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Luis Jorge Boone: la épica que nos faltaba
COLUMN/COLUMNA

Luis Jorge Boone: la épica que nos faltaba

Tanya Huntington

Luis Jorge Boone: Contramilitancia (Ediciones Atrasalante, México, 2020).

¿Leen un solo libro a la vez? ¿O son como yo que leo un montón de títulos en tándem y a distintas velocidades? Y en caso de que sean como yo, ¿han notado cómo todas esas lecturas se contagian entre sí? ¿Cómo se forjan eslabones y se materializan ciertos vasos comunicantes?

Lo pregunto porque cuando me llegó el poemario de Luis Jorge Boone, estaba por casualidad en plena lectura de un libro fascinante que también me llegó —como todo llega en estos días— por mensajería. Se llama Crying: The natural and cultural history of tears (Llorar: La historia natural y cultural de las lágrimas), de Tom Lutz. Lo digo, porque para cuando abrí Contramilitancia, esta exploración neoépica de una masculinidad que busca renovarse, me hizo reflexionar sobre cuántas épicas empiezan con un héroe llorando: tenemos a Aquiles haciendo berrinche al comienzo de La Iliada, o Ulises llorando cuando la criada Euriclea lo reconoce por su cicatriz. Hay “lágrimas de onvre” en Beowulf y en La chanson de Roland. También en los Cuentos de los Heiki de Japón. En la tradición hispana, arranca in medias res la historia del Mío Cid campeador con el héroe “de los sos ojos tan fuerte mientre lorando”, mientras parte hacia un exilio injusto y todos lo miran: “Dios qué buen vasallo / si oviesse buen señor!” Porque resulta que, mientras hasta las ratas se ríen, nosotros somos el único animal que llora —aunque ahora sí, no sé si la única especie. ¿Será que los wookie también lloran? Hay momentos en que parecería que Chewbacca está llorando, o cuando menos, lamentando su suerte…

Desde hace un rato, dejamos de pensar en los héroes épicos como personas sentimentales. Les aplicamos un nuevo estoicismo –muy hollywoodense, por cierto– que pocas veces se agrieta. Afortunadamente ahora, desde la poesía, Luis Jorge Boone ha decidido recordarnos de las vulnerabilidades del héroe.

En Contramilitancia las promesas que los poderes fácticos extienden a los héroes siguen siendo las mismas que siempre: “Me prometieron la gloria / de los encabezados nacionales, una calle con mi nombre, una moneda con mi cara”. Pero en su poemario queda claro que estas y otras promesas no se van a cumplir. Como lectores, sería mejor no llenarnos de ilusiones.

Porque el héroe que va y viene en estas páginas nunca tuvo grandes planes. No sueña con huir de la granja de sus tíos para unirse a la rebelión como un piloto superdotado, destinado a destruir la Estrella de la Muerte. Se autorreconoce como un derrotado, apenas un espejismo. El poeta nos extiende una advertencia lapidaria:

Hay una oscura ley en nuestra biología

que manda no sobrevivir

al paraíso.

Como habrán adivinado, el desamor ronda por aquí, en esta galaxia poética. Que no es, por cierto, una galaxia ortodoxa. Abundan las referencias a distintos “universos”, como el de Marvel, el de DC y hasta el del País de las maravillas. Y aquí, confieso cierta envidia. Me parece admirable cuando mis colegas logran meter referencias tech o pop como el Instagram que Luis Jorge describe como “al nude y al dente” y que no parezcan metidas con calzador, sino naturales. Como debe ser, desde luego, porque forman parte de nuestra cotidianeidad —pero en mi experiencia, es más difícil de lo que parece. Nos pesa estúpidamente reconocer lo que más nos define a la hora de fraguar los versos.

En cuanto a las heroínas, aquí no se portan como las antiguas damas del héroe. Estas amantes se manifiestan como hologramas o imágenes en revistas, indiferentes, distantes, a destiempo. Se quedan dormidas ante el televisor. Aquí, las Moira y las Morgana y las Animula no solo son darks, sino Darths. Son miladies Sith. Hasta hay una enigmática Emperadora. Claro, también hay un Emperador –quien, para sorpresa de nadie, va desnudo.

Curiosamente, Luis Jorge no menciona, hasta donde pude ver, un “lado oscuro” de la fuerza, excepto en la Meditación 6, donde, creo, hace referencia a Pink Floyd más bien, y no a George Lucas. Pero aunque no se miente, ese lado existe de manera palpable, donde la materia oscura predomina, como en “(Renuncia del héroe o Balada de Anung Un Rama)”. Hasta los cuartos son oscuros, como el que se materializa en “El padawan tuerce su camino”.

Pienso en el periplo heroico de Joseph Campbell, de aquel viaje del héroe que se dibuja como un círculo en las diapositivas de PowerPoint. En cómo abandona el héroe el mundo conocido para lanzarse a la aventura. En cómo cruza junto con su mentor un umbral hacia otro mundo y va abatiendo monstruos hasta llegar a un punto álgido, un abismo donde realmente se pone a prueba. Algo así como la escena en El imperio contraataca en que Luke se entera de quién es su padre a la vez que pierde su mano derecha. Bueno, mientras Luke sigue adelante y hasta logra salvar a la figura paterna de las garras del lado oscuro, en Contramilitancia el héroe no persevera: renuncia. Prueba no superada.

Porque en esta galaxia los finales no siempre son felices. Aquí la máscara de Kylo Ren trae no a Adam Driver sino al poeta por detrás. A Luis Jorge Boone. Él es el antihéroe que se azota en lugar de volver triunfal a casa. El que se parece “a la ceniza / que no recuerda el fuego / y lo lamenta”. Y es el que elige utilizar un universo paralelo y ficticio, principalmente el de Star Wars, como alegoría de su propio corazón. Lo cual me parece digno de notarse, porque si algo sabemos de esa galaxia, es que es distante y lo que sucedió, sucedió hace mucho. A long time ago. Far, far away. De allí que muchos de los poemas se leen como fragmentos que viajan en el espacio, como si fueran pedazos de transmisiones que los lectores hemos interceptado.

Es como si Boone se nos presentara como el Cavafis de una galaxia ficticia, en donde la añoranza de Tatooine se convierte en una especie de Ítaca espacial. Porque aquí “lo principal no son los eventos, sino dónde suceden”. Pero ojo: el hecho de que sea ficticia no lo vuelve irreal, sino todo lo contrario. Cuando somos niños, los universos fantásticos del cine, de los comics, son la única realidad que tiene sentido para nosotros. Son “más real que lo real” para tomar prestadas ideas de Baudrillard. El viaje de este héroe consiste en refugiarse en el fandom de su infancia, debajo de esas sábanas estampadas que se mencionan por allí. En aquella etapa de la vida que sigue siendo exclusivamente nuestra ficción, antes de que entran los amantes para apropiarse de ella. Aquel “santuario interior” que se describe en el poema “Yo espero un guardián”.

Y si no hay esperanza, es justamente porque la esperanza es lo que nos puede matar, como un “holograma en la frontera última del cosmos a punto de ser desconectado” (83).

Porque si hay algo que nos enseñó La guerra de las galaxias en plena Guerra Fría fue que hay que aproximarnos a lo dicotómico con cierta suspicacia. A veces los del lado luminoso nos mienten con tal de reclutarnos. A veces los del lado oscuro sí pueden redimirse. Lo mejor es escribir en contra de toda militancia.

Como Altazor, se desploma la figura heroica del poeta. Parte del planisferio de la fantasía, pero termina por aterrizar no en el balbuceo infantil que reproduce Huidobro, sino en el páramo de la edad adulta:

Que los perros vengan y me orinen.

Que los asnos me pisen,

disperso en los caminos,

por los siglos.

Que nadie me recuerde:

soy el que no supo arder,

quemarse

arrodillado.

El que renunció a todo

porque no supo abrazar

la canción de su verdugo.

Su dama de hierro.

Su imán.

Su látigo.

Y tuvo qué.

Y malgastó

lo que no tuvo.

• Una versión de este texto fue leída en la presentación del poemario organizada por la editorial en FaceBook Live Streaming el 24 de septiembre de 2020.

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: October 8, 2020 at 6:56 pm

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