AMLO, predicamentos sucesorios
José Antonio Aguilar Rivera
¿Dónde se encuentra el país a mitad del sexenio de López Obrador? Tal vez la característica más notable del momento actual es que el proceso de regresión autoritaria de los últimos tres años ha encontrado algunos obstáculos. No es claro cómo reaccionará el gobierno ante ellos. La incapacidad de los procesos electorales para revertir tendencias autocratizantes en el mundo es bien conocida. En muy pocos países los electores castigan contundentemente a quienes buscan desmontar a la democracia revestidos de legitimidad democrática. El caso de los Estados Unidos en 2020 es una clara anomalía y en buena medida se explica porque ese país es la democracia más vieja del mundo. Ahí los tribunales, el sistema de partidos y los medios de comunicación resistieron el embate autoritario de Donald Trump, pero a un costo que aún no podemos medir con claridad. La toma del Capitolio es sólo una muestra del profundo daño que ese gobierno infligió a la democracia norteamericana. En otras naciones es muy inusual que se materialice un control “vertical” en las elecciones. En el caso de los comicios intermedios mexicanos ese freno apareció a medias. Mientras que el gobierno y sus aliados perdieron la mayoría absoluta en el congreso para reformar la constitución conservaron la mayoría simple. Además, controlarán la mitad de los gobiernos estatales. Sin embargo, desde el punto de vista simbólico la mayor derrota fue la rebelión de las clases medias urbanas que se manifestaron con fuerza en las principales ciudades del país, comenzando por la capital.
El nuevo equilibrio de fuerzas ha comenzado a mermar el poder real del presidente. La insurrección de los magistrados del Tribunal Electoral contra su presidente y la declinación del ministro presidente de la Suprema Corte a aceptar una extensión de mandato que de todas formas habría sido rechazada por el pleno como inconstitucional pueden leerse cabalmente en este contexto. La Corte tiene la llave de la legitimidad de buena parte de los cambios estructurales de este gobierno. Se ha negado a pronunciarse sobre las principales leyes, pero un cambio de vientos en el futuro podría desencadenar una avalancha de fallos adversos que echarían por tierra las “revolucionarias” reformas. Los cambios en el gabinete, en especial en la secretaría de Gobernación, son una respuesta de López Obrador a un clima creciente de adversidad.
Es posible que la debacle del actual gobierno no provenga de una oposición unida y con metas estratégicas claras sino más bien de la descomposición interna de la coalición gobernante. Lo único que mantiene unido a ese entramado de intereses políticos es la figura del presidente. Sin él, MORENA es menos aún que lo que era el PRD antes de que fuera desfondado por López Obrador. La duda central es si el presidente planea una transmisión real del poder a un sucesor o si pretenderá seguir la estrategia de Venustiano Carranza con el licenciado Ignacio Bonillas, un civil al cual el Primer Jefe pretendía dejar de presidente pelele en desmedro de sus aliados sonorenses. Obregón no tomó bien esa pretensión y las cosas terminaron mal para Venustiano y Bonillas. El problema para cualquier caudillo en la historia de este país, llámese Juárez o Porfirio Díaz, es la sucesión. Todos han sido presas de su éxito y de la imposibilidad de transmitir el poder efectivamente. El PNR-PRM-PRI fue la solución a ese problema sucesorio. Varias rebeliones, asesinatos y negociaciones produjeron una monarquía sexenal, como la llamó Daniel Cosío Villegas. Sin embargo, no es posible reconstruir un sistema similar en tres años. Hay una fecha de caducidad inscrita en el paquete de la cuarta transformación. Ni Díaz, con toda su perspicacia, logró cuadrar el círculo de heredar el poder unipersonal.
Quienes en el interior del gobierno creen que el expediente Bonillas es imposible se enfrentan al hecho de que, a diferencia de los tiempos del autoritarismo posrevolucionario, la legitimidad y la popularidad no están en un partido histórico sino en un individuo providencial. La esperanza es ser ungidos y que el aura del actual presidente se transmita al candidato elegido. Su antecedente histórico es la ciudad de México. Ahí, durante más de veinte años, la transmisión del poder ha estado asegurada sin importar mucho la personalidad del candidato. El poder se despersonalizó en buena medida. Sin embargo, una parte de esa misma ciudad está en clara insurgencia como se pudo ver hace unos cuantos meses. Quien hoy gobierna a la ciudad haría bien en hacerse cargo de ello.
No sería raro que varios de los suspirantes estén ahora muy ocupados en sus oficinas leyendo con marcador las memorias de Miguel de la Madrid; sobre todo sus vivencias durante la segunda mitad del sexenio de José López Portillo. Convertirse en el MMH de la cuarta transformación debe ser un pensamiento inspirador. Una salida interna al desastre de este gobierno. Con todo, la disciplina que en el priato hacía que todos los candidatos se disciplinaran una vez hecha la designación presidencial simplemente no existe ya. De ahí que para los contendientes sea racional librar una guerra civil sorda. Esta lógica es evidente para todos. Lo único que impide que se destrocen es la figura presidencial y el cálculo político sobre las decisiones sucesorias. Uno de los intelectuales del régimen describió esta dinámica con precisión: la destrucción política será el destino que espera a quienes “en todo el territorio nacional se esconden detrás de la figura de López Obrador para agitar banderas de Morena mientras mienten, roban y traicionan a la gente”. Ante este panorama el resultado bien podría ser que el Caudillo se reconozca como indispensable: nadie más podrá garantizar la continuación de la cuarta transformación. No permitirá que sucesores mezquinos e incompetentes pongan en riesgo la supervivencia de su gesta histórica. El Maximato de Plutarco Elías Calles fue el resultado de esa lógica política. No sería extraño que el Jefe Máximo del siglo XXI llegue exactamente a la misma conclusión.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal . Twitter: @jaaguila1
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Posted: September 8, 2021 at 1:55 pm