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Tres modestas victorias

Tres modestas victorias

Pablo Majluf

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Las zonas de confort que ilusoriamente nos salvan del compromiso –como el entrecoreanismo– son muy seductoras y […] buena parte de nuestra intelligentsia prefiere vivir cómodamente ahí, como demostraron muchos ingenuos masiosares que se envolvieron en la bandera solidarizándose con el Licenciado después del affaire Ecuador…

El régimen antiliberal pretende apoderarse de la República y tal vez lo logre con el consentimiento de las mayorías. Quizá descenderemos a una autocracia populista, o quizá no y la incipiente democracia siga apenas viva como una frágil perlita dentro de un mar secular de autoritarismo. Sin embargo, independientemente del devenir inmediato, creo poder celebrar con ustedes tres modestas victorias de la resistencia mexicana en estos seis años de avasallamiento. No me refiero a la oposición política, que tiene muchos problemas, aunque es la única que tenemos para enfrentar la amenaza en el seno del poder. Me refiero a la sociedad crítica, a aquella capa de conciencias con espíritu libre y amor por la verdad, la de los ciudadanos atentos.

La primera victoria es el desprestigio que ensombrece a los propagandistas disfrazados de periodistas, analistas y comentaristas que el régimen ha estado colando en los medios, sea radio, televisión o prensa. Lo hizo desde el principio, pero aceleró la imposición de cuotas rumbo al final. Y así, muy a menudo escuchamos que tal o cual analista independiente fue sustituido –con la complicidad y acobardamiento de los propios medios– por un porrista sin escrúpulos. Están en todos lados, como moscas. La que era una pluma crítica, es ahora un boletín de prensa; la que era una voz incisiva, es ahora un coro oficial. La victoria se dio porque al interior de esos espacios se ha fraguado una resistencia de los colegas libres en contra de los advenedizos e intrusos. Los emisarios del gobierno habitualmente encuentran diques de razón y decencia que les impide deslizar las mentiras y eufemismos confeccionados desde Palacio Nacional, o al menos no sin salir bastante raspados y exhibidos como propagandistas. Con ellos no se debate, no se llegar a acuerdos, no se les debe conceder en ánimo de la deliberación política. No. Se trata de encuerarlos inmisericordemente. Por ello es que los matraqueros han quedado sin credibilidad alguna. Hoy todos sabemos quiénes son y que dicen lo mismo en todos lados.

La siguiente victoria es que cada vez queda más fija en el imaginario colectivo la indecencia de los lacayos enquistados en el poder: esos hombrecillos postrados a los pies de su amo. Aquellos servidores públicos que doblan las manos y traicionan su investidura para servir al régimen ya sea por miedo, oportunismo o debilidad de espíritu. Son los colaboracionistas, los traidores y los rendidos. Podríamos mencionar en una primera instancia a los diputados y senadores, fungiendo ya no de tribunos y representantes de la soberanía popular como exige su función, sino de mozos de espuelas. Guardan también un lugar especial en la nueva ignominia del servilismo, desde luego, los pérfidos exgobernadores del PRI, que no sólo no defendieron las reformas liberales que su propio partido abanderó, sino que vendieron sus estados a cambio de impunidad diplomática. Sin embargo, en el cenit de la ignominia está la sabandija inmunda que es Arturo Zaldívar, quien pasó de ser ministro presidente de la Corte a una vil groupie como si el Licenciado fuera su Taylor Swift. Esa tiene que ser la degradación más patética en la historia del poder en México: un juez constitucional de supuesto prestigio –que a la postre supimos era ficticio– convertido en animador mediático. El lugar en el que terminó Zaldívar antes me daba schadenfreude. Pero ahora –al son del aborrecimiento que engendra en cualquier conciencia honorable– me empieza a dar pena. A donde va lo humillan –he aquí la victoria– y hasta el propio régimen le aplica el “método Obrador” de agradecimiento, que consiste en maltratar a la servidumbre.

La tercera y última es que prácticamente se ha disuelto la amorosa y deslactosada república popular de Corea del Centro, de donde son oriundos los equilibristas y normalizadores, los queda-bien-con-todos, los dos-pasitos-a-la-izquierda-y-uno-a-la-derecha, los que navegan con el consenso biempensante e intentan caer siempre bien parados refugiándose en la mayoría moral segura. Sin duda muchos ingenuos y algunos cínicos habitan todavía ahí, pero sus más grandes príncipes y emperatrices han pedido exilio en Corea del Sur. Las voces atentas desde un inicio advirtieron que el centro –ese espacio plural donde confluyen ideas y puede haber una verdadera deliberación en aras de la edificación– es lo más loable sólo cuando hay normalidad democrática. El centro es una tierra prometida a la que algún día habremos de regresar; pero cuando uno de los lados es un régimen oscurantista, destructivo y antidemocrático como el obradorista –lo más cercano que hemos llegado al fascismo– no puedes hacer del centro una virtud moral sin quedar como un completo tibio cobarde y un tonto útil. Hoy, la franja desmilitarizada de Corea de Centro ha quedado completamente desvirtuada y algunos entrecoreanos se han exiliado en la resistencia.

No aseguro que estos éxitos gocen del consenso mayoritario ni sean permanentes. Son modestos y quizá hasta temporales. Debemos ser conscientes de que seguirá habiendo propagandistas cada vez mejor disfrazados en los medios; de que seguirá habiendo lacayos zaldivarescos; de que la cultura de la sumisión al poder y el culto ciego al líder sigue muy enraizada; y, finalmente, de que las zonas de confort que ilusoriamente nos salvan del compromiso –como el entrecoreanismo– son muy seductoras y que buena parte de nuestra intelligentsia prefiere vivir cómodamente ahí, como demostraron muchos ingenuos masiosares que se envolvieron en la bandera solidarizándose con el Licenciado después del affaire Ecuador. Pero, de momento, algo hemos logrado.

 

Pablo MajlufEs columnista semanal de la revista Etcétera y escribe en Literal, Letras LibresReforma y Juristas UNAM. Panelista en “La hora de opinar”, de ForoTV, junto con Leo Zuckermann. Asimismo, conduce el podcast Disidencia. Estudió periodismo en el Tecnológico de Monterrey y Comunicación y Cultura en la Universidad de Sydney, Australia. Twitter: @pablo_majluf

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Posted: April 9, 2024 at 9:22 pm

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