Roy Rivera
Lolita Bosch
Si trasladamos este ejercicio literario a las víctimas de la guerra del narco en México, con las que yo he trabajado y que me han ayudado a entender una parte fundamental de esta sistematización práctica de la literatura, podemos comprender mejor este proceso creativo sin estar inmersos en él. Elijamos la tristísima desaparición de Roy Rivera, hijo de Letty Hidalgo, secuestrado en su casa el 11 de enero de 2011. Para entender qué ocurrió la noche que se llevaron a Roy podemos revisar informes policiales, establecer jerarquías de cárteles o investigar qué hacen los criminales con las personas que se llevan secuestradas, por poner tres ejemplos. Todos ellos ejercicios útiles, sin duda. Pero la información que obtendremos de dicha documentación no nos permitirá entender el dolor de una familia ni la injusticia de la guerra del narco. Es más, ni siquiera nos permitirá romper la falsa certeza de que las cosas se entienden por sí solas. (¿Qué no vemos del brutal dolor de una madre que busca a su hijo secuestrado? ¿Qué no somos capaces de entender? Mi honesta respuesta es: Todo).
Pero la pura información no nos ayudará a construir nada comprensible porque la información es tan anónima y tan poco subjetiva que no cobra cuerpo, no tiene vida. De hecho, si yo me viera obligada a denunciar ante la policía de Nuevo León la desaparición de un familiar, tal y como le ocurrió a Letty Hidalgo, es probable que mi caso se archivara en una carpeta con un nombre tipo “Familiares desaparecidos” que contendría cientos de casos sin resolver. O, yendo un paso más allá y suponiendo que el investigador a cargo fuera bueno, tal vez habría subdividido esta carpeta para ordenar esos cientos o miles de casos en categorías: los que desaparecieron de noche, los que desaparecieron de día, género, segmentos de edad, etc. Y tal vez incluso con esta categorización encontraría patrones comunes. Pero aún así, el material utilizado por esta brigada especializada y resolutiva (que no existe) seguiría siendo sólo información. La literatura no, la literatura sólo puede acercarse a este hecho como si fuera brutalmente humano (que lo es).
Letty Hidalgo fue la primera persona con la que yo pude probar si este pensamiento literario era también un pensamiento de paz que yo pudiera aplicar para escribir sobre el secuestro de su hijo Roy. Y en el álbum que yo misma hice de aquella novela pegué la entrada de un concierto de uno de los grupos de música que le gustaban a Roy; pinté una página de color amarillo, que es el color de su equipo de futbol favorito; puse un mapa de Italia, que es el país en el que Roy quería estudiar; una bolsa de la misma marca de tortillas que cenó la noche antes de que se lo llevaran… Cosas que para la policía y para la investigación tal vez no sean importantes, pero que para escribir una novela son las únicas que tienen sentido. Lo que le ocurrió a Roy y a su familia sigue siendo incomprensible, para ellos, para la policía y para todos nosotros. Pero como escritora tengo la posibilidad de crear un espacio en el que estar con Roy y su familia, un lugar en el que el lector puede entrar para acompañarlos y encontrar no lógica a lo que vivieron –que no la tiene– sino sentido. Es más, puedo lograr que al lector le ocurra lo que me ocurrió a mí en el transcurso de la escritura del libro Roy, desaparecido y que tenga, como tuve yo, la sensación de conocer más a Roy y de quererlo. Porque, literariamente hablando, la creación de este espacio en el que Roy habita es mucho más importante que el informe que tiene la policía. Obviamente, lo esencial es el informe policial si ayudara a encontrar a Roy. Pero para hacer un libro, para guardar humanamente a Roy y el dolor y el esfuerzo y la valentía de Lety Hidalgo, es imprescindible acercarnos a él con curiosidad, no con certezas.
Y es eso lo que debemos buscar en nosotros para hacer nuestro propio álbum (físico o mental) antes de la escritura. Debes buscar dentro y fuera de ti, algo radicalmente tuyo. Preguntándote qué hay antes de la información y qué esconde dicha información, porque si no la lógica de la información trasladada acaparará la novela y la convertirá en un texto técnicamente bien hecho pero sin la huella humana que nos permite encontrarnos los unos con los otros y reconocernos. En esto debemos pensar antes de tratar de diferenciar la intención, la intuición y el deseo en el siguiente paso de este método.
Porque si bien en este caso la intención es encontrar a Roy, la intuición se alimenta con cómo nos indignan y nos duelen las desapariciones forzadas en México y el deseo sería restituir la dignidad de las víctimas de esta tragedia. De modo que si construimos un mundo literario podemos ir mucho más allá. Para que la creación de un mundo literario nos permita entender (no aceptar) que hay un lugar en el mundo (muchos lugares, de hecho) en el que los jóvenes desaparecen sin tener ningún vínculo con el crimen organizado y sin ningún motivo. Simplemente porque sus cuerpos valen dinero. Que alguien va a sus casas, a los bares, a las universidades, los parques y las calles y se los llevan. Y que para contar una catástrofe social de estas magnitudes en una novela debemos crear un mundo en el que una desgracia así sea posible.
Es muy difícil, porque en la realidad no nos parece posible y nos resistimos a aceptar incluso lo que ya sabemos sobre la desaparición forzada en México, por continuar con el caso de Roy Rivera. Pero en nuestra novela esto no puede ocurrir. Nuestra novela debe ser un mundo en el que un hecho incomprensible como la desaparición de Roy se vuelva comprensible y, por lo tanto, posible. Por muchísimas razones, tanto éticas como literarias.
Y es nuestra intuición la herramienta que más nos sirve para lograr hacer algo así.
La documentación y la investigación conforman otro momento del proceso en el que en efecto debemos revisar los archivos, pedir los nombres de las personas que han desaparecido de noche, ver segmentos de edades… Pero preguntarle a Lety Hidalgo si ha vuelto a comer papas con chorizo, que es lo que cenó la última noche que cenó con su hijo, es algo que sólo la novela puede resolver y, paradójicamente, dar a entender. O dicho de otro modo: compartir. Profunda, humana, honestamente compartir. Y esto es lo importante. Lo que le pasó a Roy, lo que le pasa a Lety, lo que le pasa a México y lo que nos pasa a nosotros por escribir un texto como éste.
Y evidentemente todo esto tan fundamental no se puede sustituir por una historia.
Lolita Bosch nació en Barcelona en 1970, pero vivió mucho tiempo en Albons (Baix Empordà). También ha vivido en Estados Unidos, India y, durante diez años, en la Ciudad de México. Ha publicado, entre otras novelas, Tres historias europeas, La persona que fuimos, La familia de mi padre o Esto que ves es un rostro, así como su antología personal de literatura mexicana Hecho en México y el ensayo narrativo Ahora, escribo. Su Twitter: @LolitaBosch
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Posted: February 5, 2018 at 11:08 pm