México, el eterno conflicto poselectoral
Héctor Zamarrón
Un cuarto de siglo es el espacio de una generación en el tiempo largo de la política (con perdón de Braudel), y es justo el tiempo transcurrido entre 1988 y 2012, fechas que parecen espejo, doce años antes de la vuelta del siglo y 12 después, pero es también el periodo que marca el inicio del desplome del PRI, su caída y resurrección, con tintes incluso bíblicos.
Y aquí estamos, dos generaciones atrapadas en los resabios que dejó una elección presidencial donde la izquierda pudo acariciar de nuevo el sueño de ganar, sólo eso. Como testigos, una generación que le tocó enfrentar al PRI y pelear por sacarlo del poder y otra que, nacida en los ochenta, despierta a la política para encontrarse con su restauración, la del PRI, por supuesto.
De hecho, así podría resumirse un poco la historia de este cuarto de siglo que arrancó con aquel desprendimiento del PRI, la Corriente Crítica en 1988 y que ha sido recorrido desde la izquierda por dos candidatos presidenciales: Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, 1994 y 2000, y Andrés Manuel López Obrador en 2006 y 2012.
Esas cinco elecciones comparten un crecimiento constante del voto de izquierda, primero, y de la derecha, más tarde, pasando por el establecimiento de un costoso pero poco efectivo sistema electoral que, sin embargo, permitió pasar pacíficamente del debilitamiento del PRI, la pérdida de la presidencia en el 2000 y una recuperación que lo regresó al poder en este 2012.
Sólo que, al igual que en 1988 y 2006, el fantasma del fraude, real o imaginario, campea sobre la política mexicana sin permitir acuerdos y reformas que saquen al país de una economía disciplinada pero sin crecimiento y con un desempleo creciente.
Un candidato derrotado por 3 millones de votos no acepta su derrota reclamando que la elección no se ajustó a los principios constitucionales de certeza, imparcialidad y equidad. Junto con él, la izquierda aplazó el festejo de su mayor triunfo en años y las posibilidades de acuerdos legislativos, así como su transformación interna, en espera de la resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Aunque tras este fallo, aún persistirá la recurrente amenaza de una reedición de “¡Al diablo con sus instituciones!”, como clamó López Obrador en 2006, cuando el sistema validó la elección de Felipe Calderón.
Ante ese panorama, cuáles son las alternativas. ¿Seguir atados a un candidato que ya entró a la historia y desde ahí se contempla en una nueva y eterna lucha por la presidencia, cual Sísifo electoral, pues si Lula y Allende compitieron y tres veces fueron derrotados antes de conseguir la victoria, por qué él no?
Atrapados en la protesta, en la izquierda corren los días sin reparar en el cambio mientras un nuevo movimiento estudiantil los rebasa y con una imaginación propia de la primavera, convierte el verano electoral en uno de los más interesantes vividos hasta ahora.
La aparición de #YoSoy132 en la escena vino no sólo a refrescar las campañas, sino que obligó a los partidos y a sus candidatos a incluir las demandas de los universitarios en su oferta política, al tiempo que los jóvenes cuestionaron la ceguera de los medios y su torpeza para adaptarse a una nueva realidad donde la convergencia, la interactividad y el diálogo directo son la norma, y no la rigidez de un sistema semimonopólico de medios electrónicos que padecemos.
Sólo que con ellos ocurre lo mismo. Negados a reconocer el triunfo de quien en las elecciones logró derrotar a la candidata oficial y al líder de la izquierda por un amplio margen, se han sumado a una protesta que pretende resistir la “imposición”.
Entre las acusaciones de fraude mediante las tarjetas electrónicas de Monex y los monederos de Soriana, un PRI que rumbo a las elecciones tiró el lastre de su ex dirigente nacional Humberto Moreira por la borda, atrapado en un atolladero de acusaciones de corrupción y endeudamiento sin límites durante su gobierno, prefiere atenerse a la sanción oficial de los comicios antes de irrumpir con fuerza en la escena mediática.
En este punto es donde se requiere de un crisol que convierta la resistencia antifraude en una poderosa palanca para el cambio, más que dilapidarla en un ejercicio simbólico como se convirtió la “presidencia legítima” en 2006, con todo e imposición de la banda presidencial.
Hacia un nuevo partido
En el mismo espacio temporal que utilizo como referencia para una generación, los 12 años previos al fin del siglo y los primeros doce de éste, cada sexenio ha aparecido en cartelera un nuevo partido que busca representar y agrupar a los inconformes con el sistema.
Así nacieron desde el PRD hasta el Movimiento Ciudadano, el más reciente de todos, pasando por los seudoverdes del PVEM, el PT fundado con el apoyo de Raúl Salinas, Nueva Alianza como partido del magisterio y la maestra Elba Esther Gordillo, lo mismo que aquellos negocios familiares: el Partido Alianza Social y la Sociedad Nacionalista (sobre todo este último).
Y así surgió también el PSD, en 2006, como una suma de lo que antes fueron México Posible, Fuerza Ciudadana, Democracia Social, el viejo Frente Cardenista por la Reconstrucción Nacional y el partido Campesino y Popular, un desprendimiento de la Central Nacional Campesina del PRI.
Esa interesante alternativa, que contendió para la Presidencia con Patricia Mercado al frente y con una agenda fiel a las causas históricas de la izquierda, también terminó por perder su registro y disolverse en una serie de golpes de Estado que terminaron por sepultarlo.
Este cambio de sexenio no es la excepción.
Así también, desde los días previos a la elección, resucitó el debate por la creación de un nuevo partido en al menos dos vías, una de ellas, vinculada al movimiento #YoSoy132.
Quizá de los primero en abrir la discusión fue Enrique Krauze quien, a través de Twitter primero y después en una columna de opinión, propuso a los jóvenes transitar del movimiento estudiantil a una organización política que pueda trascender y recorrer el largo camino burocrático que implica dar a luz un partido, para pelear por aparecer en las boletas electorales de 2018.
En paralelo, dentro de las asambleas interuniversitarias el tema ha gravitado como una posibilidad remota pero siempre presente ante la conciencia de la fugacidad de sus años universitarios y con la experiencia de otros movimientos que desembocaron en la incorporación de buena parte de sus dirigentes en partidos políticos, como sucedió en 1986 con el Consejo Estudiantil Universitario, y en 1999-2000 con el Consejo General de Huelga.
Más que en torno de un partido, la discusión ha sido sobre cómo mantener vivo el movimiento e impulsar su carácter descentralizado, con una importante polémica sobre qué hacer en el futuro.
En otra vertiente, también ex integrantes de partidos políticos como el PAN y del PSD, inconformes con la agenda de campañas y desencantados de las fallidas candidaturas ciudadanas, comenzaron a discutir la creación de una agrupación política desde la vertiente de las redes sociales. Bajo el amparo del Wikipartido, una figura utilizada en otras latitudes previamente, lanzaron la convocatoria por medio de Twitter y Facebook y, de inmediato, tuvieron eco en cientos de solicitantes y con la atención de algunos medios de comunicación. Su experimento marcha con lentitud, pero ahí va, rumbo a la creación de una organización que, quizá con el tiempo, derivará en un nuevo partido.
Finalmente, hasta un viejo compañero de lucha de Andrés Manuel López Obrador, el diputado Gerardo Fernández Noroña, acaba de anunciar su intención de separarse por completo del Movimiento Progresista y conducir los esfuerzos de su organización hacia la creación de un nuevo partido, el Movimiento de Izquierda Libertaria.
El punto, al final, es trascender la impotencia que deja la eterna y recurrente protesta electoral con su alta dosis de frustración y poca capacidad de propuesta, para encontrar una nueva vía donde canalizar esos deseos de cambio e inconformidad con el estado de cosas.
Es difícil de pronosticar si estos esfuerzos fructificarán o no, sobre todo cuando se han endurecido los requisitos para el surgimiento de nuevas organizaciones políticas. Sin embargo, indudablemente se trata de vías para recorrer caminos democráticos que permitan a una generación, justo ésta, la nacida hacia mediados y fines de los ochenta, hacer que la reiterada promesa del bono demográfico en México se convierta en una oportunidad y no en perpetuar esa condición de “Ninis”.
Si se consigue, sería también una forma prodigiosa de terminar con el derroche que México hace de sus jóvenes, justo en pleno disfrute del bono demográfico, acabándoselos a balazos y en la informalidad. Mejor que sea con votos, ¿no?
Posted: August 26, 2012 at 7:40 pm
¡que asco!