Revocación y leninismo
José Antonio Aguilar Rivera
Ahí donde los votantes hubieran sido engañados por los partidos “debía haber un derecho de revocación”. De otra manera, las elecciones estarían por un lado y “la voluntad popular” por el otro.
En un libro editado por los politólogos Yanina Welp y Laurence Whitehead, (The Politics of Recall Elections, 2020) Matt Qvortrup, de la universidad de Coventry, revisa la teoría política de la revocación de mandato, en particular su lugar en el socialismo y el marxismo. El recuento es iluminador en la circunstancia que vivimos. Como sabemos, Karl Marx se entusiasmó con el experimento de la Comuna de París de 1871, un fugaz intento de gobierno popular, entre otras cosas, porque los parisinos establecieron la revocación de mandato para los asambleístas de la Comuna. Marx creía que este mecanismo le daba coherencia a la estructura organizativa descentralizada de la Comuna. Curiosamente, no tenía aprecio por otros mecanismos de la democracia directa, como el referéndum. En La Crítica del Programa de Gotha (1875) consideró la idea de la legislación directa del pueblo como un proyecto fantasioso.
Lenin se encargó de sistematizar el argumento político marxista de la revocación de mandato. La paradoja es que este mecanismo solo tiene razón de ser en el contexto del gobierno representativo, no en la “dictadura del proletariado”. Como señalan Qvortrup y Harding, Lenin rescató el alegato de Marx en La guerra civil en Francia (1871). Creía que esos apuntes marxistas habían sido deliberadamente olvidados y convenientemente distorsionados. Para Lenin, la teoría marxista de revocación del mandato “era un componente central de una teoría comunista del Estado”. En consecuencia, los Soviets rusos tuvieron como principio la democracia directa y sus delegados podían ser revocados. Lenin, en El Estado y la revolución (1917), creía en la “necesidad de las instituciones representativas”. No es claro, como apunta Qvortrup, si esta era una creencia genuina o meramente oportunista. Como fuera, afirmaba que no podía imaginarse la democracia, incluso la democracia proletaria, sin esos mecanismos. Con todo, aquí no había lugar para el resto del entramado de la democracia liberal: el parlamentarismo, la división de poderes y los pesos y contrapesos. Incluso este “rescate” democrático era profundamente antiliberal. Ahí estaba capturada la ambivalencia constitutiva del marxismo hacia el voto. En el sistema que imaginaba Lenin todos los funcionarios electos, sin excepción, estarían sujetos a la revocación de mandato en todo momento. Este arreglo era mejor que la democracia “burguesa” porque sería más responsivo. Los electores no sólo podrían despedir a sus representantes –miembros de las clases opresoras– en las elecciones, sino en el momento que así lo quisieran. Se trataba de una intervención radical del parlamentarismo: una forma de cancelarlo, sin eliminar la institución representativa misma. En 1917, como recuerda Qvortrup, Lenin escribió un artículo sobre la revocación en el cual afirmaba: “la representación democrática existe y es aceptada en todos los sistemas parlamentarios, pero este derecho se ve disminuido por el hecho de que, aunque a menudo ocurre que la gente eligió a quienes la oprimen, solo tiene el derecho de votar una vez cada dos años y carece del derecho democrático a revertir ese hecho destituyendo a esos hombres”. Lenin incluso esbozó la idea de que, tal vez, la revocación habría hecho innecesaria la revolución violenta. ¡Si tan solo los comunistas se hubieran podido librar de Kerensky por medio de una simple votación! Lo interesante es que el objetivo de este alegato no era fortalecer, sino destruir las instituciones representativas incipientes. Si bien los Soviets practicaban la revocación de mandato no ocurría lo mismo con la Asamblea Constituyente. En 1917 ese cuerpo multipartidista y plural estaba compuesto por miembros electos por el principio de representación proporcional. Después del derrocamiento del gobierno zarista los bolcheviques no ganaron una mayoría en las elecciones a esa Asamblea. En parte esto de debió a que los candidatos se cambiaron de partido. Chapulinearon. La gente había votado por personas que se pasaron a los bolcheviques, pero el voto fue al rival partido Social Revolucionario. Lenin exigió que se repitieran las elecciones donde el partido SR se dividió. Ese voto tendría que ser revocado. Ahí donde los votantes hubieran sido engañados por los partidos “debía haber un derecho de revocación”. De otra manera, las elecciones estarían por un lado y “la voluntad popular” por el otro. El principio era que “cualquier cambio significativo en el equilibrio de fuerzas entre las clases, y de la relación de éstas con los partidos –especialmente en el caso de la división de los partidos más importantes– conlleva la necesidad de una nueva elección en cualquier distrito electoral donde exista una clara y evidente discrepancia entre, por un lado, la voluntad de la diversas clases y su fuerza y, por el otro, la composición partidista de quienes hubiesen sido electos”. Para Lenin la revocación de mandato servía para preservar la concordancia entre la voluntad de las clases sociales y sus representantes.
La revocación de mandato no les alcanzó para hacerse con el control de ese cuerpo representativo. En consecuencia, en enero de 1918 cerraron la Asamblea después de un solo día de instalada. Todos los partidos fueron prohibidos, salvo el Comunista.
Aunque se revocaron los nombramientos de algunos representantes. y se repitieron algunas elecciones para la Asamblea Constituyente, los bolcheviques tampoco lograron una mayoría en las elecciones de diciembre de 1917. La revocación de mandato no les alcanzó para hacerse con el control de ese cuerpo representativo. En consecuencia, en enero de 1918 cerraron la Asamblea después de un solo día de instalada. Todos los partidos fueron prohibidos, salvo el Comunista.
La revocación de mandato se quedó en el santoral comunista entre 1917 y 1989. Como señala Qvortrup, el derecho nominal a la revocación del mandato sobrevivió los 75 años de vida de la Unión Soviética, pero sólo fue invocado y ejercido durante la Glasnost de Gorbachev, en las postrimerías del régimen. La historia de la revocación de mandato tiene otro linaje, no marxista sino populista, en América. Se trata de la instauración de la práctica en diversas partes de los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. En Europa, sin embargo, la historia de la revocación de mandato está ligada al jacobinismo. Como señala Qvortrup: la revocación ha sido consistentemente favorecida por los teóricos de la izquierda ¿Qué lecciones podemos extraer de esa historia?
La revocación fue un instrumento más en la destrucción de la Asamblea Constituyente. Sería la primera vez –pero no la última– en que el pretexto de la “profundización” democrática, contenido en la revocación de mandato, serviría para allanar el paso a la autocracia.
La revocación parecería ubicarse en el ámbito de los ideales: la posibilidad del ejercicio pronto y expedito de la voluntad popular frente a sus potenciales usurpadores. No fue la práctica estable del gobierno descentralizado la que capturó la imaginación de Marx sino un destello de lo posible en el contexto de una experiencia fallida y fugaz: la Comuna de París. Era el potencial, no la realidad. Algo parecido parece haber ocurrido en los albores de la revolución rusa. En un principio la revocación era la garantía de la concordancia democrática entre la gente y su gobierno. Siempre y cuando la gente eligiera a los gobernantes correctos, claro está. Parecía un brote democrático en el tronco del marxismo. Sin embargo, la posibilidad democrática del comunismo –encarnada en la defensa de la revocación del mandato– era quimérica. Por eso las “democracias” populares realmente existentes archivaron un dispositivo que en teoría veneraban. Lo cierto es que en el contexto de 1917 la revocación fue un instrumento más en la destrucción de la Asamblea Constituyente. Sería la primera vez –pero no la última– en que el pretexto de la “profundización” democrática, contenido en la revocación de mandato, serviría para allanar el paso a la autocracia.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: March 23, 2022 at 8:01 pm