Essay
David y las islas

David y las islas

Sergio Ugalde Quintana

Algunos de los pasajes más hermosos de la prosa de José Martí se encuentran en sus últimos dos Diarios. Escritos al calor de la organización de la batalla, esos textos dan cuenta de los detalles íntimos de un poeta que, para realizar la guerra de independencia, desembarca en Montecristi, pasa por Cabo Haitiano y, finalmente, muere en Dos Ríos. Entre reuniones con combatientes y discusiones con generales, José Martí encontraba el momento para hacer una pausa y escribir sus impresiones sobre la naturaleza y la vida antillanas. En uno de esos pasajes, impresionante por la belleza sonora y visual del párrafo, refiere el siguiente momento:

David, de las islas Turcas, se nos apegó desde la arrancada de Montecristi. A medias palabras nos dijo que nos entendía, y sin espera de paga mayor, ni tratos de ella, ni mimos nuestros, él iba cre­ciéndosenos con la fuga de los demás; y era la goleta él solo […]. Jamás pidió, y se daba todo. El cuello fino, y airoso, le sujetaba la cabeza seca: le reían los ojos sinceros y grandes: se le abrían los pómulos, decidores y fuertes […]. Al decir­nos adiós se le hundió el rostro, y el pecho, y se echó de bruces llorando, contra la veleta atada a la botavara. — David, de las islas Turcas.[1]

Cuando Luis Vicente de Aguinaga me conminó a escribir sobre la relación de David Huerta con la poesía del Caribe no pude evitar pensar en este pasaje. El “David de la islas Turcas” de Martí, se me transformaba, por varios paralelismos: la generosidad, el desprendimiento, en el David Huerta que nos guio y nos condujo, en su veleta airosa, por la historia de la poesía de la islas. No creo desatinada tal transformación. La relación de David Huerta con la poesía caribeña fue entrañable, constante e intensa. En distintos momentos escribió sobre las figuras mayores de esa tradición literaria. Textos sobre Dereck Walcott, Saint-John Perse, Aimé Césaire o José Lezama Lima destacan en su prosa ensayística, y no digamos en alusiones en su poesía. Como ejemplo, para iniciar el recorrido por las islas, quiero recordar un pasaje donde David enlazaba a las figuras tutelares del imaginario de las Antillas. Se trata de un ensayo publicado en 2009. Ahí, Huerta llamaba la atención sobre la importancia de los poetas caribeños en la definición de los rumbos de la lírica moderna.

La poesía del archipiélago antillano constituye por derecho propio una especie de extraño milagro: de las Antillas Mayores a los diminutos islotes del Mar Caribe, fueron apareciendo, a lo largo del tiempo —a partir del siglo XIX— decenas de poetas de primera magnitud. Blancos bekés como Perse; negros como Aimé Césaire, Nicolás Guillén y Derek Walcott; criollos como José Martí y José Lezama Lima. Semejante por su prodigalidad poética al archipiélago del mar jónico, el archipiélago americano ha reescrito y transformado de punta a cabo la poesía occidental.[2]

El pasaje trata un poco más adelante uno de los tópicos de la literatura caribeña: su complejidad cultural, lingüística e histórica son el sedimento y el punto de partida para una desbordada imaginación literaria. De la constelación poética mencionada ahí, quizá la figura de José Lezama Lima sea la más evidentemente asociada a la obra de David Huerta. Sin duda, el poeta habanero fue una presencia indeleble en el autor de Incurable. En la poesía y en los ensayos de Huerta hay constantes alusiones, citas y referencias a las novelas, poemas y reflexiones del habitante de la calle de Trocadero. Desde finales de los años sesenta, el joven mexicano leyó con fruición y fervor la obra de Lezama. En 1968 recorrió con intensidad las páginas de Paradiso; y es casi seguro que David fuera uno de esos jóvenes que, en las barricadas del 68, ante policías azorados por la lluvia verbal que les caía, recitaba pasajes completos ese libro. Lezama tuvo noticias de esas escenas. En 1969, el cubano hizo llegar al joven David, de manos de Efraín Huerta, el poemario Dador. La dedicatoria era elocuente: “esperando que nos visite y salude nuestras brisas”. Es necesario decir que David no conoció personalmente a Lezama. Sin embargo, cartas entre ambos comenzaron a circular a partir de esa fecha. Huerta respondió al gesto lezamiano con el envío de El jardín de la luz, su primer libro de poesía, publicado en 1972. En la dedicatoria, el joven repetía una docena de veces la palabra imagen. Para todo aquel que esté habituado al lenguaje y al universo lezamiano sabe de la importancia de ese término en el sistema poético del habanero. La imagen es el centro y el origen de una concepción del mundo regida por la lógica de la poesía. David Huerta estaba al tanto y conocía los detalles mínimos de ese fascinante y desmesurado proyecto literario. Dos textos dan prueba de ello: la selección de la obra de Lezama que el joven preparó para la colección Material de Lectura de la UNAM en 1977 y la antología Muerte de Narciso y otros poemas que elaboró y prologó para la editorial Era en 1988. Los textos introductorios de ambas publicaciones son el mejor testimonio del conocimiento detallado que David Huerta tuvo de la obra y de la crítica lezamiana. Por eso no es descabellado pensar que, en la primera etapa de la poesía de David Huerta, ésa que está marcada por el malditismo juvenil, según Jordi Doce, juega un papel fundamental el universo poético de José Lezama Lima. En libros como Cuaderno de noviembre de 1977, El espejo del cuerpo de 1980 o Incurable de 1987 se percibe la fascinación por el caudal verbal lezamiano. Podría citar varios pasajes. Me detengo en unos cuantos de Incurable para mostrar lo que digo:

El asma de José Lezama Lima es el instrumento palaciego de la imagen arraigada en la respiración. […] p. 80

Chino, inglés, adverbios, vivencias oblicuas, Borges, Lezama Lima y un mecanismo para hacer funcionar un idioma. […] p. 153

¿Recuerdas el último capítulo de Paradiso y la puntuación caprichosa de Lezama y el fracturado prodigio de su voz asmática y la pronunciación de su francés macerado por la soledad y la gracia cubanas? […] p. 175

Imágenes, imágenes, imágenes: tantas veces repetida la palabra imagen en una dedicatoria para Lezama.

He creído en imágenes. Las he visto, las he tocado, soñado hecho y deshecho, consumido, resucitado, despreciado, alabado. […] p. 242

¿Quién estaba en la noche buscando la tersa evidencia de un deseo y de una respuesta?

Nadie o el incurable, el deseoso […]. p. 283

El último verso es importante porque identifica al incurable, al yo lírico que juega con las representaciones de las distintas voces en ese gran poema, con el deseoso. Y es que uno de los versos de Lezama “Deseoso es el que huye de su madre” es un leit motiv repetido en varios momentos en la primera poesía de David. Ese endecasílabo lezamiano aparece en distintos pasajes de Incurable y de Cuaderno de noviembre. De hecho, el tópico del deseo, como el motor del disfrute verbal, se encuentra en varios pasajes de la poesía temprana de David. Me parece que ante el mundo desordenado, caótico, doloroso y fragmentado de la primera poesía de Huerta -el malditismo juvenil-, el universo lezamiano -con su alegre y efusivo manantial de imágenes- representó un asidero para la creación de una lengua poética. Con Lezama, el joven Huerta conjuraba sus fantasmas internos.

Al contrario de lo que sucede con la poesía de Lezama, cuya presencia en la primera obra de Huerta es evidente, los otros poetas caribeños mencionados en la cita aludida al principio, fungieron como faros o referencias importantes en la etapa más bien madura de la obra de David. Tres figuras mayores del caribe anglófono y francófono orbitaron en la pluma del David Huerta después del año dos mil. Un ejemplo servirá para mostrar lo que digo. Se trata del poema “En la calle de la Paja” que fue publicado en el libro El ovillo y la brisa de 2019. Ahí, David escribía:

En la calle de la Paja

¡Prisma coruscante! ¡Aleph intempestivo! ¡Aleph anómalo! ¡Tinta longitudinal, sanguaza de la cadencia cisoria de la carne derrotada! ¡Presencias para el reverso del mar tumultuoso y la tensión desplegada entre las presencias! ¡Fermentos y aceites del mundo! ¡Pobreza y sonambulismo, maldiciones y drogas quemantes, mutaciones y gatos bizcos!

Al beké las caderas de las sirvientas y la biblioteca podrida al final de la singladura; a los esclavos, la minuciosa exploración del dolor y sus estrellas cafeidas en la temperatura del latigazo; al alcalde-poeta, el óbolo de las visiones y la conversación febril en el liceo Louis-le-Grand y las páginas quemantes del Pájaro Cham.

He aquí el milagro de una mirada cautiva en Castries ante la cascada resplandeciente de Homero, los cadáveres ensangrentados en el seno del Escamandro en la Rapsodia XXI, el brillo equívoco en la mirada de la diosa guerrera y la tristeza del petróleo en los ojos levantinos del prodigio.[3]

El título y el primer versículo aluden a un pasaje del poema mayor de Aimé Césaire, Cahier d’un retour au pays natal. Esta obra, publicada por primera vez en 1939 en una recóndita revista estudiantil de París, en el Liceo Louis-le-Grand, fue designada por André Bretón como el gran monumento lírico del siglo XX. En ella hay una desbordante y tempestuosa proliferación de imágenes y de visiones terribles que recrean las consecuencias de la trata negrera y de la esclavitud en las islas del Caribe. En un determinado momento, el yo lírico del Cahier su sitúa en la calle de la Paja (rue de la Paille) y desde ahí observa la pobreza, la miseria y las inmundicias de una ciudad insular, presumiblemente Fort de France, capital de la Martinica, isla natal de Césaire. Desde ese punto, desde la calle de la Paja, el yo lírico despliega un universo degradado por el proyecto colonizador. Una buena parte de las impresionantes imágenes del poema de Césaire surge a partir de la mirada que descubre los elementos de la calle de la Paja. El poema de David Huerta recrea y alude entonces a ese momento germinal de la obra del martiniqués. Por eso habla de él como de un “Aleph anómalo” que reúne el mar tumultuoso, la sanguaza de la carne derrotada, la pobreza y el sonambulismo. Todos esos elementos son claramente identificables con el universo poético césairiano.

En el segundo versículo también se alude y se cita a otro poeta mayor del Caribe; me refiero a Saint-John Perse, un descendiente de colonizadores blancos que nació en la isla de Guadalupe (a todos los blancos descendientes de colonizadores se les designa en el Caribe francés con el nombre de beké). Las imágenes de las sirvientas y de la biblioteca podrida  provienen de dos de los poemas que más impactaron en David Huerta desde su juventud: Para celebrar una infancia (Pour fêter une enfance) y de Anábasis (Anabase), respectivamente. La importancia de ambos textos fue comentada por Huerta en algunos de sus ensayos. De hecho, la complementariedad entre Perse y Césaire se configura en el poema en la contraposición entre el beké -sojuzgado por las caderas de las sirvientas- y el poeta-alcalde (es necesario decir que Césaire fue durante 50 años el alcalde la isla de la Martinica). No hay tiempo para detenerse en otros detalles, pero no quisiera dejar de señalar que un procedimiento lírico en Perse fue clave para la poética de David Huerta. Me refiero a las enumeraciones que algunos críticos han denominado caóticas. Véase por ejemplo la enumeración de los oficios del ser humano en el apartado X de Anábasis que siempre fascinó a David Huerta, en versión de Jorge Zalamea.

Finalmente, en el último versículo, en el que cierra el poema, aparece el tercer gran poeta del Caribe, el único que David conoció y trató personalmente: Derek Walcott. Castries es la capital de Santa Lucía, la isla de origen de Walcott. Huerta se refiere ahí a la obra cumbre del poeta laureado con el nobel: Omeros. En las tres ocasiones que Walcott estuvo en México, David lo acompañó. En una de ellas incluso le realizó una entrevista. La figura del santalucí representó para David la imagen clave de la síntesis de muchas tradiciones. En su escritura se reescribe la tradición de Occidente desde un paisaje caribeño marcado por distintos orígenes culturales.

La vinculación de esta Trinidad poética caribeña (Césaire, Perse y Walcott) siempre fue rememorada por Huerta en distintos momentos. Véase si no, lo que, a raíz de la muerte del martiniqués en 2008, escribió en su columna de El Universal:

En 1969 leí, con una pasión deslumbrada, el Cuaderno de un retorno al país natal, publicado en México por Ediciones Era, en traducción de Agustí Bartra, poeta catalán firmante, también, del prólogo de la obra.

Ese libro contenía y contiene un mundo completo —el mundo de las llamadas Antillas menores—, recreado por Césaire con un genio verbal insólito. El tono de Césaire y algunas de sus estrategias para articular y enunciar imágenes no eran totalmente desconocidos para nosotros, los lectores jóvenes de 1969 y 1970. Ya andaban por ahí, en nuestra mente de lectores, hecha de memoria y fervor, los poemas de Saint-John Perse y las empresas alucinatorias de los surrealistas; todavía pasarían algunos lustros antes de conocer la poesía del otro gran antillano: el santalucí Derek Walcott.[4]

Quizá, como se puede confirmar por los pasajes y citas anteriores, la desbordada, la alucinante y la fascinadora efusión de imágenes que surge de la poesía del Caribe (tanto en Lezama, Césaire, Perse o Walcott) haya sido el punto central que atrajo al poeta joven y maduro David Huerta. En esa potencia creadora de imágenes se sitúa la estela de la propia creación de David. Por eso no me parece descabellado pensar en la obra de David como una veleta que nos conduce, nos muestra, abreva, recorre e ilumina las islas poéticas del caribe, tal como el “David, de la islas Turcas” condujo a Martí.

 

[1] José Martí, Diario de Montecristi a Cabo Haitiano, en Obras completas, vol. 19, Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 210.

[2] David Huerta, “Lunas de Perse”, Revista de la Universidad de México, octubre de 2009, p. 104.

[3] David Huerta, El ovillo y la brisa, Era, México, 2018, p. 49.

[4] David Huerta, “Libros y Otras Cosas. Breve homenaje a Aimé Césaire”, El Universal, Miércoles 9 de julio de 2008.

Imagen: Desembarco por Playitas de Cajobabo

 

Sergio Ugalde  Quintana. Poeta, ensayista, investigador y docente, estudió la licenciatura en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México, y la maestría y doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México, en cooperación con la Universidad de Potsdam, Alemania. De 2009 a 2019 fue Profesor de tiempo completo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En la actualidad se desempeña como Profesor Investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Ha colaborado con artículos y reseñas publicaciones como Nueva Revista de Filología Hispánica, Periódico de Poesía, CastálidaTierra Adentro, entre otras publicaciones. Sus líneas de investigación son la literatura hispanoamericana y caribeña, particularmente la obra de José Lezama Lima.

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Posted: April 24, 2023 at 7:18 pm

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