Tormenta rosa
Miriam Mabel Martinez
Son las once de la noche, camino luchando contra el miedo. Añoro las caminatas nocturnas con mi perro; durante esos –cada vez más lejanos– trece años de vida compartida me sentía invencible, arropada por una colectividad que prometía –además de equidad– solidaridad al acompañarme en la calle, en las luchas, en las exigencias, en los logros. Hoy me siento sola aún flanqueada por dos jóvenes sabuesos; su presencia no me consuela porque el temor que me embarga es abstracto.
Me sé defender. He vivido no sólo en la resistencia sino a la defensiva. Siempre teniendo que sostener la mirada a quien me observa con lascivia; aguantándome las ganas de regresar a casa para cambiarme esa falda corta o larga, o esos pantalones ajustados o flojos, o aquel vestido “provocativo” o recatado, que porto como una si fuera una armadura que resguarde mi cuerpo de la violencia cotidiana. Siempre caminando en sentido contrario, lista para correr, huyendo hasta de mí, porque pareciera que no me pertenezco.
Vivo al acecho –no como la mayoría sino como todas las mujeres– defendiendo mi (nuestro) derecho a ser y a estar; exigiendo respeto y libertad para vivir nuestra feminidad como nos dé la gana, no como se espera que la debamos vivir. Peleando.
Me niego a renunciar a mis caminatas nocturnas porque esa colectividad, que presumía acompañarme, hoy insiste en que “mi lugar” no es ni está “aquí”, y se esfuerza en expulsarme del espacio y vida públicas que las mujeres hemos conseguido a pie de lucha, sin descanso.
Tengo miedo, mucho miedo de un status quo que se niega a ver al otro, a moverse de lugar para romper con estereotipos que la sociedad de consumo nos ha asignado a ellos y a nosotras. ¿Por qué no tejer nuevas narrativas y nuevas formas de ejercer la masculinidad y la feminidad? ¿Por qué no destruir las prerrogativas conservadoras que nos aprietan y nos roban nuestro derecho a decir no?
Desde niña he dicho no. No me gusta el atole, no quiero que me corten el pelo, no quiero esos zapatos… y ese no sigue: no me pinto el pelo, no estoy casada, no tengo hijos, no me quedo callada ni en casa. He peleado por mi derecho a decir no como un acto de libertad y de igualdad. Decir no al miedo, a ese promovido por el capital y el poder para paralizarnos y esclavizarnos, perpetuando la desigualdad y generando una violencia en la que nos joden –a ellos y a nosotras– porque pueden, porque somos desechables.
No me aterra salir sola, me espanta la certeza de que muchos prefieren su “bienestar” a costa del otro, y están dispuestos a “sacrificar” a quién sea y cómo sea si ese sacrificio les asegura “su” lugar, su “comodidad”, extendiendo el privilegio… porque la vida de los otr@s –en este capitalismo absurdo donde tod@s somos mercancías– no vale nada, sobre todo la de las mujeres.
Camino la noche deseando que llueva, que granice, que se inunden las calles, que salga la mierda combinada con granizo de las coladeras, de los excusados, jodiendo las tuberías, ahuyentando la luz. Que reviente todo, que los truenos derrumben árboles, que el viento rompa vidrios, que nos caguemos de miedo para que asustados permanezcamos en silencio escuchando la violencia sabia de la naturaleza.
Quiero que nos azote una tormenta de diamantina rosa, que nos desborde y tape la cañería. Que no tengamos más remedio que quedarnos quietos, sin redes sociales, conviviendo con nuestros demonios, obligados a ver a ese otr@ que está justo a nuestro lado. Quiero que nos redescubramos en el estruendo, para luego observar cómo esa violencia se transforma; despertar al día siguiente y caminar sobre las hojas descuartizadas por la lluvia, contemplar los árboles pelones, admirar sus ramas desnudas para luego oler el riquísimo olor a tierra mojada. Quiero que, entonces, todos, ellos y nosotras, salgamos a las calles para acompañarnos en la reconstrucción.
Camino imaginando que esa tormenta rosa se lleva la tristeza y el miedo.
Me gustaría que esas aguas arrasaran con el conservadurismo y las ideologías de derecha. Deberíamos tod@s negarnos a seguir cumpliendo con esos roles que benefician a unos pocos y esclaviza a la mayoría. ¡Rompamos con los estereotipos! Empecemos por vivir diferente, a consumir menos, dejar de pensar que “tener” nos hace exitosos, empecemos a vernos y a escucharnos. Dejemos de ser hombres machos y mujeres sumisas; ésas y ésos que mantienen a este sistema que nos ha está aniquilando porque no le importamos, porque le estorbamos. Atrevámonos a ser inconformes, a vivir diferente gozando las diferencias y cuidándonos entre tod@s. Entendamos de una vez que la desigualdad es la violencia que nos está matando sin restricciones, incluso al planeta.
Camino en la oscuridad tratando de extender el nosotros al ellos… siendo incómoda… al final, tampoco sé ser de otra manera.
Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (colección Sello Bermejo, Dirección General de Publicaciones de Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México y Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016).
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Posted: September 10, 2019 at 9:05 pm
Me gustó mucho el artículo y me encantaría leer más textos y/o libros de Mirian Mabel..
Es una realidad que debemos enfrentar y tratar de cambiar entre tod@s ..gracias por compartir estos artículos.