Elizabeth y Lorenza

¿Justicia? Las buscadoras ni siquiera piden eso, saben que es un concepto demasiado lejano, demasiado imposible en nuestro país; lo que buscan son cuerpos, fosas, esperanza, consuelo, paz. Justicia en México no hay, ni paz, ni esperanza.

Recordar a los muertos es la obligación de los vivos

Veo a Elizabeth en la calle, destellos de ella, vistazos, digamos que la vislumbro. Veo colores que ella solía llevar, un púrpura como buganvilia bajo el sol, pero el de ella era de lana tejida, un sombrero que le protegía del frio. A veces es un azul brillante, como el cielo de verano en el ocaso, tenía un abrigo de ese color. También en una ocasión la vi vestida con un traje de esquiar de muchos colores, un traje de los años ochenta que me recordaba a la banda timbiriche, pero no he vuelto a ver a nadie vestido de esquiador por las calles de Nueva York y menos cuando ella se lo ponía, que era otoño y no hacía frio. La veo siempre por las banquetas, personas de su estatura, alta, delgada, erguida, si fuera pájaro sería una garza. A veces la veo cuando los ojos de alguien resplandecen con diversión y malicia, sus ojos siempre detrás de unos anteojos asimétricos –un lente redondo y el otro cuadrado– tenían el brillo de los curiosos, el destello de quienes buscan una razón para sonreír. Veo a Elizabeth sabiendo que ya no está. Asistí a su funeral hace unos meses. En realidad la conocía poco, era mi vecina y nos saludábamos casi todos los días, a veces tres o cuatro veces al día, si no enfrente del edificio, nos encontrábamos afuera del supermercado, o en Broadway, o cerca de casa.

Yo sé donde está Elizabeth, en el cementerio de San Michael’s. Yo vi su urna, di un abrazo a su esposo e hija. No puedo imaginar el duelo de quienes tienen familiares desaparecidos, seres mucho más cercanos y mucho más queridos que una vecina. No puedo imaginar a quienes ven a sus hijos que ya no están, comiendo en casa o sentados en una taqueria porque el cuerpo de alguien les recuerda al de sus hijos, esposa o hermanos, o alguien lleva una chamarra similar, o un corte de pelo. No puedo imaginar la angustia de querer encontrar un cuerpo, de tener al menos el consuelo del adiós. La angustia de la incertidumbre. El horror del vacío.

Desperté en la mañana con la noticia de la desaparición de Lorenza Cano, una de las buscadoras de desaparecidos. Hace una semana entraron a su casa, mataron a su esposo y a su hijo y se la llevaron. Su premio por querer justicia. ¿Justicia? Las buscadoras ni siquiera piden eso, saben que es un concepto demasiado lejano, demasiado imposible en nuestro país; lo que buscan son cuerpos, fosas, esperanza, consuelo, paz. Justicia en México no hay, ni paz, ni esperanza. Sólo hay muertos y desaparecidos (menos desparecidos ahora que el Presidente cambió los números o los mismos desaparecidos pero que ahora cuentan aún menos porque ni siquiera los cuentan), desesperación y miedo. Mientras el mundo se estremece por lo que sucede en Ucrania y Palestina, la violencia diaria de México, la acumulación de siglos de impunidad, crece y crece y crece.

Lorea Canales es autora de los títulos:  Apenas Marta (Becoming Marta, 2011)  y Los perros (The Dogs, 2013) . Ha sido incluida en diversas antologías. Su Twitter es @loreac

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Posted: January 29, 2024 at 9:11 pm