Turquía y la seguridad internacional
Donald Nuechterlein
Traducción de Rose Mary Salum
En marzo de 1947, el presidente Harry Truman se presentó frente al Congreso con la intención de advertirles que debían apoyar militar y económicamente a Turquía y a Grecia porque, de otro modo, la posición estratégica de Estados Unidos en Medio Oriente podría verse seriamente amenazada. Esta posición política sería conocida como la Doctrina Truman y marcó los antecedentes de la Guerra Fría que inició en 1948.
Turquía ha sido un aliado muy cercano de Estados Unidos desde hace más de sesenta años. En 1952, con un fuerte apoyo de parte de Washington, Turquía se unió a la OTAN. Turquía envió tres brigadas de tropas a Corea del Sur para unirse a las fuerzas norteamericanas y de las Naciones Unidas con el propósito de detener la invasión de Corea del Norte. A lo largo de la Guerra Fría, Ankara fue un devoto partidario de la política norteamericana en Europa y el Medio Oriente.
El clima político comenzó a cambiar en 2003, cuando un nuevo partido de islamistas moderados, el AKP, aumentó su número de asientos en el parlamento, lo que significó una ruptura respecto del apego turco a la orientación estrictamente secular desde su fundación como república en 1922. Recep Tayyip Erdogan, el líder del AKP, fue elegido el Primer Ministro y en 2007 el partido ganó una gran mayoría en el parlamento. Erogan utilizó su mandato para promulgar reformas económicas en el país y perseguir una política exterior más nacionalista en el extranjero.
Actualmente, Turquía está involucrado en problemas de seguridad muy serios. The Washington Post subrayó la existencia de ese peligro en un reporte publicado el 21 de febrero en Estambul: “Turquía se está enfrentado a lo que equivale a una pesadilla estratégica mientras las bombas estallan en sus ciudades, sus enemigos usurpan sus fronteras y sus aliados ignoran sus peticiones”.
¿Cómo le puede estar pasando esto a un aliado de la OTAN y a un protagonista clave en el conflicto del Medio Oriente?
Una de las razones es que Erdogan y el partido AKP se excedieron en sus relaciones con Washington y Moscú así como con sus vecinos árabes. Erdogan se sintió en confianza –después de que Obama alentara lo que pronto se convirtió en la Primavera Árabe y sugiriera que el Presidente Bashar Assad debía renunciar– para que Obama continuara con un importante apoyo a los grupos sirios que se manifestaban por la libertad. Sus expectativas cesaron cuando Obama declinó hacer uso de la fuerza militar dentro de Siria.
En noviembre del 2015, Turquía agravó sus problemas de estrategia internacional cuando derribó un avión de la armada rusa que sobrevolaba el territorio turco con la intención de bombardear Siria. Actuó sin el consentimiento de sus aliados y Rusia, en represalia, clausuró su intercambio comercial e instaló un escuadrón de aviones de guerra en la frontera Este de Turquía.
Las relaciones que tiene Erdogan con Washington son tensas debido al apoyo americano hacia los kurdos que se encuentran peleando en Siria lo cuál, desde la perspectiva de Edorgan, se ve como una incitación a la independencia de la minoría kurda que habita en el sureste del país.
El problema para la política internacional norteamericana es que Erdogan no tiene deseos de seguir el liderazgo estadounidense cuando se trata de lidiar con los asuntos del Medio Oriente.
Sesenta años de apoyo de parte de Ankara a la política exterior norteamericana en lo que se refiere a Moscú y el Medio Oriente cambiaron considerablemente en 2003, cuando la presión pública en Turquía forzó al parlamento a resistirse a la presión estadounidense de usar territorio turco para invadir el norte de Irak. La opinión pública tiene un sentimiento sumamente antiamericano y Erdogan lo aprovecha para conservar el poder en su país.
Washington tiene dos opciones al lidiar con sus aliados. Puede infringir presiones políticas y económicas con el objeto de persuadir a Erdogan a cambiar sus políticas y ajustar el liderazgo americano en el Medio Oriente. O, en beneficio de su propia estrategia, incluso podría decidir intervenir en la zona norte de Siria junto con la frontera turca con el fin de proporcionar un territorio seguro para refugiados sirios y asegurarse de que las fuerzas armadas de Assad no lleguen a la frontera turca.
La primera opción implica el riesgo de orillar a Turquía a quedarse más aislada provocando aún más desconfianza con respecto a Washington. La segunda opción corre el peligro de una confrontación con Moscú, cuyas fuerzas apoyan a Assad.
La respuesta podría ser la de aguardar a que las elecciones de noviembre pasen. Sin embargo, tanto Assad como Erdogan, así como el presidente ruso Vladimir Putin, ¿estarían dispuestos a esperar?
© The Daily Progress
Donald Nuechterlein es especialista en temas de la Guerra Fría e imparte cátedra a este respecto en la Universidad de Richmond. Autor de numerosos libros sobre política norteamericana y exterior, sus títulos más recientes son A Cold War Odyssey (1997), America Recommitted: A Superpower Assesses its Role in a Turbulent World (2000), Defiant Superpower: The New American Hegemony (2005).
Posted: March 7, 2016 at 11:28 pm