Las adoraciones
Alberto Chimal
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¿De dónde viene el comportamiento tóxico que se ha vuelto (al parecer) la norma en internet? Puede haber indicios en los tres casos siguientes.
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1. Una persona publica en línea una nota enojada, llena de indignación, en contra de quienes ve como sus enemigos. Todos pertenecen a la misma profesión: una de hipócritas y parásitos, que se han aprovechado de la buena fe de la gente para mantenerla engañada. Son tontos y malévolos. Se nota su frustración y su inquina. Probablemente su vida sexual es insatisfactoria. Ciertamente defienden ideologías caducas y perversas. Colaboran con lo peor de lo peor entre los poderes fácticos para obtener privilegios, poder y dinero. Ocultan la pequeñez de sus vidas y el nulo valor de su trabajo con engaños y bravatas desprovistas de cualquier sustento. Ya están siendo desenmascarados. Quienes leen a esta persona sienten justa ira contra todas aquellas alimañas. La persona que publica es moralmente superior a todas ellas. También es su colega, es decir, trabaja en lo mismo que aquellos a quienes odia todos los días, pero no usa jamás el “nosotros” para hablar de su gremio.
2. Otra persona, que pasa mucho tiempo en la red, tiene una gran comunidad de admiradores. De fieles, se diría. De hecho, sí lo son. Son su tribu, su equipo, su rebaño. Se identifican entre ellos por su afecto. En realidad, no conocen a la persona que admiran, y cuyas publicaciones esperan con ansia, pero sienten que tienen su amistad, su complicidad. Se enojan cuando ella lo hace, se alegran con ella de igual forma. Aunque los momentos de enojo son más abundantes. Se indignan, se sienten ofendidos. Esto parece alegrarlos. Ciertamente parecen alegres de estar de acuerdo entre sí y con la persona que admiran. Además, siempre es liberador compartir esos sentimientos negativos. En realidad, ya han desahogado esos sentimientos en algunas ocasiones, atacando por a gente que –por ejemplo– no se dirige a su persona admirada con la deferencia debida. ¿Podrían llegar a escuchar una incitación directa a atacar a alguien? Ciertamente podrían llegar a inventarse un nombre, como las Swifties o las Beliebers.
3. Una tercera persona ha logrado una hazaña de lo más peculiar. Sus admiradores ya no necesitan leer lo que publica. Al menos, no de inmediato. Lo primero y más importante que hacer con cada publicación es reaccionar a ella. Dejar una muestra de cómo les gusta y, sobre todo, de que están allí, al pendiente y listos para recibir y disfrutar lo que la persona se digne mandarles. Se da por sabido que lo que hace quien ellos admiran será bueno. No hay necesidad de comprobarlo con anterioridad.
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Quien haya llegado hasta estas palabras puede estar pensando en personas famosas en este momento. Incluso, de estos últimos días o semanas. Y tal vez espera que yo hable del poder que amasan. De cómo hay personas que, en cierto sentido, se han vuelto invulnerables mientras están en línea, porque siempre hay admiradores dispuestos a atacar, a solas o en grupo, a quien las cuestione: que basan al menos parte de su identidad en la veneración de su ídolo.
Es verdad que pocos se atreven a criticar a esos influencers de manera sostenida y razonable. Algunos discuten con ellos, o los insultan, pero no pasan de ataques breves e ineficaces. Siempre se puede sospechar de sus motivos y nunca se quedan sin ser castigados.
Hay, sí, un poder oculto en esto: un poder simbólico, intangible, derivado de la reputación y el reconocimiento público de esas personas, pero también de la fe y adoración de los suyos. Quienes sospechan de sus merecimientos siempre parecen menos numerosos de lo que realmente son, porque casi nunca lo admiten en público. Lo llegan a decir en mensajes directos, en reuniones privadas, pero nada más. Por supuesto que tienen miedo: el poder inspira miedo.
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Por otra parte, no: los tres ejemplos citados no son recientes, sino de personas que llegaron a la fama hace más de veinte años, antes de que se inventaran las redes sociales, antes de que se asentara la cultura de los influencers o se normalizara el discurso violento en las interacciones sociales en línea. Eran los primeros tiempos de publicaciones personales y accesibles en internet: la época en que servicios independientes de manejo de contenido (la tecnología se sigue usando hasta el día de hoy, naturalmente) se promovían con el nombre de web logs, bitácoras en red, o simplemente blogs.
La tercera persona es el escritor argentino Hernán Casciari, conocido actualmente por Orsai, una editorial, revista y productora cultural con más de diez años de existencia. Casciari se dio a conocer mundialmente con el Blog de una mujer gorda, un proyecto de ficción muy ingenioso que ganó un premio de la Deutsche Welle en 2005 como “El mejor blog del mundo”. El blog ya no existe como un sitio independiente, y aunque algunas de sus entradas se conservan en el sitio personal de Casciari, han desaparecido todos los comentarios y reacciones que inspiró en su momento a la comunidad de sus lectores fieles. Algún respaldo estará por allí, quizás en el Internet Archive, pero podría estar incompleto. De cualquier manera, no seré la única persona que recuerde cómo, siempre que la (ficticia) señora Mirta Bertotti publicaba una nueva anécdota de su vida, los admiradores se apresuraban a la sección de comentarios del blog a decir “¡Primero!”. Y solo después de eso, a leer.
La segunda persona es la escritora y periodista mexicana Tamara de Anda, cuyo blog Plaqueta sigue en línea, aunque ella dejó de publicar en él en 2012. Actualmente, de Anda es conocida por su trabajo en medios y su activismo feminista, además de polémicas más recientes y conocidas en la red Twitter (cuando todavía se llamaba así). Pero ahí, en alguna sección de comentarios de su blog inicial, está mi nombre, del día en que le mandé “muchos saludos” y varios de sus fans se me echaron encima a causa de mi redacción. Nunca supe quiénes eran y no me voy a poner a averiguar ahora, pero ustedes pueden ir y buscar si quieren. Supongo que ella misma ni se enteró de lo ocurrido.
La primera persona es Heriberto Yépez, escritor y filósofo mexicano, que hace unos 15 años llegó a ser una de las figuras centrales de la crítica (literaria, sobre todo) en los medios nacionales. Durante ese periodo se metió en numerosas polémicas y conflictos. Lo que queda de ellos es poco, pues él mismo ha borrado la mayoría de sus espacios y notas en línea, y aunque sigue publicando lo hace de forma más discreta, ceñida al entorno académico y especializado de sus intereses actuales. Es más fácil revisar en hemerotecas o en copias digitales de revistas y periódicos de la época, donde Yépez escribió columnas o artículos con el estilo que traté de sintetizar más arriba. Todo está parafraseado, pero todo tiene, también, respaldo documental. La estrategia retórica más perdurable de las que inventó o popularizó en México es la de insultar a colegas, o iguales en un sentido más amplio, separándose explícitamente de ellos, sin atender a la contradicción: usando “ellos” o “ustedes” y jamás “nosotros”. Hasta el día de hoy, numerosas personas en las redes sociales hacen lo mismo, convirtiendo a oponentes reales o imaginarios en un “otro” deshumanizado, indigno de consideración. Muchas veces, quienes hacen esto ni siquiera notan la evidente disonancia cognitiva.
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Con lo anterior quiero decir que el potencial para las conductas tóxicas que observamos todos los días, y que son la rutina, la normalidad para millones de personas en el mundo, ya estaba allí hace veinte años. Las celebridades actuales de internet son más agresivas, más cínicas. Sus medios sociales son mucho más eficaces para promover, canalizar y aprovechar emociones negativas de sus usuarios: mejores en la tarea de atraer, mantener y explotar nuestra atención. Pero eso es todo.
Parte de ese potencial ha existido siempre, naturalmente, en la mera psicología humana. Hay turbas irracionales y homicidas en la Biblia. Un precursor más cercano y explícito de las ilusiones y dramas de X, Facebook o TikTok es la obra de teatro El balcón (1956) de Jean Genet, donde no hace falta ninguna tecnología digital para que un espacio social común –un burdel en este caso– se convierta en escenario de numerosas fantasías de poder, veneración y sufrimiento. Una de las mujeres del prostíbulo se convierte en icono de una revolución, a la que se entrega y desvirtúa al mismo tiempo. Cuando la revolución fracasa, otros personajes ganan poder real gracias a los papeles que representaban en sus juegos de rol, y que ahora emplean para sostener una ilusión de normalidad. Uno más se suicida interpretando un papel y mueve a otro a un suicidio virtual. Nada es increíble ni siquiera improbable, y el público de la actualidad probablemente lo entendería incluso mejor que el de la obra en sus primeros años.
Los seres humanos siempre hemos tenido la capacidad de hechizarnos, e incluso enloquecernos, con los patrones de las relaciones y las jerarquías sociales. La novedad es la tecnología que nos ha permitido hacerlo de forma continua, concentrada y más obsesiva que nunca. En tiempos de los blogs, las figuras destacadas como Yépez, Casciari o de Anda, precursoras de los influencers de hoy, eran muy pocas. Ahora hay muchísimas, miles en cualquier momento dado, de fama en general efímera, pero con frecuencia provistos de poder real en el grupo que decide adorarlas. Y muchas, como sabemos, deciden ser deliberadamente agresivas, mezquinas, malévolas: se imaginan como pequeñas deidades y exigen sacrificios. En muchas ocasiones han azuzado deliberadamente a sus fieles contra tal o cual adversario o incauto.
Es ridículo cuando se ve desde afuera. Pero va a pasar mucho tiempo, quizá otros veinte años, antes de que haya un artículo alrededor de las personas y cultos actuales que (tal vez, repito) algunas de las personas que leen este artículo esperaban encontrar.
Sí, no tengo el poder que ellas tienen, y me dan miedo.
Alberto Chimal es autor de tres novelas, más de 30 libros de cuentos, ensayos y guiones de cine y de cómic. Recibió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2014 y el premio del Banco del Libro 2021, entre otros. Su libro más reciente es la novela La visitante. Contacto y redes: https://linktr.ee/
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Posted: April 7, 2024 at 4:53 pm