Essay
ACAPULCO 2023 (crónica y fotocrónica. Segunda parte)

ACAPULCO 2023 (crónica y fotocrónica. Segunda parte)

Edgardo Bermejo Mora / Rogelio Cuéllar

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Nuestro colaborador Edgardo Bermejo y el fotógrafo Rogelio Cuellar viajaron a Acapulco a los pocos días del huracán Otis. Al cumplirse un mes de la tragedia presentamos en dos entregas un adelanto de la crónica que preparan como testimonio directo de lo ocurrido. Esta es la segunda entrega.

5.

Construido en la época de oro del sindicalismo mexicano, con cinco pisos de altura y uno de sus vértices curvados a la manera de la proa de una embarcación, el Edificio Estibadores —también conocido como el edificio de la CROM— ha sido por décadas un referente arquitectónico del centro de Acapulco.  Antes de la noche del 24 de octubre ya lucía descolorido y ajado. El huracán le arrancó algunas ventanas y dos de las letras rojas de la marquesina ornamentada con grecas que se extiende a todo lo largo de la fachada (la “E” de estibadores y la “R” de CROM). Pero eso fue lo de menos. El daño mayor ocurrió sobre la azotea del quinto piso. Ahí se encontraba el viejo auditorio sindical reconvertido hace poco en un espacio teatral. No quedó nada. Otis lo arrancó de cuajo con todo y el escenario, las butacas, las luces, el equipo de sonido, los vestuarios y las escenografías.

© Rogelio Cuéllar

A falta de mejores espacios en el puerto, dos compañías independientes lo alquilaron apenas este verano para establecer ahí la sede de sus agrupaciones: la compañía “Máskaras Escénicas” de la maestra Silvia Salazar y la compañía de teatro “Cámara Negra”, fundada en 2010 y dirigida por la actriz, productora y dramaturga Verónica González Castañeda. Le llamaron Centro de Arte Teatral. Arrancaron con talleres de actuación y desde principios de octubre todos los domingos a las 12 del día se presentaba una función para niños.

“Ya teníamos lleno el calendario de enero, febrero y marzo con puestas en escena”, me comenta la maestra González Castañeda. “Es muy difícil para mí contar esta experiencia. Ver nuestro espacio totalmente destruido. No hay palabras, es simplemente inenarrable. Y eso aunado a la destrucción de nuestras viviendas y a los saqueos”. Su compañía recibió este año la friolera de 50 mil pesos de apoyo por parte del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA), que otorga la Secretaría de Cultura federal en coordinación con las instituciones culturales de los estados. Mucho menos de lo que ahora han perdido.

Manuel Maciel dirige una de las agrupaciones más antiguas del puerto: el Grupo Teatral la Gruta, que desde 1995 se esmera en el impulso al teatro popular en espacios no convencionales. Por eso mismo carecen de sede y no hay por lo tanto daños que contabilizar. Sin embargo, la mayoría de sus integrantes resultaron afectados en sus casas. “decir que estamos bien sería mentirles —publicaron a los pocos días del huracán en su página de Facebook— estamos afectados emocionalmente y nos hacen falta víveres, comida, agua, artículos de limpieza personal”. Unos días antes del huracán tuvieron su última presentación en un foro independiente de Yautepec, Morelos. Una pieza para dos actores titulada “La mayoría silenciosa”.  El futuro de la compañía permanece incierto, son en ese sentido parte de esa mayoría de la comunidad artística que resultó afectada por el Huracán, pero lo que menos quieren es permanecer en silencio.

El maestro Maciel —un guerrerense delgado y moreno en sus cincuentas que lleva la impronta de la sangre indígena y negra en el rostro— es también una voz experimentada de la comunidad cultural del estado y uno de los gestores culturales con más kilometraje recorrido. Considera que la llegada de un nuevo partido en el poder a partir de 2018 no representó un cambio notable para el sector cultural de Acapulco. A pesar que la nueva Ley de Acceso a la Cultura de Guerrero —conocida como la Ley 239— dispone la creación de consejos municipales de cultura —un buen intento por ciudadanizar las decisiones en esta materia, según me comenta— en el caso de Acapulco no se ha instalado dicho órgano deliberativo y las decisiones principales recaen en manos de una menguada Dirección de Cultura que depende de la Secretaría del Bienestar municipal, cuya agenda responde principalmente a los vaivenes de la política local.

Me dice también que a nivel estatal el acento ha estado en el impulso a diversos festivales. “Nadie niega su importancia, pero no puede ser la única actividad. Se ha mantenido al margen la formación de públicos, o los procesos formativos en las artes. La inversión en infraestructura se concentró en la recuperación del auditorio Sentimientos de la Nación de Chilpancingo, pero no así en el Centro Cultural Acapulco o en las demás regiones del estado”.

“Es justo mencionar que las observaciones que hago —concluye— no corresponden únicamente a esta administración. El olvido y la marginación al sector viene de varias administraciones anteriores. Azotado por la violencia, el estado requiere una estrategia de intervención desde el arte y el fomento cultural de mayor impulso, algo que en estos últimos años no hemos visto”.

El día que nos conocimos en el puerto, Manuel Maciel me propuso visitar la unidad habitacional El Coloso, para atestiguar el daño que ocasionó el huracán a las colonias populares, más allá de lo que resulta evidente en la costera y el centro de Acapulco, o en la Zona Diamante con sus hoteles y torres de lujo. Otro Virgilio y otro circulo del infierno. Allá fuimos.

Con lo único que mi memoria visual podría comparar al estado de abandono y marginación que nos encontramos en las calles y edificios de esta unidad habitacional es con la de los cuadrantes más destruidos de la Habana vieja, “una ciudad —escribe Martin Caparrós sobre la capital cubana— donde aquellos que prometieron un gran cambio detienen todo cambio, en nombre de aquellos cambios que siguen prometiendo”. Verdaderas ruinas urbanas habitadas por la desesperanza, y acaso por la más vital y resignada de las resistencias: la de quien ya nada espera para seguir viviendo. “La pobreza —continua Caparrós en Ñamérica— es vivir brutalmente al día sin saber qué va a pasar mañana, (…) es vivir con la sensación sostenida de que todo debería ser distinto, y no lo es”.

Con apenas 45 años de edad —se fundó en 1978— El Coloso es un gigantesco enjambre de cemento y varilla que distribuye a sus más de 150 mil habitantes en centenares de edificios grises de cuatro pisos por donde nunca más pasó una mano de pintura desde su creación. Donde pudo haber jardines hay basureros. Donde antes vivieron cuatro hoy se hacinan 10. Mientras atravesamos por los dos millones de metros cuadrados de apartamentos —entiéndase por ello viviendas populares de dos recámaras y 50 metros cuadrados—, resulta difícil discernir entre las marcas recientes del huracán  y los zarpazos de ese otro huracán de larga duración que es el del abandono.

Al primero le debemos los vidrios rotos —no muchos—, la basura de los últimos días, y la falta temporal de agua, de luz y de víveres. Al segundo, el resto del desaliño previo como alegoría de la injusticia social. Contrario a lo que hubiera podido imaginar, Rogelio no se afana en tomar fotos. Guarda silencio y observa detrás de la ventanilla del auto, como si el deterioro de tan acusado superara las posibilidades de su registro gráfico.

Hay muchos vecinos sentados en bancos de plástico a las puertas de sus edificios —o sobre las banquetas y los estacionamientos—, lucen sorprendentemente relajados, como en un día de asueto cualquiera. Sin luz para encender los televisores o la radio, la conversación ha recuperado aquí su capacidad para congregar a la tribu. Pese a todo, la tragedia puede ser también un reencuentro con el poder socializador de los relatos. Todos tienen algo que contar sobre los últimos días. Hacen de la memoria un ejercicio colectivo. Sin celulares por la ausencia de señal, reinventan con la palabra a su vecindario.

En todo caso los efectos más devastadores del huracán no están a la vista. Se verán después y serán mucho más graves que unos días sin luz ni agua. Aquí viven con sus familias decenas de miles de trabajadores del sector hotelero y los servicios turísticos de la ciudad. Esta ciudad dentro de otra ciudad, que los acapulqueños con un orgullo más bien extraño llaman “la unidad habitacional más grande de América Latina” —no lo es—, será la de mayor índice de desempleo de todo el país. Vendrá el desempleo y tendrá tus ojos.

“La ciudad es una para el que pasa sin entrar, y otra para el que está preso en ella y no sale. Una es la ciudad a la que se llega la primera vez, otra la que se deja para no volver. Cada una merece un nombre diferente”, escribió Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles. Nosotros pasamos sin entrar por Ciudad Coloso, que algo tiene de invisible y algo más que pide a gritos visibilizarse.

© Rogelio Cuéllar

6.

El de Verónica González y Manuel Maciel no son dos casos aislados. No me sorprende menos la ferocidad con la que el huracán se ensañó contra la comunidad artística de Acapulco como la diversidad y la tenacidad de sus integrantes.

Hay —hubo— una escena cultural en toda forma que se detuvo de golpe la noche del martes 24 de octubre. Comprende casi todas las disciplinas —algunas, como la danza contemporánea, desaparecieron hace poco ante la falta de apoyos oficiales—; reivindica de manera reiterada la singularidad local de sus creadores y contenidos —lo guerrerense, lo acapulqueño, la negritud como tercera raíz, lo originario, lo indígena—; en algunos casos enarbola las banderas de lo marginal, contestario y contracultural; siempre a la búsqueda de espacios para expresarse, crea los propios o aprovecha los pocos que les ofrece la raquítica infraestructura para las artes del puerto; está presente en casi todo aquello que organizan las instituciones culturales de la entidad y al pie del cañón en sus festivales y convocatorias; la impulsa principalmente un grupo variopinto de gestores culturales, artistas, colectivos y pequeños empresarios de la cultura, cuyas iniciativas —por lo regular independientes—  pueden llegan a contar con el apoyo  parcial de las autoridades culturales del municipio, del estado o en muy contadas ocasiones del gobierno federal. Casi no se quejan de ello, están acostumbrados. Nadie tampoco denuncia censura o coacción de algún tipo. Para bien y para mal, actúan en entera libertad, a su aire. Otros aires le pasaron por encima.

Algunos lo perdieron todo, otros corrieron con mejor suerte, pero todos, sin excepción, pasado el primer impacto —no bien el hecho el recuento de los daños— se activaron de muy diversas maneras para crear redes de apoyo, organizar actividades artísticas dentro y fuera del estado en respuesta a la emergencia; e incluso brindar apoyo a las comunidades afectadas.

Víctor Borrego es el fundador de Cultiv—arte, una cooperativa que vincula arte y naturaleza conocida también entre los lugareños como el Centro Cultural Pie de la Cuesta. Es un espacio que desde 2012 promueve el autoempleo entre los vecinos de la zona a partir de la producción de especies vegetales, ornamentos y artesanías. Promueve también la educación artística y medioambiental para niños y jóvenes con muy diversos talleres que van del dibujo y el repujado en aluminio a la acuariofilia. Está convencido que la clave de la sostenibilidad en las zonas marginadas depende de la participación comunitaria y de la gestión cultural con vocación social. A solo unos metros de la playa, Otis dejó en pie las paredes y el portón metálico de la entrada, casi todo lo demás lo destruyó. El 3 de noviembre, dos semanas después de la tragedia, cuando tuvo por fin acceso a una computadora y a internet, escribió en su muro de Facebook: “comienzo taller de pintura, círculo cromático, no tengo mucho material, pero me sobran las ganas”.

Nido de Ratas era la Meca acapulqueña de la contracultura, los fanzines y el punk. Su propietaria, Gina Lara, en 2016 abrió este espacio localizado en la playa Hornos de la Zona Dorada de Acapulco. Era —es, y aquí el presente indicativo del verbo es también una forma de la perseverancia— un foro para conciertos, un bar, un sello discográfico, una plataforma colaborativa con otros espacios alternativos en México, Argentina y Colombia, e incluso un centro “de ayuda (para) que lxs punks viajerxs consigan lugares donde dormir mientras están en camino”.

Tuvieron pérdida total: el foro, el backline, las luces, los instrumentos, el mobiliario, la construcción entera y sus murales elaborados por artistas en rebeldía. La foto que registra la destrucción es de una elocuencia demoledora. Para recolectar “un poquito de lo mucho que perdimos”, se organizaron a la vuelta de unos días conciertos y recolectas en su apoyo en otros espacios alternativos de la Ciudad de México, Cuernavaca, Puebla, San Luis Potosí y Ecatepec. “La casa se quema, pero el hogar no se destruye” reza el lema con el que ha empezado, desde cero, su reconstrucción.

La Quebrada Espacio de Arte es uno de las galerías independientes que no sufrieron daños considerables, pero sí la interrupción total de sus actividades, la pérdida inmediata de cualquier plan a futuro y las apuraciones económicas de su dueño, que hasta nuevo aviso le debió cerrar las puertas a su principal fuente de ingresos. Él es el fotógrafo, curador y promotor cultural Luis Arturo Aguirre, hace algunos años dirigió FARCA (el Festival de Arte Contemporáneo de Acapulco, que como muchas otras iniciativas en el puerto debió interrumpirse en 2016 a falta de apoyos públicos y privados).

A los pocos días del huracán no le quedó más remedio que organizar rifas para vender sus fotos. 72 horas antes de que Otis sacudiera a la bahía ahí se inauguró la exposición “Voz imaginaria” de la artista local Monserrat Miranda, y faltando 48 horas para su arribo, el 21 de octubre, se presentó una muestra de cine experimental de realizadoras guerrerenses con un título insuperable: Aguas Malas.

7.

Valería Vicente es una de las cuatro aguas malas. Nació en Acapulco en 1996. Su actividad artística en ascenso hace tiempo que la llevó a viajar por el mundo y a residir en otros lugares, si bien ha procurado mantener un vínculo con su ciudad natal. Como artista visual ha incursionado en los formatos digitales, el videoarte y la experimentación transmedial. Ha participado en festivales importantes como MUTEK o el Festival de Cine Experimental de Colombia. La pieza que presentó horas antes del huracán en La Quebrada se llama curiosamente “Lo inaudito”, y se ha proyectado en una decena de festivales internacionales.

© Rogelio Cuéllar

Le pido su opinión sobre la escena contemporánea de Acapulco. Me responde acudiendo a las formas inclusivas de la escritura que su generación ha normalizado: “Creo que la escena emergente de Acapulco ha venido cobrando muchísima fuerza y cada vez es más común encontrar espacios autogestivos interesados por mostrar una mayor variedad de contenidos, formatos y expresiones experimentales de vanguardia. Ha sido un gran esfuerzo que (se debe) al deseo y la garra que han demostrado mis paisanxs por mostrar su trabajo, por hacer comunidad, descubrir a sus propixs colegas, e involucrarse en la gestión de espacios y oportunidades para todxs”.

Además de las piezas experimentales de Valeria, Alondra Mijangos, Sofía Arestegui y Karen Vázquez, el cine hecho por guerrerenses suma a una docena de realizadores en activo y un recorrido que atraviesa por muchos festivales. Suficiente para nutrir de contenido al Festival Itinerante de Cine Guerrerense Cinegro, cuyo nombre alude por igual a la noción de la negritud y a la abreviatura oficial del estado. Una manera creativa de otorgarle identidad y particularismo a lo que aquí se produce.

Julio Bárcenas, Arturo Sánchez del Villar, Ishel Ortega, Fernando Manzano Moctezuma, Julia Belén, Luis Vargas Santacruz, Héctor de la Vega, Arturo Crispín y Mariana Rivera son algunos de los integrantes de la comunidad cinematográfica local.  Esta última mereció en 2022 el Ariel al mejor cortometraje documental por Flores de la llanura.  Narrado en amuzgo —una de las cuatro lenguas originarias que se hablan en el estado—, el documental nos ofrece un acercamiento preciso, poético y desgarrador al drama del feminicidio en las montañas de Guerrero.

Contenido no falta, se han producido en los últimos años cortometrajes, documentales y algunos pocos largometrajes de ficción en Guerrero. Lo que falta son apoyos y sobre todo lugares para exhibirlo. Así fue como surgió este festival que tiene como sedes la azotea de un centro cultural independiente llamado DEMINA, el salón de usos múltiples de la Biblioteca municipal —decana y campeona discreta de la actividad cultural del puerto— y el auditorio de la universidad privada Hipócrates. La nueva edición de Cinegro debió realizarse entre el 6 y el 28 de octubre. Se le atravesó el huracán.

En Acapulco existen —existían— seis complejos cinematográficos de la cadena Cinépolis y uno de Cinemex. Entre los siete deben sumar más de treinta salas de proyección con tecnología de punta, asientos reclinables y palomitas. De todas ellas, sólo en una —la del Cinépolis de Galerías Diana— se programaba cine de arte. Pero ni en ésta, ni en ninguna de las otras salas, en ninguna edición previa ni en el más reciente, hubo espacio para Cinegro. Ignoro si sus organizadores lo intentaron alguna vez, pero la distancia que existe entre las dos grandes cadenas nacionales de salas de cine, y las comunidades creativas de las ciudades donde se establecen, es señal de que algo anda mal en el tejido cultural del país. El otro tejido desgarrado, el social, se cargó los sietes complejos cinematográficos del puerto en los saqueos del 25 y el 26 de octubre. Los destruyeron en su mayor parte.

No sólo con las cadenas privadas de salas de cine, también existe un abismo entre la comunidad cinematográfica local y las grandes plataformas internacionales de streaming, las productoras y distribuidoras de cine, y aún las cadenas privadas de televisión, que por años se han aprovechado de los atractivos y de la infraestructura turística del puerto para filmar o grabar aquí reality shows, series de ficción, largometrajes taquilleros, churros imperdonables, telenovelas, e incluso cine de autor.

© Rogelio Cuéllar

Algunos bocadillos y un plato fuerte en el banquete acapulqueño de la industria audiovisual.

Doce temporadas de un bodrio de reality con muchas más hormonas que neuronas llamado Acapulco Shore, a cargo de MTV Latinoamérica, la juventud como un campo minado de orgasmos,  un himno a la intoxicación y al chisme; dos temporadas de la  serie producida por Appple TV Acapulco, con Eugenio Derbez como protagonista, que acude al mito del latinlover para reciclar sus gracejadas; el propio Derbez  hace una década filmó en el puerto algunas secuencias de No se aceptan devoluciones, hasta ahora la película más taquillera del cine nacional; en 2020 la productora internacional Viacom hizo de Acapulco locación para algunos capítulos de la serie de humor negro titulada R, así, con una sola letra, con r de roncar; en 2018 se filmó aquí una cinta de comedia y acción de factura hollywoodense que resultó un fracaso de taquilla: Welcome to Acapulco; ese mismo año se filmó la cinta Ya veremos, una comedia  familiar dirigida por Pedro Pablo Ibarra, quien eligió de nuevo al puerto como locación de otra cinta edulcorada: A toda partes, producida por Netflix y estrenada en el mismo año del huracán.

El plato fuerte le pertenece a Michel Franco. En 2021 fichó a Tim Roth y a Charlotte Gainsbourg para filmar de cabo a rabo en Acapulco la cinta Sundown, nominada como mejor película en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y única de todas las aquí citadas que buscó en el puerto algo más que sol, playa, bikinis y levedad. Retrato mordaz de las atrofias sociales del paraíso fracturado, Acapulco aparece como el escenario perfecto para trazar la huida existencial de un británico millonario, chelero y cogelón. El octavo largometraje de Michel Franco es un tour de force por el Acapulco high—end y el Acapulco profundo, una suerte de anti road movie que apenas y se mueve entre un resort de gran lujo y los camarones a la diabla de Caleta.

Me he demorado en el recuento. Lo que quería decir desde un principio es que de todo lo que pudo ingresar el estado o el municipio por todas estas producciones, un sólo centavo ha ido a parar a sus realizadores locales. El del cine en Acapulco es una metáfora perfecta de las desigualdades históricas que Otis sólo visibilizó a 200 kilómetros por hora: de un lado la Zona Diamante del mainstream audiovisual, del otro el Polígono D de la producción cinematográfica local.

Fuera del tour de cine francés, que cada año se sigue proyectando aquí como en otras veinte ciudades del país, la posibilidad de atraer y formar nuevos públicos se interrumpió en 2014 cuando se realizó la novena y última edición del Festival Internacional de Acapulco. Un evento que prometía mucho, que en 2011 tuvo como invitados de honor a Sophia Loren y Alain Delon, y que llegó a contar con el patrocinio de Carlos Slim y otros empresarios.  Busqué a Víctor Sotomayor, su fundador y principal impulsor. Quería saber el motivo de su cancelación. Sólo pudo decirme que hace poco hubo pláticas con el gobierno de la entidad para intentar revivirlo, pero que al final no condujeron a ningún lado.

8.

Jeanette Rojas Dib es quien impulsó la creación del festival de cine guerrerense y es también la fundadora de uno de los espacios independientes más consolidados y activos al servicio de la comunidad artística local: el Laboratorio de Artes DEMINA. Tres pisos completos de un viejo edificio del centro de Acapulco sobre la calle Mina —de ahí su nombre—, muy conocido entre los acapulqueños de más edad porque ahí estuvo por años una de las farmacias más tradicionales del puerto.

Abrió por primera vez en 2010 por espacio de tres años, y luego de una larga pausa reabrió sus puertas en enero del año pasado. Ahí se llevan a cabo exposiciones, conciertos, cineclub, reuniones de trabajo entre promotores y artistas, talleres, lecturas, ventas de artesanía, conferencias. Todo lo que sume a la articulación de una comunidad artística multidisciplinaria para la ciudad y para el estado. Es un espacio, me dice su directora “De experimentación, de creación y de colaboración”.

Siendo una construcción de las de antes, apenas y salió rasguñada por el huracán. Días antes habían inaugurado una exposición titulada “Por los grabados del sur” en la que participaron 38 artistas de la gráfica de 14 municipios del estado. Jeanette me cuenta que ni un sólo cuadro se movió de su lugar. No fue el caso de su propia casa en otra zona del puerto, ahí los destrozos fueron mayores, pero de eso no es de lo que quiere contarme cuando charlamos una semana después de la desgracia.

Le importa más por ahora decirme las acciones solidarias de apoyo a la comunidad artística que inmediatamente se organizaron desde DEMINA. Una lectura colectiva en Chilpancingo de literatura de autores guerrerenses para recolectar dinero, la exposición de grabadistas del estado se irá al Centro Cultural los Pinos de la Ciudad de México una vez que así lo acordó con la Secretaría de Cultura federal, una exposición venta de fotógrafos acapulqueños, otra activación multidisciplinaria llamada “Por mí y por todos mis compañeros”, que tendrá lugar en varias ciudades del país.

En el nuevo entorno digital también hay espacio para la solidaridad entre la comunidad artística. Rebeldía Tropical es un proyecto artístico multidisciplinario creado por mujeres de la Costa de Guerrero, tan pronto pasó el huracán, desde sus redes sociales organizaron junto con otros colectivos lo que han llamado “Brigadas de Apoyo para las personas de la escena cultural de Acapulco”.

“Aquí te compartimos diferentes iniciativas para apoyar económicamente a proyectos culturales guerrerenses y a la población afectada en esta crisis”, anuncian en sus redes. Los mensajes que circulan resultan conmovedores:

—“Participa en la rifa que organiza @rebeldiatropical y gana un cuadro y dos collares”.
—“Compra obra gráfica de Oswaldo Pita, están en promoción sus grabados, @santospintart”.
—“Luis Arturo Aguirre está vendiendo unas fotos de su serie Botánica Tropical para retomar las actividades de @laquebrada.ea @luisarturoaguirre”.
—“Adquiere el catálogo de la exposición Por los Grabados del Sur, que reúne gráfica del estado de Guerrero que se expusieron en @demina_lab antes del huracán”.
—“Viste un huipil de la cooperativa de tejedoras amuzgas, Flores de la Llanura. Tienen entrega en toda la República @floresdelallanura”.
—“Reconstruye el campamento Tortuguero Sirenito Macho transfiriendo dinero para comparar malla sombra, esencial para la preservación de las especies @sirenitomacho”.
—“Haz un donativo a proyectos como Cultiv—arte de Víctor Borrego que está dando talleres en Pie de la Cuesta e intentando retomar sus mosaicos”.

© Rogelio Cuéllar

La velocidad, la capacidad de respuesta, la acción inmediata, la solidaridad gremial de estos anuncios, son una forma mayor de la resistencia y una promesa de que hay un futuro para esta comunidad devastada. Mientras todo esto ocurría, la Secretaría de Cultura del Estado había logrado concretar dos acciones a una semana del huracán.

Subieron a su página web el formulario de una encuesta para que la comunidad artística de Acapulco pudiera responderla haciendo el recuento de sus daños. La página dice así: “Información del Agente o Creador Cultural (Acapulco y Coyuca de Benítez): Hola, después del paso del Huracán Otis, necesitamos saber cómo te encuentras, te pedimos respondas esta breve encuesta para poder diseñar la mejor estrategia de apoyo para la comunidad cultural de Acapulco y Coyuca de Benítez.” La mayoría de los gestores culturales que entrevisté desconocían esta iniciativa por los días en que se cumplía una semana del hurácan. “Cómo voy a responder a una encuesta si ni internet tengo y mi computadora quedó despedazada”, me dijo uno de ellos.

También visitaron los espacios culturales bajo su administración en Acapulco y levantaron un reporte de los daños principales, que tuvieron a bien compartirme al día siguiente de mi llegada. Quiero imaginar que mientras escribo esta crónica serán muchas otras las acciones para el sector cultural que deben estar tomando las autoridades municipales, estatales y federales. Esta es sólo una fotografía verbal del instante que nos tocó atestiguar, y que se detiene aquí: justo tres semanas después de la tragedia.

“El bien, quisimos el bien, enderezar al mundo, no nos faltó entereza, nos faltó humildad”. Podríamos reformular el verso de Octavio Paz en el Nocturno de San Ildefonso y decir de las autoridades culturales del estado: el bien, quisieron el bien, enderezar a Acapulco, no les faltó entereza, les faltó velocidad.

En el arranque de El amante de Lady Chaterley, D.H: Lawrence escribió: “Nuestra época es esencialmente trágica, y precisamente por eso nos negamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ya ha ocurrido, nos encontramos entre ruinas, empezamos a construir nuevos y pequeños lugares en que vivir, comenzamos a tener nuevas y pequeñas esperanzas. No es un trabajo fácil. No tenemos ante nosotros un camino llano que conduzca al futuro. Pero rodeamos o superamos los obstáculos.  Tenemos que vivir, por muchos que sean los cielos que hayan caído sobre nosotros”. Ese puede ser también el primer párrafo de la historia de las comunidades artísticas de Acapulco, que se empezó a escribir la mañana del miércoles 25 de octubre.

 

 

Rogelio Cuéllar nació en la Ciudad de México en 1950. Se inició como fotógrafo en 1967. Los últimos 30 años su interés ha abarcado básicamente el retrato de creadores contemporáneos de México y algunos países en las disciplinas de literatura, artes plásticas, teatro y música. Actualmente ha integrado un acervo de negativos correspondientes a más de mil personajes nacidos entre 1900 y 1980. Trabaja la fotografía de autor en la que destaca la atención en el paisaje humano, ya sea en atmósferas urbanas o rurales en los diferentes estados de la República Mexicana.

 

 

Edgardo Bermejo Mora (Ciudad de México (1967) es escritor, diplomático, historiador y periodista. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Política, de la UdeG por su novela  Marcos Fashion, o de cómo sobrevivir al derrumbe de las ideologías sin perder el estilo (Océano, 1996). Textos suyos forman parte, entre otras, de las antologías Dispersión multitudinaria (Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1997), y Líneas aéreas (Lengua de Trapo, Madrid, 1999). Dirigió el suplemento Lectura (1997—98),del periódico El Nacional, y ha colaborado como articulista en diversos diarios, suplementos culturales y revistas literarias. Fue corresponsal de la agencia Notimex para el Sudeste  Asiático con sede en Singapur. Fue agregado cultural de las Embajadas de México en la República Popular China y en Dinamarca. Ha sido director general de asuntos internacionales del CONACULTA y director de Artes del British Council en México. Su Twitter es: @edgardobermejo

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Posted: December 3, 2023 at 7:48 am

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