La última entrevista a Samuel Ramos
Héctor Aparicio
Samuel Ramos es un filósofo importante en la tradición del pensamiento mexicano y sobre lo “mexicano” en el siglo XX. Durante las décadas del treinta al cincuenta del siglo pasado tuvo una abundante producción de libros, artículos periodísticos, estudios, etc. Su obra fue polémica al grado de que estuvo en peligro de ser encarcelado. Dialogó con autores como Antonio Caso, José Vasconcelos, Octavio Paz, varios miembros del grupo Hiperión, entre otros. Pero, algo muy relevante, y que se ha olvidado, es su carácter de intelectual. Fue uno al que se le preguntó sobre el poder, la sociedad, la cultura y más. Uno de los que hoy en día se necesitan debido al turbio régimen mexicano. Certeramente José Manuel Cuéllar Moreno ha visto la relación que Ramos tenía con la política de su tiempo (“Samuel Ramos y el PRI”, en Laberinto, Milenio, 5 de febrero de 2022). Apenas se han rescatado algunos textos del filósofo como el que ahora se presenta.
Alfredo Cardona Peña en La entrevista literaria y cultural (1978) cuenta que Ramos, minutos antes de morir, respondió a la monja que lo instaba a comulgar que no tenía las facultades completas para decidir. Si bien hasta su último aliento el filósofo se mostró mesurado, no fueron las únicas palabras que legó a la posteridad. En el mismo mes de junio de 1959 en que Ramos falleció, se publicó casualmente una entrevista que le hizo el escritor Antonio Acevedo Escobedo. Sería la última de Ramos, aunque ni él ni Acevedo lo sabían. El valor de lo que dice sobre el conocimiento de uno mismo frente a las condiciones sociales e históricas que limitan tal ejercicio hacen de este diálogo un trabajo digno de recuperar.
Pero esta no fue la única entrevista al pensador mexicano. La edición de las obras del filósofo hecha para el Colegio Nacional (2011) por Tania López Ozuna ha recolectado seis, algunas de las cuales también están en el libro Samuel Ramos. La pasión por la cultura (1997), de Raúl Arreola Cortés. Los interlocutores fueron Sergio Avilés Parra, Rafael Heliodoro Valle, Moisés Ochoa Campos, Arturo García Formentí, Carlos López C., José Lozano. Desde luego hay más: un diálogo con Eusebio Castro en Logos. Revista de la Mesa redonda de Filosofía en 1949; una entrevista por Ramón Gálvez para la Revista de la Universidad en 1951; otra con Gregorio López y Fuentes que apareció en Universidad Veracruzana. Revista trimestral el año de 1952; una más con Elena Poniatowska que salió en 1958 en Novedades.
Ellas también son dignas de leerlas por lo que muestran, a saber, el diálogo vivo de Ramos con sus contemporáneos, en donde clarifica algunas aristas de su propio pensamiento y menciona a los intelectuales que él veía como más relevantes. Por ejemplo, en la conversación con Gálvez, el filósofo mexicano elogió a quienes han escrito sobre el ser del mexicano. Así, además de hablar de Agustín Yáñez, de algunos integrantes de Hiperión, como Emilio Uranga, y de la filósofa Vera Yamuni, dice algo muy interesante sobre Paz:
Aquí el maestro Samuel Ramos toma de uno de los estantes de su biblioteca un volumen editado por Cuadernos Americanos; lo hojea pausadamente, fija en sus páginas la agudeza de su mirada que tiene mucho de profundo ensueño; alza rápidamente su delgado rostro enmarcado por el gris de sus cabellos, y me extiende el volumen señalándome un título, diciéndome: Vea usted el último libro de Octavio Paz. Hace diez años, este libro lo hubiera hecho encarcelar; este capítulo “Los hijos de la Malinche”, notable por todos conceptos, hace historia de un tema que apenas quedó apuntado en mi obra. En otras páginas, Paz habla del “pachuco” y de otros problemas y tipos mexicanos.
Recuperar la conversación con Acevedo responde a que fue la última que dio el filósofo, también a que menciona destacadas ideas sobre la autognosis del mexicano más allá de su obra: El perfil del hombre y la cultura en México, e igualmente a que habla de los peligros que sacudían a la sociedad de finales de la década de los cincuenta, por ejemplo, la crisis bélica por las potencias nucleares. La entrevista en cuestión apareció en junio en el número tres de Magisterio. Revista de orientación pedagógica, la cual era publicada mensualmente por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
La intención de estudiar las entrevistas que dieron los filósofos es porque permiten conocer la comunicación que en su momento hicieron los pensadores mexicanos. Investigaciones como la de Fanny del Río con el libro Las filósofas tienen la palabra (2020) son ejemplos de ello. En esta edición se corrigieron erratas, se agregaron notas y las abreviaturas de los nombres de cada interlocutor que no vienen en el original.
Un desequilibrio de nuestra época. Una entrevista exclusiva con el doctor Samuel Ramos[1]
Por Antonio Acevedo Escobedo[2]
“Hay el problema de que cada hombre no se conoce bien a sí mismo, aunque él crea lo contrario. La psicología moderna ha mostrado que existen varios factores inconscientes que tienden a encubrir lo que realmente es cada hombre…”
Así nos habla el filósofo Samuel Ramos, figura vinculada muy de cerca con el desarrollo de la cultura mexicana en los últimos treinta años. Nos ha recibido en su gabinete de estudio, donde el silencioso diálogo que entablan de anaquel a anaquel los pensadores de todos los tiempos, armoniza a perfección con la calma doméstica.
Seguros de que el doctor Ramos, por la índole de las disciplinas que ejerce y por su curiosidad en vivo, se halla compenetrado con tantas complejidades del mundo moderno y emitirá opiniones valiosas al respecto, le preguntamos:
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- A. E. El hombre traspone ahora el espacio, quiere descubrir incógnitas siderales y se desconoce a sí mismo. ¿A qué obedece este contrasentido?
- R. Lo que inspira al hombre para edificar una nueva civilización es una voluntad de poderío que se manifiesta en todas las actividades humanas individuales y colectivas. Francis Bacon decía, al principio de la Edad Moderna, estas palabras proféticas: “La ciencia es potencia”.[3] En efecto, lo que ha revelado el progreso científico moderno es que en él hay un cincuenta por ciento de curiosidad o afán de saber y un cincuenta por ciento de interés por dominar a la naturaleza. La electricidad sería el mejor ejemplo de una de las fuerzas de la naturaleza tan completamente dominada por el hombre, que ha transformado las condiciones de la vida civilizada. Así ha ido dominando el tiempo y el espacio con la velocidad, etcétera. Pero como el aprendiz de brujo, ha llegado demasiado lejos, ha arrancado secretos como la energía atómica a la que difícilmente mantiene sujeta para que no se vuelva contra el mismo hombre que la descubrió, y destruya su civilización y su mundo. El hombre creyó que bastaba dominar a la naturaleza y olvidó aprender a dominarse a sí mismo. De este enorme desequilibrio entre el gran poder para dominar la naturaleza y el escaso poder para dominar sus sentimientos, impulsos y pasiones, se origina la grave crisis del mundo contemporáneo.
- A. E. ¿Es razonable el desarrollo de la intelectualidad en detrimento de la sensibilidad?
- R. Precisamente de lo anterior se desprende que un desarrollo exagerado de la intelectualidad, sobre todo la intelectualidad calculadora y científica, orientada hacia fuera, debe compensarse con una cierta dosis de la misma, orientada hacia dentro. En mi concepto, nunca debe sacrificarse por ningún motivo la sensibilidad, sobre todo si por ésta se entiende la sensibilidad por los valores artísticos y morales.
- A. E. ¿A qué recursos puede acogerse el hombre para penetrar mejor en su conciencia?
- R. Realmente el problema es que cada hombre no se conoce bien a sí mismo, aunque él crea lo contrario. La psicología moderna ha mostrado que existen varios factores inconscientes que tienden a encubrir lo que realmente es cada hombre. Ante esta situación no veo otro recurso que una autocrítica muy valiente de uno mismo. Digo “valiente” porque para enfrentarse a la propia verdad o realidad no sólo es preciso ser inteligente, sino además tener una decisión, una fuerza moral para ahondar dentro de uno mismo; sin esta última, la inteligencia es casi inútil. ¡Porque, realmente, qué pocos hombres reúnen los requisitos necesarios para cumplir con la máxima socrática: “Conócete a ti mismo”!
- A. E. ¿Hay un elemento determinado de la actual civilización del que provengan tan complejos problemas? En el medio mexicano, concretamente, ¿cuál sería el medio más adecuado para avenir tales contradicciones? Y en términos generales, ¿se vislumbra una solución de alcance mundial?
- R. En mi opinión, y de acuerdo con lo explicado anteriormente, es un factor psicológico el que ha determinado los complejos problemas de la civilización actual. No quiero con esto desconocer la multiplicidad de motivos que intervienen en la producción de los hechos históricos; pero si se piensa, por ejemplo, en el capitalismo, el nacionalismo, el imperialismo, como fenómenos destacados en la historia moderna, ¿no se ve que cada uno de ellos lleva el sello de la ambición de poder? Me parece a mí evidente que se trata de expresiones colectivas de ese afán de dominio. A este respecto México no constituye una excepción, sólo que la acción de ese instinto de dominio se ha manifestado principalmente en forma individualista, determinando algunas de las modalidades más notorias del carácter del mexicano, como lo he mostrado hace tiempo en un libro mío.
Creo que el temor más grande que aqueja a la humanidad es el de una próxima guerra que no sería otra cosa que un suicidio colectivo, tal vez la destrucción del género humano y su civilización. La esperanza más grande es el mantenimiento de la paz, el fin de la llamada Guerra Fría que tiene en zozobra a todos los países del mundo. Para mí, que en estos momentos hay que pensar en la guerra, en virtud del desequilibrio de poder destructivo a que han llegado las potencias que se disputan el domino del mundo.
Notas
[1] En Magisterio. Revista de orientación pedagógica, Núm. 3, junio de 1959, pp. 13-16.
[2] Acevedo Escobedo (1909-1985) fue un escritor de Aguascalientes. Publicó diversos ensayos en periódicos y revistas, al igual que importantes libros como La ciudad de México en la novela (1973), entre otros.
[3] La cita de Bacon es del Novum Organum, I, III.
Héctor Aparicio es ensayista. Ha publicado, entre otros, en Letras Libres. Trabaja en la edición de los ensayos de Agustín Yáñez y en un proyecto sobre Samuel Ramos en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM . Twitter: @H_R_A_S
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Posted: March 16, 2022 at 9:46 pm