Essay
Un tipo llamado Layard. Siete notas

Un tipo llamado Layard. Siete notas

Ernesto Hernández Busto

“I met a chap called Layard and he fed

New doctrines into my receptive head.”

W. H. Auden, “Letter to Lord Byron”
Letters from Iceland

1.
En mitad de The Orators, ese espectacular y confuso primer libro donde mezcla prosa, poesía y diarios bajo las convenciones del poema largo modernista, el joven W. H. Auden incluye un curioso fragmento titulado “Journal of an Airman”, que su biógrafo Edward Mendelson ha desentrañado con admirable destreza. Es un texto doblemente fascinante: poema críptico, escrito por alguien cuya obra posterior se caracterizará por su estilo, digamos, accesible; en el cual, además, aparecen una serie de nociones políticas que están en las antípodas del pensador de izquierdas con que solemos identificar a su autor.

Tratado con cierta indulgencia —como las confesiones poéticas de un joven radical, cercano tanto al fascismo como al surrealismo—, y hasta repudiado en parte por el propio Auden en el prefacio a su tercera edición, en 1966 (“mi nombre en la página capitular parecía el pseudónimo de otra persona, alguien talentoso pero al borde de la insania, que tal vez, en uno o dos años, se habría convertido en un nazi”), The Orators fue la relevante irrupción de una de las voces más significativas de la poesía inglesa —y así lo consideró el zar crítico de la época: T. S. Eliot.

En 1932, el año en que ese libro acababa de publicarse, su autor aún estaba orgulloso de él. El tono del poema le parecía un tanto oscuro y sangriento, pero el tema (en sus propias palabras: “la caída de la vida individualista, de la Idea Heroica, que conduce inevitablemente a la paranoia como crucifixión”) bien merecía el esfuerzo de haberlo escrito —y la ardua aventura de leerlo. Los críticos han descifrado “Diario del Aviador” como una doble saga, bélica y poética, contada desde el punto de vista de un Héroe inestable, piloto y espía a la vez, inmerso en los planes de una misteriosa revuelta que debe conducir al nacimiento de una nueva civilización. Están también, como demuestra Mendelson, las referencias a las figuras heroicas de D’Annunzio y Charles Lindbergh, ambos aviadores y simpatizantes del fascismo, que pueden haber servido de modelo a su “protagonista”. Más un revoltijo de ideas sacadas de D. H. Lawrence, Freud y los periódicos de la época, cuyo uso libérrimo nos recuerda algunos de los Cantos que Ezra Pound, el gran conspiranoico de la poesía anglosajona, había empezado a publicar diez años antes.

The Orators está dividido en tres secciones, enmarcadas por un “Prólogo” y “Epílogo” con forma de poemas cortos. La Parte I se titula “Los Iniciados” y comprende cuatro discursos en prosa dramática. La Parte II es “Diario de un Aviador”, prosa poética con versos interpolados, que tienen la forma de un diario de alguien que pilota un avión o fantasea con ello. La parte III la forman “Seis Odas”, una de las cuales será omitida en la edición revisada de 1966. El verdadero tema de este texto fragmentario, que exhibe también las huellas de una atenta lectura de los Diarios íntimos de Baudelaire, es cómo el enemigo real siempre resulta ser parte de uno mismo. El Héroe sólo existe en su contrapunto con el Enemigo: si atraviesa los rituales de iniciación propios del culto militar a la virilidad es con el objetivo de entender su propia neurosis. Auden recurre a toda la imaginería y la ideología del héroe fascista para revelar, al final, su debilidad más íntima, su gran falacia: el fascismo como fuerza que busca siempre un chivo expiatorio de todos los males. La conspiración del Aviador, en cambio, está condenada a fracasar por su propia culpa interna. Esa complicidad incorregible del Héroe con el Enemigo, que acabará por conducirlo al suicidio, es según los críticos una alegoría del fracaso de la Europa abocada a la guerra.

2.
En el fondo del “Journal of an Airman” hay también un leitmotiv sexual, que debe interpretarse a partir de imágenes en clave y confesiones veladas (por ejemplo, las extrañas relaciones del Héroe con el Enemigo, o con su tío materno); vergüenza o secreto que reaparece una y otra vez con bemoles dramáticos y un sinfín de alusiones más o menos camufladas a la homosexualidad, enmarcadas en la fantasía freudiana del vuelo liberador. Sin embargo, en carta a un lector, fechada en agosto de 1932, Auden introduce otra curiosa referencia para precisar el origen de su texto:

“La génesis del libro está en un artículo escrito por un amigo mío antropólogo sobre la epilepsia ritual entre los habitantes de las islas Trobriand, vinculado con el poder volador de las brujas, las anormalidades sexuales, etc.”

Ese amigo que menciona Auden era John Willoughby Layard (1891-1974), y el artículo en cuestión está basado en las observaciones hechas tras su estancia en la isla de Malakula, en las Nuevas Hébridas —no en las islas Trobriand.

“Malekula: Flying Tricksters, Ghosts, Gods and Epileptics” se publicó en el Journal of the Royal Antropological Institute of Great Britain and Ireland en 1930, y en él Layard describe la extraña conducta de una tribu que creía que podían transformarse en pájaros (los flying tricksters, algo así como “brujos voladores”, término que Auden incorpora tal cual a su poema). El artículo, además, argumenta que tal conducta está inspirada en los ataques epilépticos.

Estos “tricksters” son personajes centrales de las mitologías paleolíticas, que se caracterizan por su ambigüedad: Hermes, por ejemplo, entre los griegos; o Loki, entre los germanos. Están liberados del estricto dualismo entre el Bien y el Mal: no son totalmente dioses ni totalmente hombres, sino individuos que hacen de su inocencia un puente para conectar dos mundos. Esta condición ambivalente, por supuesto, es también trágica. Los tricksters de Malekula usan su poder para matar a sus enemigos pero, con mayor frecuencia, para hacer “bromas prácticas” (practical jokes). Aseguran tener el poder de volar por haberlo heredado de sus tíos maternos (ojo: en el poema de Auden, el Tío —modelado, dicen algunos, sobre un tío real de Auden, y, según otros, sobre el tío homosexual de Christopher Isherwood, es una figura fundamental para entender al Aviador). Tan singulares aborígenes se llaman a sí mismos Bwili y no forman precisamente una sociedad, aunque se ayudan entre ellos. Según Layard y sus informantes, lo que los une es un ritual de iniciación durante el cual al candidato, “que es siempre el hijo de la hermana del iniciante”, le cortan los brazos, las piernas y finalmente, la cabeza. Si consigue reír durante ese proceso… “sobrevivirá y él mismo se convertirá en un Bwili… pero si no se ríe, muere”.

Layard se las arregla para conectar el desmembramiento, la resurrección y el tema del vuelo en la iniciación de los Bwili con la mitología egipcia y el desmembramiento de Osiris. La idea de ese cruel sacrificio como un “comportamiento travieso”, una especie de broma imprudente, le parece estar vinculada a la epilepsia, que sería, en los términos de la psicología de la época, resultado del conflicto por ahogar el lado adulto de un dilema, insistiendo en cierta inocencia e irresponsabilidad propia de la mentalidad infantil. Para Layard, por supuesto, Osiris también era epiléptico.

En esta teoría, los epilépticos no sólo vuelan, también tienen una predisposición hacia la homosexualidad, porque ésta sería causada, en esencia, por la misma reticencia a enfrentarse a la madurez sexual y a la responsabilidad adulta que causa la epilepsia. (Por disparatado que parezca todo esto, así pensaban también Freud y Trigant Burrow, entre otros).

Epilepsia y homosexualidad serían variantes de una radical falta de madurez: más que “enfermedades” resultarían ser desórdenes físicos de origen psicológico que pueden producirse a voluntad, tal vez para conseguir atravesar los ritos de iniciación. En un artículo anterior, de 1928, “Degree-Taking Rites in South-West Bay, Malekula”, Layard detalla la clave de iniciación homoerótica de la tribu: la penetración anal de los candidatos durante 30 días, asumida como parte de un fantasmagórico viaje místico.

Otro artículo de tema semejante, publicado por Layard ese mismo año y titulado “Shamanism: An Analysis based on Comparison with the Flying Tricksters of Malekula”, también sirve para entender varias pistas del poema del joven Auden: rituales, resurrección y antiguas leyendas melanesias llevadas a un contexto moderno.

No hay evidencias de que Auden leyera o estudiara con cuidado estos artículos del Journal… mientras escribía su “Diario de un aviador”. Lo más probable es que todo este saber antropológico le fuera trasmitido verbatim por el propio Layard, que compiló sus investigaciones en un voluminoso libro, Stone Men of Malekula, publicado por Chatto & Windus en 1942.

3.
Auden había conocido a Layard en Berlín, unos años antes, en 1928-29, por mediación de David Ayerst, un amigo inglés que sería el futuro editor del Manchester Guardian. Para entonces, Layard llevaba más de una década estudiando las sociedades primitivas en las islas de los Mares del Sur. En 1916, siendo apenas un joven de 25 años, había coeditado un informe acerca de los resultados de la expedición de A.F.R. Wollaston a la Nueva Guinea holandesa, y entre 1914 y 1915 había viajado por su cuenta a Malakula, en las Nuevas Hébridas, y se quedó allí seis meses para reunir material sobre unos nativos que seguían viviendo en la Edad de Piedra. “Como Malinowski y Mead —dice Edgerly Firchow—, Layard era un cuidadoso, por no decir compulsivo, recopilador de datos, sobre todo en materia sexual, pero a diferencia de ellos, a menudo rebasó el perímetro de su investigación para deducir conclusiones psico-antropológicas de tipo no ortodoxo”.

El encuentro entre Auden y Layard aparece también narrado por Christopher Isherwood en sus memorias noveladas Shadows and Lions (1938), pero con los nombres de los protagonistas cambiados. En esta versión, el poeta Weston (trasunto de Auden) y el antropólogo “Barnard” se habrían conocido en 1928, en un café, por azar, y en seguida el segundo le habría hablado del psicólogo norteamericano Homer Lane, de quien Layard fue en realidad paciente y discípulo. Los amigos de Auden cuentan que a su regreso a Inglaterra el poeta sólo hablaba de Lane y de sus teorías de resolución del conflicto entre el yo consciente y el inconsciente. (Lane fue deportado de Inglaterra en 1925, tras ser considerado un peligro público, cuyas perniciosas teorías podían corromper a la juventud. Ejerció, sin embargo, una gran influencia a través de otro de sus discípulos y pacientes: el educador Alexander S. Neill).

Todos los biógrafos coinciden en el carácter liberador de estos viajes de Auden al Berlín gay de Weimar y de sus largas conversaciones “antropólogicas” con Layard. Según varios de sus amigos de aquella época, en especial Spender e Isherwood, que escribieron sobre aquella estancia en Alemania, el poeta quedó muy impresionado con las revelaciones de un mundo más interesante y cercano “a los orígenes” que la asfixiante sociedad inglesa de los años treinta.

Varios críticos juzgan con demasiada dureza, a mi juicio, estas teorías de las que Layard sirvió un poco de médium: un popurrí teórico que se nutrió básicamente de Jung, Groddeck y Lane, y de sus propias experiencias de paciente atormentado y discípulo febril. Charlatanerías, se dice, olvidando el lado un poco charlatán de todo gran poeta. Sin duda Layard era un personaje dudoso, y sus terapias muy poco ortodoxas, cuando no fraudulentas y abusivas. Pero su carácter trágico venía acompañado de un toque genialoide y persuasivo que explicaría su influjo en gente tan inteligente como Eliot, Isherwood y otros discípulos posteriores. Encontró en Auden al alumno perfecto: un joven de 21 años que tras haber leído a D. H. Lawrence buscaba atajos teóricos para aligerar su idea del pecado y su complejo de culpa. No hay la menor duda de que, en Berlín, Layard convenció a Auden de que la felicidad era la principal tarea del ser humano; nada, ninguna obra o coartada, podía compararse con ella. Cualquier intento por reprimir esta vocación, entendida como libre expresión del yo, tenía por fuerza que traducirse en enfermedad.

En sus conversaciones berlinesas Layard y Auden elaboraron teorías sobre los orígenes psicosomáticos de muchas enfermedades: el odio de la carne (flesh) se manifestaba, por ejemplo, con problemas de la piel; el odio del pasado, en diarreas o náusea; los problemas de garganta de Isherwood debían ser “la angina del mentiroso” y una fisura rectal, una declaración de homosexualismo reprimido. (La epilepsia, según esta extraña teoría, estaría causada por el deseo de ser un ángel y poder volar).

Obviamente, todas estas conjeturas tienen escaso basamento científico pero estructuran una coherente mitología poética del pecado y la sanación, que sirvió al joven Auden para aceptar su propia sexualidad y emprender una exitosa carrera literaria.

4.
Hay un episodio fundamental de la amistad de Auden y Layard, que ha sido contado de varias maneras. Su esencia trágica no impide su carácter cómico, que recuerda aquella debilidad del Aviador por los “practical jokes”. En 1929 Layard, profundamente deprimido, trató de suicidarse y se pegó un tiro en la boca. Milagrosamente, la bala no tocó ninguna zona vital y el suicida quedó vivo. Acudió entonces a ver a su amigo Auden para que rematara la faena, pero éste se negó y, según algunas versiones le cerró la puerta —en otras, lo habría llevado a un hospital.

De todo esto uno se queda con la sensación de estar oyendo el relato de otro sacrificio ritual, una resurrección donde resuenan aquellas risas mágicas que en el rito de Malakula salvaban de la muerte y consagraban al iniciado. El antropólogo encarnó la extraña historia que había descrito en sus estudios. Según el propio Layard, fue entonces, después de ese suicidio frustrado, que comenzó su verdadera vida.

De la anécdota tenemos varias versiones, incluso contrapuestas, que han enfrentado al poeta Peter Redgrove con una testigo indirecta de los hechos (Margaret Gardiner) y con Mendelson, biógrafo del joven Auden, dando lugar a una muy inglesa polémica en esa publicación ejemplar que es el London Review of Books.

Layard acabó viviendo en Cornualles, en Falmouth, en los años sesenta. Allí lo conoció Redgrove, que estaba más que predispuesto a entender la dimensión mitopoética de su pensamiento. Y que, muchos años después, aún quería hacer justicia a su memoria, como muestra su carta de respuesta a la reseña que Karl Miller hizo de la biografía de Charles Osborne, W.H. Auden: the Life of a Poet (LRB, 17 de abril de 1980).

En el origen del suicidio de Layard estaría el “robo” por parte de Auden de un chico del cuál el primero estaba muy enamorado; sorprendido de encontrarse aún con vida luego del balazo, “decidió enfrentar —según Redgrove— al autor de su miseria con la realidad del dolor que había causado. Con un pañuelo lleno de sangre en la boca, se arrastró hasta el apartamento de Auden y llamó al timbre. Cuando el poeta respondió, Layard le dijo: ‘Acaba conmigo, Wystan, no soy tan mal tipo’.” Auden le respondió con un insulto y le cerró la puerta en las narices. Layard, más muerto que vivo, se las arregló para encontrar un taxi que lo llevara al hospital, donde lo remendaron. Hasta el día de su muerte llevó el pequeño agujero en el hueso de la frente, apenas cubierto por la nueva piel que, según Redgrove, “empezaba a palpitar como un diminuto tambor cuando algo despertaba su interés”.

Para corregir esta versión de los hechos en la que Auden no sale muy bien parado lo mejor es darle la palabra directamente a Mendelson —ese gran ejemplo de biógrafo inglés— y su carta abierta sobre el asunto:

La versión de John Layard sobre su supuesto intento de suicidio, tal y como la reportó Peter Redgrove (sección Cartas, 15 de mayo), difiere considerablemente del recuento de Auden recogido en su diario privado en aquel mismo momento, y entra también en conflicto con el recuento independiente de las circunstancias que condujeron al incidente descrito por Margaret Gardiner para el New Republic.

Antes de intentarlo, Layard había estado sopesando el suicidio durante algún tiempo. La causa no era un novio que Auden le habría “robado,” sino una mujer que se había negado a ver a Layard desde antes de que él y Auden se conociesen y había dejado de contestar a sus cartas. Ella, como Layard, había sido paciente del psicólogo Homer Lane, muerto unos tres años antes. Layard que había adorado a Lane, decidió entonces (en lo que Margaret Gardiner llama un ataque de celos) que Lane había predispuesto a la mujer en contra suya. La perdida psicológica de ese sentido de la excelencia de Lane parece haber sido el suceso que le condujo al suicidio.

Lo que Layard parece hacer contado a Redgrove sobre un novio robado fue un incidente muy distinto al sucedido el día antes de que intentase matarse. Layard había estado en cama y deprimido durante bastantes días, cuando Auden, esperando darle algún placer le trajo un chico que acaba de ligarse (al que Layard nunca había visto con anterioridad) y animó a Layard a compartir los favores del muchacho. Muy posiblemente, la partida de Auden con el chico algunas horas después profundizó la miseria celosa que Layard ya sentía. Cuando contó la historia muchos años después, podría haberse llegado a convencerse a sí mismo de que su envidia tenía una causa más racional.

Como informa Margaret Gardiner, Auden había estado insistiendo en que si Layard quería matarse no debería impedírsele que lo hiciera. Auden (que por aquel entonces tenía 22 años) simplemente seguía la misma doctrina de Layard en aquellos tiempos: que uno debe obedecer sus impulsos internos. Es por eso que Layard, luego de pegarse un tiro que no logró matarlo, confió en que Auden pudiera rematarlo y fue al apartamento de éste para rogarle que lo hiciera. Lejos de cerrarle la puerta en la cara, Auden le hizo pasar y, como indicó en su diario, “tuvo que besarle y desanimarlo”. También llamó una ambulancia y acompañó a Layard al hospital.

Auden y Layard siguieron siendo amigos en los años que siguieron al incidente. Un estudio que Layard publicó al año siguiente se convirtió en la base de The Orators. La sugerencia de Redgrove acerca de que Auden pudiera haber estado celoso del vigor y los logros de Layard parece extremadamente improbable. De hecho, Auden habló con admiración de él años después, como lo hizo todo aquel que conoció a Layard y su obra. (Sección de Cartas del London Review of Books, 8 de junio de 1980).

5.
El estudio antropológico de la “fantasía del vuelo” en Malakula llevó a Layard a interesarse por el chamanismo y su función en las sociedades primitivas. Esta parte de su pensamiento también cautivó al joven Auden. Para Layard, los individuos que de alguna manera cumplían una función chamánica en la sociedad eran capaces de transformar su pena, su affliction, en una ventaja; podían usar su condición de marginados para esculpir un nicho radical en el centro de la vida comunitaria. Así visto, el privilegio del chamán resulta bastante cercano a la idea romántica del poeta: autoridad sin responsabilidad, posible porque los otros miembros de la sociedad, por respeto o temor, le conceden esa licencia.

A diferencia de sus otras contribuciones antropológicas ya mencionadas, el ensayo de Layard titulado “Shamanism: An Analysis Based on Comparison with the Flying Tricksters of Malekula” no está basado en ningún trabajo de campo propio; simplemente aplica y consolida algunos de sus hallazgos de Malakula. Como los Bwili, argumenta Layard, los chamanes tiene el poder de volar, algo derivado en última instancia de estados semi místicos que pueden ser calificados como epileptoides. Esos estados de posesión que caracterizan al auténtico chamán también pueden entenderse como una forma de suicidio temporal, similar al descuartizamiento ritual de los Bwili, lo cual vuelve a llevar a Layard al arquetipo del desmembramiento-muerte-renacimiento. Para mayor coincidencia, los chamanes, aunque no son exclusivamente homosexuales, a menudo practican actos homosexuales que le ordenan los espíritus del otro mundo.

Está claro que el Aviador de Auden tiene mucho que ver con los Bwili y los chamanes de Layard. Vuela, gasta “bromas prácticas”, intenta matar a sus enemigos, se preocupa por la abstinencia sexual, es probablemente homosexual, muere y renace, y es iniciado en la hermandad del aire y la oratoria por su tío, que ya había pasado por un proceso similar.

¿Por qué Auden —se pregunta Edgerly Firchow— llega a tomarse la considerable molestia de incorporar en bloque las oscuras y dudosas conjeturas de Layard en el segmento principal de su poema? ¿Y por qué, después de haberse tomado esa molestia, no da ninguna pista a sus lectores sobre este proceso? “Sospecho —se responde— que la respuesta a esta pregunta descansa en la existencia de un ‘grupo de Auden’. Como los Bwili, los miembros de ese grupo eran todos iniciados que poseían un poder y conocimiento no concedido a los inferiores mortales. Sabían de Layard y los Bwili, del aviador y la epilepsia, y podían disfrutar esa elaborada broma privada dentro del grupo. Sólo años después intentaron, de forma desmemoriada y sin mucho entusiasmo, transmitir ese conocimiento a un público que por aquel entonces, tal vez comprensiblemente, no estaba muy interesado”.

Esta idea del grupo de homosexuales que se comunica en función de claves secretas, la francmasonería particular de ciertos iniciados —para decirlo con los términos de Proust— o el uso de private jokes comunes apunta a una especie de marginalidad en la que también se incluye el papel de la poesía dentro de la sociedad. Para estos jóvenes, el Poeta que irrumpe en un mundo hostil está románticamente emparentado con el vate, y su lenguaje se comunica con estados alterados, como la epilepsia, de donde pueden obtener esa porción de energía que le permite desafiar las leyes del mundo físico.

Contra una retórica científica del control de lo anormal por la psicología y la sexología, dice el biógrafo Davenport-Hines, “Auden hace del vuelo una metáfora de los actos homosexuales y presenta al poeta con la sensibilidad para llevar a cabo esos actos en tanto flying trickster”.

Pero más allá de los códigos de la cofradía gay en un país donde, no hay que olvidarlo, la homosexualidad estuvo criminalizada hasta 1967, hay una parte fundamental de la estética romántica y su prolongación Modernista que aún anima a los mejores críticos y poetas contemporáneos. La poesía sería ese lenguaje que la sociedad necesita, pero que, al mismo tiempo, se niega a reconocer. A su lado, la oratoria política, por ejemplo, sería el código reconocido que cada vez se vuelve menos necesario.

“Bad men are often good orators” (“Las malas personas son a menudo buenos oradores”), solía decir Auden, recordando algo que el padre de Yeats había escrito en 1914: “Poetry is the last refuge and asylum for the individual of whom oratory is the enemy” (“La poesía es el último refugio y asilo para el individuo enemigo de la oratoria”).

Todo esto parecería, probablemente con razón, el cuerpo teórico de un grupo de inadaptados sociales. Pero ya sabemos lo lejos que llegaron estos “fracasados” y cómo hoy son una parte fundamental de la tradición poética moderna.

6.
El título de la autobiografía inédita de Layard, en la que trabajó de 1946 a 1967) es History of a Failure (Historia de un fracaso). El Aviador del joven Auden, como el posterior Palinuro que firmará The Unquiet Grave de Cyril Connolly, son avatares, personae, creados para mostrar el fracaso del héroe romántico, o más bien, de la concepción romántica de la personalidad. El Héroe de The Orators se suicida porque descubre que el Enemigo está en su interior: es una parte de él mismo que no puede ser vencida por su gran conspiración militar. La idea de fracaso también aparece en la figura mitológica de un timonel que debe conducir la nave y sin embargo cae al agua: “Palinuro claramente simboliza cierto deseo de fracaso o repugnancia al éxito, un deseo de abandonar en el último momento, un ansia de soledad, aislamiento y anonimato” —dice Connolly en su postfacio. Aunque diferentes en su forma, ambos libros se estructuran como compendios fragmentarios, diarios de guerra, antología de despojos o pecios.

Junto a las numerosas políticas literarias del compromiso, de sobra conocidas, hay otras políticas del intelectual de entreguerras que surgieron a partir de la idea del fracaso. Tal vez estos escritores sentían que debían suicidarse ritualmente como aspirantes a políticos —o a oradores— para poder realizarse como poetas. En 1932 Auden se identificaba sin duda con su personaje y en el “Diario de un aviador” trató de describir la sensación de estar viviendo el fin de la democracia liberal y afrontar la disyuntiva entre fascismo y comunismo. En enero de 1939 escribía: “No soy muy optimista sobre el futuro de la socialdemocracia durante los próximos veinte años al menos; sin embargo, considero el fin de la democracia liberal como algo bueno. El fascismo —y no hay que equivocarse al respecto— debe su éxito al hecho de que apela al sentido de justicia de la gente buena… El peligro del fascismo crece porque la democracia liberal, fracasando en su tarea de impartir justicia en la sociedad, ha hecho sentir a la gente que la libertad no vale la pena.”

7.

……………“My informant Ma-taru, desiring to preserve a memento
……………of me on my departure, chose to do so by measuring the 
………..length of my nose [using the dry strip of pandanus leaf]
………and scarifying a mark of equal length on his daughter’s shoulder”
………………..J. Layard, Stone Men of Malekula, pag. 744.

Eliot Weinberger nos recuerda que fotografía y antropología nacieron hermanadas a finales de la década de 1830 o a principios de la de 1840, arrastrando no sólo la pasión compartida por el pasado sino también disputas comunes entre objetividad y subjetividad, verdad y ficción, razón e imaginación. Fotógrafos y antropólogos sentían a veces que se asomaban a un mundo a punto de desaparecer y quedaban contaminados con ese pathos de una realidad en fuga, de la cual ellos mismos serían los últimos testigos.

Las fotos de Layard, de las que hay una notable edición reciente, cumplen con las convenciones antropológicas de la época: una documentación lo más objetiva posible, que evidencia relaciones fluidas con una amplia red de informantes. Pero, al mismo tiempo, suscitan dudas: uno tiene la sospecha de que el fotógrafo está demasiado enamorado de la mitología y las formas de vida que relata, parece como si tratara de responder preguntas personales mientras apunta a dilemas científicos. Es cierto que esas páginas muestran cierto grado de participación en el “trabajo de campo”, pero también son inseparables de la idea de una Edad de Oro a punto de desaparecer o de la virtud terapéutica de la vida primitiva.

“Las fotografías antropológicas —explica Weinberger— son unas cajas dentro de otras. La mayoría de las culturas tribales dependen del control del conocimiento, de la presencia de secretos que sólo conocen los iniciados o la casta sacerdotal. (Nuestro ‘ver para creer’ en ellos es ‘no ver para creer’).” Sin embargo, como describe luego el ensayista norteamericano, algunas tribus han incorporado la fotografía dentro de sus cultos rituales, desmintiendo la célebre tesis de Benjamin sobre la desaparición del aura en la época de la reproducibilidad y dando fe de una suerte de pragmatismo mitológico. De la misma manera, Layard documenta cómo los nativos preferían usar, por ejemplo, uno de los botes balleneros de los “hombres blancos” en vez de construir su propia embarcación. Bastaba dedicarle un curioso rito de consagración para apropiarse de él.

No hace mucho me enteré de que la obra fotográfica de Layard ha sido usada en la última década por las autoridades y los medios locales de las Hébridas como modelo para “mantener vivas” una serie de tradiciones locales en Vanuatu (que se independizó en 1980) y otras islas cercanas, propiciando un revival mitológico dentro de eso que los actuales antropólogos llaman kastom. Un raro caso donde el documento antropológico, más que exhibir el pasado, reactiva el presente o se proyecta hacia el futuro cumpliendo con eso que, a veces sin pensar demasiado, llamamos “justicia poética”.

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A manera de bibliografía:

La relación entre Auden y Layard ha sido pasto de los llamados estudios queer. Además de los libros y textos mencionados, este ensayo es deudor, en gran medida, de la lectura parcial o íntegra de los siguientes libros y antologías:

Humphrey Carpenter: W. H. Auden: A Biography, Faber & Faber, 2010.

Richard Davenport-Hines: Auden, Heinemann, 1995.

Peter Edgerly Firchow: W. H. Auden: Contexts for Poetry, University of Delaware Press, 2002.

John Fuller: W. H. Auden: A Commentary, Princeton University Press, 1998.

Stan Smith Ed.: The Cambridge Companion to W. H. Auden, Cambridge UP, 2005.

Douglas Mao & Rebecca L. Walkowitz (Edits): Bad Modernisms, Duke University Press, 2006.

Edward Mendelson: Early Auden, Farrar, 1981.

Eliot Weinberger, “Photography & Anthropology”, en Oranges & Peanuts for Sale, New Directions, 2009.

Hay también un ensayo de Jordi Doce, publicado en su blog “Perros en la playa”, donde se menciona la relación de Redgrove y Layard a la sombra de las teorías psicosomáticas de Groddeck.

Ernesto Hernández Busto chicaErnesto Hernández Busto (La Habana, Cuba, 1968). Poeta, ensayista, editor y traductor cubano residente en Barcelona. Entre sus títulos más recientes se encuentran La ruta natural (Vaso Roto, 2015) y Diario de Kioto (Cuadrivio, 2015). Colabora en El País.

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Posted: July 10, 2017 at 8:36 pm

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