Essay
Un estudio crítico y literario de la relación de la fotografía y la palabra Ojos que no ven, de Antonio Ansón

Un estudio crítico y literario de la relación de la fotografía y la palabra Ojos que no ven, de Antonio Ansón

Naief Yehya

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Una imagen dice más que mil palabras y por lo tanto es un elemento de comunicación caótico, incompleto y frustrante, un concierto cacofónico de evocaciones, recuerdos, símbolos y señales. Para que la imagen adquiera coherencia requiere de una narración, una descripción que puede ser implícita o explícita para proveer un contexto. Ese texto es entonces una rémora o una sombra que acompaña y define a la imagen. Desde la edad de piedra, las imágenes creadas en las cavernas sugerían algo pero requerían de un conocimiento común para adquirir pleno sentido. Cuando las representaciones eran escasa y preciosas, antes de la era de la cámara y la reproducción maquinal de las imágenes, el ojo las asía con reverencia, sorpresa y hasta temor como objetos únicos, como el resultado de una labor creativa y en gran medida irrepetible. Con la invención de la fotografía se dejó de pensar en términos de elaborar imágenes para considerar que estas se “tomaban”, se arrebatan a la experiencia. La lente y el proceso químico permitían una apropiación de lo real y una transformación de las relaciones entre las personas y el mundo. En su fantástico ensayo Ojos que no ven. Sobre las palabras y las imágenes, publicado por Cátedra, el académico, escritor y poeta Antonio Ansón nos conduce por una reflexión en torno a la manera en que “la foto como la imprenta suponen una nueva manera de ordenar las cosas del mundo y dar forma al conocimiento”. Ansón plantea que la fotografía, al ser “incapaz de evocar, nos ofrece un testimonio, una verificación del pasado”, ya que “Las fotografías no tienen memoria. Son el agujero en el que confluyen los fantasmas, las muertes y los muertos de cada cual. Desprovistas de un sello personal, no significan nada”.

Y siguiendo en el tema de la memoria, entre las muchas propuestas notables que hace Ansón en esta obra dividida en dos partes: Palabras e imágenes, y La fotografía como argumento; una de las más relevantes y evocativas es:

“La fotografía nace y se perpetúa irremediablemente unida al recuerdo, no a la memoria. La memoria trata de restituir, de hacer honor a la verdad. El recuerdo, sin embargo, al igual que la fotografía, pertenece a la nebulosa de lo privado y exclusivo, de lo incierto también, a la experiencia debelada por el tiempo”.

La foto es un certificado de algo que ha concluido, un testamento visual que no forzosamente rinde homenaje a lo registrado sino que hace hincapié a “la ausencia presente”, un instante arrebatado a la flecha del tiempo para ser visitado e interpretado una y otra vez. Podemos preguntarnos entonces: ¿Es entonces la foto una forma de redimir la vulgaridad de lo cotidiano o de vulgarizar la singularidad de cada momento?

La obra ensayística de Ansón es sobresaliente, ferozmente crítica y erudita, sus estudios sobre arte, artistas y en especial sobre fotografía son reveladores y siempre están repletos de sorpresas y una visión original, aguda y mordaz. Su prosa es elegante y académica sin perder nunca el humor, la poética y la pasión. Así como recorre la historia de la fotografía y sus vínculos con la literatura con un espíritu lúdico también nos va dando claves para cuestionar nuestras nociones más sólidas de la realidad, la tecnología, la consciencia y el lugar que ocupamos en el mundo. Todos sabemos que la imagen de una pipa no es una pipa, pero es menos común pensar que la fotografía inventa un orden social que va más allá de la mera devaluación o invalidación de la representación, como señalaba Walter Benjamin. Ansón divide la historia del recorrido cultural de Occidente en tres etapas: la Divina, que concluye en el Renacimiento; la Humana, que dura apenas cuatro siglos; y la Maquinal en la que nos encontramos y donde empleamos dispositivos tecnológicos no sólo para registrar y almacenar imágenes sino también para ver, comunicarnos, entretenernos y asumir un sentido de pertenencia y reconocimiento social (de una sociedad ciborg formada por mentes humanas y digitales).

Ansón propone que el álbum de foto familiar ha sido sustituido por las páginas de las redes sociales. De la misma manera que al hojear un álbum de desconocidos nos enfrentamos en esos sitios con rostros y relaciones enigmáticas, situaciones, eventos y rituales que podemos interpretar desde la experiencia pero que son herméticos a ser descifrados de no contar con la narración, con las claves correspondientes, “la pista sonora” explicativa de esas “imágenes puras” que “no tienen voz”. Pero Ansón lleva la reflexión más allá al proponer que:

“El nacimiento de la multiplicidad de los puntos de vista en la novela a finales del siglo XIX, especialmente en escritores como Henry James, y desde luego Virginia Woolf, William Faulkner o Vladimir Nabokov, es explicable y entendible desde el modo en el que el álbum de familia es relatado por sus protagonistas”.

De esa manera la literatura moderna refleja la forma en que las relaciones sociales y familiares se establecen y comparten a través de la foto. Y más adelante explica que la fotografía no es el origen de la transformación en los modos de ver del siglo XIX sino que es la consecuencia de la cultura de la industrialización. Mientras que la fotografía intentaba “convertir la realidad en imágenes”, en la era digital las imágenes son la realidad. Ansón señala que hasta la etapa de la máquina la historia del arte y de la literatura es la historia de un desplazamiento que radica en el uso de imágenes simbólicas y de metáforas, cosas que no son lo que pretenden o parecen sino que nos transportan a otro discurso al ser emblemas de algo más. En el período maquinal comienza “la separación entre lo visual y lo narrativo”, palabras e imágenes renuncian a ser otra cosa que palabras e imágenes: “La imagen abriga así la pretensión de ser capaz de decir sin la necesidad de un relato parasitado, sin el temor a convertirse en una imagen muda si renuncia a la palabra”.

En la era de las redes la fotografía se convierte en compulsión, en instinto, en registro redundante e invisibilizado por el exceso. Recuerdo en un recorrido por el Louvre a un par de turistas que fotografiaron todas las obras expuestas sin excepción. Esto, que hace algunos años parecía una extravagancia frívola, una cacería de recuerdos que descuidaba la contemplación de las obras de arte a cambio de poseer un testimonio en pixeles es ahora la norma en los museos y galerías del mundo. La validación imaginaria de una experiencia que se realiza al tomar la foto y subirla a una red social, es una forma de cumplir con un ritual, un requerimiento que representa un tipo de satisfacción. La sorpresa de lo bello y lo inesperado es reemplazada por un trámite ciberburocrático, un intento de pertenecer, mediante la imitación. Viajar con un teléfono celular en mano ahora es acumular postales que muchos otros ya han capturado. La fotografía amplió el mundo y lo achicó. Esta es la forma de representación más doméstica e íntima, algo que en la era digital todos podemos hacer sin parpadear, sin pudor ni restricciones, con la esperanza de que nuestras imágenes alcancen la condición de la fotogenia, “el fenómeno por el cual algo o alguien convertido en imagen se vuelve interesante”.

La fotografía es muchas cosas, entre ellas un objeto artístico, lo cual, como señala Ansón, no es una condición de ese medio sino una consecuencia. Y precisa que la legitimación de la foto comienza con la exposición Photography (1839-1937) que tuvo lugar en el Museo de arte Moderno de Nueva York entre marzo y agosto de 1937, donde se le arrebata a la foto su calidad subversiva y pragmática para incorporarla a las colecciones de los museos. Por supuesto que la fotografía es un instrumento científico y tecnológico con incontables usos, así mismo, es uno de los cimientos del nacionalismo, “herramienta necesaria para forjar la imagen de un nuevo mapa político, económico e ideológico”, como señala Ansón. La foto fue necesaria para validar y legitimizar la conquista del mundo al imponer una forma de ver y someter mediante imágenes denigrantes y descontextualizadas a los pueblos que Occidente consideraba inferiores y salvajes. Pero más que nada, la fotografía tiene el extraordinario poder de ponerle “imagen al tiempo” y por lo tanto es una expresión que tiene que ver con la muerte, la decadencia y lo efímero. “Por eso seguimos necesitando hacer fotografías, para vivir a escondidas con el dolor de la vida, a sabiendas de que todo lo que hay allí ya no es”.

 

naief-yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya

 

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Posted: May 15, 2024 at 8:24 pm

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