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Los universos de Ana María Shua

Los universos de Ana María Shua

Daniel Lipara

Todos los universos posibles reúne casi mil textos de la escritora argentina Ana María Shua (Buenos Aires, 1951). Editado en Argentina por Emecé, el volumen agrupa sus cinco libros de microrrelatos –La Sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas y Fenómenos de circo– y nos permite recorrer la amplia trayectoria de la autora en este género, conocido en Estados Unidos como Flash Fiction. En el ámbito hispanoamericano, a Ana María Shua se la llama la reina del microrrelato. En 2016 recibió en México el Premio Internacional Arreola de Minificción en su primera entrega.

Brevísimo en extensión, inagotable en densidad literaria, la microficción es un género apasionante y cada vez más extendido. Cuenta con grandes exponentes como Kafka, Calvino, Borges, Bioy Casares y Cortázar, entre otros. Ana María Shua, que ha publicado seis novelas y cuatro volúmenes de cuentos, lo compara con un rayo, con un estallido, con una fragancia, con un relámpago por su efecto y condensación. Pero existe también una preceptiva minuciosa: el microrrelato es un texto narrativo que no debe superar una página de extensión y donde intervienen golpes de sentido, la máxima precisión del lenguaje, cruces prolíficos de géneros, títulos estratégicos y una gran variedad de tonos y estilos. De ahí su complejidad a la hora de escribirlo y de leerlo. Cada palabra cuenta, literalmente.

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Además de sugestivo, el título de este libro puede ser una clave de lectura. Nos conduce a los universos paralelos, los mundos relativamente independientes; ese fenómeno cósmico del que nos hablan en los canales de ciencia con un pequeño puñado de gráficos e hipótesis inquietantes. La idea es una, y es sencilla: vivimos en un multiuniverso. Vivimos en todos los universos posibles. Incluyendo éste, en donde existe una fuerza creativa que inventa y deshace mundos alternativos con la precisión y la coherencia de la física cuántica, el misterio de la alquimia, el histriónico artificio de la magia, y que se llama Ana María Shua. En este sentido, el libro es un extenso recorrido por una variedad de escenarios, temas y fenómenos: sueños e infiernos; cuentos de hadas, bíblicos y mitológicos; geishas, bestiarios y magos; perturbadora flora y fauna. Y el personaje principal: el lenguaje, esa criatura que la escritora argentina encanta una y otra vez para nosotros.

Toda la diversidad, entonces; pero también la unidad y la cohesión. Desde los primeros textos de La Sueñera, donde Shua nos revela su capacidad para ampliar los márgenes del género y retrucar la idea de “cuento brevísimo” con un lenguaje poético y una imaginación que desborda las convenciones literarias. Allí donde el lector respira y cree estar a salvo, ahí la trampa. Pero la trampa no es una sorpresa. Shua no necesita ese recurso porque toda la materia de sus universos se comporta sencillamente de modo diferente, como si las cosas estuvieran en otra dimensión, una paralela, en donde las reglas cambian un poco…o mucho. De ahí que la apariencia y la realidad sean tan ambiguas. De ahí la sensación de algo nuevo, impredecible:

En el vapor de la carrera se realiza un zafarrancho de naufragio. Se controlan los botes y los pasajeros se colocan sus salvavidas. (Los niños primero y a continuación las mujeres). De acuerdo con las convenciones de la ficción breve, se espera que el simulacro convoque a lo real: ahora es cuando el barco debería naufragar. Sin embargo, sucede lo contrario. El simulacro lo invade todo, se apodera de las acciones, de los deseos, de las caras de la tripulación y del pasaje. El barco entero es ahora un simulacro y también el mar. Incluso yo misma fijo escribir. (Zafarrancho de naufragio, Casa de Geishas)

Los microrrelatos de Shua parten de una extensión o inversión de lo cotidiano, y van mucho más allá. Lo singular y siniestro está en imaginar especímenes y mundos como fragmentos de vastas dimensiones que extienden nuestra idea de lo posible. La autora desvanece los límites entre las cosas y nos presenta libros que son –a la luz de esta pequeña lectura– una fantasmagoría de estados sucesivos de transformación, donde la tensión entre realidad, imaginación y fantasía es porosa y fecunda para lo original. Así, Shua crea un campo literario imposible de medir con los parámetros del absurdo o del realismo, y donde…

Todo es relativo. En mi planeta ganaba concursos de belleza. Aquí soy un fenómeno de circo, dice con tristeza la hembra de Alfa Centauri, sacudiendo sus apéndices vibrátiles. Total, quién puede desmentirla (Todo es relativo, Fenómenos de Circo).

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Así, estos textos no sólo desintegran los límites entre lo real y lo fantástico, sino que invierten sus reglas ya invertidas. En el borde de la identidad de las cosas, Shua idea un región que no es ni onírica ni realista: como en el semáforo-planta, la ontología es sinuosa a niveles moleculares. La atmósfera hechizante de Todos los universos posibles nace de una deliberada alteración de lo conocido –y de lo desconocido–. Hay pesadillas circulares con gente corriendo y persiguiéndose a sí misma hasta el infinito; hay zapallos que fueron carroza de Cenicienta, pero apenas como eslabón en una interminable cadena de insólitas mutaciones. Las fábulas, las paradojas y los bestiarios son habituales escenarios de esta dimensión donde la metamorfosis no es una posibilidad, sino una condición de ser:

Viajo, en calidad de turista viajo de una transformación en otra preguntándome cómo o por qué ser tigre, espumadera, conglomerado urbano y constantemente yo, monotonía al fin de todo viaje. Hasta que la gran transformación llega por fin y soy el otro y podría saber, reconocer algo, cualquier cosa, si pudiera contar esta historia que yo misma ignoro, que será ignorada. (177, La Sueñera).

Desde amores inconcebibles hasta híbridos herbarios; desde los sueños hasta los fenómenos de circo, Shua nos invita a espiar cada universo a través de la cerradura. El encantamiento debe ser brevísimo, no puede fallar. Tal vez por eso la escritora ha elegido la variedad, pero no la arbitrariedad: los textos no están sujetos a leyes desconocidas y caprichosas; parten de la misma materia que nos rodea, pero con variaciones sorprendentes:

Que una mujer no tenga raíces (o finja no tenerlas) no es prueba suficiente, yo me fijaría en lo que come, en su forma de saludar (cierta flexibilidad en las reverencias), me acercaría para saber si le huelen a viento los suspiros, si tiene nudos como nidos en el pelo frondoso. Hábiles especies híbridas que pivotean entre dos reinos, estas supuestas mujeres se disfrazan, seducen, fingen amor, se reproducen al menor descuido. (Cuidado con las mujeres, Botánica del caos)

Este pivoteo es característico de la micropoética de Shua, algo semejante a eso que los físicos llaman “teoría de cuerdas”, es decir, la hipótesis de que las partículas materiales no son puntos fijos, sino algo más parecido a una cuerda en un mundo donde los niveles subatómicos están en eterna vibración y cambio; donde el electrón oscila y se vuelve un fotón, o un quark, o cualquier cosa. Y aquí también baila la vida al compás de la transformación.

Meticulosos caos, paradójicas leyes del cosmos. Shua siempre abre el juego a un interesante abanico de breves posibilidades. Pero ¿cómo hace para condensar tanto? Su lenguaje poético –doble sentidos, juegos de palabras, metáforas y metonimias– ayudan a lograr la alquimia a través de una experiencia plástica, cadenciosa y rítmica de las palabras y sus sentidos. Por otro lado, Shua es reconocida por trabajar con el reino de los conocimientos del lector. Aprovecha ese background cultural para usar la fuerza mental del lector y noquearlo en el primer round, como en una toma de aikido. Para eso, apela a fuentes tan diversas como el cuento del sapo y la princesa. la historia, la filosofía, el arte, los mitos, los lugares comunes de la cultura, etc. Como si esta materia cobrara vida en un universo paralelo:

Suele decirse que Van Gogh se cortó la oreja para regalársela a una prostituta. Otros afirman que fue a causa de una pelea con Gaugin. Algunos científicos insisten en que lo hizo porque padecía el síndrome de Méniere y lo atormentaba un acúfeno. Yo era una niñita, lo vi con mis propios ojos, y puedo asegurarle que fue para esto, para usarla de semilla, dice la anciana Arlés, exhibiendo con orgullo el árbol cargado de frutos intrincados como caracolas, vellosos y suaves. (Van Gogh II, Temporada de Fantasmas)

Para Shua la imaginación y la realidad son casi molecularmente equivalentes, necesarias. Siempre pulidos, los mundos de la autora orbitan lo racional y lo onírico, el orden y el caos, lo raro y lo conocido, hechizando con su particular naturaleza al lector, que avanza como un equilibrista desde una tapa hasta la otra. Como un caleidoscopio, este libro refleja todas las posibilidades de un género complejo y desafiante en su máxima expresión. Nos lleva mundos tan familiares como inexplorados, donde lo coherente y lo paradójico, lo orgánico y la eterna variación rigen en un cosmos que late al ritmo de su propia vida inagotable, su propia dimensión.


Posted: May 3, 2018 at 8:23 am

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