Flashback
Entre Sendero Luminoso y el radical chic

Entre Sendero Luminoso y el radical chic

Edgardo Bermejo Mora

La doble vida de Maritza o Sófocles para maoístas. Al profesor Abimael Guzmán, el camarada Gonzalo, la muerte se le presentó como una fecha que se empeña en sumar acontecimientos al almanaque del mundo. El fundador del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, la versión más depurada y delirante del maoísmo insurrecto, compartirá desde ahora el calendario memorioso de la izquierda latinoamericana con su antítesis de cabo a rabo: el socialista Salvador Allende. Al político moderado chileno que se opuso a las armas lo mató una bala el 11 de septiembre de 1973.  Al revolucionario peruano, que entronó a la violencia como una forma de la ideología  redentora, lo mató la edad el 11 de septiembre de 2021. La fábula del tiempo y de las convicciones como un espejo invertido. Su muerte me ha hecho recordar la historia de Maritza Garrido, otra “guerrillera dandy”.

Aquí y en China –aunque en este caso la alusión china pierde sentido– entre el sector más radicalizado de la militancia revolucionaria, entre los más febriles y los más encolerizados, siempre aparecen representantes de quienes administran el odio de clase como un asunto de familia: hijos e hijas de la burguesía acomodada y de la alta sociedad latinoamericana que pasan del diván a los fusiles, y de los colegios privados a la clandestinidad. Rebeldes nacidos en la cuna de los privilegios que tan pronto como comenzó su inquietud revolucionaria se negaron a que un chofer los llevara a la escuela, llamaban “compañero” o “compañera” al personal de la servidumbre, o exigían un mejor salario para la nana y vacaciones pagadas al jardinero.

Sus padres, políticos, empresarios o profesionistas de prestigio, representantes de las mejores familia de la sociedad, personas de apellidos lustrosos y normalmente compuestos, pasaban de la inquietud a la franca preocupación cuando descubrían que en el cuarto de máquinas de la piscina se almacenaban cajas de explosivos, o que la vieja casa de campo se había convertido en un cuartel de revolucionarios, o en el mejor de los casos una comuna feliz de pachecos y rastafaris.

El “radical chic” monsivaiano en su sentido más literal y contundente. Un fenómeno universal que encuentra su ejemplo más emblemático en  la baronesa Johanna Bertha Julie von Westphalen, que renunció a los privilegios de la aristocracia prusiana para seguir al marido filósofo en su exilio londinense, un tal Carlos Marx. O bien en la insumisa Patty Hearts, que despreció la fortuna del abuelo –nada  menos que el gran magnate de la prensa norteamericana, el mítico ciudadano Kane– para sobreponerse a un secuestro y abrazar la causa de sus  plagiadores con un capucha a la cabeza y un rifle de asalto, a las puertas de una sucursal bancaria: the American way of resist.

El Perú de Zavalita y del presidente Gonzalo, que en algún momento de la historia  se jodió, no ha estado exento  a esta saga. Maritza Garrido-Lecca Risco  era una joven y atractiva señorita perteneciente a una de las mejores familias de la burguesía criolla de Lima. Sus padres, don Enrique Garrido-Lecca Higginson y doña Marina Yolanda Risco Boh, criaron una familia católica y conservadora conformada por cuatro hijos varones y la menor, Maritza, que nació entre laureles en 1965, se educó en el Colegio del Sagrado Corazón del barrio de San Isidro y después en la Pontificia Universidad Católica de Perú, al tiempo que se formaba como bailarina de ballet en las mejores academias de la capital, con no pocas visitas a París para entrenarse.

A sus 27 años Maritza se había labrado buena fama como bailarina. A partir de los 25 migró de la danza clásica a la contemporánea sin restarle un ápice a su prestigio, aunque sus padres ya no asistieran con el mismo entusiasmo de antes a las funciones donde, más que bailar, se retorcía. Su buena estrella y su talento le permitían obtener roles protagónicos en la mejor compañía de danza de su país. Sumado a su talento artístico y sus múltiples relaciones en el medio cultural limeño, Maritza se había revelado además como una sólida educadora, gracias a la escuela de danza que ella misma fundó en la porción baja de su casa de tres plantas, ubicada en el número 459 de la calle de Varsovia a la que acudían muy contentas las  niñas currutacas de Lima. Las madres de las alumnas veían  a la profesora de ballet como un modelo de perfección femenina y de buen gusto.

Una noche de principios de septiembre de 1992 Maritza recibió la visita inesperada de su tío, el compositor Celso Garrido, que por entonces estaba por estrenar en el teatro principal de Lima una versión para ballet de la Antígona de Sófocles, con la sobrina como bailarina principal. Junto con él llegó también Patricia Awapara, coreógrafa de la obra y gran amiga de la anfitriona. Martiza Garrido, la señorita Garrido, la primera bailarina, los recibió ligeramente perturbada e inquieta. No los esperaba a esas horas, pero había que discutir los detalles del estreno.

Compartían una botella de vino mientras afinaban algunos detalles de la puesta en escena cuando alguien golpeó a la puerta de la casa del barrio de Los Sauces, Segundos después Maritza, Celso y Patricia yacían en el suelo sometidos a golpes y gritos por un escuadrón de la severa policía antiterrorista del Perú: el Grupo Especial de Inteligencia comandado por el coronel Marco Miyashiro –en el país de Fujimori, lo japonés en oposición al maoísmo chino–.

Los obligaron a cerrar los ojos y a permanecer inmóviles y enconchados bajo amenaza de muerte. En esta posición siguieron escuchando ruidos y destrozos dentro de la casa. El estruendo de los golpes y los forcejeos, que se escurrían desde el piso de arriba hasta la sala, fueron despejando sus dudas, o mejor dicho, las del compositor y de la coreógrafa, porque Maritza supo en todo momento lo que ocurría. Encañonados y con la mirada clavada en el suelo, se enteraron que en una de las habitaciones de la casa se escondía el profesor Amibael Guzmán, el responsable de más de 25 mil muertes tras dos décadas de activismo revolucionario de Sendero Luminoso, uno de los capítulos más sanguinarios y siniestros en la historia de la guerrilla latinoamericana, en el que pasaron por las armas menos militares y policías que campesinos revisionistas e infidentes ciudadanos de a pie.

Junto con el profesor Gonzalo se escondía también su esposa Elena Iparraguirre, segunda en importancia del grupo y heredera de un apellido tan vasco como el de tanto otros radicales que circulan por las venas abiertas del hemisferio. En el mismo operativo cayó la pareja de Maritza, Carlos Inchaústegui Degola –otro apellido vasco– quien pedía entre gritos y lágrimas que lo matarán ahí mismo. No soportaba el dolor de ver a su líder histórico capturado. La culpa le hervía las entrañas al saberse el responsable fallido de la seguridad de sus dirigentes. Al vasco Inchaústegui le costaría 22 años de cárcel el descuido.

Horas después, ya en el cuartel de la policía, el compositor y la coreógrafa observaron sorprendidos el rostro desfigurado por los golpes de la joven bailarina que gritaba como una fiera vivas y loas al presidente Gonzalo. Descubrieron entonces un secreto conservado con el mayor de los cuidados: Maritza Garrido, la hija de buena familia que alguna vez quiso ser monja, la bailarina reputada, había utilizado su escuela de danza como tapadera de una casa de seguridad de los dirigentes más perseguidos de Sendero Luminoso.

No lo podían creer. Un día antes habían acompañado a Martiza en uno de los ensayos finales de Antígona, y la vieron bailar y deslizarse sobre el escenario. Ahora estaba frente a ellos, con su traje a rayas de prisionera, el rostro molido a golpes, el puño levantado y la voz que repetía desgarrada mueras al gobierno de Fujimori y vivas a la organización guerrillera.

Maritza permaneció 25 años en prisión acusada de terrorismo. Salió en libertad el 11 de septiembre de 2017, como si de nuevo la fecha que marca el decimoprimer día del noveno mes del año se  empeñara en poner su impronta en la historia contemporánea. Tenía entonces 52 años de edad, casi la mitad de su vida tras las rejas.  La tragedia que representa no es menos densa ni menos significativa que la de Antígona, la infortunada hija de Yocasta y Edipo que se colgó de una soga cuando descubrió que su padre era también su hermano, y que su madre era al mismo tiempo su abuela.

Exactamente cuatro años después del excarcelamiento de Maritza, sin haber alcanzado nunca la libertad, Abimael Guzmán completó con creces la cadena perpetua. En el mundo según Garp todavía hay quien lo llora.

 

Edgardo Bermejo Mora (Ciudad de México (1967) es escritor, diplomático, historiador y periodista. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Política, de la UdeG por su novela  Marcos Fashion, o de cómo sobrevivir al derrumbe de las ideologías sin perder el estilo (Océano, 1996). Textos suyos forman parte, entre otras, de las antologías Dispersión multitudinaria (Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1997), y Líneas aéreas (Lengua de Trapo, Madrid, 1999). Dirigió el suplemento Lectura (1997-98),del periódico El Nacional, y ha colaborado como articulista en diversos diarios, suplementos culturales y revistas literarias. Fue corresponsal de la agencia Notimex para el Sudeste  Asiático con sede en Singapur. Fue agregado cultural de las Embajadas de México en la República Popular China y en Dinamarca. Ha sido director general de asuntos internacionales del CONACULTA y director de Artes del British Council en México. Su Twitter es: @edgardobermejo

 

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Posted: September 15, 2021 at 2:33 pm

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