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Ahí estaba Zama, y no

Ahí estaba Zama, y no

David Miklos

1.

Ahí estábamos, por llegar a la Cineteca y no.

Varados en Río Churubusco, Bárbara y yo esperábamos a que el tráfico fluyera, pasadas las ocho de la noche, rodeados de coches igual de inmóviles y encendidos que el nuestro.

Recordé la primera vez que fui a la Muestra Internacional de Cine y la vi, íntegra salvo por la película final del programa, en el hoy desaparecido Cine Latino de Reforma.

Antes yo veía la Muestra completa, le dije a Bárbara.

Y ahora, 28 años después, sólo veríamos la última película del programa.

Zama, de Lucrecia Martel, adaptación de la novela homónima de Antonio Di Benedetto.

La espera, al parecer, había terminado.

Pero ahí estábamos.

Por llegar a la Cineteca, y no.

2.

Publicada en 1956, Zama es una novela que rebasa su propia trama para convertirse en una situación.

Situada en la Asunción de finales del siglo XVIII y narrada en una primera persona libre de los modismos de la época, la obra maestra de Di Benedetto es, sobre todo, una experiencia de lenguaje.

A 61 años de su aparición, Zama no puede leerse sino como un clásico, un libro que se sobrepuso a la barbarie del mercado editorial y, gracias a sus lectores, encontró el salvoconducto a nuestros días, hoy.

Y es que en Zama siempre es hoy, su personaje eternamente varado en la ribera del Paraguay, lejos del añorado Río de la Plata, extirpado del interior del territorio aún nuevo en el que viven su mujer y sus hijos, a los que jamás regresará.

Poco a poco, Zama, el protagonista que narra su propia situación, se verá despojado de sus atavismos originarios para fundirse con la geografía que lo contiene, arrastrado de manera continua a un presente que es incapaz de evitar, al que no podrá darle la vuelta jamás.

Zama es el retrato de un hombre sin retorno, estático, sometido a un reloj sin manecillas y a un tiempo ajeno al suyo, impuesto, nunca adoptado.

Y Zama es, situación aparte, la escritura en estado puro de Di Benedetto, su manera de decir el mundo, hoy y siempre.

Zama es mi libro favorito.

3.

Y Lucrecia Martel es una de mis cineastas predilectas.

Me recuerdo viendo La Ciénaga (2001), su ópera prima, hipnotizado por la habilidad de Martel de filmar el calor de Salta y el horror del devenir cotidiano, la relación cercana de la directora con el agua, luego presente en el balneario en el que ocurre La niña santa (2004).

Ni qué decir de La mujer sin cabeza (2008), película sobre el vacío mnemotécnico y las trampas de la percepción, un noir doméstico sin parangón.

El día que supe que Martel filmaría Zama fue uno feliz.

Y comenzó la espera.

Siempre la espera.

4.

Ahí estamos, postrados ante la pantalla, en la ribera, casi bañados por las aguas del Paraguay, pero no hay muelle en ruinas sino una playa de arena finísima.

Tampoco vemos el cadáver de un mono, al que el agua quiere llevarse pero no se lo lleva.

Es en ese momento en el que entiendo que veré algo inesperado, es decir, algo que en realidad no es Zama, porque todo comienza en un silencio ajeno al silencio de Di Benedetto, desconocido incluso por la propia Martel.

La película de Martel fluye y no consigo que en mi memoria no transcurra la novela de Di Benedetto, las escenas cruciales todas, salvo la del mono, allí vertidas ante mis ojos, aunque despojadas del lenguaje de su autor originario.

Me recuerdo 26 años antes en el Cine Latino viendo Cabeza de Vaca (1991), de Nicolás Echevarría, sometido a un naufragio temporal.

No es un recuerdo grato.

Así como tampoco es grato lo que ahora me ocurre.

Veo Zama y no me gusta Zama.

La espera ha terminado.

5.

En algún momento, Bárbara me pregunta si falta mucho para que la película termine.

No, le digo, ya casi acaba.

Y veo a un Zama barbudo, tierra adentro, sometido al fantasma encarnado de su némesis Vicuña Porto, forajido y portador del tiempo nuevo, de las manecillas y el segundero del reloj muerto del protagonista.

Sé y no sé lo que ocurrirá.

Sé y no sé que Zama no regresará, que permanecerá varado en ninguna parte.

Pero la película se prolonga y estamos de nuevo en esa playa anodina, ajena, como sitiados en una palabra nueva.

Sé que leí Zama y que no estoy viendo Zama.

La película, por fin, termina.

Zama de Lucrecia Martel se acaba.

Y Zama de Antonio Di Benedetto comienza de nuevo.

Para siempre.

David Miklos es autor de La piel muertaLa hermana falsa La gente extraña, así como de La pampa imposible, su novela más reciente. Actualmente es profesor asociado de la División de Historia del CIDE, en donde se desempeña como director de la revista de historia internacional Istor. Es columnista de Literal. Su twitter es @dmiklos.

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Posted: December 3, 2017 at 5:45 pm

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