Essay
Vivian Gornick: Estar sola es una postura política
COLUMN/COLUMNA

Vivian Gornick: Estar sola es una postura política

Rosa Beltrán

Getting your Trinity Audio player ready...

Vivian Gornick era ya conocida como una voz muy poderosa en esa segunda ola feminista de los años 70. Ese feminismo que surgió en EU tras la “Huelga por la Equidad” el 26 de agosto de 1970 con el Women’s lib que exigía abortos legales, centros de cuidado infantil y libertad sexual. Una segunda ola que, tras la inicial de los años 60, se planteaba que había muchas formas de ser mujer. Y esto era un pensamiento insólito para la época.

Como periodista, su postura hipercrítica estuvo sin embargo lejos de todo dogmatismo. Y hasta la fecha. La corrección política y la cultura de la cancelación van contra cualquier idea de verdadera libertad y la libertad es el pulmón de la literatura. Y ella hace literatura. Ficción, autoficción, ficción memorialística, qué importa cómo se llame lo que antes, cuando escribía en The Village Voice, tenía otro nombre. Lo que Gornick escribe respira porque hace de lo político algo personal y porque el análisis del mundo y lo que nos ocurre atravesó desde el principio el cuerpo y estuvo narrado desde el yo. No le importó que eso fuera tildado de subjetivo, décadas atrás. Que no fuera la moda. Porque el feminismo de los 70 le dio un punto de vista original y nuevo donde podía situarse en un marco existencial y filosófico más amplio. Es decir: Gornick descubrió que la condición de mujer es emblemática de algo que afecta al conjunto de la condición humana. Entre otras cosas, comprender la situación de las mujeres es entender las luchas de poder que rigen la vida.

Ahora, años después, Vivian es de pronto aclamada por propios y extraños por su libro Apegos feroces, un libro delicioso y sorprendente, un recorrido distanciado y mordaz sobre una vida a través de recuerdos de la infancia y conversaciones con una madre atípica. Suerte de memoria sin concesiones, con un tratamiento inmisericorde hacia las relaciones de poder y entre ellas el conflicto de poder por excelencia, la relación madre e hija, Vivian o, más bien dicho, la narradora de Apegos feroces atraviesa la disyuntiva entre ser como la madre (o más bien no ser nunca como la madre) o ser como la vecina, una mujer que recibe a distintos hombres en su casa y vive una vida más laxa que aquella donde nos exigimos todo todo el tiempo. Pero además de las discusiones tan vívidas que han hecho de este libro de Gornick una obra con la que todas nos identificamos y un fenómeno de ventas que la ha llevado a viajar por todo el mundo, Vivian habla también de la asfixiante vida académica, los problemas económicos de quien escribe, de las relaciones con los hombres que tienen este tipo de mujeres. Dos veces separada, ha dicho públicamente que estar sola es una postura política.

Apegos feroces fue publicada originalmente en los 80 y de pronto fue traducida a 13 lenguas y aclamada por la crítica y los lectores desde hace unos 4 años más o menos. Cuando yo la tuve en mis manos en la edición publicada en Sexto piso sin haber oído de su autora y sin pensar que la conocería, sentí una sacudida como de quien ha descubierto por casualidad un contacto y ha metido los dedos mojados en el enchufe. Enseguida quise recomendar el libro a propios y extraños y tuité varias impresiones. Recuerdo que en un tuit puse “escribir así, qué más?” con la fotografía de la portada, y Margo Glantz, esa otra gran escritora y tuitera contestó: “tendrías que ser judía, neoyorkina y haber tenido su vida”. Pues sí. Pues sí y no. Esa es la magia de la literatura.

En 1987, luego de la publicación de Apegos feroces, Vivan confiesa que no sabía muy bien qué hacer con su vida. Como su libro fue tan comentado en la edición en inglés —las traducciones llegarían, como he dicho, hasta tiempos recientes— se sintió tan “satisfecha como confundida”. Antes de ese libro, Vivian pasaba un semestre en alguna ciudad universitaria de Estados Unidos como profesora de escritura creativa, y lo odiaba. Odiaba “lo estático que era todo”, dice. “La gente llegaba, hacía amigos y enemigos y así podían pasar treinta años, Nunca cambiaba nada (en la academia). Así que pensé en escribir un libro que alternara ese tipo de historias con otras en las que yo, una mujer de mediana edad feminista radical y divorciada, me lanzaba a patear las calles de una gran ciudad”. “La ciudad era todo cuanto necesitaba: me daba, y me da, algo fundamental que ninguna persona puede darme. Las personas son reemplazables; la ciudad, no”. Zas. Ahí está. Vivian es insobornable y no hace concesiones.

Quizá yo no podía escribir un libro así, pero podía vivir en él mientras leía. Sin embargo, la lectura tarde o temprano se iba a terminar. Por eso, me dediqué a buscar de inmediato otro libro de esta autora. Le escribí a Eduardo Rabasa, de Sexto piso, y me dijo que justamente habían traducido y publicado otro titulado La mujer singular y la ciudad. En cierta forma, éste era una continuación del anterior, la flanneur que conversa mientras camina; en este caso, con su amigo de más de 20 años, Leonard, “un hombre que vive su propia infelicidad con sofisticación” y que la “ha ayudado a comprender la misteriosa naturaleza de las relaciones humanas más que ninguna otra relación íntima que ella haya tenido”. Igual que en su primer libro, como dijo su editor, como lectores no sabemos de qué va, sólo sabemos que queremos seguir caminando al lado de ella… y que el libro no termine.

Sobre La mujer singular y la ciudad, Vivian explica que el título responde a un libro de George Gissing que la interpeló de forma muy directa. “A finales del siglo XIX”, dice Gornick, hombres de genio literario escribieron libros fantásticos sobre mujeres en la época moderna. En menos de veinte años aparecieron Jude el oscuro, de Thomas Hardy; Retrato de una dama, de Henry James, Diana de Crossways, de George Meredith. Pero por muy inteligentes que fueran estas novelas, The Odd Women, de Gissing, fue la que la hizo escuchar a los personajes como si se tratara de hombres y mujeres que conocía. Incluso la hizo reconocerse como una de las mujeres “singulares”. Porque el título Odd Women puede traducirse como “mujeres sin pareja”, “mujeres singulares”, y yo añadiría también como “mujeres raras”, “mujeres atípicas”.

La estructura de ese libro es el paseo. La mujer singular camina por Manhattan y mientras lo hace se encuentra con los extravagantes personajes que la habitan, de modo muy relevante, sus mendigos. Los mendigos neoyorkinos son distintos de los de otros lados. Interpelan en voz alta a los transeúntes, no se contentan con las limosnas, niegan el paso, exigen más que dinero: exigen conversaciones. Son como los antiguos bufones de la Corte (inadecuados, impertinentes) y están ahí, como visionarios de otra realidad, obligando a quien se cruza en su camino a ver el otro lado de la vida. Desde luego el lado que los saca de su zona de confort y sus certezas.

Vivian tiene un nuevo libro que no he leído: Unfinished Business: Notes of a Chronic Re-reader, que deseo leer muchísimo, pues en él ella retoma su faceta de crítica literaria y hace un balance de las lecturas que más la han marcado. Uno aprende a leer leyendo a otros, a otras, pero también leyendo el modo en que esas otras han leído a otros. Cada lectura de una crítica que admiras —y aquí quiero aclarar que no me refiero a esa crítica que se ostenta como la encargada de repartir certificados de validez o nulidad, como la que tantas veces tenemos en nuestro país— es una puerta de acceso a otras lecturas. La crítica, como decía Alfonso Reyes, también encomia y aplaude. Y hace ver. Sobre todo eso. Y Vivian es ese tipo de autora que te hace ver.

Feminista confesa y gran celebrante de la participación cada vez más poderosa de las mujeres, crítica literaria, flanneur, observadora imparcial del devenir del tiempo, Vivian Gornick fue reportera de The New York Times, The Nation, The Atlantic y del legendario semanario de The Village Voice, como ya he dicho, y en él cubrió en los 70 el movimiento de liberación feminista y desde allí escribió sobre el control dominador y sobre los errores del feminismo dogmático también . “Desde el principio”, dice en una entrevista, “hace 40 años, me levantaba y decía lo que me parecía mal si sentía que muchas teníamos tanta culpa como los hombres a los que señalábamos y explicaba que no estaba en el negocio de odiar a los hombres”. Esto también suena radical en los años del #MeToo. Pero ella responde. “Hoy mucha gente no se atreve, pero yo sigo diciendo y escribiendo lo que quiero. El campo está minado, pero hay que hablar”.

Presentación de Vivian Gornick, FILUNI
Martes 30 agosto, 12-13 hs. Salón Clementina Díaz y de Ovando

 

 

Rosa Beltrán es autora de las novelas La corte de los ilusos (Premio Planeta 1995), El paraíso que fuimos, (2002) y Alta infidelidad (2006), así como de los volúmenes de cuentos Optimistas (2006), Amores que matan (1996) y La espera (1986). Una versión ampliada de sus cuentos Amores que matan apareció en 2005. 2​ En 1994 recibió un reconocimiento de la American Association of University Women por sus ensayos sobre escritoras del siglo XX. 3​ Su obra ha sido traducida al inglés, italiano, francés, alemán, holandés y esloveno, y sus cuentos aparecen en antologías publicadas en España, Italia, Holanda, Canadá, Estados Unidos y México. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Su Twitter es @RosaBeltranA


Posted: September 10, 2023 at 3:36 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *