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Mafalda y los días de la máscara
COLUMN/COLUMNA

Mafalda y los días de la máscara

Gerardo Cárdenas

En estos días extraños de las máscaras y la distancia, basta un aguijonazo para evocar otros tiempos, que no fueron necesariamente mejores pero que tenían otra textura, otro sabor.

Acababa septiembre y se cumplían 56 años de la aparición de la primera tira cómica de Mafalda. Al día siguiente de ese aniversario, y justo el último de ese mes que debería ser el noveno, pero que en el año de la pandemia es otro más de encierro, se nos moría Joaquín Lavado, Quino.

Bastó eso, aunque fuese por 24 o 48 horas, para arrojarnos al regazo de la nostalgia, para permitirnos el retorno a una infancia donde eran posibles el beso y el abrazo, donde las máscaras eran solo disfraces.

Para quien, como yo, creció leyendo a Mafalda, y luego, ya más grande, admiró la precisa ironía de Quino cuando él mismo se liberó de la niña que había inventado, el fallecimiento del ilustrador argentino significó otro carpetazo a esa época, y la oportunidad de revisar lo vivido.

Descubrí en silencio a Mafalda, a sus padres y amigos, como tanto niños, en horas de lectura silenciosa tras las tareas de la escuela. Lectura y relectura constante.

Ese niño, que no entendía mucho del mundo, pero que sí entendía a Mafalda (y sobre todo a Felipe, tan cercano) decidió que su descubrimiento era tan trascendente, que había que compartirlo.

Como voluntarias forzosas, recluté a mi madre y a mi abuela para leerles en voz alta las tiras, labor que pudo ser solamente entrañable pero que también implicaba un reto: cuando las palabras resultaban demasiado argentinas, había que ir al diccionario, buscarlas y entenderlas.

Creo que mi madre llegó a identificarse con la mamá de Mafalda. Yo veía en ese mundo, a la vez inocente y cargado de una feroz crítica política, un reflejo de lo que pasaba en la escuela, en la calle, en la casa.

En redes sociales se ha repetido mucho aquella tira en la que Manolito, al preguntar la maestra si alguien no había entendido la lección, levantaba la mano y clamaba que, de marzo para acá, no había entendido nada.

Yo tampoco. Usted, creo que lo mismo. Todos. De marzo para acá, no entendemos nada: ni qué pasó, ni qué sucede día a día, ni qué pasará mañana o el año próximo.

Mafalda era una criatura de la Guerra Fría, de la proximidad de las dictaduras militares.

¿Cómo procesaría Mafalda el virus, cómo se vería con cubre bocas, qué barbaridades diría durante una videoconferencia por Zoom? Podemos imaginar a Manolito inventando una versión de entrega a domicilio del almacén Don Manolo, el activismo de Libertad, los amores, tal vez de Tinder, de Felipe. Y etcétera.

Nos falta eso: la visión de Quino, el sarcasmo no exento de ternura, el buen humor de tintas cargadas.

Por afán de soñar, en este encierro interminable, sueño con un Zoom donde Mafalda y su tribu hagan videoconferencia con Calvin y Hobbes y con Charlie Brown y nos den recetas para mirar al interior de la máscara en que nos hemos convertido, y que nos ayuden a reflexionar sobre la insana distancia de un mundo donde los debates presidenciales son bravatas de patio escolar y donde un abrazo verdadero, de cuerpo a cuerpo, nos despierte de la desazón.

Quino se fue pero nos dejó tarea: volver a Mafalda y ver el mundo a través de sus ojos, de su mirada irreverente, sin máscara, sin confinamientos de la esperanza.

 

Gerardo Cárdenas (México, 1962) es escritor, periodista, estratega de comunicación y promotor cultural. Su más reciente título es la colección de relatos Correr es de cobardes, que publica Abismos Editorial.

 

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Posted: October 6, 2020 at 5:36 pm

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