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NOSFERATU, DE ROBERT EGGERS

NOSFERATU, DE ROBERT EGGERS

ÓSCAR BAAMONDE

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Con la mirada clavada en un punto fijo, el prof. Von Franz, personaje interpretado por Willem Dafoe, pronuncia unas palabras. Su voz profiere un sonido atenazado y solemne. Estas palabras resuenan en los oídos del espectador como una suerte de advertencia ante el destino fatal que está por llegar: «Nos enfrentamos al vampiro, Nosferatu». Von Franz en su caza mayor del vampiro milenario podría resultar como un trasunto de Robert Eggers y es que el reto al que se enfrentaba el director estadounidense en esta reinterpretación del clásico del cine mudo era mayúsculo. Como no, hablamos de Nosferatu (1922) de F.W. Murnau, una adaptación no oficial de la novela, que supuso como legado una de las obras catedralicias del cine de terror sentando las bases del género, así como una de las obras más importantes del cine en general. Más allá de las numerosas cintas que se han acercado o referenciado el material original de la novela Drácula de Bram Stoker con mayor o menor fidelidad por el camino, a la obra expresionista del cineasta alemán ya le salió un primogénito décadas después con el estreno de la adaptación a cargo de Werner Herzog, Nosferatu, vampiro de la noche (1979). Así como también recordaremos La sombra del vampiro (2000), en la que un más tierno y joven W. Dafoe encarnaba al vampiro en una adaptación que se desmarcaba de la anterior para trasladar una mirada original y ficticia sobre el Nosferatu de Murnau.

Ahora, Robert Eggers introduce de entrada cambios notables en su reinterpretación de la cinta en blanco y negro, siempre caracterizado por poner la atención en los detalles históricos, el folklore que rodea al material a tratar y aportando dosis de originalidad. El diseño novedoso y bastante conseguido del Conde, interpretado por Bill Skarsgård, para dotarlo de una aura tenebrosa, salvaje, animal y primaria, alejada de concepciones de un vampiro más seductor, romántico como el que encontramos en la cinta de Coppola de 1992, pero buscando un aspecto que se alineara más con el folklore europeo tradicional; los cambios siguen con la recuperación del nombre del Conde Orlok en detrimento de Drácula como en otras versiones; otra de las diferencias sería la forma en que el vampiro se alimenta de las víctimas perforando el esternón en la zona central del pecho, buscando una mirada más fiel a los relatos folklóricos, en vez de la mordedura en el cuello tan instada ya en el imaginario colectivo en torno al cine de vampiros. La obra de Eggers no busca ser una adaptación fidedigna del texto original, sino más bien un homenaje al clásico del director germano, el cual ya se tomaba libertades a la hora de adaptar la novela al renombrar personajes y alterar elementos de la trama, debido a que no se obtuvieron los derechos de la obra de Stoker. Incluso, Eggers se permite introducir aspectos del folklore vampírico europeo que no aparecen ni en la novela ni en la obra de Murnau, reforzando esa búsqueda de lo mitológico y las tradiciones.

Con esta película, Eggers alza, sobre todo, un ejercicio de estética brillante que tiene como puntos fuertes el uso de las luces y las sombras buscando ese look expresionista de la cinta de Murnau, consiguiendo esa etiqueta de película de terror gótica. Tenemos una atmósfera opresiva e inquietante, unas interpretaciones que, aunque pueden quedar por momentos relegadas a un segundo plano como si fueran marionetas ante el poderío de la imagen que lo capitaliza todo, emergen con fuerza destacando la gestualidad, corporeidad y entrega salvaje de Lily-Rose Depp en su papel de la esposa de Hutter y presa del vampiro; Willem Dafoe, que siempre está bien, encarnando al Profesor Von Franz en una especie de cazavampiros a lo Van Helsing; Aaron Taylor-Johnson como Friedrich Harding entre la contención y la locura y, por supuesto, Bill Skarsgård como el Conde Orlok con su maquillaje, prótesis y acento europeo, aconsejable ver la versión original, que lo hacen irreconocible ante las cámaras.

Sin duda, el más aficionado al cine de Eggers deberá acercarse para disfrutar de una película de terror que consigue recrear una ambientación y atmósfera asfixiante similar a otras películas del director como La bruja (2015). Su primera hora de metraje en la que somos testigos del viaje de Thomas Hutter, el agente inmobiliario, hasta el castillo del conde es un auténtico delirio visual. Además, todo aquel receloso de acercarse a lo nuevo de Eggers podrá comprobar que estamos ante la cinta seguramente menos contemplativa y lenta del director, teniendo en cuenta eso si que no veremos un ejercicio convencional de narración hiper ágil y trepidante como podemos esperar en otras películas, puesto que el director necesita situar la cámara, fijar los detalles, cimentar el horror como a él le gusta… Continuando, lejos de recuperar ese aroma romántico que parecía rodear a la figura del vampiro, sin dejar de lado el punto erótico y el halo sexual que se mezcla con lo sucio, se introduce un vampiro salvaje, primitivo, aterrador. Éste de la mano de otros aspectos técnicos ayuda a generar un sabor malsano a este cóctel de terror gótico que, sin duda, se consolida como una de las obras más destacadas del ya pasado 2024.

 

Óscar Baamonde. Periodista freelance | Escribe sobre cine y música en @mondo_sonoro| Opina y habla sobre libros en @prazapublica y @Gconfidencial

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Posted: February 5, 2025 at 8:48 am

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