La Gran Novela Mexicana
Alberto Chimal
Ya no encuentro el tuit, pero les juro que lo leí hace no tanto tiempo. En él, una persona aseguraba que el libro que acababa de terminar sería la Gran Novela Mexicana. Aunque no es bueno creerse todo lo que se publica en Twitter, igual me llamaron la atención tanto la fórmula (una versión de “La Gran Novela Americana”) como el hecho de que el nombre no me sonó conocido ni dio resultados en ninguna búsqueda en línea. El detalle es importante: suponiendo que realmente fuera, como parecía, una persona que aún no publicaba novelas, que no se daba aún a conocer en el “medio”, y además una persona joven (esto lo inferí de la imagen de perfil), ¿qué? ¿Hay ideales del siglo pasado que se vuelven a poner de moda? ¿No tenemos nada más nuevo que imitar de los Estados Unidos? ¿O de qué estaba hablando aquel o aquella colega?
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El concepto de la Gran Novela Americana es, según varias fuentes, una invención ni siquiera del siglo XX, sino del XIX. Provendría de un ensayo, publicado en 1868, del novelista John William De Forest, veterano de la Guerra Civil y, hasta donde puedo juzgarlo, cercano en logros y aspiraciones a alguien como Ignacio Manuel Altamirano (es decir, un narrador realista, interesado en ilustrar la historia de su tiempo, con ciertas propensiones al drama romántico y, pese a tener una obra estimable, totalmente desconocido fuera de su propio país). En su texto, como es de suponer, “americano” vale por “estadounidense”. Cito un fragmento:
[…] Podemos tener confianza en que el Gran Poema Americano no será escrito, sin importar qué genio lo intente, hasta que la democracia, la idea de nuestro tiempo y nación y raza, haya luchado y vencido a lo largo de siglos, y haya consolidado su labor.
Pero la Gran Novela Americana –la imagen de las emociones y costumbres ordinarias de la existencia americana, la Los Newcome [de William Makepeace Thackeray] o Los miserables [de Víctor Hugo] de los Estados Unidos– será posible, suponemos, antes. “¿Ya es tiempo?”, preguntan […] y sin intención de ser desagradables, sino más bien con simpática pena, respondemos: “Esperen”. Al menos, tememos que esa deba ser nuestra respuesta. La tarea de pintar el alma americana dentro del marco de una novela rara vez se ha intentado, y nunca se ha logrado sino parcialmente, en la producción de unos pocos bocetos. Washington Irving fue demasiado cauto para intentarlo [y James Fenimore] Cooper eludió el experimento: se dedicó a los indios, de los que no sabía casi nada, y a palurdos y marineros, a los que idealizaba; cuando intentó con grupos civilizados, produjo algo menos natural que las figuras de cera del antiguo museo de [P. T.] Barnum. […]
El texto continúa diciendo que, al menos hasta 1868, La cabaña del Tío Tom de Harriet Beecher Stowe es lo más cercano a una Gran Novela Americana, para luego hacerle muchos reparos y hasta algún juicio racista (el Tío Tom le parece “un negro pintado como más blanco que los ángeles”).
Lo que una novela americana necesita en todo caso, dice también De Forest, es “un alcance nacional de la imagen, perfilado fiel de los personajes, habla natural, y mucho sentimiento fuerte”, además de “simpatía” con una definición preconcebida de un “carácter nacional”. Para De Forest, este carácter se define fácilmente a partir de una combinación de excepcionalismo y virtudes protestantes: el suyo es ese “pueblo ansioso y trabajador”, escribe, “que lee tantos periódicos, construye tantos ferrocarriles, logra la mayor ganancia posible de un capital determinado, entabla las guerras más grandes en proporción a su población, cree en lo físicamente imposible y a veces lo logra”.
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De Forest, hasta donde sé, nunca se nombró candidato a lograr la Gran Novela Americana. En este sentido se parece menos a mi novelista de 2021 que a esa especie curiosa del reseñista que habla mal de cualquiera que se dedique a un género –la novela, digamos– que él mismo ha practicado.
(No es difícil encontrar reseñas de este tipo. Aunque el autor no siempre se refiera a su propio trabajo, sí dice invariablemente que nadie en su país, su especialidad o su idioma ha realizado jamás una obra que llegue a la altura debida. Quiere dar a entender que él está por encima de todos sus compañeros en el fracaso porque lo ve, lo puede explicar y, desde luego, no se hace ilusiones. En el fondo es un mecanismo de defensa.)
En cualquier caso, con la frase “Gran Novela Americana” sucede lo mismo que con otros memes o lugares comunes: casi nadie se pone a investigar su origen antes de utilizarlo. Con frecuencia, una obra que ingresa en el canon literario recibe el epíteto, aunque sea entre signos de interrogación, simplemente para dar a notar que es un libro importante; también sucede que obras de “americanidad” contraria o paradójica lo reciban cuando alguien quiere hacerse el interesante (por ejemplo, se lo han dado a Lolita de Vladimir Nabokov, novelista de origen ruso) o cuando quiere disfrazar una declaración política (también se lo han dado a La rebelión de Atlas de Ayn Rand, ideóloga de derecha reaccionaria, igualmente de origen ruso pero casi desprovista de la capacidad de escribir novelas).
O, ya de plano, la frase es un reclamo publicitario. Con mínimas modificaciones, sirve para vender casi cualquier libro. American Dirt de Jeanine Cummins, que fue objeto del último escándalo literario binacional antes de que se declarara la pandemia el año pasado, era promovida como la “Gran Novela [Americana] sobre los migrantes”.
Así que decir de una obra que es o podría ser o debería considerarse la G.N.A. (abreviemos) acaba por ser un elogio hueco, sin mucha sustancia. Las palabras significan “cómprala”, “cítala para elevar tu prestigio”, “es digna de tu atención”, “se alinea con alguna de mis convicciones”.
Dicho todo lo anterior, ¿qué hay de la G.N.M.?
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Sí conocía y tomaba en serio la definición original del concepto, mi novelista tendría que haber pensado primero en un concepto de la “mexicanidad”. Quién sabe si lo hizo. Tal vez no le pareció necesario. Tal vez el tema no es uno que realmente le importe. La verdad es que en la cultura mexicana no hay esa especie de expectativa neurótica, siempre insatisfecha, por una gran obra narrativa nacional (un gran arte nacional en general) que parece haber en la estadounidense. La Historia de aquel país se ha definido por siglos como una de ruptura, iniciada por los peregrinos fundamentalistas del Mayflower, consumada en 1776 y en la que el pasado de los pueblos originarios de aquel territorio es borrado o ignorado. La de acá, aunque también violenta, es menos terminante. Igual tuvimos conquista, sojuzgamientos, destrucciones y genocidios, una guerra de independencia y una fundación oficial del estado nación, pero las cuentas de la Historia local comúnmente aceptada incluyen como parte de “lo mexicano” las antiguas ciudades de los olmecas –construidas miles de años antes de que hubiera un territorio llamado México– y todo lo que vino después en el área actual del país. “Esplendores de Treinta Siglos”, como el nombre de aquella famosa exposición del tiempo de Salinas de Gortari, pensada para ofrecer en el extranjero la imagen positiva de un México estable, llegando a la prosperidad y provisto de una larga continuidad de logros en las artes: una nación de exótico avance. Ya hay, oficialmente, un montón de gran arte nacional. En las escuelas se enseña un puñado de nombres famosos (Rulfo, Fuentes, etcétera) como el conjunto de Grandes Novelistas Mexicanos.
Así que el término Gran Novela Mexicana no puede designar a una obra que invente de la nada, o resuma por primera vez, una visión abarcadora de México. Cuando mucho, podrá agregarse a las que ya existen. E incluso si sólo quiere ser parte de un canon hegemónico (ir más allá de él implica muchísimas dificultades adicionales) deberá abrirse paso a empujones entre poemas como La suave patria, ensayos como El laberinto de la soledad y la totalidad de Frida Kahlo.
La forma actual de integrarse a ese canon parece ser la de siempre: actualizarlo, o más bien agregarle un tomo más, una nueva iteración, que puede diferir de las anteriores en todo salvo en su mexiquez, reconocida por las autoridades de su propio presente. Esto requiere encontrar la última versión de lo que se considera “mexicano” y representarla deliberadamente en una novela, o bien tener la suerte de hacerlo sin querer y ser capaz de notarlo, de aprovechar la coyuntura. De Forest tenía razón en que los rasgos que suelen determinar si una obra tiene o no carácter de Novela Nacional incluyen una representación realista, conseguida mediante ciertos rasgos formales fáciles de reconocer, más ciertos efectos (“sentimiento fuerte”), más una definición simplificada, homogeneizante y, de nuevo, sentimental de qué significa identificarse con un estado nación determinado.
La de esta época –nuestra mexiquez actual– es negativa, y no positiva como la de De Forest: indignada y no ingenua, cínica y no optimista. Está centrada en la violencia (criminal, institucional, de clase, intrafamiliar, contra las mujeres, etcétera). Pero lo importante de la visión hegemónica de un país es que sea aceptable: que tenga base en experiencias visibles de lo real, pero más aún que pueda ser considerada valiosa por quienes tienen el poder para decidir acerca de valor. Las visiones negativas no le sirven a la política (no fomentan el turismo ni la inversión extranjera, por ejemplo) pero pueden ofrecer otros beneficios. Las dos temporadas de Narcos: México en Netflix se hermanan con aquella otra exposición famosa de Teresa Margolles en la Bienal de Venecia, acerca de narcoviolencia (titulada “¿De qué más podríamos hablar?”), y con más veinte años de narcoliteratura. Sin importar el mérito intrínseco de las obras en sí, que puede existir e incluso puede ser enorme, lo que las justifica como cara visible de un estado nación es que, como mínimo, pueden entretener al mundo, fascinándolo con nuestro exótico salvajismo, y generar algo de dinero. En el peor de los casos, siempre se podrá afirmar que a las series, piezas conceptuales, libros, etcétera, las sustenta una postura ética intachable: una preocupación auténtica por las personas más desfavorecidas del territorio y un deseo de cambio.
(Antes de que mi novelista y todos sus colegas se enfurezcan conmigo y me echen a un Gran Inquisidor, repito de otro modo lo que dije antes: puede haber grandes obras, estéticamente elevadas, irreprochables, etcétera, que sigan el patrón de la mexiquez usualmente aceptada y las conmociones accesibles. Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, por ejemplo, es una Gran Novela Mexicana y una gran novela a secas. Y también estoy convencido de que muchas personas creen sinceramente en la necesidad de denunciar los horrores e injusticias del momento y buscarles remedio, así como de que otras encuentran en la lectura de novelas el modo de adoptar una actitud moral positiva, progresista, incluyente, tolerante. Etcétera)
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El problema (que tampoco sé si mi novelista consideró para su tuit) es que el concepto de la Gran Novela Mexicana, y de hecho el de la Gran Novela de Cualquier Nación, es muy limitado. Depende de la vigencia del estado nación, que como idea tiene varios siglos, pero ciertamente no empezó con el mundo ni será eterna. ¿Cómo se sostiene en un presente de gobiernos autoritarios que se niegan a reconocer límites, o de grandes corporaciones que funcionan como estados por encima de las fronteras tradicionales?
Más todavía, esta no es una época de vastas identidades homogeneizadas, ni de mucha lectura de novelas… o de cualquier otro género, por supuesto. Más gente encuentra un sentido de identidad en YouTube que en un libro. ¿Y qué pasa si para una persona importa más su región, o su religión, o su comunidad en línea, que su nacionalidad? Una persona cínica podría argumentar que la denominación de la G.N.M. ya no conserva otro sentido que el de reclamo publicitario, y eso porque el libro como mercancía, como recipiente de cierto contenido, tiene aún un lugar tradicional en el mercado. Cuando se pierda, si realmente nos interesa sondear la “realidad local”, tendremos que irla a buscar en donde probablemente está asentada: los hashtags del día en Twitter, las tendencias de TikTok, los últimos memes ponzoñosos de Facebook y WhatsApp, y quizá algunas notas periodísticas, algunas fotos.
O tal vez habría que acotar, subdividir la idea de la Gran Novela Mexicana. Si vivimos en muchas realidades distintas y casi siempre excluyentes, si los motivos por los que nos interesa explorarlas son a veces dudosos, podríamos tener perfectamente, lado a lado, varias subdivisiones de la Gran Novela Mexicana del Canon Hegemónico: Para Educación Básica, Para Educación Media, Para Educación Universitaria, Para Tesis Doctorales Con Las Que Apoyar Mis Hipótesis (¡hola, Profesor Tenure!), etcétera. En otra parte estarían las subespecies de la Gran Novela Mexicana Contra El Canon Hegemónico, y en otra más las de la Gran Novel Mexicana Para Vender, incluyendo De La Causa Del Momento, Del Tema/Subgénero/Técnica De Moda, De Influencer, Que Pronto Será Una Serie De Netflix, Según Tu Lugar De Residencia, Según Tus Aficiones/Tus Odios, y así sucesivamente. Cada persona podría tener la suya y nunca considerar ninguna más, que para eso somos una sociedad de individuos, totalmente impermeables a cualquier Otro.
Sospecho que mi novelista no pensó en nada de esto. O tal vez sí lo pensó y quedó abrumado. Tal vez borró su tuit.
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Terminando este artículo se me ha ocurrido otra idea: John William De Forest estaría totalmente olvidado de no ser porque creó el concepto de la Gran Novela Americana. Esas tres palabras son más importantes y perdurables que todos los libros que escribió.
A lo mejor mi novelista –aspirante a Grande de México– quería que le sucediera lo mismo. A lo mejor lo estaba buscando con su tuit, a sabiendas, con toda intención. A lo mejor dudaba de su libro aunque fingiera arrogancia, o sabía que era malísimo, o no había escrito siquiera un libro, o no creía siquiera en la Gran Novela de nada. A lo mejor sólo deseaba fijar el concepto, obtener lo que obtuvo De Forest: alcanzar la gloria, si no literaria, aunque fuera memética.
Y si borró su tuit, y por eso ya no lo encuentro, ni eso va a tener. Pobre.
Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego, Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal
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Posted: March 1, 2021 at 10:00 pm
Nada
?
Gracias por compartir tus reflexiones Alberto. Tal vez el del tuit sólo quería escribir esas palabras: La Gran Novela Mexicana. Je je je