Essay
Lucien Boissonnet, un original
COLUMN/COLUMNA

Lucien Boissonnet, un original

Adolfo Castañón

Seigneur, vous m’avez laissé vivre
pour m’éprouver jusqu’a la fin
VERLAINE, ”Bonheur” (XVI)

Como el ciervo ansia las corrientes de aguas,
así mi alma suspira por Ti, oh Dios,
porque mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.
¿Cuándo vendré y estaré en la presencia de Dios?

SALMO 41, Nostalgia de la casa de Dios

El jueves 27 de julio de 2017 murió en Beaugency, Francia, mi querido suegro Lucien Boissonnet (1921-2017) a los 95 años. Nació en Ouzueres le marché el 15 de marzo de 1921 en un pueblo de esa llanura llamada La Beauce, tan bien pintada en el Angelus de Millet. Tuvo una hermana menor, Solange, traviesa y gozosamente mandona y un hermano menor: François. Ambos murieron antes que él. Él, en cambio, era juicioso, trabajador, católico y aficionado a la música. Ambos, de origen campesino. Él era un muchachote alto y sano, de pelo claro y fino con algo de aristócrata fuerte y macizo, no llegaba ser gordo. Durante la guerra, los alemanes lo escogieron para ser llevado a un campo de trabajo –no de concentración– aunque sí le tocó ir a llevar cosas a algunos de esos confinamientos. Estuvo ahí casi dos años. Adelgazó terriblemente y al regresar se casó con Jeanne Le Strat, también campesina, aunque de origen bretón, también católica y también muy centrada en la vida de familia. Tuvieron siete hijos: Jean-Marie, Annie, Alain, Dominque, Marie, Bruno e Isabel. Todos fueron bautizados y a él le hubiese gustado que alguno de sus hijos optara por el sacerdocio y que le diese por llevar una vida religiosa. No fue así. Asistía a la iglesia todos los domingos, participaba en el coro, ayudaba en la limpieza del templo, visitaba a los enfermos y asistía a los entierros de quienes no tenían familia. Fue varias veces en peregrinación a visitar a la virgen de Lourdes y al menos dos a llevar alimentos y ropa en invierno a los que hacían la resistencia en Polonia. Luego de casarse y algunos años más tarde, Lucien y Jeanne compraron una mercería en el centro de la ciudad y se dedicaron a ese negocio, respaldados por las relaciones que tenían y por el oficio de artesano y de tapicero de Lucien, que al regresar de la guerra vio que la profesión de artesano fabricante de arneses ya no era posible. La tienda trajo a la familia una nueva dinámica. Jeannne ya no se pudo ocupar como hubiese querido de los hijos que se fueron criando unos a otros.

Terminaron construyendo una linda casa en Beaugency, a las afuera del pueblo en la 5 Rue de la Couture, en la que ya solo vivieron Marie, Isabel, Bruno, Domique y un poco Annie y Alain que pasaban ahí los fines de semana. La casa tenía dos pisos, sótano, garage, dos baños, cinco recámaras, desván, jardín, pasillos, corredores, escalera, techos de dos aguas. Lucien hacia sillones, bastidores, cojines. Cuando vino a México a casar a su hija Marie, se trajo una pequeña petaca con sus herramientas de trabajo para poder hacerle a su hija una cama para toda la vida. No la pudo hacer del todo, pero todavía hoy dormimos en el armazón que él fue o vino a hacer a México. Cuando nos visitó, fuimos al mar. Lo recuerdo jugando con las olas en las playas de Veracruz y buscando siempre dónde había una iglesia para poder ir a misa. Lucien era, como se dice en francés, “un original”: dormía la siesta sobre tres sillas, tocaba el saxofón, se desintoxicaba o desinfectaba haciendo buches de cloro, arreglaba las cosas con efectos mínimos, y de joven había visto y oído con sus ojos la danza de los ratones bajo la luz de la luna. Sabía una cantidad de cosas de la vida de aquellos tiempos, los nombres de los diversos sacerdotes y madres superioras del convento de las Ursulinas y recordaba quién había vivido en qué casa en su Beaugency, hasta dónde habían subido las aguas en las inundaciones. Le gustaba cocinar en las fiestas; por ejemplo, pierna de cordero, o hacer sopa de verduras o poner en frascos de vidrio y en conserva los tomates y espárragos cosechados en su jardín en el que era capaz de pasar horas y acaso días enteros bajo el sol, la lluvia o la nieve tocado con su sombrero y vestido con ropa y zapatos apropiados, que guardaba en el vestíbulo de la casa. Le gustaba recibir a su hija Marie que venía del otro lado del mundo y así fuimos a Francia religiosamente casi todos los fines de año y, últimamente, hasta dos veces. Hice buena amistad con él, lo acompañaba a hacer compras, visitas, diligencias, pero sobre todo lo acompañaba a la Iglesia los domingos, los fines de año cuando se ponía corbata, traje y sweater nuevo. En Navidad me ponía una capa española oscura, azul más que negra, de guardia civil que heredé de don Jesús, mi papá y en la iglesia me sentaba aparte, en algunas ocasiones el cura decía en el oficio de Navidad que en la misa había personas de muchas nacionalidades e invitaba a que cada extranjero dijera la suya. Yo desde luego decía “México”. A veces, al final, nos convidaban en la Iglesia “Vino caliente”, Du vin chaud. Me tocó ser uno de los oradores en la ceremonia de los 50 años de matrimonio. Se me ocurrió invocar a San Francisco de Sales por aquello del cristianismo jovial; a Lucien le gustó pues los cristianos de verdad suelen ser optimistas. No era un gran lector, le interesaban los libros de guerra y los libros de religión. Guardo uno que le pedí: “Pascal en prière” (Les prières de Pascal réunis pour la première fois, textos reunidos y presentados por Anne d’Eugny, con ilustraciones de Michele Timolontheos. Prefacio de Jean Guitton. Labergerie. París, 1962, 56 pp.). En sus últimos días tenía una visión apocalíptica que contrastaba con su optimismo cristiano y, después de cenar puntualmente a las 7:15, escuchaba las noticias a las 8. En invierno le gustaba encender el fuego de la chimenea y esperaba con espíritu de niño las fiestas de Navidad.

Llevaba cinco años de estar recluido o al menos de estar internado en una residencia medicalizada, una especie de hospital para personas de edad. Su esposa Jeanne, ciega y con severas limitaciones para moverse, no podía ya convivir o cohabitar con él. Como tampoco podía caminar bien, cuando en las noches iba al baño se caía sin poder ya levantarse. Nos tocó acompañarlo a que lo subieran a la ambulancia que se lo llevaría a ésa, su penúltima morada. Uno de sus grandes dolores en la vida, como he dicho, es que a ninguno de sus hijos le dio por la religión. Los cinco años que pasó ahí no fueron siempre felices. Ahora que él ha muerto, la casa de Beaugency se venderá y empezará otra época. El próximo martes 1 de agosto se realizarán en Francia los oficios fúnebres de Lucien Boissonnet. Que descanse en Paz…

 

Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa

 

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Posted: July 26, 2021 at 10:07 pm

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