Essay
Salida al mar (Un espacio para hablar de libros mirando el horizonte)

Salida al mar (Un espacio para hablar de libros mirando el horizonte)

Sandra Lorenzano

1. Enero de 2018

Inmensos desajustes: A propósito de Clavícula de Marta Sanz

1)

Cómo no empezar hablando del cuerpo en un libro como éste. “Uno se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo”, dice Marguerite Duras en el epígrafe. Encarnizar: viene de carne, claro. Como encarnar. Encarna, entonces, en el epígrafe la contundencia a la vez frágil e implacable de la propuesta de Marta Sanz.

De las catorce definiciones que el Diccionario de la Real Academia Española da del verbo encarnar, la que más me gusta –por sugerente, por plástica– no tiene nada que ver con la novela; es la que dice: “Entre pescadores, colocar la carnada en el anzuelo”. ¿No tiene nada que ver?

Uno se encarniza: se vuelve carne para rodear aquello que lo sostiene. Esqueleto y memoria en un cuerpo que grita su presencia.

Una vez más Marta Sanz nos regala un texto agudo, incisivo, irónico, crítico y, sobre todo, entrañable. Cada una de sus novelas ha explorado realidades diversas pero afines. En todas hay una mirada implacable sobre la realidad; una realidad que provoca dolor y enojo, pero a la que la escritura se asoma con un juego magistral de compromiso y distancia.  “La autora dice saber que su estilo tiene ‘propensión obtusa de mezclar lo pedante y lo paleto’. Siempre le ha gustado mezclar la vida a flor de calle y la meditación libresca”, escribe Luis García Montero. Y así, con esa mezcla, Sanz ha explorado los caminos de la novela negra (en Black, black, black, y Un buen detective nunca se casa, por ejemplo), o la reflexión autobiográfica (La lección de anatomía), por citar sólo un par de ejes, haciendo siempre, en cada uno de sus libros (también ha escrito poesía y ensayo), una crítica mordaz a la realidad (el desempleo, la precarización de la vida cotidiana, la fragilidad del reconocimiento social, la hipocresía, las marginalidades, entre otros temas), a través de una mirada brillante, que combina la sensibilidad y el más feroz humor negro. Pienso también, por supuesto, en  Daniela Astor y la caja negra o en Farándula novela por la que recibiera el Premio Herralde 2015 (“hay un cambio en el modelo cultural –ha escrito– que se muestra en “la banalización de la cultura y al mismo tiempo con la espectacularización de la política”).

La de Marta Sanz es una de las plumas más interesantes de la narrativa española y una presencia constante en los medios.

“Todos mis libros están profundamente conectados. Tiene un hilo conductor claro, pero procuro, en cada uno de ellos, plantearme retos diferentes, emociones diferentes e indagar en nuevas maneras de contar mi relatos. Me gusta cambiar de forma de escribir porque quiero contar cosas diferentes en cada libro”, dijo en alguna entrevista.

Clavícula vuelve a la ficción autobiográfica haciendo de este hueso con forma de clave de sol un símbolo tan literario como el húmero de César Vallejo:

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo. 

Y siguiendo un poco con la poesía, recuerdo un poema de Yeats que se llama “Una clavícula de liebre”.

Encontraría en la orilla del mar

una clavícula de liebre, fina

por el desgaste del batir del mar…

A la orilla de ese mar de los pescadores y sus carnadas de los que hablábamos líneas más arriba.

Pero la clavícula de Marta Sanz, no es hueso marino, a pesar de los pescadores y de los poetas, sino hueso urbano y contemporáneo. Aunque igualmente sugerente y misterioso. Hueso femenino. “Hueso duro de roer” que diríamos por estos lares.

Como el hueso que levanta el simio en “2001: Odisea del espacio”, mientras suena “Así hablaba Zaratustra” de Richard Strauss: es comienzo y final, memoria y herencia. Metáfora de lo que fuimos, pero también de lo que seremos. Sólo huesos, peladitos, lisos, restos en un mundo sin dioses. Solos: lo más íntimo y lo más desconocido. ¿Quién acaso ha podido reconocerse en una radiografía del propio cuerpo? Ni en el húmero, ni en la clavícula, ni en el esternón. Pero allí estamos.

Encarnizados, encarnados, sostenidos por un esqueleto que nos resulta casi indescifrable; carnada poética. No es poco para comienzo, digo yo.

2)

“Voy a contar lo que me ha pasado y lo que no me ha pasado. La posibilidad de que no me haya pasado nada es la que más me estremece” (las negritas son mías). Así empieza Marta Sanz el libro Clavícula (Mi clavícula y otros inmensos desajustes).

Me gustaría pensar en la palabra “estremecer”, en el temblor que constituye un estremecimiento. “Hacer temblar algo”, dice el diccionario. “Sentir una repentina sacudida”.

Vuelvo a Duras: “No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo”. Pero tampoco, dice Sanz, sin la debilidad del cuerpo. Sin los miedos de adentro y de afuera, sin los dolores, de adentro y de afuera. “Nos hemos hecho viejos antes de tiempo por culpa de la reforma laboral. Los ajustes, las crisis, los recortes, los eufemismos y las malas palabras, el taco y los exabruptos, las retenciones del impuesto sobre la renta de las personas físicas y el 21% de IVA se nos han metido en el cuerpo, como un demonio, como una bacteria, y ahora forman parte de nuestro recuento plaquetario y de la enfermedad de la que, palabrita del Niño Jesús, nos vamos a morir.” (p.197)

Ajustes, crisis, recortes, encarnados, encarnizados, puliditos como huesos en el desierto, puliditos por la realidad de impuestos sobre la renta y desempleo, en un cuerpo menopáusico. Ah, los cincuenta… y tantos… diría yo. La pinche menopausia, añadiría en buen mexicano.

Leo a Marta y entro en shock: apenas en agosto escribí un poema que empieza diciendo:

Me duele el cuerpo.

El cuerpo digo, no el corazón, no los recuerdos.

El cuerpo.

El brazo derecho. La pierna izquierda. Las cervicales.

Después de unas horas: una costilla o un pie.

Y ya fuera del poema escucho: estrés, cansancio, fibromialgia pero no importa porque nada se puede hacer. Como nada se puede hacer –nada hemos podido hacer– ante un mundo que se derrumba. Un mundo que nos vende cosméticos y vitaminas, cruceros de lujo y centros comerciales, para que no miremos lo que sucede más allá de nuestra piel (una niña que muere de hambre, los migrantes en el Mediterráneo, el desempleo, los feminicidios… ¿es necesario que siga con la lista?). La obligación de una felicidad de cartón piedra asquea. Y ese asco se encarna, se encarniza, se vuelve carnada para el dolor.

Y después de leerte, Marta, claro que me duelen también la clavícula de Yeats, la de la liebre, la tuya y la mía. Me duele, como a ti, el esternón. ¿Cómo a ti, dije? Como a tu narradora, perdón. Tantos años de teoría y crítica y cometer pecado de lesa lectura. Pero eso causan las escrituras del yo, del tú. Escrituras que son confesión y autobiografía, o quizás todo lo contrario: una ficción sostenida en los huesos.

En el esternón y la clavícula de mujer menopáusica, avergonzada de serlo. Caramba, por qué es necesario callar sobre los cuerpos post cincuenta años. Y entonces dicen: “qué valiente”, “qué honesta” (y callan: “¡qué mayor!”). Y una quiere que nadie diga nada. Y de pronto pasar inadvertida. A quién le importan los cincuenta y pico. “El climaterio no es sólo la edad más adecuada para que nos vendan yogures y compresas para paliar las pérdidas de orina. Cuento mis historias y mientras las cuento, me convenzo. Me percato de que pongo un énfasis especialísimo en que todo el mundo sepa que no he sufrido ningún ataque de ansiedad. A lo mejor si disimulo me deja de doler” (p.189).

A lo mejor si disimulo se olviden de mi cuerpo fuera de moda, de este cuerpo en que me duelen la memoria y el deseo. El pudor y el dolor en Marta Sanz riman, para fortuna de los lectores, con humor. Ironía, des-parpajo a partir del des-consuelo.

“Abomino del deseo que se inocula artificialmente en el cuerpo cuando el cuerpo duerme y se prepara para llegar lentamente a su final. Yo no quiero estar funcionando artificialmente. Salivando, lubricando, sorbiendo artificialmente.” Yo tampoco, claro. Pero tampoco quiero tumores, resequedades, desprendimientos, dolores.

Me duele el hueso húmero y la clavícula. La vejez de los padres de Marta, la de mi padre. La fragilidad. “La naturaleza y lo inexorable”.

El dolor y el pudor, como huesos pulidos por la arena del desierto, entran en este libro. Carnada para el propio relato. “El que tenga un dolor: que lo cuide, que lo cuide”, podríamos parafrasear a Los Panchos. Pedazos de un relato que es escritura lábil y frágil como la garrapata que trepa por dentro. Por la propia clavícula. Por la de la liebre. Por la de Marta, por la de la otra Marta, la hecha de palabras, vuelta costilla o metatarso.

“Novela sobre el dolor” ha dicho la mayor parte de la crítica, y se ha detenido poco sobre un tema que la propia autora ha señalado: la relación de la escritura –o mejor dicho: de los escritores- con el dinero, y fundamentalmente con la precariedad del sustento cotidiano. Otro tema tabú en la cultura actual. ¿Cuántos artículos, cuántas presentaciones de libros, cuántas participaciones en radio o televisión, cuántos congresos, le permiten a alguien que escribe vivir “de su trabajo”?

Fragmentos: de a ratos prosa, de a ratos versos o pequeños ensayos, notas periodísticas. Confesiones y correos electrónicos. Complicidades y visitas al médico.

Fragmentos de dolor, jirones. Y el miedo. Al final no somos más que este cuerpo, esta suma de huesos, esta araña que pasea por la tráquea. Y sí, también el Bósforo de Almasy duele.

 “… me gustan los libros que producen orzuelos. Los que abren estigmas en las palmas de las manos. Los que aprietan la garganta y nos cortan la respiración”.

Conmovida por las manos enlazadas de los padres en el avión, llego al final del libro. “¿Es miedo o es amor?”, les preguntan con total impudicia. Por suerte también el amor acompaña los huesos. No sólo el miedo.

Cierro Clavícula con el cuidado y la felicidad con que se cierra la tapa de un tesoro. Me miro las palmas: ahí están, abriéndose, los estigmas. Hago caso omiso: jamás el estigma provocado por un libro que se ha encarnado en mí, encarnizado en torno a mis huesos, me ha impedido aplaudir, sino todo lo contrario. Brava, Marta.

Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.

NOTAS:

1)Marta Sanz, Clavícula (Mi clavícula y otros inmensos desajustes), Barcelona, Anagrama, 2017. Una versión de este texto fue leída en la mesa de presentación de la novela en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el 30 de noviembre de 2017, junto con Luis García Montero y la autora.

2)“Entrevista a Marta Sanz, autora de Clavícula”, en Todo literatura

 

Sandra Lorenzano es autora de Aproximaciones a Sor Juana (2005) y Políticas de la memoria: tensiones en la palabra y en la imagen (2007), de la novela Saudades (2007), del libro de poemas Vestigios (2010) y de La estirpe del silencio (2015). Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es reconocida como una de las 100 mujeres líderes de México por el periódico El Universal.

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: January 22, 2018 at 9:40 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *