Neuropsiquiatría y creación (para llegar a Oliver Sacks)
Jesús Ramírez-Bermudez
Antes que nada, Jesús, gracias por charlar con Literal sobre la neuropsiquiatría, donde la realidad tal y como la perciben unos cuantos supera la ficción.
Al contrario, gracias a ti por el interés en la neuropsiquiatría; se trata de un campo de la actividad humana donde convergen algunos problemas sórdidos de la cultura, algunos enigmas formidables de la epistemología y algunos hechos impersonales que han sido atribuidos sucesivamente a los dioses, a los demonios, a la libido y su represión, a los sistemas económicos y, en fin, a las anomalías de la naturaleza.
A lo largo de tu trayectoria clínica, te has topado con pacientes que desarrollan identidades fantasiosas a lo Munchausen, que responden con auténtico júbilo ante la noticia de un tumor cerebral, que están convencidos de que ya murieron. En este oficio de anomalías, ¿puedes contarnos algún caso que te haya impresionado más que otros?
He tenido el privilegio de atender a tantas personas a lo largo de dos décadas que no puedo referirme a un solo caso; tengo más bien la sensación de que día a día las interminables experiencias de los médicos se pierden o son encerradas en los confines técnicos del expediente. Años después, cuando los historiadores abren las compuertas del archivo clínico, algunas historias cobran vida, como genios encerrados en una botella; así lo demuestran los trabajos de Roger Bartra, en sus Territorios de la otredad y el terror, o los de Cristina Rivera Garza en La Castañeda: narrativas dolientes desde el manicomio general, o los estupendos trabajos de Andrés Ríos Molina en torno a la locura (aquí uso sus propias palabras) durante la revolución mexicana. En aquella época, la sífilis era una de las causas principales de internamiento psiquiátrico; el primer caso que atendí con este problema era el de un señor que se quejaba de dolores en la espalda y caminaba encorvado. Pidió ayuda para aliviar el dolor. Le pregunté si había ocurrido algo recientemente que él pudiera relacionar con las molestias. Sí, me dijo. Me siento así porque soy Atlas y estuve cargando el mundo.
Recurres a la mitología al final de tu libro para reflexionar sobre la diferencia entre el cerebro y la mente. ¿Puedes resumirnos esta distinción? ¿La ciencia posee herramientas para explicarla?
Desde mi punto de vista, no hay explicaciones definitivas hoy, como no las había en los tiempos de la mitología griega. Tampoco creo que estos problemas hayan sido resueltos por la metafísica, la filosofía analítica, el psicoanálisis, las neurociencias contemporáneas, la filosofía posestructuralista: más bien cada una de estas disciplinas aporta ideas y, a veces, datos invaluables para desarrollar un diálogo interdisciplinario que tiene la oportunidad de ser cada día más útil y más estimulante. Néstor Braunstein ha hecho en su libro Clasificar en psiquiatría una crítica muy penetrante de esa familia de conceptos que inician con el término “psi” y, también, de nuestras ideas contemporáneas en torno a la mente. El problema es abrumador porque tenemos prácticas médicas y legales para diagnosticar “trastornos mentales”, pero en realidad nos falta mucho por aprender qué queremos decir con la palabra “mente” y todos sus derivados.
Después de este apunte escéptico, quiero aclarar que estoy convencido de que, si bien no es razonable suponer que tenemos o tendremos pronto un concepto definitivo de lo mental, sí estamos avanzando hacia un conocimiento más exacto y preciso acerca de las relaciones entre los sistemas neurales, el comportamiento y la experiencia subjetiva. El escenario clínico es invaluable en esta investigación, porque aquí se ponen a prueba todas las teorías entusiastas y, a su vez, cobran relevancia o la pierden por completo.
Tengo la teoría bizarra de que diferentes culturas desarrollan diferentes formas de locura: los franceses tienden hacia el encierro a raíz de la melancolía, los chinos a los brotes de violencia en público contra extraños con armas blancas, los estadounidenses hacia la alucinación al aire libre, o bien, al asesinato en serie. ¿Las enfermedades mentales se manifiestan de maneras distintas en diferentes países? ¿Existe un lazo entre cultura y locura o, más bien, ando pirada?
Por supuesto, hay algunos formatos culturales que atraviesan todo el territorio de la salud y logran inscribirse en la presentación clínica de algunos problemas neuropsiquiátricos. Sin subestimar la relevancia de la cultura en la génesis y en las posibilidades de captura de los trastornos mentales, hay que decir también que al menos una parte de esos trastornos guarda una relación intrínseca con la anatomía cerebral, que sólo es influida por la cultura hasta cierto punto: la lateralización hemisférica, la especialización de las vías occipitotemporales u occipitoparietales en procesos de reconocimiento visual o localización espacial, la arquitectura del tálamo y de sus decenas de núcleos son hechos influidos muy poco o nada por los patrones culturales de una comunidad. Es frecuente que un tumor, un parásito o una lesión por falta de circulación sanguínea afecten esas estructuras y alteren las funciones mentales sin intermediación de nacionalidad, raza, sexo, idioma o historia cultural.
La teoría psiquiátrica dominante en estos momentos supone que la mayoría de los trastornos mentales tienen validez transcultural, aunque esto no es un hecho completamente aceptado. Por otra parte, la cultura incide en dos aspectos muy relevantes de la neuropsiquiatría: por una parte, genera marcos sociales para lo que vamos a considerar normal o anormal, deseable o indeseable, sano o enfermo.
El ejemplo clásico es la posición de la homosexualidad en los manuales de diagnóstico psiquiátrico de Estados Unidos: incluida por prejuicio social inicialmente y excluida posteriormente por cambios sociales. La inclusión y la exclusión de dicha categoría de comportamiento no se han debido a datos y análisis científicos sino a circunstancias y cambios sociales. Por otra parte, algunas culturas empujan a sus individuos hacia la expresión de ciertos comportamientos o experiencias que son consideradas también, a veces, como patológicas: tal es el caso de los trastornos de alimentación en las sociedades de consumo, más orientadas al éxito social basado en la apariencia física, o de las múltiples interpretaciones y variedades del mal de ojo a lo largo de la historia.
¿Qué opinas de figuras de consumo popular, como el Dr. Gregory House?
Me parece que contribuyen al entretenimiento en una forma bastante aceptable; por supuesto que esta serie tiene exageraciones y errores, pero espero no decepcionar a nadie si digo que el personaje no me parece reprobable ni descabellado. De hecho, creo que todos los médicos hemos visto personajes como el Dr. House; por supuesto sin tanto glamour, pero casi en cada hospital que conozco hay alguna variante: algún clínico solitario, sin mucho éxito social, que tiene una erudición absurda o habilidades excéntricas y que nunca estará en la revista Forbes pero sí en la mitología privada de su propia institución. Las series de televisión sobre médicos y sus infortunios exageran, mienten o plantean escenarios frívolos que contribuyen muy poco a la medicina pero aciertan al presentar un mundo emocionante, a veces ridículo, a veces cómico, pero nunca aburrido.
¿Y de Oliver Sacks, quien acaba de anunciar su retiro del foro público?
Llegué a Oliver Sacks por recomendación de Juan Villoro. Si un escritor obsequia bibliografía médica a un médico es porque la obra de Sacks tiene alcances literarios propios: una de las claves de su éxito se debe tal vez al hecho de que empezó a comunicar historias en el mundo de la narrativa que no estaban codificadas de ninguna forma en el mundo de la escritura creativa hasta la primera mitad del siglo XX, aunque en el ambiente clínico los problemas de Sacks se han tratado desde el siglo XIX (y de manera espléndida, por autores como John Hughlings Jackson, Giles de la Tourette, Jules Cotard, A.R. Luria, por mencionar solamente unos cuantos). Esto va claramente en contra de quienes piensan que solamente podemos repetir cánones clásicos y repetir historias arquetípicas con variaciones mínimas, que solamente podemos plagiar autores del pasado.
Por otra parte, parece obvio que ningún escritor imaginó casos como los de Oliver Sacks antes del famoso libro sobre El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Eso también contradice la idea de que mediante la simple lógica, por más aguda que sea, podemos imaginar o deducir los estados de experiencia y las historias posibles que dan cuenta del comportamiento humano. La única manera de escribir relatos originales como los de Sacks es dedicando décadas al estudio de la medicina, la neurología cognitiva, la neuropsicología, la neuropsiquiatría.
Supongo que ocurre lo mismo con las demás áreas de la actividad humana: desde la gastronomía hasta la aviación, solamente podemos escribir relatos originales si develamos dimensiones nuevas de la experiencia humana en esos campos; contra la teoría de que todo es plagio, puedo decir esto: si una persona relata una vida en la que profundiza en su propio campo de experiencia, no puede plagiar el pasado, porque los cambios históricos y sociales se encargan de dotar de originalidad la historia.
El mundo actual es siempre inédito; por eso nos llena de angustia: nadie sabe realmente si nuestra historia es un poema dramático de Calderón de la Barca o un guión de Spike Lee. Disfruté todas las historias de Sacks, unas más que otras, pero me maravilló especialmente su ensayo Veo una voz, que perdí en un avión mientras regresaba de San Francisco y, desde entonces, no he terminado esa lectura. Durante ese viaje conocí al doctor, tras una presentación de su libro acerca de la obsesión por la música. Sus libros de viajes son ejercicios literarios y clínicos notables.
En el campo científico Sacks tiene contribuciones relevantes en la historia de la dopamina y sin duda ha ayudado a revalorar el espíritu de una medicina que no se deja gobernar por tecnocracias o por el juego helado de la automatización (que divierte solamente a unos cuantos ejecutivos de Citibank en los recesos del partido de golf, o a uno que otro burócrata sádico).
Finalmente, la carta reciente de Sacks, donde anuncia su retiro por cuestiones de salud, nos presenta la circunstancia inusual de una persona que despierta a la conciencia literaria en forma tardía tras una brillante carrera científica, que evoluciona entregando conocimientos empíricos a la escritura creativa y sentimientos artísticos a la medicina, que desarrolla todas sus áreas de pasión, incluyendo las que trascienden la neurología, pero que tiene, ante todo, la oportunidad de presentarse durante la senectud al examen final en forma lúcida: el examen de una vida.
Jesús Ramírez-Bermúdez (Ciudad de México, 1973) estudió medicina, psiquiatría y neuropsiquiatría. Actualmente es jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN). Ha publicado artículos de investigación médica y ha obtenido premios nacionales e internacionales por su trabajo como investigador. En el campo literario ha publicado relato y ensayo en las revistas Tierra Adentro, La Jornada Semanal y La Tempestad. En 2006 publicó la novela Paramnesia (Random House Mondadori), considerada por los diarios Reforma, Milenio y Proceso entre las mejores del año. Es autor de Breve diccionario clínico del alma (Debate, 2010), libro que reúne las crónicas de algunos de los casos clínicos que ha tratado
Tanya Huntington es editora y colaboradora de Literal. Twitter: @TANYAHUNTINGTON.
Posted: March 25, 2015 at 1:48 pm