Essay
La memoria fantasma
COLUMN/COLUMNA

La memoria fantasma

Cecilia Eudave

¿Es la memoria apenas una cicatriz?
¿Es el pasado que yo mismo no reconozco?
Aunque, si no lo conozco, ¿cómo puedo recordarlo?
¿Es la memoria una mera simulación
de que recordamos lo que ya olvidamos o,
lo que es peor, lo que nunca vivimos?

Carlos Fuentes

 

Siempre hablamos de la memoria, de reconstruirla, resarcirla, confrontarla, invocarla, restituirla. Nos confiamos de las numerosas definiciones que vamos elaborando o descubriendo en torno a ese proceso tan huidizo como traicionero, tan fiable como contradictorio que es el rememorar. Debo admitir que el tema me apasiona y he analizado numerosos libros de literatura cuyo tema general o aleatorio gira en torno a la memoria. Y me dije: por qué no escribir una crónica inusual sobre ella donde aborde el cómo la concibo a partir de mis acercamientos a textos que de manera oficial o no la convocan. Para ello, solo retomaré algunos aspectos que me perturban cuando la observo y que me han llevado a redactar muchas páginas analíticas a veces, otras tantas de manera más crítica, porque no es material fácil de asir.

Yo percibo la memoria como si fuera una fantasma triste e inmóvil hasta que es activada por los factores siniestros de los contextos históricos que intentan convocarla o revivirla. La memoria —con denominación simbólica, mítica, histórica, social, económica, religiosa, personal, cada cual a su manera— es atrayente y perturbadora. Rossana Cassigoli argumenta que «la memoria se aloja en el alma bajo la forma de presencia, que es siempre presencia de otro. De modo que es siempre memoria de un vínculo, sin importar su forma real o imaginaria». Siendo así, considero la memoria fantasma como un lamento eufórico que nos hace sufrir, pero nos ayuda a sobrevivir, por lo menos a los mexicanos. ¿Cómo me di cuenta de ello? Cuando escuché a mi abuelo exclamar: «antes era mejor que ahora», quizá olvidó la Revolución mexicana, la Guerra cristera que, además, padeció de manera directa. Después a mi padre maldecir: «nuestros tiempos eran mejores había estabilidad», tal vez olvidó la matanza de Tlatelolco y las terribles devaluaciones de nuestra moneda, sin contar el inicio del silenciamiento y muerte de los periodistas. Finalmente yo: «Qué horror ahora, qué tiempos más espantosos, qué violencia, qué inseguridad, qué odio, antes temíamos menos», se me olvidó que viví la consolidación del narcotráfico en México, los primeros secuestros como forma de extorsión, los feminicidios apenas mencionados en Ciudad Juárez y la caída de un partido oligárquico por otro que prometió seguridad y nos entregó lo mismo pero duplicado. Esta idea de que «todo pasado fue mejor» es el motor para que nuestra memoria fantasmee o fantasee porque nos gusta enmascarar el horror con el recuerdo transfigurado.

El recuerdo, el lamento más notable de la memoria fantasma, la que creemos nuestra, la que nos ayuda a subsistir, la que nos lleva a escribir libros para combatir la desmemoria, el silenciamiento de su voz y perpetuar su herencia para futuras generaciones. Sin embrago, como he dicho con anterioridad, en mis investigaciones o divagaciones la memoria debe concebirse como un espacio abstracto donde convive lo temporal, y que a veces es difícil mesurar por las interpretaciones o reinterpretaciones que se hacen alrededor de la Historia, con sus variantes o sus productos culturales, que cobija lo histórico oficial y las múltiples perspectivas de la historia individual de quienes la han vivido, con su carga subjetiva, con todo su espesor de significados. Ella inevitablemente somete cualquier tiempo a un proceso de deconstrucción, llevado por los discursos de la evocación, el recuerdo, la remembranza y el olvido. Cada tiempo va dejando su memoria fantasma, porque después de cada siglo, o etapa, o ciclo, llega otra que a su vez dejará la piel y se sumará a la conciencia fantasmagórica de una macro memoria. ¿Qué tipo de conciencia es? Dependerá de quién la interprete: así de laberíntica, así de polifacética se nos ofrece.

Por eso yo creo que la memoria es el espacio privilegiado para la autoconciencia individual, y después social, si sabe reconocerse desde el pasado en el presente. Será, entonces, la escritura una de sus herramientas más eficaces porque revive lo que en apariencia se silencia o se borra; será a su vez la cronista de los hechos que no salvaguarda la historia oficial sino la otra, la de los acontecimientos de ese ayer que de manera impertinente perviven entre nosotros. La memoria fantasma, si continuo con este símil, no se puede sofocar, acaso pervertir por la manipulación de los hechos tanto de la oficialidad (Estado) que se los «apropia», como de la subjetividad de la que los sustentan (el individuo) que los «reviven». Pero tanto esta memoria afantasmada como la que se sustenta concreta y verdadera, asible, son reales; ambos movimientos sirven para crear un contrapunto en la construcción y desconstrucción de la misma.

La memoria es contradictoria y eficaz a la vez, porque gracias a esa multiplicidad de perspectivas se puede entender de mejor manera la concepción de lo mexicano. Así, vemos por qué privilegiamos un tiempo divagante para representar un México escindido, fracturado, violento, incontrolable, asesino, déspota, corrupto, clasista, feminicida, intentando a toda costa resanar el agrietamiento de la sociedad mexicana producto de los fracasos, uno tras otro, de nuestros lamentables gobiernos. Ningún pasado fue mejor, ninguno; todos a su modo, por lo menos en mi país y desde mi perspectiva —ya sea «premoderno», «moderno», «posmoderno» — se suman a los distintos modelos, unos peor confeccionados que otros, de la decadencia del pensamiento ¿colonialista?  ¿imperialista? ¿positivista?, ¿neoliberal?, aquí sume usted sus preguntas que son muchas, supongo. Elena Garro lo dijo de forma clara y demoledora: «el presente es una repetición continua del pasado». Ahora, díganme ¿eso lo hace mejor?

 

-Imagen de Efra Tzuc

 

Cecilia Eudave (Guadalajara, México). Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son: Registro de Imposibles (cuentos, 2000, 2006, 2014),  Bestiaria vida (novela, 2008, 2018), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce, En primera persona (cuentos, 2014), Aislados (novela, 2015), Microcolapsos (minificción, 2017, 2019), Al final del miedo (cuentos, 2021) y El verano de la serpiente (novela, 2022). Escribe también cuentos infantiles con títulos como Papá Oso (2010) y Bobot (2018), y novela para jóvenes. Ha sido traducida a varios idiomas, participado en diversas antologías y revistas tanto en su país como en el extranjero. Es profesora–investigadora de la Universidad de Guadalajara. En el 2016 se le otorgó la Cátedra América Latina en Toulouse, Francia y en el 2018 fue invitada de honor de la Cátedra Dolores Castro por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su Twitter es @CeciliaEudave

 

 

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Posted: September 4, 2022 at 10:08 pm

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