí el precio de las inseminaciones: “¿De su pareja o de un donante?”, preguntaron. Por las noches no podía dejar de ver partos en la tele.

* * *

Nos decidimos a ver a Doña Lupe. Mi amiga Isabel pensaba que se había embarazado gracias a sus tratamientos. Fuimos por primera vez un sábado. “Pasan el panteón y a dos cuadras dan vuelta a la derecha y en los arcos a la izquierda, tocan donde alquilan lonas”. Le preguntó a Val si me sentía fría o caliente. Me puso ventosas, me dio un masaje con aceite de romero y fajó mi vientre. Nos dio un enorme garrafón con té, uno con agua para baños y otro para vapores. “No use tacones, porque se jalan los ovarios. Use chanclas como yo”, dijo. Tomó la imagen del Santo Niño de las Palomitas de su altar y me lo puso en la mano. “Hazles el milagro rápido, para que vuelvas pronto conmigo”.

Val calienta el agua de los baños en la estufa en una cubeta de metal. Me siento en una tina y me echa el agua por la espalda, los pechos. A veces es clara, otras tiene un tono amarillo o es tan oscura que se me pintan las uñas de negro. Luego viene el vapor. Me siento sobre una cubeta y dejo el vapor penetrar mi cuerpo. Al final unto mis pechos y vientre con aceite de romero.

Mi cuerpo está cálido, los pechos hinchados. Durante uno de esos baños sentí por primera vez que mi cuerpo es un lugar dónde albergar algo diferente. Como si no fuera sólo mío. Me encanta que Val me eche agua y cuente cosas.

Los días de ovulación me quedo en la cama después del sexo.

* * *

Por la noche preparamos un baño del té de Doña Lupe, enciendo la veladora para el Santo Niño de las Palomitas. Estoy muy nerviosa.

La tercera inseminación no resultó y Barroso propuso hacer una laparoscopia operatoria. Llegamos a la clínica a las ocho de la mañana. Dijeron que me quitara la ropa y me dieron un gorro y una bata desechable azul.

Me acosté en una camilla. Al ver el suero me asusté. Me dieron a firmar una hoja, en la que deslindaba al hospital de responsabilidades si algo salía mal. Val ya la había firmado.

Vino el Dr. Barroso y tomó mi mano. El anestesiólogo me saludó. Llevaron mi camilla a otro cuarto, inyectaron algo en el tubo del suero y no recuerdo nada más. Cuando desperté temblaba. Las enfermeras dicen “contrólese, eso lo puede controlar”. Me dejan acostada, duele mucho. Escucho sus voces cerca. Pido irme a casa, aunque estoy muy mareada. Dos enfermeras me ayudan a vestirme y me llevan en una silla de ruedas a un cuarto donde está Val. Llega Barroso y dice: “Tenías endometriosis”. Pone un video en el que se ve mi útero y cómo unas pequeñas pinzas cortan los tejidos. Pensé que está entusiasmado. Nos enseña el video, lo adelanta y nos explica cosas que no recuerdo. Me duele mucho y no puedo mirar. Vomito.

Le pido una copia del video.
Un mes después estaba embarazada. Tenía treinta y ocho años.


Posted: June 30, 2012 at 2:09 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *