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Economía de la depresión. Una crisis que durará más de lo esperado

Economía de la depresión. Una crisis que durará más de lo esperado

Paul Krugman

En la pasada década de los noventa Asia sufrió lo que hasta el momento parecía ser una de las crisis más graves después de La Gran Depresión. Sin embargo, con el tiempo resultó no ser tan severa en comparación con lo que sucedería en el 2008, aunque sí afectó profundamente a los países involucrados. Dicha crisis sacudió a un buen número de personas, pero no al ámbito de los profesionales de economía quienes, entonces, creíamos que La Gran Depresión fue el resultado de una total falta de entendimiento. Si nuestros abuelos hubieran sabido lo que nosotros sabemos, nada habría pasado.

En Asia ocurrieron eventos muy parecidos a La Gran Depresión: las crisis fi nancieras de Corea y el sureste de Asia que, para los que conocen la historia, nos recordaron, más que a La Gran Depresión de los Estados Unidos, a la Crisis de Creditanstalt de 1931. En el caso de Japón, una economía mucho más grande, no hubo crisis sino una recesión de la cual nunca pudieron salir. A ésta se le llamó La Década Perdida –aunque en realidad fueron doce años–, situación que describe al estado en el que aún se encuentran. Ahora bien, aquellos países estaban administrados por gente inteligente que conocía bien los conceptos de macroeconomía, especialmente en Japón que, en su aspecto más profundo, poseía un sistema muy parecido al de Estados Unidos: una economía grande, estable en términos políticos, con avances tecnológicos y burócratas sofi sticados. Y si sucedió en Japón, entonces podía pasarle a cualquiera. En tal sentido, a principios de esta década un pequeño grupo de economistas, entre ellos Lars Svensson, Ben Bernanke y yo, estábamos obsesionados con el ejemplo de Japón. Nos preocupaba que algo así pudiera darse en Estados Unidos o Europa occidental.

¿De qué índole es la crisis que vivimos desde el 2008? Me parece que un juicio correcto sería decir que volvimos a experimentar lo sucedido en el primer año de La Gran Depresión. En efecto, durante ésta la devastadora caída se prolongó por cuatro años; por nuestra parte y proporcionalmente hablando, la producción industrial mundial cayó tanto como entre 1929 y 1930. Asimismo, el comercio mundial se desplomó y el desempleo ha variado de país a país, aunque en E.U. se incrementó el 5%. En consecuencia, los daños en términos humanos han sido devastadores. La buena noticia es que no presentamos los mismo síntomas del segundo año de La Gran Depresión. La caída parece haberse detenido. Estados Unidos llegó al borde del abismo y dio un paso hacia atrás. Esto no signifi ca que las cosas estén bien o que andemos cerca de encontrar una solución. La situación sigue siendo muy seria. Sin embargo, en lugar de esforzarnos por evitar la catástrofe total, el trabajo fundamental hoy es saber de qué modo nos recuperamos.

¿Pero cómo fue que llegamos hasta aquí? Resulta obvio que este capítulo será objeto de interminables análisis durante varias generaciones venideras pero, por lo que sabemos hasta ahora, tuvimos la sobrevaluación de activos más severa de la historia. Y no sólo en E.U. ya que en España, el Reino Unido y una gran parte de Europa se formaron también grandes burbujas, de proporciones similares o más pronunciadas que la generada por los bienes raíces de las regiones costeras de la Florida o el sur de California. En efecto, mucha gente se entusiasmó más de la cuenta con los mercados emergentes en Europa oriental e invirtió cantidades enormes de dinero sin pensar en las consecuencias. Irlanda e Islandia fueron los peores casos. Hasta ahora no deja de sorprenderme la cantidad tan pequeña de personas que lo vio venir. Mis colegas y yo pensábamos que esta era la sobrevaluación más clara y la locura más evidente que habíamos visto en la vida –y sólo juzgando por los números, ya que hubieron muchas otras señales. Cualquiera intuye que algo terrible va a suceder en la bolsa cuando cualquier pizzería barata muestra el canal CNBC en lugar de uno deportivo. La obsesión con los valores ascendentes de los bienes raíces fue la señal de una crisis inminente, a pesar de que la opinión dominante afi rmara lo contrario. La burbuja estalló y, con ella, se llevó a gran parte del sistema fi nanciero. Y esto, precisamente, superó los límites de la recesión para convertirse en algo mucho peor.

Si observamos con objetividad el problema veremos que el detonador de tan seria situación radica en el sistema fi nanciero no regulado y la falta de ajustes legislativos a la altura de un sistema complejo. En cuanto al primer punto, el problema surgió en los ochenta, cuando los bancos comenzaron a ser regulados de manera diferente. La ley que modifi có la cultura bancaria fue, precisamente, el decreto de Garn-St. Germain. En éste se encuentra el origen del colapso ya que, gracias a él, los bancos comenzaron a otorgar préstamos con avalúos mínimos y nula seguridad. Y así la familia promedio de E.U. acumuló deudas cuando jamás se había constituido antes como una cultura de deudores. David Brooks lo atribuyó a un cambio de valores en la sociedad de los ochenta aunque, por mi parte, yo lo atribuyo a la política económica de Ronald Reagan. Otro elemento decisivo fue la protección excesiva para entidades que parecían ser bancos sin serlo realmente.

Hay una escena de la película It’s a Wonderful Life en donde la gente está retirando su dinero masivamente después de la Segunda Guerra Mundial. Eso jamás habría sucedido en la vida real porque, en aquel entonces, los depósitos se encontraban asegurados por el gobierno y nadie no se hubiera alterado de esa manera. Los bancos no tenían libertad para arriesgarse a costa de los inversionistas. Sin embargo, la tranquilidad que nos proporcionaba esta protección propició que, años después, creyéramos que se podían asumir mayores riesgos. Por otra parte, a nadie se le ocurrió pensar que algo no tiene que ser un banco para que, en términos económicos, se comporte como tal. Cualquier entidad que toma prestado a corto plazo y ofrece créditos a largo, o bien, que facilita a la gente el acceso inmediato a su dinero, es un banco. Durante el tiempo del que estamos hablando hubo una proliferación muy importante de este tipo de entidades que no eran bancos ofi ciales. De entre estos, los más signifi cativos fueron los cimentados en acciones, donde se fi nanciaban proyectos a largo plazo pero, dependiendo de cada estructura, el inversionista tenía la oportunidad de retirar su dinero al vender sus acciones cada dos semanas. Obviamente, todas las entidades que funcionaban así se colapsaron en 2008 y, con ellas, se hundió una porción de la economía calculada en 350 mil millones de dólares. Asimismo, muchas de las inversiones a largo plazo estaban siendo fi nanciadas por las operaciones repo (abreviación de repurchase agreements), un mercado estrictamente de corto plazo. En este sentido, cuando se busca el punto exacto en el que se inició la crisis, muchos apuntan al mercado repo, es decir, a aquel enorme retiro de fondos que ocurrió íntegramente en el ciberespacio pero cuyas consecuencias fueron absolutamente reales. Se puede decir que este sistema pseudo bancario –que a partir del 2007 era ya mucho mayor que el sistema bancario tradicional en términos de activos y fi nanciamiento– estaba operando al margen, esto es, sin intervención alguna por parte del gobierno para regular sus operaciones. Al explotar la burbuja de bienes raíces en el mundo se generó un pánico masivo y la gente retiró su dinero, tal y como sucedió en los años treinta.

Hubo grandes pérdidas a nivel mundial –todos conocemos a personas afectadas por esta crisis–, pero esto no ha sido la Gran Depresión. No hay ese 25% de desempleo, con miles de personas buscando trabajo en la calle. ¿Y por qué no ha sido tan grave? Me parece que, hasta cierto punto, porque fuimos vacunados ya por la primera Gran Depresión. La gente estaba consciente de que esto podía suceder, en particular los directivos de los bancos centrales, quienes controlan la oferta de dinero. Ben Bernanke, ex profesor de Princeton a cargo de la reserva federal de los E.U., quizá fue un poco lento en su reacción –igual que muchos otros en puestos de autoridad cuando se tomó conciencia de cuán peligroso era el escenario–, pero al ver que las cosas comenzaban a colapsarse, realizó las acciones necesarias para evitar una verdadera catástrofe. En contraste con la Reserva Federal de los años treinta, la presente institución rescató al sistema bancario inmediatamente, dejando las consecuencias para después. En menor grado, esto se repitió en el resto del mundo.

Una de las cosas interesantes es que algunos de los papers académicos de Ben Bernanke sobre qué hacer en una situación como la de Japón han sido el modelo de la política económica estadounidense. De acuerdo con esto, sabemos que el tamaño del gobierno fue de una gran ayuda. Mientras caían los salarios o la gente dejaba de gastar dadas sus pérdidas de capital, y en tanto miles de economías se colapsaban alrededor del mundo, los cheques del seguro social continuaban expidiéndose, Medicare mantenía el pago de las cuentas de sus clientes, etc. En la jerga económica se habla de los “estabilizadores” automáticos que los grandes gobiernos brindan a sus economías, y eso es justo lo que nos ha benefi ciado. Stan Colander, un blogger de tendencia moderada, comentó que el défi cit de 1.4 billones de dólares ha sido un triunfo fi scal y, de no haber sido por él, estaríamos en La Gran Depresión 2.0. Y si bien es cierto que no podemos sostener esto de manera continua, ha sido lo apropiado para el caso. Finalmente, el gobierno ha hecho un gran esfuerzo por crear trabajos y aunque sus programas de estímulo son bastantes pequeños en comparación con el tamaño del problema, han sido de gran ayuda. En efecto, ese programa impulsado por Obama ha mantenido a un millón de personas empleadas que, de otra manera, no estarían trabajando.

Se perdieron ocho millones de empleos en E.U., y si contamos los que se hubieran creado en tiempo de crecimiento normal, el número se incrementa a nueve millones y medio. El estímulo disminuye el problema pero no representa una solución. Si tenemos suerte, el desempleo dejará de crecer, pero ¿cómo se generarán nuevos puestos de trabajo? ¿De qué manera se recuperará el terreno perdido? Hay varias lecciones que podemos aprender de la historia. Los modelos econométricos no han funcionado en nuestro caso y muchos economistas están mirando hacia el pasado en busca de respuestas.

Cuando la recesión es producto de una crisis fi nanciera la recuperación es lenta y, en muchas ocasiones, tarda cinco años o más. Asimismo, en situaciones donde la gente se queda con las cuentas en rojo –demasiada deuda y muy pocos activos–, las cosas tienden a difi cultarse aún más. Este fue el caso de Japón hace una década, donde los factores decisivos vinieron de las grandes corporaciones mientras que en E.U. el responsable fue el mercado de bienes raíces. El Fondo Monetario Internacional realizó varios estudios sobre las recesiones causadas por las crisis fi nancieras y destacó que éstas son especialmente persistentes si suceden al mismo tiempo en más de una nación. En efecto, cuando un país logra levantarse acaba con grandes superávits comerciales, por lo que sus posteriores esfuerzos se enfocan hacia las exportaciones. Durante los noventa las economías asiáticas tuvieron un poderoso desarrollo manteniendo excedentes de producción. Argentina se superó de la misma manera en el 2002. Sin embargo, ahora enfrentamos una crisis mundial y a menos de que encontremos a otro planeta a quien exportarle productos, no podemos mantener este tipo de superávit.

¿Cuáles son los antecedentes de esta crisis y cómo podemos superarla? Parte de la respuesta se encuentra en La Gran Depresión, remontada mediante un programa de gasto público llamado la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hoy no podemos emular dicho programa y, a falta de una guerra de tal calibre, tampoco podríamos convencer a los procesos políticos sobre la conveniencia de un gasto equivalente destinado a activar la economía. Por otro lado, existe un problema adicional, un país que sigue manejando un superávit excesivo –a pesar de que no debería– y promete arrastrarnos a una gran confrontación en el futuro: China. Este país será un verdadero obstáculo mientras tratamos de recuperarnos.

Mi último punto es que resulta muy difícil hacer entender a la gente lo atípico del problema. Sucede que el meollo del asunto está en que nos encontramos en una trampa de liquidez. Esto signifi ca que la Reserva Federal, normalmente a cargo de la recuperación económica a través de la baja en las tasas de interés, se enfrenta a porcentajes del 0%… Históricamente hablando, la Reserva Federal ha impuesto tazas de interés basándose en los niveles de desempleo e inflación, pero siguiendo esa regla, las tazas deberían de estar al –5.6%. Esta situación económica es análoga a la de “Alicia viéndose en el espejo”, donde es bueno que la gente esté ahorrando, mas no ahora o donde el intento de aplicar reglas prudentes puede ser altamente insensato. Esto es difícil de explicar, especialmente al Congreso, mas no a la Reserva Federal. Después de tantos años en mi carrera, resulta altamente desconcertante que cuando hablo con oficiales de la Reserva descubro que lo que me dicen tiene sentido.

Si uno lee la síntesis correspondiente escrita por Larry Summers en el New Yorker, de entre las cosas que se desprenden es que Chiristina Romer, quien encabeza el consejo de asesores económicos de Obama, obtuvo los mismo porcentajes y, por otra parte, pensaba que el programa de estímulos debía haber sido de 1.3 trillones de dólares. Obviamente esto último nunca sucedió. En dichas condiciones es muy difícil lidiar con el problema, particularmente si éste continúa, como me temo que sucederá. Pero hay que hacer lo que se deba para obtener el consenso político necesario. Es preocupante encontrarse en una situación como La Década Perdida de Japón ya que tenemos un nivel de desempleo mucho mayor al de ese país en aquella época, es decir, esta vez el costo humano es superior. La idea de un desastre a punto de suceder ocupa nuestras mentes, mientras que el prospecto de un estancamiento prolongado, no. No es el fin del mundo, y eso es bueno, pero tenemos un largo y arduo camino qué recorrer, a menos de que algo impredecible suceda. En su sentido más amplio, la crisis va a prolongarse todavía durante muchos años.


Posted: April 19, 2012 at 6:12 pm

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