Locarno, 70 años de amor al cine
Rodrigo Carrizo Couto
El histórico festival de cine suizo, considerado de forma unánime como uno de los festivales más antiguos y prestigiosos del mundo, celebra hoy su 70 aniversario lleno de fuerza, pero también enfrentado a graves desafíos. Crónica de 14 años de encuentros y gran cine a orillas del Lago Maggiore.
La ovación llegó como un temblor de tierra, primero presentido y luego escuchado, desde el fondo de la inmensidad de la Piazza Grande (conocida como “el más hermoso cine al aire libre del mundo”) en esa noche de agosto del 2006. Mientras miles de personas se ponían en pie unidas en un aplauso que pareció infinito, en el escenario, el novel director Florian Henckel von Donnersmarck, y los actores Sebastian Koch y Martina Gedeck se veían desbordados ante el tsunami de emoción desatado por el estreno de La Vida de los Otros. Ganadora del Gran Premio del Público en esa edición del festival suizo, la cinta haría posteriormente una formidable carrera a nivel internacional, hasta alzarse con el Óscar a la Mejor Película Extranjera en 2007. Pero ese viaje se inició en Locarno, en uno de los momentos más emocionantes en memoria de este cronista.
Aunque este es solo un momento memorable entre muchos. Y es que quien escribe estas líneas desde el Lago Maggiore lleva cubriendo el Festival de Locarno la friolera de 14 años; y en tanto tiempo los instantes memorables son muchos, dado que una característica más de esta cita cinéfila es la cercanía de las estrellas. Aquí se ven pocos guardias de seguridad, y los espacios VIP son más bien modestos. Algo muy habitual en la protestante Suiza, poco dada a tolerar veleidades a las estrellas de Hollywood.
Cercanía con las estrellas
Es así que los grandes actores y directores se prestan a clases magistrales en presencia del público (Harrison Ford, Michael Cimino, Edward Norton) y no es nada raro encontrarte cenando en la mesa vecina al gran Bruno Ganz. O cruzarte tomando un helado por la Piazza Grande al huraño Werner Herzog, o bailar a las cuatro de la mañana en el Lido cerca de Chiara Mastroianni y Valeria Bruni-Tedeschi o compartir un gin & tonic con Willem Dafoe. O que Andy García se te siente al lado durante una proyección. O una entrevista inolvidable (y emocionante) con la gran Susan Sarandon acerca de los entresijos de Dead Man Walking y la política en el cine. Todas experiencias reales que le han pasado a este cronista.
Y hablando de experiencias vividas, por una vez el narrador se convierte en protagonista para compartir dos anécdotas hilarantes vividas junto a grandes del Séptimo Arte. El tipo de historias que, lamentablemente, los periodistas nunca podemos incluir en nuestras crónicas “oficiales” publicadas. La primera tiene que ver con la entrevista realizada con Sir Anthony Hopkins en el Eden Roc de Ascona. El inmenso actor galés intimida, y mucho, al interlocutor. Tras una charla algo distante que se tornó más amable al poner el foco en su gran pasión, la música, se disponía a retirarse. Fue entonces que reconocí en la mesa de al lado a su mujer colombiana, Estela. Sin dudarlo le pedí (fuera de protocolo, lo que es muy inusual) la posibilidad de hacer algunos retratos de “Sir Anthony” para ilustrar mi entrevista. Ni corta ni perezosa, la colombiana le gritó: “Antooonio, vente pacá”, y hete aquí que el memorable doctor Hannibal Lecter se presta dócilmente al juego de las fotos, para desesperación de su agente de prensa. Tras la breve sesión improvisada, Hopkins se permite algo que nunca antes he visto; y que (por suerte) nunca he vuelto a ver. Pregunta: “May I?”, y coge la cámara. Empieza a mirar las fotos entre el humo de su puro y gruñe: “esta no, esta tampoco, esta vale” y empieza así a borrar de la memoria las fotos que no le gustan. De hecho, la que ilustra este reportaje es una de las que se salvaron de la hecatombe fotográfica. Posiblemente, a (casi) nadie más se le toleraría algo semejante, pero es que es imposible decir que no a Sir Anthony Hopkins. Y me dejó una buena anécdota para animar las fiestas.
La otra anécdota tiene como protagonista a Wim Wenders. El genial realizador de Paris Texas había accedido a una entrevista en el impresionante spa donde estaba parando: el “Castello del Sole”, en Ascona, hotel de súper lujo donde suelen alojarse las mayores estrellas invitadas a Locarno. Ese mismo día nos habíamos enterado todos de la muerte del cubano Ibrahim Ferrer, protagonista de su película Buenavista Social Club, y por ello el alemán no estaba en su día más animado; pero aun así se prestó a una extensa charla y sesión de fotos con profesionalidad y amabilidad. A lo largo de una hora comentamos desde todos los ángulos posibles la película que había venido a presentar al Festival de Locarno: Don’t Come Knocking, protagonizada por el recientemente desaparecido Sam Sheppard y su esposa, Jessica Lange. Tras la charla, me despido alegremente y corro a hacer la transcripción para enviar el material a Madrid.
Pocas horas más tarde, me llama el redactor jefe y gruñe: “¿Pero qué mierda de entrevista nos has mandado? La charla está muy bien…pero lo has entrevistado acerca de la película equivocada, hijo”. Resulta que en esos días se estrenaba en España otra película de Wenders: The Soul of a Man, sobre los cantantes de blues, y esa era la que interesaba a los editores. La cara que se me quedó en ese momento debe haber sido de antología, y me hubiera gustado verla. Sin ninguna esperanza fui corriendo a buscar a Eva von Malotky, la asistente personal del autor de El Amigo Americano. La alemana me dijo que hablaría con Wenders, mientras me miraba de reojo como pensando: “menudo tarado de periodista nos han mandado”. A la mañana siguiente, para mi infinita sorpresa, me llega un mensaje diciendo que Wim Wenders accede a una segunda entrevista, esta vez sobre The Soul of a Man, con lo que terminé teniendo casi dos horas de grabaciones en las que hablamos de lo divino y de lo humano, y logré salvar el honor ante el diario. Un raro privilegio…y una inmensa suerte.
Pero no nos engañemos. Por mucha exquisitez cinéfila que le pongamos, sin duda Locarno no sería lo que es si estuviera situado en los suburbios de Manchester o Helsinksi. Un elemento fundamental que hace de este festival un evento único es la abrumadora belleza de la zona en que transcurre. La región de los grandes lagos que hacen frontera entre Suiza e Italia debe estar, sin duda, entre las mayores bellezas naturales del mundo. Si a ello le sumamos una gastronomía de excelencia, hoteles o servicios de primera y una seguridad absoluta, no es de extrañar que tantos ricos y famosos decidan instalar en estos barrios su domicilio. O que se organicen festivales de cine.
Un poco de historia
Antes de terminar, un breve repaso histórico para poner este evento en contexto para quienes conozcan poco al festival suizo. Locarno vio la luz en 1946, básicamente porque la cercana ciudad de Lugano votó contra el dispendio público en un festival de cine. Así son los suizos y su democracia directa, aunque cabe suponer que aún hoy los vecinos de Lugano se deben morder los codos al ver el error histórico que cometieron. Considerado como “uno de los más antiguos festivales del cine del mundo” (Locarno es apenas unos años más joven que Cannes o Venecia) desde el principio esta cita cinéfila se ha distinguido por su amor al cine de autor y las cinematografías periféricas o menos comerciales. Una elección que le ha ganado un enorme prestigio y credibilidad entre los profesionales y amantes del cine.
Tan es así que el productor español Pedro de la Escalera comentaba a este cronista: “desde un punto de vista del prestigio y la calidad, puede decirse que Locarno supera incluso a Cannes en muchos aspectos”. Ahí es nada. Y es que en Locarno han dado sus primeros pasos, o han estrenado sus películas, cineastas del calibre de Roberto Rossellini, Stanley Kubrick, Milos Forman, Claude Chabrol, René Clair, Raúl Ruiz, Abbas Kiarostami, Jim Jarmusch, Spike Lee, Alexander Sakurov, Atom Egoyan, Ken Loach o Béla Tarr, entre innumerables otros.
Otra característica de este festival es su querencia por las cinematografías hispano americanas. Es así que por la Piazza Grande no es raro cruzarse con cineastas poco dados a las concesiones comerciales como José Luis Guerín o Marc Recha. O uno de los nuevos actores rompedores, tanto en su Argentina natal como en Francia: Nahuel Pérez Biscayart. Otros “provocadores” que se alzaron aquí con el máximo galardón, han sido el iconoclasta catalán Albert Serra, quien se llevara el Leopardo de Oro en 2013 con “Historia de mi Muerte”, al igual que el joven mexicano Enrique Rivero, quien se llevara a su casa el dorado felino con su obra “Parque Vía”. También es muy apreciada a orillas del Lago Maggiore la argentina Milagros Mumenthaler, quien obtuviera en 2011 el máximo galardón por “Abrir puertas y ventanas”. A ellos se suman actores, productores y técnicos premiados de forma regular a lo largo de los años. En esta edición 2017, le toca al mítico director de fotografía español José Luis Alcaine recibir el homenaje al conjunto de su carrera en la Piazza Grande. Sin duda, puede afirmarse que Locarno tiene sabor latino.
Pero entre tantos parabienes no conviene olvidar algunas verdades incómodas: la posición de Locarno no es eterna, ni está garantizada por los dioses, ni sale gratis. De hecho, mantener esta enorme estructura operativa requiere de poderosos recursos financieros. Recursos que es cada vez más complicado obtener. Tanto por la feroz competencia de otros festivales (incluso dentro de la propia Suiza) como por los inmensos cambios en el modelo de negocio. Una situación que obliga a un delicado equilibrio entre arte y rentabilidad, que hace que en Locarno convivan alegremente Lav Diaz y Daniel Craig, o marcas de champagne francés y relojes suizos de lujo junto a cinematografías africanas emergentes.
Tal como reconocía hace unos días el incombustible presidente del festival, Marco Solari, Locarno debe “repensar la forma en que las nuevas generaciones verán las imágenes”. Y es que se impone analizar y rever la esencia misma de lo que es un festival de cine si estos quieren continuar siendo relevantes para las nuevas generaciones, que no piensan el cine como sus mayores. Una dura realidad que afecta no solo a Locarno, sino a todos los festivales de cine del mundo y a una industria en su conjunto que se haya en plena mutación.
Pero, por el momento, el viejo leopardo de 70 años volverá a rugir esta noche a orillas del Lago Maggiore.
Y esperemos que por mucho tiempo…
Locarno, Lago Maggiore
Suiza, 2 de agosto de 2017
*Imágenes cortesía del autor
Rodrigo Carrizo Couto. Radica en Suiza y escribe para el diario El País y la SRG SSR Swiss Broadcasting. Ha colaborado regularmente con los diariosClarín, La Nación de Buenos Aires y la revista suiza L’Hebdo, entre otros medios. Aquí su Facebook
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: August 1, 2017 at 9:43 pm